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Al menos ocho vecinos de la localidad fueron asesinados o encarcelados por ser simpatizantes de la República
Hay algunos sucesos en los que no se puede pasar página, sin más. La Guerra Civil puede entrar en esa categoría. Las víctimas, de un lado y otro, necesitan un desagravio histórico, una reparación, un reconocimiento. Como dice el clásico, «la verdad no ofende». Hay que sacarla a la luz del sol y que su fulgor se expanda por el universo.
En aquel otoño del 36 España asistía a una confrotación brutal de hermanos contra hermanos: la Guerra Civil. En Laguardia, donde no hubo frente bélico, el odio al prójimo por ser de pensamientos encontrados anidaba entre las vetustas piedras de las milenarias murallas. Ejecuciones, secuestros, condenas denigrantes, encarcelamientos y palizas estaban a la orden del día. Había pánico entre el vecindario, muchos se exiliaron para no ser masacrados y otros se refugiaron en las grutas y ermitas de la Sierra de Cantabria.
Hasta trece personas pudieron ser asesinadas. Ocho de ellas censadas en los archivos históricos y a los otros cinco restantes se les dio como ‘desaparecidos’. Un finiquito mortal muy frecuente en los partes de defunción de los sublevados. Uno de los casos más llamativos fue el de Serviliano Etchaberry Antón (10-5-1875, Castrojeriz Burgos). Su padre, maestro nacional, tiene que hacer las maletas y arrear con su prole al ser destinado a Elciego, donde ejerce su profesión durante 25 años.
Serviliano se establece en Laguardia en el año 1900 como farmacéutico y contrae matrimonio con Julia Amelibia Gómez, de cuyo enlace nacen dos hijos, Francisco e Isabel. Era un hombre ilustrado, amante de las artes, pianista, guitarrista y en su casa de la plaza Mayor estaba en posesión de una de las bibliotecas más importantes de la zona. Fue gestor de la Diputación foral en la comarca. De tendencia liberal y demócrata hasta la médula.
Sin embargo, llega el 36 y retumban los tambores de la guerra y, como se decía en la antigua Grecia, «en la paz, los hijos entierran a los padres; la guerra altera el orden de la naturaleza y hace que los padres entierren a sus hijos». La villa riojanoalavesa es un borboteo de intrigas y de aversión al diferente. Pensamiento único. Rencor, mucho rencor.
Un 24 de agosto de 1936, Serviliano Etchaberry, que no se libra de las iras de los seguidores de la España Grande y Libre, es conducido (22.00) por el teniente Albo Elorza del cuartel de la Guardia Civil a la cárcel provincial de Vitoria, junto a Luis Puelles Gredilla, un buen hombre que en su vida no había hecho otra cosa que deslomarse a trabajar en las viñas; el maestro Julio Martínez Bobadilla, al que adoraban los niños laguardienses; y Antonio Uribe Echeverría. El motivo oficial que aluden sus captores es de auténtico sarcasmo. «Para proteger sus vidas».
Corría un 6 de octubre de 1936 cuando se produce la llamada ‘saca’ y les comunican que iban a ser trasladados los detenidos de Vitoria a una prisión de Pamplona. Mentira. Fueron subidos a una destartalada furgoneta, vejados y humillados, y al llegar a Zambrana les mandaron bajar del vehículo y en un cruce de caminos les descerrajaron un tiro en la nuca.
El cuerpo de Serviliano permaneció tirado en la cuneta hasta el 25 de enero de 1938. Su esposa, Julia Amelibia Gómez, fue a recoger sus restos para más tarde depositarlos en el panteón familiar del camposanto de Laguardia. El parte de defunción certifica taxativamente. «Muerto por las heridas de arma de fuego en la actual lucha nacional contra el marxismo».
El 6 de agosto del 36, a muy pocos días de estallar la guerra, se cometió uno de los crímenes mas atroces de aquellos turbulentos y tristes pasajes. El hombre a veces se convierte en la fiera más cruel de la corteza terrestre. Nicolás Santa María López, casado con Isabel Madrid, apodados como los ‘pimientoneros’, fue aprehendido en su casa de la calle Mayor. Le ataron las manos al guardabarros de un vehículo y fue arrastrado por toda la carretera de Elciego hasta que falleció despellejado. Final espeluznante.
Una larga lista
También fueron pasados por las armas Antonio Bombín (25/7/36), Antonio Fernández Angulo (23/3/39) y Bonifacio Portilla Grijalba(6/9/36). Los historiadores cifran en 5 los nombres que se perdieron entre las nebulosas del tiempo. Hay quienes sostienen que por su procedencia de origen logroñés fueron fusilados en las escaleras del cementerio de Laguardia.
Uno de los vecinos que sufrió el azote de los correligionarios del Alzamiento fue Francisco Etchaberry Amelibia (hijo de Serviliano) y que fue durante muchos años el boticario de Laguardia. Vio la luz un 2 de marzo de 1905. Fue detenido el 27 de julio de 1936 y permaneció dos meses encarcelado en Sahagún. De aquí fue trasladado al penal de San Marcos en León y fue juzgado en consejo de guerra sumarísimo El fiscal solicitó pena de muerte, que le fue condonada por cadena perpetua.
El 26 de julio del 37 se le manda a la prisión de San Cristóbal, un fuerte en un cerro (monte Ezkaba) en las cercanías de Pamplona donde había hacinados 2.500 represaliados en unas condiciones infrahumanas. Un gran porcentaje de los presos sucumbió de hambre y enfermedades. Se gestó una fuga, en la que él no participó, y a casi todos los que lograron escapar los mataron como a conejos al producirse un chivatazo. En 1940, una vez puesto en libertad, tuvo que pagar una multa de 200.000 pesetas en concepto de alimentación y estancia. Hasta diciembre de 1973 no fue rehabilitado.
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