Ana Pirineos
Activista de La Comuna
De la mano de historiadoras, investigadoras e investigadores, activistas del movimiento memorialista y del movimiento feminista, vamos conociendo el mapa de la represión y la resistencia de las mujeres durante la Dictadura. A ese esfuerzo por ir construyendo una memoria colectiva se une el del grupo de las mujeres de La Comuna que, en sus "Segundas jornadas de luchas y represión de las mujeres en el tardofranquismo", siguen con el objetivo de centrarlo en esa época histórica, siempre desde el hilo que une la represión a la resistencia y cuyas conclusiones queremos dar cuenta en este artículo.
El marco temporal del tardofranquismo, que transcurre entre 1969 y 1978, es un periodo de enorme importancia que está insuficientemente tratado y sobre el que existen muchas lagunas en la investigación, ya que la mayoría de las investigaciones se centran en la primera etapa la dictadura.
A lo largo de las tres sesiones estas segundas jornadas (ver relación de ponentes en la web de mujeres del tardofranquismo) se subrayó la importancia de, por un lado, situar los análisis y esos mapas de represión y resistencias en los respectivos contextos, pues distinto es el contexto del tardofranquismo al de épocas anteriores del franquismo y lo es por la situación económica, por las políticas de la dictadura, la evolución social, política y cultural, y también por los movimientos de contestación y articulación social que se producen. Y por otro, ponerlos en relación con el pasado y presente.
La psicóloga y psicoanalista Ana Miñarro señaló cómo la ideología del nacionalcatolicismo, con sus mandatos de género, llega prácticamente intacta al tardofranquismo, heredero de muchas de sus instituciones como, por ejemplo, del Patronato de Protección a la Mujer (que no se suprime hasta 1985), la Ley de Peligrosidad Social (anteriormente Ley de Vagos y Maleantes). Y cómo no cabe una interpretación dulcificada del tardofranquismo, un periodo donde los juicios, la cárcel, las torturas, las penas de muerte a luchadoras y luchadores antifranquistas no permiten hablar de "mayor tolerancia".
Esta relación entre pasado y presente se refleja en la transmisión de la memoria, desde esa primera generación que lo sufrió a la cuarta generación. Laura Casielles, poeta, periodista y escritora, lo señalaba en su ponencia sobre la memoria decolonial que, aun saliéndose del marco temporal del tardofranquismo es necesario conocerla porque se sigue arrastrando. Nos sigue habitando ese colonialismo y desconocerlo nos hace hablar de ello desde un lugar de privilegio, a hablar con total impunidad de las ideas de "hermandad", de "colonialismo no violento", que, finalmente, legitiman ese colonialismo.
Otras ponentes, han señalado la relación entre lo que eran las cárceles del primer franquismo y de las últimas décadas de la dictadura. Existen valiosísimos testimonios y estudios sobre las cárceles franquistas como, por poner un ejemplo, el de Juana Doña, o el de la cárcel de Ventas, al que se van sumando muchos otros.
Rosa García, activista de La Comuna, nos habló de las cárceles en el tardofranquismo y las actuales y cómo existe una vinculación entre lo que es el Tribunal de Orden Público –dando origen a lo que Lucia Vicente señaló como "la generación de orden público"– y la actual Audiencia Nacional. Comentó que:
"En 1960 quedaban todavía en funcionamiento prisiones femeninas como la cárcel de Ventas de Madrid (hasta 1969) –que fue sustituida después por el Penal Psiquiátrico de la cárcel de hombres de Carabanchel y, a partir de 1974, por la de Yeserías– y también la Galera de Alcalá de Henares y se construyeron o rehabilitaron otras como La Trinitat Vella de Barcelona, en 1963; Basauri, en 1964 y Martutene en 1948 en el País Vasco. También estaban en funcionamiento las de Burgos, Córdoba, Granada, La Coruña, Málaga, Pamplona, Santa Cruz de Tenerife, Segovia, Sevilla, Valladolid, Valencia y la de Torrero, de Zaragoza. Por supuesto, las cárceles provinciales igualmente acogían presas a la espera de juicio o en pago de multas gubernativas.
En la actualidad el edificio de la Galera está en ruinas, y sufriendo un grave deterioro, abandonado por las autoridades competentes: la Universidad de Alcalá de Henares e Instituciones Penitenciarias, tal como sucedió con la cárcel de hombres de Carabanchel. Curiosamente, el edificio donde se ubicaba la cárcel de hombres, justo al lado, se rehabilitó y es ahora un Parador Nacional".
Pero, una vuelta al contexto permite entender cómo en el marco del "surgimiento" del movimiento feminista se dan las condiciones para entender, por ejemplo, la relación entre lo que se denominaba "presas comunes" y "presas políticas". Una diferenciación que marcaba la realidad en las cárceles. El feminismo ofrece herramientas capaces de explicar esa diferenciación y su significado. Como señaló Justa Montero, activista feminista y de la memoria, es el movimiento feminista quien, ya en 1974 y 75 plantea la abolición de la Ley de Peligrosidad Social, entre sus demandas, y también la amnistía para los denominados "delitos específicos de las mujeres", reconceptualizando conceptos como "lo político", y así exigir esa amnistía para las mujeres condenadas por unos delitos que no habían sido entendidos como tales. Un análisis de contexto permite ver también cómo evoluciona el entramado de todas las instituciones represivas.
Igualmente, ese análisis pormenorizado nos permite entender, de la mano de Laura Casielles, el particular significado de la colonización para la vida de las mujeres, en Guinea, en Marruecos o en el Sáhara, en función de cuestiones territoriales y culturales.
Y siguiendo el hilo de la relación entre represión y resistencias, el silencio ha sido también protagonista en las exposiciones de las Jornadas. El silencio como un efecto de la propia represión, del miedo. El silencio de la colonialidad como silencio institucional, el silencio de la clandestinidad que, como explicaba Isabel Alonso, historiadora y docente, es general para hombres y mujeres pero que se expresa de forma muy particular en las mujeres. Es el silencio ante unas determinadas relaciones sexuales, ante el miedo a ser detenida por haber abortado, el silencio por la negación y criminalización de las identidades de género. Es el silencio del exilio exterior e interior, del que hablaba la luchadora antifranquista Matilde Muñoz: "En la clandestinidad había que tomar medidas de seguridad continuamente, no solo durante las acciones, pintadas o saltos, sino durante todo el tiempo". El silencio al que se refirió Ana Miñarro de esa primera y segunda generación que no habló de lo sucedido. El que llevaba a la soledad, al miedo y la culpa, como señalaron otras ponentes, como Julia Martí, expresa de la cárcel de la Trinitat Vella: "A mí me detuvieron cuando tenía 19 años, el 28 de abril de 1971, me llevaron a la Comisaría de Vía Laietana, 43 y después a la cárcel de Trinitat Vella. Recuerdo el miedo, la soledad y el sentimiento de culpa por lo que estaría sufriendo mi familia". Pero, por encima de todo los miedos y silencios, las luchadoras antifranquistas defendían la libertad, y se arriesgaban y volvían a enfrentarse al miedo, a la soledad, a las medio verdades, a las familias. Por la aspiración y el amor a la libertad. Y ahí reside el germen y la fuerza de las resistencias.
En estas segundas jornadas, y en continuidad con lo recogido en las primeras, se habló también de las resistencias de quienes pusieron su cuerpo para enfrentarse y oponerse a la Ley de Peligrosidad Social, como lo hicieron las personas trans. Así lo expuso la activista por los derechos trans, Mar Cambrollé: "La lucha por el reconocimiento de su propia identidad y su dignidad les llevó a estas personas a sufrir cárcel y represión, desarraigo familiar y apartheid laboral". La potencia de su aspiración de libertad, de su organización, nos llevó, de la mano de Mar, a la realidad actual de la lucha de las mujeres trans.
A este dibujo del mapa de las resistencias se une el de las mujeres organizadas en el exilio, como explicó Matilde Muñoz. Y el de quienes sufrieron torturas y cárcel, y sus distintas formas de organización en las mismas, en las llamadas "Comunas", así como las distintas formas de lucha dentro de la prisión –como señalaron Julia Martí y Rosa García–, hasta llegar a las huelgas de hambre en las cárceles.
"Cualquier persona detenida era objeto, con toda seguridad, de sufrir malos tratos y torturas, pues tales eran los métodos empleados de forma generalizada por la policía y la guardia civil. (...) A los golpes y torturas se añadían las humillaciones y los insultos sexistas, además de los abusos sexuales de los que apenas se ha hablado. Hay que señalar que durante los días de detención no se podían cambiar de ropa ni asearse, incluso aunque tuvieran la regla, ni siquiera peinarse; penalidades que se añadían para aumentar el castigo".
A todo ello hay que sumar las resistencias que se dan a partir de las pocas herramientas que podía haber en ese momento, como por ejemplo las publicaciones como el libro de testimonios de Gemma Pasqual. "Torturades. Vía Laietana, 43. Vint-i-dues dones. Testimonis del terror", o del testimonio novelado de Isabel Alonso "Como un pulso". Y también las que se reflejan a través de expresiones culturales, de cómo se proyectan las memorias personales a través de herramientas culturales, y la materialidad de los objetos, como nos contó Maria Rosón, doctora en Historia del Arte y docente en la Universidad Complutense de Madrid.
A través de estas experiencias se muestran muy distintas estrategias para la recuperación de memoria, la de la palabra y la de los silencios: desde el activismo memorialista y feminista y la palabra colectiva, a la academia y la investigación. También quedan patentes cuestiones terminológicas: independientemente de cómo designar la memoria, histórica o democrática, retomamos lo que definen las mujeres argentinas: "Se trata de la memoria de los hechos traumáticos del pasado reciente". Es decir, de la memoria de la Dictadura. En eso estamos.
Como dijo Laura Casielles, se trata de memorias cruzadas, no de memorias en las que se presupone una horizontalidad que no existe. Al igual que desde el feminismo hablamos de la interseccionalidad.
La necesidad de la formación de profesionales sanitarios y de los servicios sociales sobre estos temas pueden favorecer una escucha que permita tratar esas zonas silenciadas de cada cual, como señaló Anna Miñarro.
La obligación del Estado de educar en memoria como una garantía de no repetición, reconocida en la Ley 20/22 de Memoria Democrática, no reconoce, sin embargo, la memoria de las disidencias sexuales y de género y la colonial.
Rosa García señaló la importancia de animar a que las personas que han sufrido tortura se querellen. Resaltando la reciente admisión de una querella de entre las más de 100 ya presentadas y cómo, si se van sumando más, es más probable que se logre acceder al derecho a la justicia en nuestro Estado. Igualmente, se resaltó en estas Jornadas que es necesario que el Protocolo de Estambul, que recoge el procedimiento de víctimas de malos tratos y torturas, incorpore como sujetas a las mujeres trans y LGTBI.
Otra propuesta: compartir, crear espacios enormemente valiosos, ir tejiendo memorias colectivas. Hablar restaura y cura. Estimular el interés por conocer, por hablar, por saber, por compartir y por investigar. Y también por organizarnos porque "organizarnos es ya una forma de vencer", de ir dando pasos para conseguir verdad, justicia y reparación y por tanto continuar tejiendo esa genealogía feminista. Lo resaltamos porque tiene que ver con el pasado, el presente y futuro.
Justa Montero hizo hincapié en ello en las Conclusiones de las II Jornadas: "Si está en el presente y somos capaces de vincularlo con el presente, estará también en la memoria que desde hoy construyamos para las futuras generaciones".
Más información: https://mujerestardofranquismo.org/
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