En tres semanas del otoño de 2008, la cárcel de Carabanchel pasó a ser un montón de escombros. La lucha del movimiento vecinal, que había ido progresivamente a más y reclamaba al menos salvar la cúpula principal para convertirla en un lugar de memoria democrática, era detenida en seco cuando el 23 de octubre comenzaba la demolición de un edificio histórico en sí mismo que fue construido justo al término de la Guerra Civil por orden del franquismo. A mediados de noviembre, el enorme solar de 200.000 metros cuadrados era una inabarcable montaña de ladrillos.
La hicieron desaparecer físicamente pero su memoria resiste. Para los más mayores, como la prisión franquista que era, construida por los propios republicanos, por los vencidos, con sus propias manos. Para los más pequeños de la zona, una enorme e inexpugnable mole de las que poco o nada les habían contado, y en torno a la que ya se habían acostumbrado a escuchar a los presos y las presas comunicarse con el exterior a gritos, saludando incluso con las manos a través de los barrotes, con sus parejas allí plantadas durante horas, al otro lado de los muros y las alambradas.
El presidio cerraba sus puertas en 1998 tras 55 años de funcionamiento. Empezaba así la disputa entre los vecinos de Aluche, Eugenia de Montijo y Carabanchel Alto y las administraciones implicadas para conseguir equipamientos, servicios sociales e incluso un hospital en la gigantesca parcela. Una batalla que aún hoy, quince años después, no ha llegado a su final, aunque se vislumbra tras el acuerdo del Ministerio del Interior y el Ayuntamiento, que planea edificios para 650 viviendas —solo el 34% protegidas—, un espacio para la formación de policías junto a la comisaría y el Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) ahora en funcionamiento, oficinas, un centro educativo, zonas verdes y un hospital.
"Nosotros solo pedíamos mantener la cúpula como elemento simbólico, que era muy grande, pero no llega al 1% de la superficie", explica a infoLibre Jesús Rodríguez, miembro de la Plataforma Centro de Memoria Cárcel de Carabanchel, quien añade que, viendo el plano urbanístico actualmente aprobado, la cúpula "casi encaja en la única plaza, entre el hospital que dicen que quieren a hacer y los edificios que se mantienen adscritos a Instituciones Penitenciarias". "Ahí es donde en teoría nos ofrecen un edificio parcialmente", apunta, comentando que su reivindicación ahora es "que excave para ver qué hay de lo que queda de la cárcel, para que los sótanos de la cúpula se saquen a la luz y se comunicasen con el edificio de al lado, donde podría estar el centro de memoria", de una manera parecida a la Topografía del Terror de Berlín, un edificio moderno que cuenta con una zona expositiva en los restos de los sótanos del edificio de la Gestapo.
Rodríguez es también autor del libro Carabanchel. El derribo de la vergüenza (El Garaje Ediciones), resultado de su pasión por la fotografía y su activismo de la memoria como vecino de muchos años en la zona. Así, cámara fotográfica en mano, Rodríguez documentó gráficamente, día a día, el derribo de la Prisión Provincial de Madrid, conocida popularmente como Cárcel de Carabanchel, emblema de la lucha antifranquista. El reportaje fotográfico, de indudable valor histórico, va acompañado de textos periodísticos de la época, citas y declaraciones diversas, que dan fe de cómo se fraguó esa "vergüenza" con la que PSOE (en el Gobierno al mando de Instituciones Penitenciarias) y PP (desde el Ayuntamiento) precipitaron el derribo pese a las demandas ciudadanas de conservarla en todo o en parte como centro para la memoria.
"Carabanchel es la única cárcel que se construye con mano de obra republicana. Los presos salían del colegio Santa Rita y del reformatorio Príncipe de Asturias, que es el Instituto San Isidro, que está dentro de la finca de Vista Alegre. Ahí estaban los presos y todos los días iban a construir Carabanchel, y cuando ya más o menos había algo construido en 1944 y se pudo, a los presos de Santa Rita los dejaron en Carabanchel. Entonces fue cuando cerraron Porlier y otras cárceles que había en la ciudad de Madrid", rememora Rodríguez, quien sigue lamentando tres lustros después la demolición de la prisión.
Por eso, continúa: "Es desde el primer momento un monumento franquista, que serviría para explicar el franquismo, el trabajo esclavo, los fusilamientos... porque al principio se fusilaba en el Cementerio del Este, pero luego hubo fusilamientos en Carabanchel, o se llevaban a los presos desde allí hasta el campo de tiro de Campamento. Y eso pasó hasta 1975, es decir, que toda la historia del franquismo estaba ahí, y al estar construida por presos republicanos, puedes enlazar perfectamente su historia con la Guerra Civil. Era el sitio idóneo".
Su propia historia, desde la primera piedra, convierte a la Cárcel de Carabanchel en "el sitio ideal para explicar el franquismo", en palabras de Rodríguez. "No lo puedes explicar en Cuelgamuros, donde parece que lo quieren hacer. Cuelgamuros es un cementerio, un sitio de exaltación, y tiene su historia, pero no hubo allí gente permanentemente encerrada", argumenta, lanzando un interrogante: "¿Habría salido Vox de haber podido explicar a los jóvenes desde hace años lo que fue aquello? Me pregunto cómo sería si hubiera habido un centro de memoria desde 2008, o incluso antes, donde llevar a los jóvenes, porque la cárcel de Carabanchel podría haber sido como el Auschwitz español, salvando las distancias de lo que ocurrió allí".
Sin embargo, ya antes de ordenar el cierre del complejo penitenciario en el Boletín Oficial del Estado (BOE) del 11 de septiembre de 1998, el Plan General de Ordenación Urbana de Madrid (PGOUM), aprobado en 1997 por el Ayuntamiento con los votos a favor del PP —en solitario y con mayoría absoluta— y en contra del PSOE e IU, modificó el uso del terreno ocupado por la prisión pasando a ser residencial. Tras permanecer cerrada e intacta durante ocho años, se producen cada vez más frecuentemente accesos incontrolados al interior de grafiteros, chatarreros y personas sin recursos en busca de cobijo. Al mismo tiempo, vecinos de la zona entran para constatar las enormes posibilidades de utilización futura de los edificios más significativos. Mientras todo esto sucedía, la única respuesta de los responsables políticos es la indiferencia, iniciándose así el desmantelamiento consentido de la instalación.
"Nos dijeron que estaba todo en ruinas, algo que luego quedó demostrado que no, pero esa fue la excusa", rememora Rodríguez, porque la cárcel "en 2008 estaba muy deteriorada", pero la primera vez que entraron los vecinos "en 2006 estaba intacta, con todas las rejas, puertas, tuberías...". Por eso, aún sigue lamentando que el Gobierno del PSOE fomentara "ese abandono y destrozo", y recuerda: "Tuvieron primero mucha prisa en dejar que se abandonara y se deteriorara, porque los que decían que estaba en ruinas y había que tirarla toda son los mismos que quitaron la seguridad privada que protegía las entradas y así se empezó a desmantelar todo".
En aquel momento podían llegar a juntarse hasta 2.000 vecinos con una reivindicación común, pero "nadie hacía nada" hasta que salió en los medios, se "alcanzó cierta repercusión" y fueron convocados para explicarles que iban a valorar si merecía la pena salvar algo (la versión oficial siempre fue que no). Y es que durante 2008 el movimiento vecinal, que organizó incluso multitud de visitas guiadas y luchó hasta el último momento, fue "bastante potente y bonito". Por eso, si finalmente se hiciera algo por la memoria de la cárcel "habría que contar también esta lucha vecinal" que, según Rodríguez, en última instancia "aceleró el proceso de derribo, porque hubo mucha gente que, a pesar del derrumbe, veía que aquello tenía posibilidades". "Se podía haber mantenido a lo mejor incluso con alas para un futuro hospital", apostilla.
Estos sentimientos de cierta rabia e impotencia, que todavía conservan los vecinos que siguen reivindicando servicios sociales y un reconocimiento adecuado de la memoria de lo que aconteció en el lugar, son los que llevaron a este activista de Aluche a sacar adelante este libro que llega a las librerías con el objetivo último de que siga presente el "abandono" y la "desidia" que tuvieron los políticos y lo que hicieron con ese edificio que, además, tenía un enorme valor arquitectónico. "Tuvieron mucha urgencia en demoler la cárcel pero ya vemos lo que hay quince años después", lanza con tristeza, señalando que en el derribo solo se dejó en pie una pequeñísima parte del muro exterior, junto al cementerio de Carabanchel Bajo, donde actualmente una persona sin hogar he encontrado refugio.
Y aún remata: "Tenemos que tener siempre muy presente que es un terreno público y te dicen que van a construir viviendas como si fuese la única solución, cuando en estos distritos hay carencias que paliar y esta es una oportunidad. No solo tiraron la cárcel, sino que ahora venden como bueno un plan urbanístico que no es bueno, porque hay una amenaza sobre el parque Eugenia de Montijo, con la autovía de cuatro carriles que va por el medio y que va a terminar destrozando el parque y siendo una barrera entre los dos distritos de Carabanchel y Latina, lo cual no es ninguna mejora. Fue un palo que tiraran la cárcel, porque ya habíamos llegado a querer ese edificio, que era extraordinario desde el punto de vista arquitectónico. Pero no hubo manera".
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