Paris no ardió. Se libró de la quema ordenada por Hitler, gracias a la decisión del comandante germano encargado de cumplir esa misión. Paradójicamente, haber sido invadida tan pronto salvó de su aniquilación a la capital francesa, mientras que Berlín, cuyo destino era devenir la capital del mundo y verse rebautizada como Germania, quedó hecha fosfatina. Cuando menos el centro histórico y el barrio gubernamental, porque sin embargos algunas zonas residenciales no salieron tan mal paradas y siguen conservando su encanto de arquitectura modernista con unas calles frondosamente arboladas.
Tendemos a olvidar lo que nos recuerda Alfonso Roldán en una carta publicada por El País el 27.08.22. Los republicanos españoles que habían perdido su Guerra Civil encabezaron la liberación de Paris. Entraron los primeros con la División Leclerc. Recordaban el papel de las Brigadas Internacionales y, tras la victoria de un Caudillo auxiliado por Hitler, decidieron seguir luchando contra el totalitarismo fascista en Europa. Contra lo que quiso creer Negrín, el conflicto bélico mundial se inició algo tarde para que la República española pudiera formar parte de los Aliados. Quienes habían defendido el orden constitucional vigente debieron partir al exilio, pero eso no impidió que algunos prosiguieran la lucha contra el enemigo común.
Como sugiere Alfonso Roldán sería magnífico que se realizase un documental e incluso una película que contase las cosas tal como fueron. Por supuesto no se trata de glorificar nada. Simplemente sería hacer justicia con un episodio relevante de nuestra memoria histórica. Las calles y plazas de Francia portan con orgullo el nombre de Jean Moulin, jefe de la resistencia francesa y sucede nada similar con el mariscal Petain, presidente de la paradójicamente denominada Francia libre, porque al contar con un gobierno colaboracionista no estaba presuntamente ocupada por las tropas nazis.
Es una lástima que los integrantes de La Nueve sean homenajeados en Francia, mientras que son olvidados entre nosotros
Alemania también suprimió cualquier vestigio de Hitler y sus adláteres para evitar que pudieran devenir lugares de peregrinación. La suerte de Stalin ha sido distinta. Se ha olvidado su posicionamiento al comienzo de la Segunda Guerra Mundial y pasa por ser quien contuvo al nazismo. Putin está rescatando su figura para que le identifiquen como un comandante victorioso y justificar la invasión de Ucrania como una deuda para con el pueblo ruso, argumento muy caro a los conquistadores de turno.
Bien al contrario, el culto al franquismo que se tolera entre nosotros debería revisarse, para homologarse con los estándares europeos. Desplazar su féretro a un cementerio sacándolo del mausoleo fascista que construyeron esclavos republicanos fue considerado blasfemo literalmente y un anatema en términos políticos. La reivindicación del golpismo que hacen sus adeptos les homologa con quienes consideran el más acérrimo enemigo. De nuevo esto no ensalza nada ni obvia las barbaridades cometidas durante la Guerra Civil por el otro bando, pero conviene recordar que la barbarie prosiguió en la posguerra con una cruzada.
Hace ya ochenta y un años, en agosto de 1943, carros blindados que tripulaban republicanos españoles llegaban a Paris ocupando sus lugares más emblemáticos para liberarla del yugo nazi. La capital francesa quedó prácticamente intacta. Una ingenua confianza en la línea Maginot no les defendió de una guerra relámpago donde prevalecieron los Panzers alemanes. La pronta rendición de Francia evitó que sus ciudades fueran bombardeadas y quizá un enfrentamiento civil entre su población. Es una lástima que los integrantes de La Nueve sean homenajeados en Francia, mientras que son olvidados entre nosotros, pese a ser un episodio relevante para nuestra memoria histórica
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