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La guerra era una fiesta
Martha Gellhorn y Ernest Hemingway se amaron entre dos guerras, atrapados en un torbellino de furia, idealismo y juerga que destruyó la relación
Con 50 dólares y sin noción de español, la periodista estadounidense Martha Gellhorn cruzó a pie la frontera para entrar, recién estrenada la primavera de 1937, en un país en guerra. Iba en serio su anuncio.
—Me marcho a España con los chicos. No sé quiénes son los chicos, pero me voy con ellos.
Dos semanas después vivía en una ciudad asediada, en un hotel abarrotado de personajes, en una habitación ocupada por uno de aquellos chicos, Ernest Hemingway. La de España fue la primera guerra que pisó Gellhorn, que daría luego tumbos por los frentes de todo el mundo hasta despedirse con crónicas de la invasión de Panamá cuando ya había cumplido 81 años. La furia, su energía motriz, tardó en extinguirse casi nueve décadas y aún sobrevivió el ramalazo necesario para permitirle escribir el punto final a su biografía, al igual que su exmarido. Aunque la muerte de Gellhorn invita a pensar que había hecho las paces con ella misma y la de Hemingway indica que huía de su sombra.
En 1937, él todavía no era el escritor legendario, uno de esos autores-personajes que, a semejanza de su amigo Francis Scott Fitzgerald, daría tanto que hablar por su obra como por su vida. Ya sabía lo que era un frente, tras haber sido corresponsal, conductor de ambulancias y herido grave en la Gran Guerra. Estaba casado desde hacía una década con Pauline Pfeiffer, su segunda esposa. Había publicado libros de cuentos y dos novelas aclamadas como Fiesta(1926), primera incursión por España, y Adiós a las armas (1929), inspirada en la Primera Guerra Mundial.
Para entonces, Gellhorn había publicado dos libros. Uno malo y uno bueno. El primero (What Mad Pursuit) había sido una novela de poco éxito. El segundo (The trouble I've seen), un volumen redactado a partir de sus viajes como reportera especial de la administración de Roosevelt —fue buena amiga y admiradora de Eleanor— para catar el estado real de una sociedad atacada por una salvaje depresión, mereció grandes aplausos.
En el Madrid en guerra, Hemingway gozaba de privilegios que también beneficiaron a Gellhorn, convertida en su amante al poco de llegar pese a su escasa atracción. "Lo que recuerdo del sexo con Hemingway es el invento de excusas y, si eso fallaba, la esperanza de que pronto se acabaría", contaría luego, según recoge Caroline Moorehead en Martha Gellhorn. Una vida, publicada por Circe en 2004 con traducción de Beatriz López-Buisán.
El escritor tenía coches a su disposición para moverse y era bien recibido por los militares. Un ayudante le conseguía comida y le mecanografiaba los textos. El grupo internacional parloteaba, bebía vino, whisky y cerveza, escuchaba sinfonías clásicas, pasaba hambre a ratos y acudía al frente en ocasiones. Al principio, la periodista iba de compras, de peluquerías, de copas. "No haga nada aquí, salvo comer, dormir, engordar, gastar dinero y perder el tiempo; soy como una mujer en Cannes, en plena temporada". Hemingway, que ya le había pedido que se casara con él pese a no estar divorciado, la anima a escribir su primer artículo para Collier's sobre la vida cotidiana en una ciudad bombardeada. Se sucederían otros —algunos en The New Yorker— y el fin del aburrimiento.
Biografías cruzadas
Martha Gellhorn (St. Louis, 1908-Londres, 1998). Hija de un ginecólogo y una sufragista, en 1937 se estrenó como corresponsal en España. Ya nunca dejó de viajar ni acudir a zonas en conflicto. Visitó 53 países, tuvo 11 casas y escribió más de 20 libros. Su primera relación duradera fue con Bertrand de Juvenal (el joven seducido por su madrastra Colette). Después de Hemingway, se casó y divorció de Tom Matthews. Adoptó un hijo. A los 89, ciega y enferma de cáncer, se suicidó con una pastilla.
Ernest Hemingway (Oak Park, 1899-Idaho, 1961). En la Gran Guerra se alistó como conductor en Italia, donde fue herido. A partir de entonces alternó los trabajos periodísticos, las piezas literarias y los frenesíes de la existencia. Vivía para contarlo. En 1940 alcanzó el techo del éxito con¿Por quién doblan las campanas? Ganó un Pulitzer con El viejo y el mar. En 1954 recibió el Nobel de Literatura. Se casó con Hadley Richardson, Pauline Pfeiffer, Martha Gellhorn y Mary Welsh, y amó muchas más. Tuvo tres hijos. Se mató con una escopeta en 1961.
Las siguientes estancias de la pareja en la guerra —regresaron a EE UU para hacer campaña a favor de la República— se desarrollarían en peores condiciones materiales y mayor fervor político. "Nada en el mundo me ha afectado tanto como perder esa guerra", recordaría con el tiempo ella, que se rindió a Hemingway la noche que lo escuchó llorar en un hotel de Barcelona, tras despedir a las Brigadas Internacionales.
En 1939 se instalan en Cuba y, al año siguiente, se casan. Para superar el caos hotelero en el que vivía el escritor, Martha alquila Finca Vigía, que acabarían comprando por 12.500 dólares, obtenidos gracias al éxito de ¿Por quién doblan las campanas?, que se vendía "como daiquiris helados en el infierno", en palabras de su autor. El original fluye en aquellos días, los más templados y productivos de la relación, y se publica en 1941, dedicado a Gellhorn, compañera en el frente español que sustenta la novela. Escriben ambos, hacen ejercicio y, por la noche, comparten charlas y alcoholes con pescadores y pelotaris vascos, "sabiendo los dos que el otro es la persona más violenta que conoce". Una noche Hemingway la abofetea en el coche y ella responde estrellando el Lincoln Continental contra un árbol.
Pero Gellhorn es una reportera de guerra antes que nada y acaba regresando a Europa, mientras su marido se hunde en el alcohol y el resentimiento. Él quiere hacerla regresar y ella intenta que viaje a Europa. Cuando Hemingway lo hace, la fustiga y la despedaza con su mordacidad en público. Después de descubrir con la ayuda deRobert Capa que tiene una aventura con la periodista Mary Welsh, logra que Hemingway acceda al divorcio en 1946. "Nunca más quiero oír mencionar su nombre", le avisó Gellhorn a su madre, "el pasado ha muerto y se ha vuelto feo; intentaré borrarlo como si padeciera amnesia".
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