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Un doble volumen desvela las cartas inéditas entre el Nobel y otros miembros del 27 con el poeta cordobés Ricardo Molina, impulsor de la revista ‘Cántico’
“Presiento que usted ha de ser un excelente amigo. No sé por qué, yo hasta quiero verlo en su poesía”. Es la palabra escrita por Vicente Aleixandre, miembro de la Generación del 27, al poeta cordobésRicardo Molina (1917-1968), impulsor de la revista literaria Cánticoen la España de fines de los cuarenta. 115 documentos, entre cartas, postales, felicitaciones navideñas… casi todos inéditos, ven ahora la luz para revelar la estrechísima amistad entre el escritor sevillano y otros componentes del 27 con Molina, en un doble volumen del que es autora la gaditana Olga Rendón Infante, doctora en Filología Hispánica e investigadora de la Universidad de Cádiz. Rendón (Vejer de la Frontera, 1976) ha trabajado durante más de 10 años en el archivo de los Molina, que durante décadas durmió olvidado en cajas. Esta profesora dio con este tesoro de casualidad, por una coincidencia familiar. “Fue impresionante la emoción cuando empecé a leer aquellas cartas manuscritas en las que hablaban de su poesía de una forma tan desnuda”, recuerda. Los Poetas del 27 y el grupo Cántico de Córdoba (editorial Alegoría, con prólogo deVicente Molina Foix) reúne y analiza la correspondencia que cruzaron entre finales de 1947 y de 1967 Aleixandre, Luis Cernuda,Jorge Guillén, Gerardo Diego y Dámaso Alonso con Molina.
Este poeta inició la relación con los cinco de la misma manera: una carta en la que se presentaba acompañada de un ejemplar de la recién nacida revista –cuyo título procedía de la gran obra de Guillén- y para la que pedía su colaboración. Una publicación con su portada de color avellana que junto a Pablo García Baena y otros jóvenes puso en pie el cálido octubre de 1947 para recuperar el vínculo con el 27, destrozado tras la Guerra Civil.
De los dos libros, el primero está dedicado al carteo entre Aleixandre y Molina. Con el autor de La destrucción o el amor mantuvo el de Puente Genil gran “complicidad”, subraya Rendón. El cordobés le envió su Oda a A (por Aleixandre), que mereció esta contestación: “Tiene usted verdadera alma de poeta”. El 11 de febrero de 1948, Aleixandre lamenta no verle: “Este es el destino de las amistades a distancia: no poder llegar nunca a ese grato abandono que dan las horas de intercambio bajo un cielo y una luz propicios”. Como se ve, Aleixandre “no deja de ser poeta en sus misivas”, señala la autora, para quien este vínculo se forjó “porque se reconocían el uno en el otro”. Solteros, apasionados, de salud frágil y cuidados por hermanas solteras. El 18 de marzo, Aleixandre le dice: “Cuando los enajenados se unen con sus cuerpos, es que anhelan enlazar sus almas”. Y le sigue una reflexión desgarradora: “No sé si cuando yo muera se podrá saber la capacidad de amor y de sufrimiento que hubo en este corazón”. Consciente de tanta solemnidad, añade: “Vaya carta que me ha salido. No se quejará usted”.
El 25 de mayo le confiesa: “Cuando tengo amistad no me gusta tenerla exclusivamente literaria. Me gusta ver a la persona […] y si tiene ganas de estar conmigo […] me pongo contento”. Cuatro meses después, le escribe: “Debes de ser apasionado, no hay más que leer tus versos. El amor es lo más hermoso […], pero hace sufrir terriblemente, quizá por eso da tanta dicha”.
También le habló de su poesía y se interesó por la complicada vida deCántico. Esta revista bimestral tuvo dos etapas, de octubre de 1947 a enero de 1949 y de abril de 1954 a 1957. Rendón subraya de las cartas el papel de Aleixandre como “guía espiritual y mentor de la publicación”, para la que escribióCarta a los fundadores de Cántico, “la única revista que amo”. Aleixandre compartía con estos cordobeses su rechazo por la poesía más panfletaria: “Se avecina una peste de lo humano, pero qué poquito va a durar” (4 de octubre de 1948). Su implicación le llevó a enviar a su amigo una lista de posibles colaboradores: “No es que te recomiende a ciertos poetas porque quiera favorecerlos […] Me interesa Cántico”. Entre esos nombres, Claudio Rodríguez y José Ángel Valente.
Otro poeta del 27 al que admiraban en Cántico fue el exiliado Luis Cernuda. Molina le envió libros y poemas que ablandaron a un receloso sevillano que le escribe el 13 de marzo de 1950: “Ausente de nuestra tierra andaluza […], tengo una vislumbre de ella a través de los versos de usted”. El vínculo se hizo más cercano cuando Molina le transmitió la intención de dedicar un número doble a su obra, con la participación de muchos autores. Desde México, el autor de La realidad y el deseo le contesta el 28 de febrero de 1955 en una conocida carta: “Sólo por tratarse de gentes tan bien intencionadas he vencido mi repugnancia a publicar en revistas de ahí”. Cuando Cernuda recibe el ejemplar, responde: “Me ha conmovido hallar tantos amigos con los que apenas creí contar”. Y en la despedida, el amargor del exilio: “Cuánto bien me ha hecho ver que no estoy tan solo como a veces me figuro”.
De la correspondencia entre Molina y Jorge Guillén se conserva poco. Rendón define ese intercambio como “cordial, pero no íntimo”, porque el vallisoletano se mostró reservado. Desde su exilio en EE UU le escribe el 25 de marzo de 1954 y le manda un poema: “Persisten en llamar a su revista Cántico. [… ] A pesar de estos días tan oscuros […] Admirable voluntad de cantar –o sea, de vivir […]”. En las cartas de Molina sorprende una alusión a su homosexualidad: “Vivo con mi madre y mi hermana. Soy soltero (de nacimiento)”.
Con Gerardo Diego hubo más cariño debido a sus visitas a Córdoba y sus artículos en un programa de poesía en Radio Nacional. Molina recurrió a la presencia del santanderino como jurado en uno de los premios literarios a los que se presentó: “Pensaba escribirte para poner mi libro a la sombra de tu amistad y pedirte que, si lo juzgas digno, le ayudes a conquistar el premio”. Una petición que no fructificó.
En sus últimas misivas, el autor de Elegías de Sandua se lamenta por su enfermedad cardiaca. En abril de 1967 le reconoce a Dámaso Alonso: “Veremos en qué termina esto. Me temo que acabe mal y pronto”. A Aleixandre también le hace partícipe de su estado: “Vivo esclavo del corazón […] Llevo dos meses en cama a fruta y verduras”. El 6 de octubre le informa: “Tendrían que ponerme una válvula mitral de plástico […] Veremos a ver lo que duro”. Tres meses y medio después le llega la muerte.
La comunicación de Ricardo Molina con Dámaso Alonso fue más amistosa que literaria. Con el objetivo de sus estudios gongorinos, el madrileño le pidió sucesivos favores para acceder discretamente a los papeles sobre Góngora en los archivos catedralicios de Córdoba. Molina también le ayudó en sus viajes por la provincia para un estudio sobre el habla de pueblos en los que se cambian aes por es al final de palabras. Para ilustrar ese texto, el filólogo le solicitó fotos: “Si no me [las] mandas, no te dedico el artículo. Bueno, te lo dedicaré […] pero pórtate bien”. A cambio, Molina insistió en que colaborase en Cántico, lo que nunca sucedió: “Sé que propones las cosas de buena voluntad y luego, con la misma buena voluntad no las cumples”, le reprochó entre bromas y veras el 31 de mayo de 1955. Sin embargo, el que fue director de la Real Academia Española pagó tantas atenciones con su influencia para que Molina consiguiese casi al final de su vida una plaza en un instituto de Córdoba. “Todo te lo debo a ti […] Ningún amigo se portó conmigo nunca como tú”, le agradeció el poeta cordobés.
Una revista pionera y a contracorriente
En 1947, Pablo García Baena Juan Bernier, Ricardo Molina y Julio Aumente editan en Córdoba el primer número de Cántico, una revista que tomaba su nombre de un grupo de poetas. Pionera y a contracorriente, la publicación dedicó en 1955 un número de homenaje a Luis Cernuda que entonces rompió, por primera vez, el silencio que existía en España en torno al poeta sevillano.
La publicación contó con el apoyo de los tres grandes poetas de la Generación del 27 que habían quedado en España: Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso y Gerardo Diego. Los jóvenes poetas comenzaron su aventura literaria con grandes dosis de optimismo que pronto se vieron mermadas hasta el punto que la desilusión les llevó por caminos distintos.
El poeta Ricardo Molina se volcó en el flamenco, Juan Bernier se dedicó a la arqueología y Pablo García Baena abrió en Torremolinos una tienda de antigüedades. En los años setenta aparece en el panorama literario español una generación que reivindica el trabajo realizado por Cántico conocida como losnovísimos y su reconocimiento les devolvió a la escritura.
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