diumenge, 25 de març del 2018

EL CASTILLO DE CASTELLDEFELS, ANTIGUA PRISIÓN DE LAS BRIGADAS INTERNACIONALES


http://www.cielooscuro.com/2011/historia/un-castillo-de-muy-mal-aguero/


INVESTIGACIÓN / EL CASTILLO DE CASTELLDEFELS, ANTIGUA PRISIÓN DE LAS BRIGADAS INTERNACIONALES

Un castillo de muy mal agüero

En 1988, el Ayuntamiento de Castelldefels adquirió el Castillo homónimo a los descendientes de la familia Girona. Su estado era lamentable, tras décadas de abandono. Durante los trabajos de restauración aparecieron unos curiosos dibujos y unas inscripciones en las paredes de la capilla de la Mare de Déu de la Salut, en la iglesia adosada al Castillo. Resultaron ser obra de brigadistas internacionales, las unidades militares extranjeras que lucharon por la causa republicana durante la Guerra Civil Española (1936-1939). Durante unos diez meses, el Castillo se convirtió en una prisión de brigadistas. Según varios testimonios en sus celdas de castigo se cometieron todo tipo de atrocidades, incluso asesinatos, pero los cuerpos nunca han aparecido. Las dependencias del Castillo lucen hoy espléndidas tras culminar la tercera fase de las obras de recuperación. Esta investigación pretende arrojar algo de luz sobre los espeluznantes sucesos que acaecieron en el interior del Castillo.
Texto: ALEC FORSSMANN
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El aspecto actual del Castillo obedece a la restauración que acometió Manuel Girona en 1897. / A.F.
El municipio de Castelldefels, situado a unos 18 kilómetros al sur de Barcelona y que cuenta con una concurrida playa de casi cinco kilómetros de longitud, es un lugar de residencia, pero también un lugar de paso. Al transitar por Castelldefels -a pie, en bicicleta o en coche- o simplemente al cruzar la localidad por la Autovía o la autopista C-32, el Castillo aparece desnudo ante la vista desde múltiples perspectivas. Si bien a sus pies se han multiplicado los edificios, la estampa de la fortaleza, en lo alto de un promontorio de 59 metros de altura, apenas ha cambiado con el paso de los años. En las escasas fotografías en blanco y negro que se conservan de Castelldefels en los años 30 se aprecia el Castillo, retirado y circundado por unos pocos pinos, algarrobos y arbustos; la vegetación es un poco más espesa hoy en día. El Castillo no es especialmente bonito ni especialmente antiguo. Aunque es cierto que está asentado sobre ruinas ibéricas y romanas sobre las que se levantó una iglesia en el siglo X y un castillo en el XIV, el edificio actual es fruto de la restauración -o más bien reconstrucción- que acometió el banquero, empresario y político barcelonés Manuel Girona i Agrafel en 1897, en el momento en que hizo efectiva la compra de la baronía de Eramprunyà. En 1988, el Ayuntamiento de Castelldefels adquirió el Castillo y la iglesia a los descendientes de la familia Girona y emprendió una profunda restauración de todo el conjunto, que durante muchos años había permanecido en estado de abandono. La panorámica más atractiva del Castillo se obtiene por la noche, cuando está iluminado por unos potentes focos.
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El Castillo de Castelldefels en una fotografía de los años 30. / AJUNTAMENT DE CASTELLDEFELS
¡Si las paredes hablaran!, reza el dicho, algo ridículo -puesto que sabemos que las paredes ni oyen ni hablan- pero cargado de razón. Esta expresión se podría aplicar perfectamente a las paredes encaladas del Castillo de Castelldefels. Si estas paredes hablaran, bien seguro que narrarían historias espeluznantes. Estas paredes debieron ahogar los gritos desgarradores y los lamentos de algunos reclusos que fueron martirizados hasta la agonía y en algunos casos… hasta la muerte. El teniente alemán Hans Rudolph, por ejemplo, fue torturado durante seis días: le arrancaron las uñas de las manos y le rompieron los brazos y las piernas; finalmente, el 14 de junio de 1938, lo arrastraron a un bosquecillo cercano, le pegaron un tiro en la nuca y lo enterraron. Al menos así lo cuenta el italiano Carlo Penchienati, ex comandante de la Brigada Garibaldi, en su libro, Brigate Internazionali in Spagna (delitti della «ceka» comunista), publicado en 1950. Puede que su sepultura y las de otros camaradas fueran profanadas porque, al menos, hasta la fecha, ningún cadáver ha sido hallado en los terrenos aledaños al Castillo. Sus recios muros siempre han estado expuestos a las miradas distantes de los lugareños, pero lo que ocurría en su interior sigue siendo un misterio.
Al teniente Hans Rudolph le arrancaron las uñas y le rompieron los brazos y las piernas; le pegaron un tiro en la nuca y lo enterraron
Estos hechos sobrecogedores ocurrieron en un espacio de tiempo muy corto, apenas diez meses, pero inmersos en un periodo crucial de la historia de nuestro país: la Guerra Civil Española (1936-1939), un conflicto que marcó decisivamente la historia de España y que, más de 70 años después, sigue removiendo conciencias y despertando resquemores. Algunas dependencias del Castillo fueron utilizadas como celdas de castigo desde abril de 1938 hasta enero de 1939, posible fecha de evacuación del mismo ante la inminente llegada de las tropas franquistas. Los protagonistas de esta historia formaban parte de las Brigadas Internacionales: jóvenes -la mayoría veinteañeros- que abandonaron sus hogares en Francia, Dinamarca, Gran Bretaña o Estados Unidos para luchar, de forma voluntaria, a favor de la República. No se sabe con exactitud cuántos brigadistas extranjeros llegaron a participar en la guerra, unos hablan de unos 30.000, otros hablan de unos 60.000. Sin embargo, miles de ellos jamás regresaron a sus casas; algunos parece ser que perecieron en el Castillo de Castelldefels, por inanición o de un tiro en la nuca. El paisaje que contemplaron a través de las rejas -los campos de cultivo, el mar y el cielo azul- pudo ser, para muchos de ellos, el último que divisaron en sus vidas. Como el impetuoso viento otoñal que barre las calles de una ciudad, el paso del tiempo se lleva por delante todos estos recuerdos. Estos jóvenes brigadistas, que apenas hablaban el castellano, no merecen ser olvidados. Todavía hay muchas preguntas en el aire: ¿cuántos brigadistas fallecieron realmente en el Castillo? ¿Dónde fueron a parar sus cadáveres? ¿Por qué nadie los ha reclamado? ¿Qué extraños hechos acaecieron en el Castillo después de la guerra? En esta investigación -que permanece abierta- conviene avanzar con cautela, ya que son pocos los testimonios -y algunos no muy fiables-, mientras que los falsos rumores y las leyendas tienden a distorsionar la realidad.
¿Cuántos brigadistas murieron en el Castillo? ¿Dónde están sus cuerpos? ¿Qué extraños hechos acaecieron después de la guerra?
Las paredes del Castillo, de algún modo, hablaron. El mismo año en que el Ayuntamiento compró el Castillo a la familia Girona, solicitó la ayuda de la Diputación de Barcelona para restaurar la iglesia, que está adosada al mismo. Un año después, cuando comenzaron los trabajos de restauración, el servicio especializado de la Diputación descubrió unos curiosos dibujos y unas inscripciones en las paredes de la capilla de la Mare de Déu de la Salut. El arquitecto Antoni González -jefe del Servicio del Patrimonio Arquitectónico Local de la Diputación de Barcelona- consideró que podrían haber sido realizados durante la Guerra Civil, y le comentó el hallazgo a su hermano, Manuel González, un funcionario aficionado al estudio de esta contienda. Después de estudiar los grafitos detenidamente, Manuel llegó a la conclusión de que, efectivamente, habían sido realizados durante la Guerra Civil Española y, además, por combatientes extranjeros, probablemente por brigadistas internacionales.
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Parte de los grafitos que se hallaron en 1989, durante unos trabajos de restauración. / A.F.
Se ha achacado la derrota del bando republicano a sus desorganizadas milicias y a sus profundas divisiones internas. Las fuerzas nacionales, en cambio, estaban mucho más centralizadas y mejor equipadas, sobre todo gracias a la inestimable ayuda alemana e italiana. La República contó con el apoyo de la Unión Soviética y las Brigadas Internacionales. Gran parte de los brigadistas eran jóvenes extranjeros llenos de ardor revolucionario pero que nunca habían empuñado un arma. Estas unidades militares demostraron arrojo y coraje en las batallas de Jarama, Guadalajara, Belchite, Teruel… e incluso en la batalla del Ebro, la más dura y sangrienta de todas, que provocó la retirada de las Brigadas Internacionales.
Los primeros componentes de las Brigadas Internacionales llegaron a España a finales de 1936. La base central se estableció, desde un primer momento, en Albacete, al mando de André Marty, dirigente del Partido Comunista Francés, que pronto recibió el apodo de El carnicero de Albacete. Los servicios disciplinarios -al mando del croata Milan Copic- estaban repartidos en prisiones (las checas) en la misma ciudad de Albacete y en los alrededores. Estas prisiones fueron implantadas con el fin de encerrar a aquellos brigadistas acusados de transgredir las férreas normas dictadas por los comunistas o por ser críticos con su partido. Es decir, eran prisiones impuestas por los mandos de las Brigadas para castigar a sus subordinados.
Estas prisiones -como la del Castillo- fueron implantadas por los mandos de las Brigadas para castigar a sus subordinados
La Ofensiva de Aragón (del 7 de marzo al 19 de abril de 1938), lanzada por Franco, fue una decisiva victoria franquista que partió en dos el territorio republicano. El bando nacional alcanzó el mar a mediados de abril y Cataluña quedó aislada de forma definitiva del resto de la República. Ante el avance de las tropas franquistas, André Marty decidió evacuar la base de las Brigadas Internacionales en Albacete y transferirla a Horta, un barrio de Barcelona. Junto a la base también se trasladó la cárcel de los brigadistas, que se estableció en el Castillo de Castelldefels por motivos que se desconocen. Simplemente se sabe que el 12 de abril el italiano Luigi Gallo, comisario general de las Brigadas, decretó que se debía instalar una prisión para los “indeseables”. El Castillo -explica Núria Pinos en Els grafits de les Brigades Internacionals de l’església del Castell de Castelldefels (1936-1939)– había sido con anterioridad un centro de instrucción militar del ejército republicano.
“La Ofensiva de Aragón se saldó con la victoria de las fuerzas franquistas y el hundimiento y la desbandada de los componentes del ejército de la República, entre los cuales habían numerosos efectivos de las Brigadas Internacionales. Había sido una batalla muy dura. Se habían producido deserciones, había mucha indisciplina y faltaba moral de combate”, explica Manuel González. La prisión del Castillo alojó, en un primer momento, a 265 reclusos de las prisiones de Albacete y Chinchilla. Así lo afirma Carlo Penchienati, que también cuenta que el teniente Copic, al poco de ser nombrado comandante de la misma, ordenó fusilar a unos ¡sesenta presos! Copic fue arrestado y juzgado por los abusos que cometió, pero se libró de ser condenado a muerte. Le sustituyó el teniente francés Marcel Lantés (o Lantez), llamado La hiena, quien “superó en ferocidad a su predecesor, hasta el punto que el Gobierno español intervino de nuevo, lo mandó arrestar y se abrió un proceso judicial contra él”. Este despiadado tipejo también consiguió evadir la pena de muerte. Su sentencia nunca se llegó a ejecutar y La hiena desapareció del mapa.
El teniente francés Marcel Lantés, ‘La hiena’, mandó fusilar a unos ¡sesenta presos! Consiguió evadir la pena de muerte
En marzo de 1997, los periodistas Josep Lladós y Mario Reyes, de la revista El Temps, de Valencia, publicaron un excelente reportaje sobre la prisión de los brigadistas en Castelldefels en el que recogen unas declaraciones del yugoslavo Svetislav Djordjevic, comandante de la prisión desde septiembre hasta octubre de 1938, que recibió el encargo -por parte de André Marty- de liberar a todos los reclusos porque la situación se les había ido de las manos. “Hacía más de un año que los 400 detenidos estaban entre rejas, sin ninguna investigación y en pésimas condiciones”, relata Djordjevic en sus memorias. Y relata así el momento de la liberación:
—¡Salid todos! -les dije.
Todos se quedaron quietos. Mirando la puerta y sin querer salir, como si todo fuese una burla, un insulto. Salieron lentamente, sin prisa; como si no les importara quedarse más tiempo ahí dentro.
—Compañeros –les dije-, hasta hoy habéis sido prisioneros, a partir de ahora estáis libres. En el almacén os devolverán vuestras cosas. Recibiréis ropa y calzado. Id con la ropa hasta el mar, os bañáis y os vestís. Solamente os pido que no vayáis al pueblo, porque saben que sois prisioneros, y hasta corren voces diciendo que si sois bandoleros. Id y volved esta noche para la cena.
Les dije que cada uno recibiría el sueldo por todo el tiempo que había estado en prisión. Les pedí disculpas en nombre de las Brigadas Internacionales, que se había tratado de un error y que tenía la autoridad para solucionar de la mejor forma posible todo lo ocurrido.
Tomando en consideración estos datos, la prisión acogió a 265 detenidos en abril de 1938 y, en septiembre-octubre de 1938, se liberaron a 400 presos o a buena parte de ellos. Otra parte debió permanecer en la prisión -pero en condiciones más saludables- o se recluyeron a nuevos detenidos, hasta el momento definitivo de la evacuación, en enero de 1939. De todas formas, los brigadistas debieron entrar y salir del Castillo como fantasmas. Manuel González, incansable investigador, rebuscó en los archivos del Ayuntamiento de Castelldefels pero no halló registros sobre la estancia de estas unidades militares en el municipio. En la misma población -explica en Las Brigadas Internacionales. Su paso por Cataluña– también se había instalado el Servicio de Transportes de las Brigadas Internacionales, probablemente ubicado en la fábrica Rocalla. En el Registro Civil de Castelldefels figuran tres muertes de brigadistas, pero asignados a este Servicio. El consistorio probablemente no tenía constancia de las atrocidades que se estaban cometiendo en el Castillo.
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Grafito que representa una carrera de caballos en un hipódromo, de Antonio Stoffella. / A.F.
Los grafitos, que se conservan en buen estado, son una prueba inequívoca de la presencia de los brigadistas en Castelldefels. Entre las representaciones más curiosas o llamativas se podría mencionar un cigarrillo que desprende un humo negro del que emerge un rostro de perfil con semblante triste; una carrera de caballos en un hipódromo; un pene alado; o un reloj de sobremesa que marca las ocho con números romanos y junto al cual aparece la inscripción en francés: “L’eterne Heure du Castillo de Fels” (la hora eterna del Castillo de Fels). Sin duda, los más elaborados son representaciones de paisajes ficticios y corresponden al francés Jacques Lamotte y al italiano Antonio Stoffella; ambos diestros dibujantes. El dibujo más relevante de todos se ha atribuido a Stoffella. En él aparecen los cuatro últimos vagones de un tren en el momento en que van a adentrarse en un túnel. Sobre el antepenúltimo convoy hay un cartel con la inscripción: “Direction Cérbere” (dirección Cervera; se refiere a Cervera de la Marenda, municipio francés situado junto a la frontera franco-catalana), y en el último vagón, descubierto, un personaje ejecuta un saludo militar y dice, en dos globos: “Salut Copin” (salud camarada) y “Nous partons 22/1/39” (partimos 22/1/39). Sobre el penúltimo vagón aparece la inscripción: “Salud i suerte – Mañana mas!”. Este dibujo es especialmente importante porque fija la posible fecha de evacuación del Castillo, a finales de enero de 1939. Sugiere, también, el estado de júbilo con que se debió recibir el anuncio de la liberación. En efecto, las tropas franquistas entraron en Castelldefels el 24 de enero, dos días después. Aunque parezca increíble ésta es la única prueba que existe respecto a la fecha de partida de los brigadistas.
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Grafito del italiano Stoffella, que fija la posible fecha de evacuación del Castillo. / A.F.
Antonio Stoffella nació el 27 de agosto de 1903 en Camposilvano di Vallarsa, un pueblecito italiano de alta montaña situado junto a la frontera austriaca. Creció, junto a su madre y sus dos hermanos, en un ambiente de pobreza. La provincia del Tirol del Sur había quedado completamente devastada tras los bombardeos que se produjeron en la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Cuando alcanzaron la mayoría de edad, Antonio y su hermano pequeño se mudaron a París. “En la capital francesa, centro de formación de artistas procedentes de todo el mundo, Antonio descubrió la pasión y el talento propio por la pintura. De ánimo fogoso, caracterizado por una infancia un tanto difícil y marcada por la pobreza más absoluta, Antonio se convirtió en un firme partidario de las ideas socialistas y comunistas”, explica a Cielo Oscuro el historiador Hugo-Daniel Stoffella, un descendiente de Antonio que reside en Bresanona. Antonio Stoffella se alistó en las Brigadas Internacionales, donde formó parte del Batallón Garibaldi. En 1938 estuvo encerrado en el Castillo, en cuyas paredes plasmó unos dibujos magníficos. No se sabe si Stoffella murió en el frente o si regresó a Francia; desapareció sin dejar rastro.
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El brigadista danés Harry Annfeldt (1913-1938).
El 22 de abril de 1938, los daneses Harry Annfeldt, F.N.P Hansen y Simon Bodholt dibujaron sobre la pared sendos corazones atravesados por flechas y bajo ellos escribieron unas breves líneas autobiográficas. Se conserva una fotografía en blanco y negro de Harry Annfeldt, un joven de cabeza abultada, cabellos claros, frente protuberante y mirada audaz. Fue miembro del Partido Comunista de Dinamarca (DKP). Llegó a España el 1 de julio de 1937, se alistó en el Batallón Thälmann (integrado por unos 1.500 brigadistas alemanes, austriacos, suizos y escandinavos) y ejerció de conductor de ambulancias. Al igual que sus dos compatriotas, consiguió salir de la prisión de Castelldefels y tomó parte en la batalla del Ebro como soldado de infantería. El 23 de septiembre de 1938 -a los 25 años de edad- murió al ser interceptado por un proyectil. Sus dos hermanos, Eggert e Ingvar, habían fallecido en el frente un año antes. El cuerpo de Harry probablemente está enterrado en Corbera de Ebro o en Gandesa. Cielo Oscuro consiguió contactar recientemente con su sobrino, Peter Annfeldt, pero no se prestó a hacer muchas declaraciones: “No sé nada sobre él, y mi padre está muerto”. Hansen y Bodholt corrieron mejor suerte, ambos regresaron a casa en noviembre de 1938.
Otro danés, el periodista Poul Erik Dreyer, también estuvo preso en el Castillo. Recogió sus experiencias en un diario que se conserva en el Real Archivo de la Corona Danesa, en Copenhague (y que publicó la revista El Temps). Dreyer recuerda al comandante del Castillo, el francés Marcel Lantés, quien “en su momento había sido un hombre excelente, pero después se dio a la bebida y se volvió loco”. Su relato denuncia las infames condiciones en las que debían vivir los presos: “Nos condujeron a un calabozo medieval, un agujero de perros, debajo de la escalera de piedras del castillo. En este agujero cabían tres hombres y un cubo. El techo era tan bajo que teníamos que estar en cuclillas. Como me encontraba tan débil, este hecho ya no tenía importancia para mí, me quedé en un rincón en el suelo. El italiano también se las arreglaba como podía, pero el inglés se volvió loco. No sé cuánto tiempo estuvimos allí, hasta que un día nos dejaron ir. El inglés era una sombra de sí mismo, un cadáver que caminaba”. Poul Erik Dreyer regresó a su país en noviembre de 1938, pero cuatro años después lo arrestó la policía danesa en Copenhague y fue internado durante medio año en el campo de concentración Horserodlejren. Falleció en 1981, a los 72 años de edad.
“Nos condujeron a un calabozo medieval, un agujero de perros (…) cabían tres hombres y un cubo”, explica un preso
El Temps también publicó el testimonio inédito del marinero danés Torben Rune: “Cuando el camión llegó vi el triste destino que me esperaba: un castillo medieval de muy mal augurio. Los comentarios del resto de prisioneros no eran nada esperanzadores: hablaban de un infierno, que no saldríamos vivos, que el comandante estaba loco…”. Y hace una valiosa descripción de la distribución de las celdas: “La prisión se dividía en dos zonas: la capilla de la iglesia de la Mare de Déu de la Salut y un bloque con diversas salas. Contaba con cuatro tipos de celdas disciplinarias. La primera medía ocho metros de largo por tres de ancho en la que estaban una treintena de prisioneros pertenecientes a los batallones de trabajo; eran los encargados de limpiar las calles de Barcelona después de los bombardeos fascistas. La comida que les correspondía consistía en un plato de sopa y una barra de pan al día. Ocupaban la segunda celda un centenar de prisioneros amontonados en una habitación pequeña y que también tenían un plato de sopa y media barra de pan al día. La mayoría no tenía ni mantas ni ropa de abrigo, lo que hizo que murieran de pulmonía un par de prisioneros al día. A los de la tercera celda sólo les tocaba un plato de sopa. Debía haber una docena de prisioneros. La última celda era la de castigo, situada al lado de la escalera de entrada al castillo y con un techo tan bajo que no se cabía de pie. No recibían alimentación y estaban expuestos a una intensa humedad que favorecía la aparición de enfermedades como la tiña”. Torben Rune desertó en la batalla del Ebro y regresó a su país en noviembre de 1938. Murió en 1999.
“La mayoría no tenía mantas ni ropa de abrigo; morían de pulmonía un par de prisioneros al día”, relató el danés Torben Rune
El periodista Michael Petrou explica en su libro, Renegades. Canadians in the Spanish Civil War, que la mayoría de canadienses fueron a parar al Castillo de Castelldefels. Relata el caso de Pedro Moreno(seudónimo bajo el que se esconde el italiano Pietro Celli, responsable de la prisión hasta enero de 1939), quien declaró que el comandante Marcel Lantés y el comisario Paul Dumont -ambos franceses- “habían impuesto un régimen despótico y dictatorial… siempre manipulando con amenazas, hasta el punto en que los prisioneros, guardias y otros que visitaron el Castillo rehusaron hacer declaraciones por temor a represalias por parte de los mencionados jefes, que los habían sometido a un estado de coacción y terror”. Los guardias y demás personal de la prisión corroboraron el testimonio de Moreno. Describieron a una comandancia que golpeaba salvajemente a los prisioneros, que robaba a éstos, a la familia que vivía en el Castillo y a la población civil de Castelldefels. Las autoridades civiles que iniciaron una investigación fueron amenazadas con ametralladoras.
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La entrada al Castillo en los años 30. / A. de C.
El relato de Carlo Penchienati es, sin duda, el más aterrador de todos. Se refiere a un brigadista chino llamado Sen Sen Semfley, “un pobre desgraciado vendedor de collares de perlas que había tenido la desgraciada idea de irse de su lejano país para combatir por la libertad en la brigada Lincoln, y que fue sometido a las más refinadas torturas, algunas orientales, que el teniente Lantés se jactaba de conocer y que durante el proceso le ponían la piel de gallina incluso a los propios jueces”. A los detenidos recluidos en las celdas de castigo se les proporcionaban alimentos saladísimos sin ración de agua. Unos días después de haberlos sometido a este tratamiento, Lantés les llamaba a su presencia y ordenaba: “fais le chien” (haz el perro). Los detenidos debían aproximársele caminando a cuatro patas y lamerle las botas mientras le pedían perdón. A continuación recibían un vaso de agua en el que previamente habían escupido el mismo Lantés y sus secuaces. En otras ocasiones se les suministraba un vaso de agua salada o de orina que los detenidos, completamente exánimes, se llevaban a la boca sin conocer su contenido. Cuando el detenido se percataba de la cruel broma y escupía el repugnante líquido, debía soportar las risotadas de sus torturadores, por lo general siempre borrachos. Éste y otros casos que alumbra Carlo Penchienati no han podido ser confirmados por otro testimonio. “El militar italiano mantuvo durante los años cincuenta una lucha particular contra lo que había representado la penetración del comunismo en el seno de las Brigadas Internacionales (…) Es cierto que nos encontramos ante un trabajo histórico, pero también de denuncia, con todo lo que ello comporta en cuanto a un cierto subjetivismo y a la tendencia a deformar la realidad”, advierte Manuel González en su libro.
La muerte de Albert Wallach, un judío norteamericano de la Brigada Lincoln, en el Castillo sí que parece segura. “Una vez acabada la guerra, y al ver que su hijo no regresaba de España, el padre de Wallach inició una investigación en Nueva York entre los veteranos del Lincoln para conocer su paradero. Uno de los veteranos, que había estado en la prisión de Castelldefels con Wallach, le contó que éste, después de haber sido torturado, fue conducido inconsciente hasta el patio de la prisión, donde fue ejecutado por un norteamericano que trabajaba para el SIM [Servicio de Investigación Militar]”, explica Pedro Corral en Desertores: la Guerra Civil que nadie quiere contar. El verdugo de Wallach fue Anthony De Maio, agente del SIM y otro de los responsables de la prisión, que parece que se ocupaba específicamente de los presos norteamericanos.
La muerte de Wallach sí que parece segura. Lo torturaron, lo condujeron inconsciente hasta el patio del Castillo y lo ejecutaron
En una pequeña vivienda junto a la Plaza de la Iglesia de Castelldefels vive, sola, la octogenaria María Fusté. Su testimonio es tremendamente valioso. La anciana nació y residió junto a su familia en el Castillo, hasta mediados de los años 40, cuando se trasladó al domicilio actual. Antes de que estallara la Guerra Civil sus abuelos habían sido masovers (masoveros) de la familia Girona: la abuela era la doncella del senyoret (el señorito, así lo llamaban) y el abuelo el mozo de caballerizas. Ahí se conocieron y ahí se casaron. Vivían en una masía situada junto a la capilla y tenían animales y campos de cultivo en los terrenos aledaños. La cosecha se partía a medias con el amo, a la antigua usanza feudal. La guerra sorprendió a María a los cinco años de edad; dos años después irrumpieron los brigadistas en el Castillo. La familia Girona ya había emigrado a Francia. “Tengo muy malos recuerdos de mi infancia -explica María Fusté a Cielo Oscuro-, pasé mucha hambre y mucho miedo. Antes teníamos de todo: caballos, vacas, cerdos, gallinas, conejos… también teníamos campos, pero nos lo quitaron todo. Los primeros soldados eran tremendos, nos arrinconaron, nos confinaron en la masía”. De la abundancia a la escasez. María cuenta cómo se vieron obligados a recoger algarrobas que luego hervían, se las comían y se bebían el líquido sobrante. “Y si íbamos a buscar agua al pozo y nos encontrábamos con los guardias, nos mandaban de nuevo adentro; teníamos que salir a buscarla por la noche”, recuerda. Respecto al maltrato a los presos, dice: “¡Les pegaban unas palizas!… Oíamos cómo lloraban. Nos pedían agua sin parar. Colocábamos unas sillas encima de otras y mi tío se subía sobre ellas para pasarles agua a través de una estrecha ventana”. María asegura que en una ocasión vieron a un preso muerto: “Los guardas dijeron que se había caído desde lo alto de un torreón, pero nadie se lo creía. A ese chico lo tiraron y luego lo enterraron fuera del Castillo. En cambio, asesinaron a unos tres o cuatro presos y sabemos que los enterraron en el recinto del Castillo: a la entrada habían dos tumbas y un poco más arriba, junto al escenario [lugar en el que se celebran conciertos en el Castillo], dos más”.
“¡Les pegaban unas palizas!… Oíamos cómo lloraban. Nos pedían agua sin parar”, recuerda la ‘masovera’ María Fusté
Castelldefels sufrió varios bombardeos durante 1938. “Escuchábamos los aviones enseguida. Si nos daba tiempo nos dirigíamos a la montaña y nos escondíamos en una de las cuevas, y si no nos ocultábamos en un refugio antiaéreo en el pueblo. Nos acurrucábamos todos juntos y nos poníamos un palo atravesado en la boca para no mordernos la lengua por el estruendo que provocaban las bombas”, dice María. Ninguna bomba impactó en el recinto del Castillo.
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La puerta de entrada al recinto del Castillo, en los años 30. / A.de C.
La posible fecha de evacuación del Castillo se produjo, pues, alrededor del 22 de enero de 1939. Las tropas nacionales ocuparon Castelldefels -y las demás poblaciones de la comarca- dos días después, sin apenas encontrar resistencia. El Castillo pasó entonces a manos franquistas. María Fusté permaneció en la masía junto a los pocos miembros de su familia que habían sobrevivido a la contienda, entre ellos su abuela, que fue quien crió a los nietos. A su abuelo, en cambio, lo atropelló un camión de las tropas franquistas cuando se dirigía en bicicleta a Gavà, la población vecina. “Los soldados franquistas que ocuparon el Castillo nos trataron mejor, nos daban rancho, pan o leche”.
La posible fecha de evacuación del Castillo se produjo alrededor del 22 de enero de 1939. El Castillo pasó entonces a manos franquistas
La familia Girona huyó a Francia antes del estallido de la Guerra Civil, donde -según se comenta- fueron acogidos por una familia. Finalizada la contienda, los Girona entregaron el Castillo en usufructo a dicha familia. “El senyoret nos avisó que dos mujeres iban a irse a vivir al Castillo, una alemana y una francesa, que decían ser tía y sobrina. Por las noches llegaban coches militares. Nos fueron apartando para que no supiéramos lo que hacían ahí. Simplemente nos dijeron que les diésemos lo que necesitaran”. Y a continuación María desvela unas sorprendentes declaraciones: “Una noche estábamos en la masía y oímos ruidos fuera. Nos asomamos a la iglesia y las vimos a ellas levantando unas lápidas; en la iglesia había cuatro o cinco tumbas. Estas mujeres las destaparon todas y también cavaron en el jardín”. Cuenta la anciana que las dos mujeres criaban perros de la raza chow chow (originarios de China, tienen una característica lengua negra-azulada) y que su marido incluso les construyó una caseta. “Un día escuchamos unos gritos espantosos. Vimos a Simone, la mujer más joven, con el brazo y la pierna abierta. Uno de los perros, que estaba en celo, la mordió por todos lados. La llevaron al hospital, pero ya no se recuperó… Regresó a su país y murió ahí”. Por último, asegura que al Ayuntamiento “les costó mucho echar a la otra mujer del Castillo”.
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El Castillo de Castelldefels aún esconde muchos misterios que deben salir a la luz. / CAROL VALENCIANO
Un viernes soleado por la mañana. Alfonso López Borgoñoz -arqueólogo, historiador y presidente de Amnistía Internacional- sostiene un manojo de llaves y se dispone a abandonar el Castillo. Hace años que investiga y recopila datos sobre los brigadistas a su paso por Castelldefels. También colabora habitualmente con el Ayuntamiento. “Se han realizado catas arqueológicas al azar, es decir, cortes en los terrenos más profundos, pero no ha aparecido nada”, asegura. “Cuando se produjo el trágico temporal de viento, a finales de enero de 2009, muchos árboles de la zona fueron arrancados de raíz. Aprovechamos para mirar en los boquetes que habían abierto, pero tampoco encontramos cadáveres ni otros restos”, añade. Nada de nada. No han aparecido huesos ni cráneos ni objetos personales de los brigadistas. Como si la tierra se lo hubiera tragado todo. ¿Las tumbas fueron profanadas? ¿Dónde fueron a parar los cadáveres? Quién sabe si el tiempo descifrará este rompecabezas. “Creo que los muertos aparecerán, deben estar en algún lado, lo dicen las fuentes. Pero es verdad que no se han encontrado. No hay pruebas, todo son rumores”, insiste. La investigación sigue abierta…
Agradecimientos:
Manuel González Moreno
María Fusté
Hugo Daniel Stoffella
Allan William Christiansen