El escritor, que falleció en el exilio en 1957, tendrá una placa en el barrio de Lavapiés, al que describió como pocos en la trilogía 'La forja de un rebelde'
Arturo Barea (1897-1957) regresa al madrileño barrio de Lavapiés, que dedica al autor de la trilogía La forja de un rebelde una plaza, cuya inauguración, el 4 de marzo, será un "acto festivo" con presencia de hispanistas como Ian Gibson o William Chislett o escritores como Elvira Lindo.
"Barea no ha sido debidamente recordado en España", asegura el hispanista William Chislett, "fascinado" por un autor cuya lápida en Faringdon (Reino Unido) restauró junto a otros admiradores con "23 euros por barba".
También le cree un "desconocido" por el público Elvira Lindo. La escritora explica que el callejero "no se acuerda demasiado de sus escritores" y a este hecho, en el caso de Barea, se suma su pertenencia a "los vencidos". "Nunca es tarde", añade y pide reconocer su memoria acercando su obra a los lectores jóvenes.
"Después de leer el primer tomo de La forja, uno ve Lavapiés con otros ojos", asegura Ian Gibson, que espera que la plaza sea "un incentivo" para que más gente lea la "apasionante trilogía" formada por La forja, La ruta y La llama e imagina para este espacio, donde Barea acudía como alumno a las Escuelas Pías, hoy sede de la UNED, un busto o estatua del autor.
Natural de Badajoz, Barea (1897-1957) creció en Madrid, en Lavapiés, un barrio castizo que retrata en su obra maestra. Vivió y relató, a través de la radio y bajo seudónimo, la Guerra Civil en la capital española.
Murió exiliado en el Reino Unido, país al que llegó junto a su mujer, la traductora Isla Kulcsar, en 1938. Allí escribió su trilogía (1941-1944), publicada primero en inglés y después en castellano, pero en Argentina (1951). España tuvo que esperar a la Transición para ver editada su obra por la editorial Turner, en 1977.
Tuvo un éxito "relativo" pues la gente ya había comprado la obra de manera clandestina, explica a Efe el editor José Esteban, que la editó tras haberla vendido "de extranjis" como librero.
Para Gibson, La forja de un rebelde, que fue llevada a la televisión por el director Mario Camus en 1990, es "uno de los testimonios más conmovedores de la Guerra Civil" y ve "incomparable" la descripción de la defensa de Madrid.
Del Lavapiés de Barea, donde se describen las "redes de solidaridad" como "elemento indispensable para la supervivencia de sus habitantes", queda, a juicio de Chislett, precisamente esa "esencia solidaria", "su carácter de lucha y defensa del barrio y la vecindad".
En lo urbano, se mantienen muchas calles, comenzando por su plaza, hasta ahora sin nombre, y algunos rincones que "apenas han cambiado", además de restos de arquitecturas. Salir a la calle y ver qué queda del barrio es para Gibson un ejercicio "fascinante" y "didáctico", que también recomienda Lindo. Un recorrido que quienes lo deseen pueden hacer con una guía de colectivos como La Liminal.
La inauguración del 4 de marzo será un acto "coral", "festivo" y "muy de barrio", en el que intervendrá "mucha gente", honrará a Barea y romperá con un olvido que no es "atípico" y tanto Gibson como Chislett citan a Manuel Chaves Nogales, autor de A sangre y fuego como otro escritor olvidado.
Hasta ahora, Madrid no distinguía de ninguna manera a quien fue uno de sus cronistas, no conocido "masivamente" pero "muy admirado" por quienes le han leído, explica a Efe el concejal presidente de distrito Centro, Jorge García Castaño, que dice de Barea que es "un escritor injustamente olvidado".
Esta circunstancia obedece -añade- a que en Madrid y en España sigue muy presente "la historia oficial de cuarenta años de franquismo".
El edil de Ahora Madrid, en cuyo distrito se homenajeará a Barea y a Gloria Fuertes, pide "reflexionar", más allá de la Ley de memoria histórica, sobre un callejero donde casi todos son nombres de "hombres y militares" y faltan otras profesiones, mujeres o más épocas históricas. Como ejemplo alude al arquitecto Antonio Palacios, el "Gaudí madrileño", que no tiene ninguna calle.
"Es fundamental conocer nuestra historia para construir nuestra identidad como ciudad, y sin duda la figura de Arturo Barea es una pieza fundamental que nos ayuda a profundizar en quiénes somos", concluye Chislett.
"Barea no ha sido debidamente recordado en España", asegura el hispanista William Chislett, "fascinado" por un autor cuya lápida en Faringdon (Reino Unido) restauró junto a otros admiradores con "23 euros por barba".
También le cree un "desconocido" por el público Elvira Lindo. La escritora explica que el callejero "no se acuerda demasiado de sus escritores" y a este hecho, en el caso de Barea, se suma su pertenencia a "los vencidos". "Nunca es tarde", añade y pide reconocer su memoria acercando su obra a los lectores jóvenes.
"Después de leer el primer tomo de La forja, uno ve Lavapiés con otros ojos", asegura Ian Gibson, que espera que la plaza sea "un incentivo" para que más gente lea la "apasionante trilogía" formada por La forja, La ruta y La llama e imagina para este espacio, donde Barea acudía como alumno a las Escuelas Pías, hoy sede de la UNED, un busto o estatua del autor.
Natural de Badajoz, Barea (1897-1957) creció en Madrid, en Lavapiés, un barrio castizo que retrata en su obra maestra. Vivió y relató, a través de la radio y bajo seudónimo, la Guerra Civil en la capital española.
Murió exiliado en el Reino Unido, país al que llegó junto a su mujer, la traductora Isla Kulcsar, en 1938. Allí escribió su trilogía (1941-1944), publicada primero en inglés y después en castellano, pero en Argentina (1951). España tuvo que esperar a la Transición para ver editada su obra por la editorial Turner, en 1977.
Tuvo un éxito "relativo" pues la gente ya había comprado la obra de manera clandestina, explica a Efe el editor José Esteban, que la editó tras haberla vendido "de extranjis" como librero.
Para Gibson, La forja de un rebelde, que fue llevada a la televisión por el director Mario Camus en 1990, es "uno de los testimonios más conmovedores de la Guerra Civil" y ve "incomparable" la descripción de la defensa de Madrid.
Del Lavapiés de Barea, donde se describen las "redes de solidaridad" como "elemento indispensable para la supervivencia de sus habitantes", queda, a juicio de Chislett, precisamente esa "esencia solidaria", "su carácter de lucha y defensa del barrio y la vecindad".
En lo urbano, se mantienen muchas calles, comenzando por su plaza, hasta ahora sin nombre, y algunos rincones que "apenas han cambiado", además de restos de arquitecturas. Salir a la calle y ver qué queda del barrio es para Gibson un ejercicio "fascinante" y "didáctico", que también recomienda Lindo. Un recorrido que quienes lo deseen pueden hacer con una guía de colectivos como La Liminal.
La inauguración del 4 de marzo será un acto "coral", "festivo" y "muy de barrio", en el que intervendrá "mucha gente", honrará a Barea y romperá con un olvido que no es "atípico" y tanto Gibson como Chislett citan a Manuel Chaves Nogales, autor de A sangre y fuego como otro escritor olvidado.
Hasta ahora, Madrid no distinguía de ninguna manera a quien fue uno de sus cronistas, no conocido "masivamente" pero "muy admirado" por quienes le han leído, explica a Efe el concejal presidente de distrito Centro, Jorge García Castaño, que dice de Barea que es "un escritor injustamente olvidado".
Esta circunstancia obedece -añade- a que en Madrid y en España sigue muy presente "la historia oficial de cuarenta años de franquismo".
El edil de Ahora Madrid, en cuyo distrito se homenajeará a Barea y a Gloria Fuertes, pide "reflexionar", más allá de la Ley de memoria histórica, sobre un callejero donde casi todos son nombres de "hombres y militares" y faltan otras profesiones, mujeres o más épocas históricas. Como ejemplo alude al arquitecto Antonio Palacios, el "Gaudí madrileño", que no tiene ninguna calle.
"Es fundamental conocer nuestra historia para construir nuestra identidad como ciudad, y sin duda la figura de Arturo Barea es una pieza fundamental que nos ayuda a profundizar en quiénes somos", concluye Chislett.
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