http://blogs.publico.es/luis-matias-lopez/2013/06/18/la-guerra-civil-espanola-tambien-se-libro-en-filipinas/
En Franquistas sin Franco (Editorial Comares), Florentino Rodao desmonta el tópico de que el desastre del Noventayocho borró la huella de España en Filipinas, y demuestra que fue la Guerra Civil que se libró en la Península la que reverberó allí con consecuencias nefastas. En un documentado y exhaustivo ensayo, fruto de una investigación de varios años, este profesor de la Complutense, autor también de Franco y el imperio japonés (Plaza y Janés), demuestra que, pese a la colonización norteamericana, en vísperas del golpe de Franco contra la legalidad republicana sobrevivía en el archipiélago buena parte del legado hispano.
El impacto se reflejaba no solo en la lengua —un tercio de la prensa se publicaba en español—, sino también en la cultura, la economía e incluso la política, hasta el punto de que los colonizadores norteamericanos reconocían la existencia de un invisible pero poderoso partido español. Ese legado, señala Rodao, “formaba parte de la identidad propia anticolonial” y compensaba la influencia de EE UU. Persistía en 1935, cuando se inició la transición hacia la independencia —la Mancomunidad—, un proceso al que la colonia española, siempre más poderosa e influyente que numerosa (en torno a 10.000 personas), se sumó de forma muy activa.
La influencia hispana en Filipinas, que había costado tres siglos en consolidarse, y que resistió la dominación estadounidense, no pudo sobrevivir sin embargo al impacto de la Guerra Civil. El conflicto fratricida fue el factor determinante, aunque no el único, en un declive que, a partir de ese momento crítico, no se detuvo hasta conducir a la práctica irrelevancia actual.
Rodao llena un sorprendente hueco en la investigación histórica que ilustra, con profusión de documentos y testimonios de primera mano, cómo la guerra tuvo un eco con características propias en la comunidad hispana e hispanófila de las islas. Se produjo la lógica división entre franquistas y antifranquistas, y cada bando contribuyó en la medida de sus muy desiguales posibilidades al esfuerzo bélico, tanto con ayuda material como con el envío de combatientes. Como es lógico, dado el abrumador peso predominante, en términos económicos y de influencia, de los sectores conservadores que apoyaron el alzamiento del 17 de julio de 1936, fue el bando rebelde el que obtuvo mayores beneficios.
Por delante incluso de las disputas entre rojos y nacionales, en Franquistas sin Franco se presta especial atención a las registradas entre los partidarios de la rebelión. Hubo dos facciones, cuyos dirigentes, Martín Pou y Andrés Soriano, replicaban los intereses y las líneas políticas que, en la Península, encarnaban el falangista y fascista químicamente puro José Antonio Primo de Rivera y el monárquico ultraconservador —y no menos fascista, aunque de diferente cuño— José Calvo Sotelo, asesinado en vísperas del levantamiento militar. Este conflicto interno se desarrolló en Filipinas con particular inquina porque, al contrario que en España, no existió ni un Ejército aglutinador del esfuerzo común de los rebeldes ni un Franco con la voluntad férrea e implacable de eliminar toda disidencia y hacerse con el poder absoluto.
“La imagen de España”, señala Rodao, “se pobló de extremos para ignorar los términos medios”. El eco de la guerra, las noticias de las atrocidades cometidas por ambos bandos, las disputas en las islas entre republicanos y franquistas, por un lado, y entre falangistas y antifalangistas, por otro, alteraron de forma irreversible la positiva imagen de lo hispano. “La percepción previa de un país europeo con una comunidad asentada en las islas, rica, culta y alejada de la lucha política diaria, hizo aguas con las noticias continuas sobre violencia y radicalidad que llegaban de España y a través de las cuales se vivió el conflicto en Filipinas”.
“No fue un punto y seguido”, concluye el autor; ni siquiera parón en la consolidación de esa influencia, sino “un punto y aparte” (…), un mojón importante en el proceso de deshispanización”. La Guerra Civil dejó sin argumentos, no solo a la colonia española, sino también a los filhispanos, los partidarios de consolidar y reforzar la españolidad de la sociedad filipina, que se jugaba en buena medida con la apertura del proceso hacia la independencia. “Los derrotados no fueron tanto los españoles como los filipinos que tanto habían insistido en seguir un camino español que se trocó erróneo”. En definitiva, fue “el punto de no retorno: en apenas tres años desaparecieron muchos de los esfuerzos realizados durante tres siglos”. A partir de entonces, la huella hispana se fue difuminando. Hoy es casi imperceptible y anecdótica.
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