EL VÍA CRUCIS DE ANARescatamos de la nebulosa del tiempo, la memoria y la leyenda la historia de Ana Faucha, una mujer que cruzó a pie España para visitar a su hijo preso en el penal de Valdenoceda, al norte de la provincia de Burgos, y que murió junto a sus grises muros sin cumplir su sueño de verle y abrazarle por última vez.
He intentado imaginarme a esa mujer con irresponsable ahínco, con la obsesión del loco o del enfermo, entre tinieblas, en largas vigilias, con el corazón y el alma a flor de piel. Quizás por ello
me haya perseguido en sueños, como mi propia sombra, por el laberinto de las alucinaciones, donde al cabo todo parece posible. He querido tocar y acariciar su rostro, besar sus manos, protegerla del frío del mundo, guiarla en la noche a través de los raíles helados del ferrocarril, tomarla en brazos para atravesar con ella los caminos más escarpados y pedregosos, susurrarle que no está sola, alimentar su cuerpo desnutrido, huesudo, frágil como el de un gorrioncillo.
La búsqueda ha resultado infructuosa. He recorrido largos corredores donde la memoria se confundía con la historia, donde el mito se fusionaba con la leyenda.
Pero ahora sé que ella existió. Que no es una invención. Pero si acaso lo hubiese sido, si acaso lo fuera, nada importaría. Su historia tiene la virtud de la verdad, del escalofrío, de la dignidad, del amor contra el dolor y contra la muerte. Porque la suya es una hermosa y trágica historia de pasión sin límites. Ella, ese fantasma que sólo he conseguido rozar, que me ha huido
con alas de ceniza hacia el remoto cielo del olvido, se llamaba Ana Faucha. Vivía en algún lugar del sur de España.Y su terrible historia arranca cuando su hijo es llevado preso a la cárcel burgalesa de Valdenoceda, en el norte de la provincia, en algún momento entre los años 1936 y 1943.
Ana Faucha no tenía a nadie más en su vida que a ese vástago, del que no sabemos ni el nombre.
Así que, angustiada, temiendo no volver a verle puesto que la muerte rondaba de cuneta en cuneta, de alcor en alcor, de penal en penal, emprendió viaje. Era pobre, por lo que no pudo pagar ni un pasaje de tercera. Durante semanas, quizás meses, esta madre totémica y arrojada recorrió el camino a pie, mendigando de pueblo en pueblo, alimentándose con lo justo, tal vez un mendrugo duro de pan, y guardando en un hatillo lo de mayor calidad -comida enlatada,
sartas de algún embutido- para entregárselo al hijo cuando se encontrara con él.
He evocado a Ana vestida de negro, nervuda como un sarmiento, oculto su cabello gris con un
pañuelo, calzada con raídas alpargatas, veinte, quizás treinta kilómetros, por caminos polvorientos, por parajes agrestes e inhóspitos. A veces, para no perderse, cubría las distancias diarias junto a los paralelos raíles del ferrocarril. ¿Ven a esa mujer andar con la cabeza gacha junto a las vías del tren, lentamente pero con inquebrantable determinación? ¿La ven atravesar
campos de trigo? ¿La ven pedir en los pueblos sin fuerzas siquiera para hablar, sin aliento apenas? ¿La vendormir recogida enun gurruño, a la intemperie, como un mendigo harapiento que esperara el alba o lamuerte? ¿La sienten tiritar de frío allí acurrucada? ¿Imaginan sus pies negros, zaheridos? Ana llegó a Valdenoceda. Exhausta.
La veo allí, quieta en el alto de la Mazorra, con nieve hasta las rodillas, contemplando el pueblo
abajo -el orgulloso torreón de los Condestables de Castilla, las adustas casitas castellanas, los álamos del río, el siniestro perfil del edificio en el que estaba encerrado su hijo-. Se pueden oír desde aquí los latidos de su alborozado corazón. ¿Se lo imaginan, después de la odisea
de esa madre coraje que, tras padecer un infierno, cree tocar el cielo? Su hijo está allí. ¿Se le haría casi tan largo el descenso del puerto como todo el viaje? ¿Le asaltarían negros pensamientos sobre la posibilidad de haber llegado demasiado tarde, de que le hubiese
sido vedada la última visión, el postrero abrazo?
Ana cruzó temblorosa el umbral de la cárcel. Tras la ventanilla del vestíbulo un funcionario fumaba. La mujer se acercó y preguntó por su hijo. El hombre consultó un fichero y le espetó que el preso que buscaba estaba aislado en una celda de castigo. ¡Cuesta tan poco sentir cómo se arrugó el corazón de la madre! Quiso saber si podía, al menos, hablar con él, aunque fuese a través de un muro; si al menos le harían llegar el paquete que traía para él. E incluso contó, ingenua, su periplo. Pero los guardianes de la cárcel se negaron nuevamente.
Durante al menos una semana, cada día, Ana se acercaba al penal y aguardaba allí hasta que caía
la noche y cerraban las puertas.Todos los días esperó en vano. Llegó a gritar, como enloquecida, y a golpear los altos muros que la separaban de su hijo.Una mañana, junto a un camino cercano a los muros del penal, casi cubierto por la nieve, un vecino de Valdenoceda encontró su cuerpo yerto, quebrado por el dolor y el agotamiento. Estaba abrazada al paquete que siempre llevaba consigo y que esperaba haber hecho llegar a su hijo.
Ana se había muerto como un pajarillo sin verle por última vez. Sucedió en algún momento entre
1936 y 1943. Entonces hubo miles de historias como la de Ana. Historias de madres y mujeres con hijos y esposos encerrados. Pero la de Ana es un símbolo; de alguna forma representa a las demás. La ha contado en varias ocasiones Marcos Ana, el preso que más años pasó encarcelado durante el franquismo, siempre en tono elegíaco, sin datos precisos, dejando abierta
la puerta a la leyenda.
La búsqueda a través del tiempo para conocer más detalles sobre esta mujer increíble ha sido estéril. Pero era necesario contar su historia, por la lección de vida, por el ejemplo de amor. Para que no caiga sobre ella -sobre todas ellas el manto oscuro del olvido.
Ana: gracias por haberme desvelado siguiendo tu rastro de niebla. Gracias por haberme estremecido. Aunque no te haya encontrado. Aunque quizás no hayas existido nunca.
1 comentari:
http://www.buscameenelciclodelavida.com/2015/01/ana-faucha.html
La foto la busqué y la preparé yo en Fhotoshop.
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