María Torres / 1 noviembre 2013
Su amor por la ciencia se
tradujo en el enorme legado que dejó. Desempeñó un papel decisivo en el
desarrollo de la Bioquímica y Biología Molecular en España, esa España que
había abandonado en 1936, al poco de iniciarse la Guerra, porque no podía
soportar ver como se desmoronaba el trabajo de construcción de la ciencia
realizado durante la segunda República. No podía soportar el latigazo en el
corazón que recibía cada día cuando se dirigía a su laboratorio, sorteando los
cadáveres de personas asesinadas en las calles cercanas al Instituto Jiménez Díaz instalado en la Facultad de Medicina de
la Ciudad Universitaria, donde se encontraba trabajando como responsable de
Fisiología.
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