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Las mujeres que salvaron a los presos de Ezkaba de los bocadillos de alpargata
La fuga de los presos de Ezkaba es bastante desconocida, a pesar de ser la más grande de Europa. Más desconocida aún fue la labor de las mujeres.
Iban a visitar a los presos para llevarles comida, ropa y tabaco, ya que las condiciones del penal eran muy deficientes.
cuartopoder.es / Ana Isabel Cordobés / 10-06-2018
“Fuerte de San Cristóbalde los presos en montónHambre y privacionesresistieron con valorsufriendo por la causa obreraPor la revolución sin par”
Canción del Fuerte de San Cristóbal
“No permitían que entrase comida del exterior. No querían. Lo que querían era obligarnos a comprar en el economato de la cárcel”. Este es el relato de uno de los presos de Ezkaba que observaron, desde el patio del penal, cómo 795 compañeros huían. De ellos, solo cuatro consiguieron pasar la frontera francesa y escapar del franquismo.
La cárcel de Ezkaba se situó en el monte de San Cristóbal. Lleva toda la vida ahí, o al menos desde finales del siglo XVIII, cuando los carlistas ordenaron construirlo como lugar de defensa. Una defensa que quedó obsoleta con la llegada de la aviación y la posibilidad de atacar desde el aire. El acceso al fuerte de Ezkaba se encuentra ahora acondicionado: varias personas suben cada día, como ruta de senderismo e incluso running. Sin embargo, el acceso entre 1934 y 1945, cuando este lugar fue cárcel, subir a la cárcel de Ezkaba se antojaba bastante complicado. Las mujeres que visitaban a los presos tenían que ir dejando pequeños rastros por el camino de subida para evitar perderse en la vuelta a Pamplona.
LOS BOCADILLOS DE ALPARGATA
Estaba prohibido meter comida desde fuera de la prisión. A pesar de la prohibición, mujeres que no solo eran madres, hijas, hermanas o esposas de los presos, sino que eran camaradas y compañeras en la lucha antifranquista, subían a llevar a los presos comida, ropa y tabaco. Todo era poco para una cárcel que si por algo fue famosa, fue por las condiciones infrahumanas en que mantuvo a sus presos y por el maltrato y torturas que sufrían los allí encerrados. Condiciones que bien se reflejan en el cantar dedicado al penal, que corona este texto.
El economato era “un negocio” dentro de la prisión. Quienes dirigían el penal buscaban que los presos solo tuvieran acceso a otros alimentos y objetos no por los que llegaban del exterior sino por los que adquirían en el economato. Y así llegaron los bocadillos de alpargata: “En el economato lo más asequible era el pan y pronto se dieron cuenta de que los presos solo comprábamos pan y el resto de objetos se quedaban sin vender. Por ello, empezaron a vender el pan de manera obligatoria con otros elementos. Y así comprábamos bocadillos y unas alpargatas o bocadillos y una pipa”, relata uno de los presos en uno de los pocos testimonios que se conservan.
Ellas, las mujeres que en algunos casos eran familiares, pero en otros eran compañeras en la lucha antifascista, fueron quienes salvaron a los presos de Ezkaba de los piojos, la podredumbre y los bocadillos de alpargata. Su relato se ha mantenido en un segundo plano, tapado por el relato histórico contado desde los hombres y hacia los hombres. Sin embargo, su voz ha sido rescatada por la investigadora Amaia Kowasch, autora del libro ‘Tejiendo redes. Sareak ehortzen’, que repasa el papel de las mujeres durante la resistencia en los años en que el penal de Ezkaba estuvo funcionando como cárcel franquista, años en que las mujeres tenían un papel cada vez más importante. “Uno de los cambios que conllevó la proclamación de la II República española fue la participación de las mujeres en la esfera política”, recoge Kowasch en el libro, impulsado por el Gobierno de Navarra como parte de la recuperación de la memoria histórica navarra. Unas libertades que se cortaron con la llegada del franquismo.
MUJERES FRENTE AL FRANQUISMO
El grupo de mujeres que sostuvo, cuidó y salvó la vida -o al menos mitigó las condiciones de penuria- era un grupo numeroso, diverso en ideología y sobre todo rebelde. Eran jóvenes que desde bien pronto se habían afiliado a partidos de corte socialista, con ideologías comunistas, libertarias, cenetistas o nacionalistas vascas. Demasiada libertad para el yugo del franquismo.
“Las mujeres que no entraban dentro de los estrechos moldes del ideario surgido de la sección Femenina sufrieron gran represión. Muchas fueron encarceladas, tuvieron juicios sumarísimos o terminaron en el muro de fusilamiento”. Pero los castigos fueron más allá. “Con agresiones a las mujeres casadas, hermanas, hijas o madres de milicianos republicanos”, solo por el hecho de ser sus familiares. Las mujeres sufrieron castigos específicos “como el rapado de pelo, que tenía el objetivo de humillar, avergonzar y desfeminizar a las mujeres”, relata Kowasch.
Sin embargo, muchas mujeres rechazaron el fascismo y defendieron los valores y los derechos políticos y sociales que habían logrado durante la etapa republicana. En Navarra, desde la II República, funcionaban algunos grupos organizados de mujeres, como la asa del Pueblo de Pamplona, del Socorro Rojo Internacional, perteneciente al Partido Comunista. A partir de 1937, en plena guerra, se organizaron nuevas redes con mujeres pertenecientes a la Emakume Abertzale Batza, vinculadas al nacionalismo vasco.
Ser mujeres, en aquellos años, “se convirtió en un estatus político. Ellas ocultaron a perseguidos, guardaron y distribuyeron publicaciones clandestinas y facilitaron sus casas para reuniones políticas”, destaca Fernanda Romeu Alfaro, citada en el libro de Kowasch.
Es el caso de Juana Astondoa, Josefina Guerendiain o las hermanas Petra, Carmen, Nicasia y Juliana Irigoyen Vidaurreta. La historia de estas mujeres es la historia de la resistencia y la lucha, desde varios frentes y desde ideologías diferentes, contra el franquismo.
Juana Astondoa comenzó a subir al fuerte con dos amigas y recuerda el miedo que pasaban en la subida al monte, que apaciguaban cantando jotas por el camino. Juana era de ideas socialistas. Se escondían la comida en la ropa, para que, en caso de ser sorprendidas por el monte, nadie les pudiera robar los enseres que iban destinados a los presos de Ezkaba. Juana recuerda en el relato recogido por Kowasch que “dejaban trozos de tela o papeles blancos por el camino, para no perderse en el camino de vuelta”. También recuerda que “los guardias quitaban los trozos y las guías que se hacían para que las mujeres que visitaban el penal se perdieran en el camino de vuelta”.
El sistema de organización de las mujeres de Ezkaba era rudimentario, pero muy efectivo. Los grupos de mujeres socialistas, cenetistas o comunistas realizaban sorteos de nombres de presos y de esa manera se repartían los presos: se encargaban de cada uno de ellos lavándoles la ropa, prearando comida y visitándolos frecuentemente. Este último punto es de especial relevancia, puesto que en el penal de Ezkaba acabaron presos socialistas, comunistas, cenetistas, republicanos y nacionalistas vascos venidos de todas las partes de España. Eran presos que apenas podían recibir visitas de sus familiares.
Petra Irigoyen, una de las mujeres del fuerte, y Uxue Barkos./ navarra.es
Josefina Guerendiain se afilió con tan solo 16 años a la UGT. Desde muy pequeña asistía a la Casa del Pueblo, junto a su madre y otra amiga. Allí les enseñaron a leer, a escribir y comenzaron a trabajar en la edición del periódico “Trabajadores”, una publicación de gran éxito entre los grupos obreros de Pamplona. Enseguida se hizo amiga del entorno del periódico “Trabajadores”, algo que generó críticas, burlas y algún que otro disgusto para la joven Josefina: “Mis disgustos me costó, que algo me criticaban las margaritas (mujeres carlistas) de mierda”, relata en su libro ‘Nacida en Navarrería’.
Las redes de trabajo tejidas por estas mujeres también se notaron en el exterior, con compañeras y familiares de presos del fuerte. Cuando los presos salieron del fuerte, en 1936, a Josefina y otras compañeras les hicieron un homenaje en Asturias y en Eibar. “Les ayudábamos a cambio de nada. Yo era criticada pero no me importaba, pues sé que hacía el bien”, relata Guerendiain. “Los trabajadores se morían de hambre y por entonces había mucha miseria dentro de la gente obrera. Por nada ibas a la cárcel. Fue una experiencia más de mi juventud maltratada, todo por ser como soy, y quiero morir con las botas puestas”, recoge en su libro.
Las hermanas Irigoyen Vidaurreta completan una selección de testimonios de mujeres que salvaron a los presos de Ezkaba. Ellas, cuatro, de ideología nacionalista, se solidarizaron con los presos gudaris durante la guerra. Petra, una de las cuatro hermanas, relata cómo comenzó “a subir al fuerte acompañada de sus hermanas y de otras mujeres del PNV pertenecientes a la Emakume Abertzale Batza (Unión de Mujeres Abertzales, en euskera).
“Bajábamos con todos los sacos llenos de ropa llena de piojos y miserias… y eso que con nosotras cada ocho días se mudaban. Los que no tenían a nadie… ¡cómo estarían los pobres!”, relata Petra. Ella nunca llegó a entrar en la cárcel, pero sí su hermana que “contaba que no dejaban hablar de nada. Tenían que comunicarse de otras maneras, de forma que el guardia no entendiese”.
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Fotografía destacada: Mujeres de la Emakume Abertzale Batza en el fuerte de San Cristóbal. / Tejiendo redes, Gobierno de Navarra