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Nota publicada en el diario “El País” en septiembre de 1985. Reproducimos por su interés histórico y descriptivo, dentro de la preparación del Homenaje a los últimos fusilados por el franquismo, 40 años: la generosidad de la resistencia
Marc Palmes Giro*. LQSomos. Agosto 2015
“Estando en capilla con Txiki hace ahora 10 años, se nos acercó un militar a comentarnos su extrañeza porque éramos los más tranquilos de la reunión. Estábamos Txiki, su hermano Mikel, Magda Oranich y yo, sentados aparte, charlando durante las largas y angustiosas horas de la capilla. Se encargó de contestarle Txiki: “Nosotros no tenemos de qué avergonzarnos por estar aquí. Vosotros, sí”. Aquella noche se vivieron horas dramáticas en las diversas y simultáneas capillas: la de Otaegui en Burgos, las de García Sanz, Sánchez Bravo y Baena Alonso en Madrid y la de Txiki en Barcelona. También en las sedes de los colegios de abogados se constituyeron comisiones permanentes, cuya principal función consistió en llamar a todos los rincones posibles del mundo en busca de presiones para el indulto: se habló con Willy Brandt, con el Vaticano, Londres, Washington, París, etcétera.
Todo fue inútil. El franquismo salió como había entrado: con sangre. Sangre totalmente inútil. Sólo tres semanas después hubieran salvado su vida los cinco antifranquistas ejecutados.
Txiki hizo gala de una serenidad impropia de un muchacho de su edad: 21 años. Era tal la fuerza de convicción de sus ideas y su entrega a las mismas que la seguridad de que su muerte iba a ser más rentable políticamente que su vida, le llevó ante el pelotón de ejecución con un semblante pálido, pero sonriente. Gritó con voz clara: “¡Aberri ala hil!” (“¡Patria o muerte!”) y “Gora Euskadi askatuta”, y cuando empezó a entonar el “Eusko gudariak” (himno del soldado vasco) sonaron los disparos de los subfusiles de los guardias civiles voluntarios que integraban el pelotón. No hubo ráfaga. La ejecución fue tiro a tiro. Su voz sólo se acalló con el tiro de gracia.
Tenía 11 balas en el cuerpo, repartidas entre el estómago y la parte alta del tórax.
Antes de morir dejó en manos del notario Zabala un testamento político dirigido al pueblo vasco y unos versos que él pretendía fueran proféticos: “Mañana, cuando yo muera, no me vengáis a llorar, nunca estaré bajo tierra, soy viento de libertad”.
Que así sea. Que el respeto a la libertad impregne nuestros espíritus, y nuestras instituciones y leyes.
Y que también convenza a las autoridades de la gratuidad y arbitrariedad del mantenimiento de la ley Antiterrorista, heredera de aquel decreto ley que Franco promulgó en agosto de 1975 y que fue utilizado para acelerar los procesos pendientes y ejecutar, en lo que pretendía ser acción ejemplar, a Txiki, Otaegui, García Sanz, Sánchez Bravo y Baena Alonso.
Que así sea.
* Marc Palmés defendió como abogado al miembro de ETA Juan Paredes Manot”. Publicado en el diario “El País” en septiembre de 1985
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