Marta Sanz escribió un poema, incluido en Vintage (Bartleby Editores, 2013), que dice así: “Es verano. A lo lejos se escuchan el chapoteo y los gritos de la piscina municipal. Huele a cochiquera y a cloro. Una mujer baja de un coche. Viene a desenterrar huesos”. La antropóloga argentina Marisol Schwab, de 35 años, bien podría ser esa mujer aunque en el cementerio de Paterna (València), donde el equipo de Arqueoantro excava la fosa 111 de la represión franquista, no hay piscinas ni mucho menos chapoteos. El equipo ya ha exhumado 89 cuerpos de la fosa en poco más de dos meses de trabajo bajo un sol de justicia. “València no es de los lugares más felices para excavar porque el calor y la humedad es lo que más afecta y deteriora las condiciones de los huesos”, cuenta Schwab por teléfono a elDiario.es desde su laboratorio instalado en el cementerio.
Marisol Schwab es licenciada en antropología física y biológica por la Universidad Nacional de La Plata y doctora en genética humana. Schwab quedó muy impresionada cuando vio por primera vez una fosa con “un cuerpo amontonado encima del otro”, pero aún más asombro sintió cuando observó por primera vez el objeto personal que acompañaba a uno de los fusilados: un lápiz. “Da mucha impresión ver todo lo que se tienen que movilizar los familiares siendo el Estado quien tiene que ser reparador del daño que causó”, dice la responsable del laboratorio de Arqueoantro. “Al no ser considerados crímenes, el Estado no responde por si solo, son los familiares los que están en lucha constante”, agrega.
El trabajo del laboratorio postexhumación, tal como resume Schwab en uno de los videos que explican semana tras semana la evolución de la excavación, se sitúa a medio camino entre las labores a pie de fosa y el análisis final del ADN en un laboratorio de Madrid. La antropóloga extiende los huesos que conforman el esqueleto humano de quien hace ocho décadas fue fusilado por el régimen franquista durante la brutal represión de la posguerra, los deja secar y los limpia. Una vez secos y limpios, almacena en bolsas de plástico las partes anatómicas sin mezclarlas y se guardan en una caja que corresponde a cada uno de los cuerpos exhumados.
Antes de “encajar y embolsar”, Schwab toma algunas piezas, generalmente muelas o el fémur, que servirán para realizar el análisis posterior del ADN y cruzar los resultados con las tomas de muestras de los descendientes. “Principalmente son muelas o premolares porque tienen el esmalte que protege el ADN, o el hueso largo por excelencia que es el fémur”, explica desde el cementerio de Paterna. Siempre buscan huesos o dientes que no estén rotos para asegurarse de que el ADN esté bien “encapsulado” y no haya contaminación. “En antropología forense es importantísima la genética”, recuerda la investigadora.
En el laboratorio se aseguran de que los huesos pertenecen al individuo en cuestión y no se confunden con los restos de otro cuerpo porque, aunque parezca mentira, los fusilados se mueven bajo tierra aun después de muertos, como si se tratara de la última novela de Marta Sanz —pequeñas mujeres rojas (Anagrama, 2020)— en la que los personajes enterrados en una fosa dialogan entre sí. “En realidad existe un movimiento porque, en principio, hay una pérdida de las partes blandas y en el momento en que se pierde líquido corporal, grasa o músculo, eso genera un desplazamiento. Tal vez un cuerpo de costado se gira hacia abajo y eso afecta a todo lo que está alrededor”, declara la antropóloga. Los “procesos tafonómicos” (todo lo que ocurre en el momento del enterramiento, como la putrefacción o la temperatura, entre otros) afectan a los huesos.
A veces se encuentran “huesitos” perdidos que hay que adjudicar a un cuerpo u otro. “Si el individuo está boca abajo, los huesitos van cayendo al fondo de la fosa y se articulan entre si”. “Por suerte los seres humanos somos diversos en tamaños, estatura, edad, y eso es una gran ayuda para poder separar”, cuenta Schwab, quien trabaja permanentemente en coordinación con el resto del equipo que excava la fosa a pocos metros del laboratorio (“es un trabajo de ida y vuelta”). “Mis compañeros hacen un plano de la fosa de modo que se puede saber quién estuvo encima de otra persona, o mano con mano, o pie con pie. Ahí se ven los posibles candidatos cuando hay un hueso perdido”, agrega.
El equipo de Arqueoantro, al que se presentó voluntaria hace dos años y del que ha acabado siendo responsable de laboratorio, cuenta con una amplia experiencia en la excavación de fosas de la represión franquista. Los trabajos en el cementerio de Paterna están financiados por el área de Memoria Histórica de la Diputación de València, un interés de las administraciones públicas más que reciente visto en perspectiva. En el cementerio civil de Castelló, la Generalitat Valenciana financia los trabajos de exhumación de una fosa en la que yacía, entre muchos otros, el cuerpo del alcalde de Llucena, fusilado en 1939.
“Cuando llegué a España me asombró que era de los países con más personas fusiladas por crímenes cometidos por el Estado y casi no se hablaba del tema, fue lo más chocante al principio”, recuerda Marisol Schwab. En Argentina, mal que bien, ha habido importantes procesos penales contra los responsables de los crímenes de la dictadura militar. “Yo vivia en La Plata”, cuenta la antropóloga, “donde se hacían los juicios a los represores, y eran orales y públicos”. “A pesar de que siguen teniendo bastante poder, muchos pudieron terminar sus días en la cárcel mientras que aquí murieron con todos los honores. Los asesinos, los represores, los que acusaron injustamente. Eso da mucha impotencia”.
Cuando acabe la excavación en Paterna (aún les queda la fosa 120), el equipo de Arqueoantro partirá con sus bártulos a exhumar cuerpos de otra fosas desperdigadas por el territorio valenciano. “Los huesos claro que impacta verlos pero terminan siendo el objeto de trabajo de uno. Lamentablemente uno se acostumbra a ver las fracturas y los disparos de proyectil que se encuentran en los cráneos”, dice Schwab.
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