dimecres, 17 d’abril del 2013

Cuando Valencia fue capital de la II República, una ruta organizada por Joves Socialistes de Valencia


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Desde finales del año 1936 y hasta 1937 la ciudad de Valencia acogió el Gobierno de la República que se había trasladado de Madrid, convirtiéndose en la capital provisional de la Segunda República Española en plena Guerra Civil. Durante este corto pero crucial periodo de tiempo la ciudad cambió por completo, tanto por lo que se refiere a su imagen urbana como a la vida cotidiana de los valencianos y las valencianas. La llegada de intelectuales, artistas, políticos, refugiados, periodistas, delegaciones y diplomáticos extranjeros transformó Valencia en una urbe cosmopolita donde la vida transcurría en los cafés literarios, cines, teatros y sedes sociales, caracterizados por su constante actividad.
Con el objetivo de conocer, recordar y reivindicar este periodo tan importante de la historia de Valencia, a la vez que desconocido, Joves Socialistes de Valencia organizó el pasado sábado 13 de abril, víspera del Día de la República, un recorrido por los lugares más emblemáticos de aquella época en la que el cap i casal fue la capital de la República Española. Para ello contaron con Cristina Escrivá, escritora e investigadora especializada en la recuperación de la memoria colectiva, autora de muchas publicaciones como València i les dones republicanes; De las negras bombas a las doradas naranjas; València, la ciutat dels sabuts; La Paz es nuestra, 30 mujeres de un infinito; Los Institutos para Obreros, un bello sueño republicano;  La muerte de la libertad (2009).
A través de esta ruta guiada por Cristina Escrivá, los participantes tuvieron la oportunidad de conocer los puntos de interés que durante aquellos días albergaron la historia viva de la ciudad, y reflexionar sobre las transformaciones experimentadas desde entonces. Los lugares con historia no son únicamente monumentos o enclaves privilegiados; las mismas calles o plazas, como espacios públicos de la ciudad, constituyen importantes lugares para la memoria colectiva. Poner el nombre a una calle o plaza supone una elección realizada por un órgano de poder, cuyo objetivo puede ser el de perpetuar el recuerdo de una persona o acontecimientos históricos y fechas importantes, y en el que es determinante el contexto en el que se hace. De esta forma, el callejero urbano cambió según estuviera vigente la República o la Dictadura; como ejemplos de ello, la actual avenida María Cristina, llamada Pablo Iglesias durante la República, o la Plaza del Ayuntamiento, llamada así en la actualidad pero que ha pasado por diferentes denominaciones: plaza Emilio Castelar, plaza del Caudillo y plaza del País Valencià (incluso fue bautizada simbólicamente como Plaza del Quince de Mayo durante el 15 M).
La elección del presidente Francisco Largo Caballero de situar en Valencia la capital de la República supuso trasladar desde Madrid todas las instituciones y dependencias del Estado. A la hora de instalar los distintos ministerios y organismos del gobierno se recurrió a la ocupación de los palacios de aristócratas o gente adinerada, que o bien fueron confiscados a los propietarios que se habían marchado para poner a salvo sus vidas, o bien cedieron sus propiedades para ese fin. La presidencia del gobierno estuvo en el Palacio de Benicarló (actual sede de las Cortes Valencianas); la presidencia de la República en el edificio de Capitanía General de la Plaza de Tetuán. Las Cortes se reunieron en dos ocasiones históricas: una, en el salón de sesiones del Ayuntamiento, y otra, en la Lonja de la Seda. Por su parte, el Ministerio de Gobernación se situó en el Palacio de Barón de Llaurí en la calle de Samaniego, el Ministerio de Agricultura en el Palacio de Trenor de la calle Caballeros (llamada por aquel entonces calle de la Metalurgia por encontrarse el Sindicato del Metal), el Ministerio de Instrucción Pública en la antigua Universitat de València y en el Hotel Palace de la calle de la Paz; el Ministerio de Sanidad en la calle de Sorní y más tarde en el Palacio de Berbedel, etc.
Pero los espacios son innumerables. Aún hoy es posible rastrear, aunque a duras penas, los lugares que acogieron las vivencias de aquellas personas: cafés literarios, embajadas, sedes de los sindicatos, sedes de los partidos políticos y sus vertientes juveniles, etc. Por ejemplo, el Ayuntamiento acogió el famoso Congreso de Intelectuales Antifascistas; el antiguo Hotel Metropol (ubicado en la calle Xàtiva) fue la sede de la embajada soviética y cuartel general del KGB; en el hotel Reina Victoria se alojaron personalidades como Heminway, Robert Capa o Tristan Zara; o en el edificio de Pintor Sorolla, la redacción histórica de El Mercantil Valenciano. Pero desgraciadamente estas y otras historias permanecen silenciadas en muchos edificios de la ciudad, despojados de cualquier placa o inscripción que les recuerde la importancia que tuvieron.
La calle de la Paz era el lugar de moda en la Valencia de los años 1936 y 1937. Sus edificios de fachadas eclécticas y modernistas, en buena parte abandonados por sus propietarios burgueses tras el estallido de la guerra, fueron reutilizados para usos públicos o como sedes políticas, sindicales y culturales. Un recorrido por esta calle nos transporta, con nuestra mirada, a los años revolucionarios de la contienda. El café Ideal Room, que se hallaba en una esquina entre las calles de la Paz y de Comedias, se convirtió en la popular sede de las tertulias de buena parte de escritores, artistas, funcionarios y corresponsales de guerra. En el número 5 se encuentra todavía hoy el edificio donde se encontraba la Unión de Muchachas (UM) de la Escuela Lina Odena, formada en 1937 por jóvenes de las Juventudes Socialistas Unificadas con el objetivo de reclamar el acceso de las mujeres a la vida laboral y política. En la misma calle se hallaba el Hotel Palace, reconvertido en Ministerio de Instrucción Pública y la Casa de la Cultura, presidida por Antonio Machado. Por este lugar pasaron los intelectuales y artistas más prestigiosos, como recuerda una inscripción en la fachada del edificio. Esta placa conmemorativa es una de las pocas excepciones que se conservan en recuerdo de aquella época, a pesar de que asumir la capitalidad del país supuso para Valencia el cambio de una ciudad secundaria a otra cosmopolita por razones políticas y bélicas y en la que se dio una ebullición artística, literaria, cultural, ideológica y propagandística sin precedentes.
Pero Valencia no sólo fue un importante foco cultural por su fervor creativo, sino también por su papel en la salvaguarda del patrimonio cultural español. Las Torres de Serranos albergaron desde noviembre de 1936 el Tesoro Artístico Nacional trasladado desde Madrid, al igual que el Colegio del Patriarca. Se eligió esta sólida construcción gótica debido a sus características arquitectónicas, adecuada para proteger las valiosas obras de arte procedentes del Museo del Prado y de otras instituciones. Se hicieron embalajes técnicamente impecables y se utilizaron los mejores camiones para su traslado a Valencia. Al frente de todo este trabajo se encontraba el gran cartelista e intelectual  Josep Renau, nombrado Director General de Bellas Artes (1936 -1938). Gracias a ello, el gobierno de la República, y especialmente el equipo de personas que llevó a cabo esta delicada operación, cuya importantísima labor no podemos olvidar, logró salvar de las bombas de la guerra un patrimonio cultural de incalculable valor. De hecho, esta ha sido recordada como la mayor evacuación de arte de la Historia.
Pero Valencia fue también una ciudad asediada por las bombas, y las autoridades tuvieron que trabajar en la construcción de refugios antiaéreos para proteger a la población de los bombardeos durante la guerra. Sabemos por un estudio de 2002 que la ciudad de Valencia llegó a contar con 258 refugios, situados en los sótanos de viviendas, calles, jardines y colegios. Estas estructuras, que tenían que soportar el impacto de las bombas que se lanzaban desde los aviones del bando nacional, eran excavadas en el suelo y sobre esta excavación se levantaba la obra. Ésta se realizaba a base de una gruesa capa de protección en el techo de celdas de hormigón en dos o más hiladas, rellenas con arena, para que sirviera de amortiguador. Exteriormente se remataban con dos entradas cerradas con verjas de hierro y grandes letreros indicadores con tipografía Art Decó (el refugio de la calle Serranos y el de la calle Alta – Ripalda todavía lo conservan intacto), que era fácilmente reconocible por la población.
La mayoría de ellos se han perdido para siempre bajo la moderna ciudad que se alza sobre ellos, pero todavía quedan algunos que permanecen en condiciones relativamente aceptables, que podrían ser recuperados y puestos en valor si hubiera un mínimo de voluntad política al respecto, cosa que nunca se ha dado por parte de la actual alcaldesa. Estos espacios podrían ser el lugar apropiado para organizar exposiciones que recordaran el importante papel de Valencia como capital de la República, dándoles un uso cultural y didáctico para convertirlos en centros de documentación e información sobre la Guerra Civil y su época. Al fin y al cabo la mejor manera de aprender de los errores del pasado es conocer la historia tal y como sucedió. Una vez adaptados y abiertos al público, estos refugios podrían formar parte de itinerarios culturales y turísticos para mejorar la afluencia de visitantes a esas zonas (que se pueden localizar en el barrio del Carmen mayoritariamente), contribuyendo así a su revitalización económica. Otras ciudades españolas, como Barcelona, Almería o Albacete, habilitaron desde hace tiempo estos espacios para uso público, con fines turísticos y culturales especialmente. Sin embargo, en Valencia, el nulo interés que ha demostrado el Ayuntamiento por recuperar  y conservar el patrimonio histórico republicano (motivado sin duda por motivos ideológicos), al igual que el patrimonio de otras épocas como la romana e islámica, parece indicar que, al menos de momento, los refugios de Valencia tendrán que esperar en el olvido y seguir formando parte de la larga lista de espera en la que se encuentra tanto patrimonio histórico  valenciano.
La sociedad debería reivindicar, con total normalidad, un mayor conocimiento y recuperación de la memoria histórica de esta época, bastante desconocida entre la ciudadanía valenciana y especialmente entre la juventud. Un periodo que sería todavía menos conocido de no ser por las iniciativas particulares y especialmente por la Universitat de València, que ha contribuido al conocimiento y recuerdo de la Segunda República a través de sus exposiciones, investigaciones, publicaciones y congresos. Las administraciones públicas valencianas, poco proclives a favorecer una reflexión crítica sobre nuestra tradición política y cultural más inmediata, debería impulsar proyectos culturales que contribuyan a consolidar la memoria colectiva. Pero la realidad es que apenas quedan vestigios de la estancia del gobierno republicano y de su paso por Valencia, en uno de los episodios más importantes de la historia de España. Hoy, las huellas han sido prácticamente borradas.
Por Esteban Longares Pérez