“La delató su novio, que era director de un colegio”
La hermana de Alfonso Vigre es una de las maestras republicanas de una cinta que opta al Goya
No hay semana que Alfonso Vigre (Madrid, 1929) no tenga un acto relacionado con el documental Las maestras de la República, de Pilar Pérez Solano. Esta misma tarde la cinta, que compite en los Goya, se exhibe en la Universidad Carlos III, en su escuela de mayores. Se emociona. De ella fue alumno y hoy interviene en la mesa. Alfonso se siente transmisor “de la memoria y la conciencia” de su hermana Julia (1916-2008), maestra represaliada en el franquismo y uno de los personajes de esta película, que sirve para rendir homenaje a las profesoras que intentaron modernizar la educación y luchar por los derechos de las mujeres.
Son tantos los espectadores conmocionados con el documental de la Federación de Enseñanza de UGT —de la que ella fue presidenta de honor— que hay un proyecto de micromecenazgo para grabar una segunda parte. Necesitan 80.000 euros. “A ver si tienen suerte”, dice sin confianza Alfonso en una churrería del castizo barrio de Embajadores, donde se criaron sus seis hijos. Julia quiso ser maestra y su padre, un carnicero socialista, no puso impedimentos a que compartiese aulario con varones. Inquieta, fundó el club cultural Unión de Muchachas, se afilió al Partido Socialista, se licenció en 1934 y apenas tuvo tiempo de asimilar el entusiasta proyecto —educación laica, igualitaria y sin separación por sexos— porque estalló la guerra. “Más que una maestra de la República, fue una maestra republicana”, la describe Alfonso, perito industrial tras muchos años trabajando en un taller.
“Mi hermana huyó a Alicante y tenía que irles a buscar un barco francés, pero no llegó porque les detuvo la armada de Franco. Hubo hombres que se tiraron al mar, otros se dieron un tiro. Les tuvieron luego en un campo de concentración en el castillo de Alicante, y de ahí a Madrid en tren, como ganado”, rememora Alfonso, relator de las vivencias de Julia a los expertos en historia de la educación desde que el alzhéimer le borró los recuerdos a la mujer.
En la capital las cosas no mejoraron. Animosa, en la prisión de Ventas Julia organizaba obras de teatro y, tras llevarse a los menores, empezó a enseñar a sus madres presas. A veces, en la ropa que le entregaba a su madre descosía las costuras para meter papeles de seda en los que describía con letra minúscula lo que ocurría. Como la muerte de las 13 Rosas. También su padre, presidente de la comunidad de vecinos, pasó meses entre rejas, acusado por uno de ellos, policía, de la desaparición de otro. “Por suerte se encontró el acta de su defunción”. Como represaliada, Julia no podía ejercer de maestra pública al acabar la contienda, así que daba clases particulares. Hasta que el miedo de una intervención aliada en España en 1945 —ella era conexión con los exiliados— la llevó a un consejo de guerra que la declaró culpable. “En total, pasó siete años en la cárcel. De nuevo en Ventas, Segovia, Ávila, Amorebieta...”, enumera Alfonso. Su detención la tiene grabada a fuego. “La delató su novio, que era el director de un colegio en el que daba clase”. Ni su madre ni él habían querido colaborar con la policía. Tras muchas reivindicaciones, en los sesenta consiguió ser rehabilitada como funcionaria, y tras pasar por escuelas rurales de Segovia y Guadalajara, terminó su labor docente como directora de un colegio de Alcorcón. “No paró hasta que la enfermedad le hizo olvidarse de las cosas”.
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