Entre 1950 y 1979, Cristóbal Martínez-Bordiú, marqués de Villaverde, manejó sus hilos para influir en los consejos de administración de al menos 17 grandes empresas, de las que obtuvo grandes beneficios para la familia del dictador
En 1954, mientras Franco empezaba a alardear en el extranjero del “milagro económico” español, la prensa argentina implicaba a Cristóbal Martínez-Bordiú, marqués de Villaverde, médico y “Yernísimo” del Jefe del Estado, en un negocio fraudulento de importación de motos Vespas, donde pudo haberse embolsado 30 millones de pesetas. Fue entonces cuando en la calle los siempre ingeniosos españoles empezaron a cambiarle el título nobiliario al delfín del Caudillo y empezaron a llamarlo, no sin cierta sorna, “marqués de Vespaverde”. El escándalo de las motocicletas y las Aduanas fue tan mayúsculo que Franco tuvo que intervenir enviándole un telegrama a Perón en el que protestaba por lo que consideraba “una calumnia” de la prensa contra su yerno. No quedaron ahí los líos del Yernísimo. En 1971 la revista Cambio16 lo relacionó con otro negocio de exportación encubierta de obras de arte a la Filipinas del dictador Ferdinand Marcos.
Estas y otras peripecias aún más sabrosas del que fuera hombre fuerte del régimen se cuentan en el magnífico libro La familia Franco S.A., el que probablemente sea el ensayo más completo sobre la fortuna amasada por la familia del dictador que acaba de publicar el escritor y periodista Mariano Sánchez Soler.
Pero, anécdotas al margen, por lo que sin duda pasará a la historia el marqués de Villaverde es por su récord de participación en los consejos de administración del auténtico enjambre de sociedades anónimas en los que tomó parte durante los años del despegue franquista. Según Sánchez Soler, entre 1950 y 1979, “Cristóbal Martínez-Bordiú fundó, presidió y/o formó parte de los consejos de administración de diecisiete empresas cuyos capitales sociales, según las escrituras, sumaban más de cuatro mil millones de pesetas. Todas las sociedades anónimas que contaron con la presencia del marqués vieron crecer sus capitales y sus ganancias”.
El negocio de la construcción tampoco se le resistió al marqués. Y el éxito le iba a llegar de la mano de Ernesto Koplowitz, un judío alemán que en los años cuarenta recaló en Madrid huyendo del nazismo con su familia. A España llegó con lo puesto, como suele decirse, pero tras lograr un trabajo como administrativo en AEG, Koplowitz empezó a relacionarse con los altos funcionarios del régimen. Tanto se relacionó y con tanta ambición y acierto que logró quedarse con una empresa, Construcciones y Reparaciones S.A., a la que cambió el nombre por Construcciones y Contratas S.A. y con la que consiguió el contrato en exclusiva para el alumbrado y alcantarillado de la ciudad de Madrid. Cuando en 1962 el millonario emigrado perdía la vida al caerse del caballo en un infortunado accidente ocurrido en el Club de Campo de Madrid, su fortuna superaba ya los 2.000 millones de pesetas.
Pero antes de irse de este mundo, un par de escándalos lo persiguieron –entre ellos un caso de fuga masiva de capitales a Suiza, que estalló en 1958– por lo que el magnate entendió que lo mejor para sentirse seguro era blindarse colocando a algunos halcones del franquismo en el consejo de administración de su floreciente compañía. Y ahí es donde entra la familia Franco. En los sillones de Construcciones y Contratas se sentaron finalmente, como presidente, José María Martínez Ortega (padre del Yernísimo); el propio marqués de Villaverde; José María Rivero de Aguilar, subsecretario de Obras Públicas y uno de los prohombres del régimen que regalaron el Pazo de Meirás al dictador en 1938; así como Alejandro Bermúdez González, director del oficialísimo Instituto de Moneda Extranjera.
Tras la muerte de Koplowitz y una dura pugna entre sus herederos, ya que el magnate no dejó testamento, el holding Construcciones y Contratas fue un “juguete en manos del clan de El Pardo”, asegura Sánchez Soler. La cuestión terminó resolviéndose entre abogados y trifulcas familiares. Koplowitz tenía dos mujeres: Isabel Amores, con la que no había llegado a casarse y de la que tuvo dos hijos, Ernesto, el mayor, e Isabel Clara; y la aristócrata Esther Romero de Joseu, condesa de Casapeñalver, con la que tuvo dos hijas, Esther y Alicia, las famosas Koplowitz que en los años ochenta entroncaron con los “Albertos”, famosos financieros. Finalmente, en 1963, el consejo de administración de la compañía quedó formado por, entre otros, José María Martínez Ortega, que conservaba la presidencia; las dos viudas de Koplowitz; el Yernísimo (que siempre estaba ahí); y, un año más tarde, el abogado de Ernesto Koplowitz Amores, hijo del millonario. Aquel letrado era un tal José María Ruiz-Gallardón, futuro dirigente de Alianza Popular, que duró en el consejo de administración apenas un año.
“El marqués de Villaverde, como acólito de su padre, supo estar a la altura de su influyente situación. El suyo fue sin duda un trabajo bien hecho, pero político. La empresa naufragaba con sus consejeros de El Pardo y, en 1966, el padrino Ramón Areces [segundo presidente de El Corte Inglés] zanjó el contencioso. Enamorado de la viuda de Koplowitz Esther Romero de Joseu, y tomando a las pequeñas Koplowitz como ahijadas, puso al frente de Construcciones y Contratas a sus ejecutivos de El Corte Inglés, quienes condujeron la empresa hasta la cima. Isabel Amores y su hijo Ernesto terminaron vendiendo su parte por más de cuatrocientos millones de pesetas y, como una sombra, el caballero de industria Cristóbal Martínez-Bordiú recaló en otros puertos después de cargar las bodegas de su nave de cirujano financiero”, añade Sánchez Soler.
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