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El 21 de octubre del año 2000 marcó un punto de inflexión en la historia española y en la búsqueda de verdad y justicia por los crímenes del franquismo. En Priaranza del Bierzo, una tierra leonesa de silencios profundos y cicatrices ocultas, tuvo lugar un suceso que removió no solo tierra, sino también conciencias.
Dirigida por el arqueólogo leonés Julio Vidal, la primera exhumación científica de civiles republicanos asesinados por pistoleros falangistas comenzó. Con precisión y respeto, una máquina perforaba la tierra, sus movimientos lentos, casi como queriendo pedir perdón por cada gramo que removía. Alrededor, un grupo de familiares con ojos llenos de esperanza, ansiedad y dolor, observaba cada paso, cada gesto del equipo de excavación. Para ellos, este no era simplemente un acto arqueológico, era la posibilidad de cerrar heridas que llevaban abiertas más de medio siglo.
Sin embargo, con el paso de los días y el espacio de tierra intacto reduciéndose, el desánimo empezó a cernirse sobre el lugar. La posibilidad de que la ampliación de la carretera hubiera arrasado con la fosa común se convertía en una cruel y dolorosa realidad. Pero como suele ocurrir cuando todo parece perdido, un atisbo de esperanza emergió. El operador de la excavadora sintió una inconsistencia en el suelo, una señal de que allí, bajo la tierra que había permanecido intacta durante décadas, yacía algo.
La expectación era máxima. Todos los presentes contuvieron la respiración mientras Julio Vidal, con un paletín en mano, empezó a despejar la tierra con movimientos meticulosos. Y, finalmente, emergió de las profundidades un testimonio mudo pero elocuente de una tragedia: una bota, no vacía, sino albergando en su interior los huesos de un pie, aquel calzado pertenecía al primero de los trece cuerpos que aparecieron finalmente en esa fosa común.
Fue un momento de intensa emoción. Las lágrimas brotaron, el pasado se hizo presente y el peso de la memoria inundó a todos. Para muchos, esos huesos no eran sólo restos arqueológicos; eran familia, eran historias truncadas, eran voces silenciadas.
Y fue así, con la aparición de esa bota, que se dio el primer paso de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica. Nacida de la necesidad de buscar justicia, verdad y reparación, la asociación ha continuado su marcha, rescatando del olvido a aquellos que fueron silenciados y dando voz a quienes, durante demasiado tiempo, han vivido con el dolor de no saber.
En Priaranza del Bierzo, el pasado y el presente se encontraron, y con ello, comenzó una caminata hacia la verdad, la justicia y la reconciliación. Porque la historia, por más dolorosa que sea, merece ser contada, recordada y honrada.
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