dimecres, 12 de setembre del 2018

Arqueología de la Guerra Civil: Microhistoria a cuentagotas, La casa de Benjamín, El olor de la derrota, Espacio multifuncional, La caza, El Jarama.


miércoles, 12 de septiembre de 2018


Microhistoria a cuentagotas

 
Líneas de trincheras del macizo de Piul en la actualidad (por Pedro Rodríguez).

Mi abuelo paterno combatió en el franquista Ejército de Sur, en el frente de Córdoba, y no le fue mal. Acabó la guerra como cabo. Procedía de una humilde familia campesina gallega. Eran nueve hermanos, muchas bocas que alimentar. En los veranos se integraba en las cuadrillas de paisanos que se iban a la siega a pueblos de Castilla y de Madrid. En el verano del 36 lo metieron en un vagón de tren y lo enviaron al frente, como ganado. Él me contaba que nunca había estado, hasta entonces, mejor que en la guerra. Vestía un uniforme, tenía buenas botas y se hartaba de comer carne de la Argentina. Probablemente las penurias de su infancia y adolescencia le llevaron a mitificar e idealizar los años de la guerra, quién sabe. También me contaba cuando en una contraofensiva republicana fue hecho prisionero. Tras unos días reconvertido en soldado rojo, volvió a pasarse a sus filas, una noche calurosa de verano.

Cemento y traviesas metálicas en el nido del Campillo.
Hasta aquí el testimonio de mi abuelo, muy en la línea de la película La Vaquilla. Ahora tengo la ocasión de contrastar esa realidad de primera línea y cercanías, en otro frente, concretamente en el espolón de Vaciamadrid y en el macizo de Piul. La documentación que hemos recabado en el Archivo General Militar de Ávila nos permite adentrarnos en lo que fue la vida cotidiana en el frente del Jarama. Una de las fuentes interesantes nos la brinda el servicio de información franquista. Así pues, contamos con las declaraciones de aquellos que se pasaron de las filas republicanas a las posiciones sublevadas de Coberteras y La Marañosa entre 1937 y 1938. Un goteo constante. Cada ficha recoge el interrogatorio realizado al desertor y contempla varios campos para indagar sobre todos los aspectos posibles referidos a la línea defensiva leal. Por norma general, los que se pasan llevan armamento compuesto por fusil ruso, granadas de mano de Castillo, Hoffmann y piña. Así mismo citan la presencia, siempre, de ametralladoras Maxim en los nidos. Francisco Arco Ramos, de Santa Cruz del Comercio (Granada), evadido el 27 de enero de 1938, describe así las fortificaciones del Macizo de Piul:

Las posiciones ocupadas por su Bon. son de las corrientes estando los nidos de ametralladoras construidos con sacos y traviesas, siendo idéntica la construcción de la segunda y tercera línea, estando construyendo en esta última trabajos de fortificación, con nidos de ametralladoras de cemento.
Detalle de la traviesa derecha. La base de la plataforma es de ladrillo; sobre ella se dispone la placa de cemento.

A lo largo de 1938 se constata un boom constructivo en la defensa republicana. Esta actividad generó una arquitectura como la de El Campillo que estamos excavando, como veremos más adelante en ulteriores posts.

Carla retira una lata encontrada a la derecha de la tronera del nido.

Otro aspecto interesante de este tipo de testimonios es el referido a la alimentación en las trincheras. Los desertores republicanos señalan que tienen una paga diaria, en papel moneda, de 10 pesetas, que reciben casi siempre con retraso. Las tres comidas del día son más que justas. De desayuno, café de malta o una onza y media de chocolate; de comida, arroz o garbanzos y de cena, a las seis de la tarde, latas de carne rusa, un kilo para cada 10-12 hombres. 300 gramos diarios de pan. Algunos días le dan de postre una naranja. Evidentemente tenemos que leer entre líneas (nunca mejor dicho) y con cautela estos testimonios. Hombres que se evaden, que se encuentran bajo sospecha, que intentan agradar y minusvalorar el ejército que acaban de abandonar. Sin embargo, muchos de estos testimonios comparten afirmaciones semejantes. Si vamos a las declaraciones de evadidos a campo republicano, veremos también que las condiciones en el frente sublevado eran duras.

Arriba: escudilla para servir el rancho. Abajo: vaso de cinc, con el asa rota, en el que se servía café.

A la mala alimentación hay que unir las enfermedades y los problemas de la asistencia sanitaria. En estos testimonios se repite siempre que en las filas leales no tienen bolsas de curación individual, escasean los específicos y el material sanitario. En nuestro nido de ametralladora hemos encontrado una pieza poco corriente, un cuentagotas de vidrio, tuneado. Al consultar los partes de operaciones de la 18 División, de febrero a septiembre de 1938, detectamos otro goteo constante de bajas por enfermedad, por sarna, gripe y, sobre todo, paludismo.  En esta guerra tan premoderna y moderna a la vez, un mosquito tenía más poder destructivo que un cañón del 15 y medio. Lejos quedaban los tiempos aúlicos de la Casa de Peña Blanca, aquellos años en los que Felipe II se empeñaba en adecentar e higienizar las riberas del Jarama de la mano de su arquitecto Juan de Herrera. La lengüeta formada por los ríos Jarama y Manzanares era el paraíso de la malaria en los años 30, como si estos soldados estuviesen combatiendo en la frontera entre Etiopía y Sudán. Al fin y al cabo, ésta no dejaba de ser una guerra colonial.

Cuentagotas recogido sobre la plataforma de cemento del nido.

Fuentes documentales.
Archivo General Militar de Ávila. C. 1173, 5, 9. Declaraciones de evadidos.
Archivo General Militar de Ávila. C. 1086, 12. Partes de operaciones de la 18ª División. Febrero a septiembre de 1938.

martes, 11 de septiembre de 2018


La casa de Benjamín



Nos dicen a los arqueólogos contemporáneos con mucha frecuencia que abrimos heridas, que rompemos España, que removemos los traumas del pasado... Da igual lo que excavemos y al bando al que pertenezcan los restos. Parece que excavar la historia reciente no es bueno. Es algo peligroso. 

Ojalá quienes opinan eso vinieran al campo a vernos a excavar. Para que vieran con qué mimo, con qué cuidado y con qué pasión recuperamos los fragmentos del pasado (de todos los pasados) y los sacamos de nuevo a la luz. No para enfrentar a nadie, sino para recordar. Recordar, claro, a veces es incómodo, pero así es la Historia. La Historia es lo que duele, que decía Fredric Jameson. 

Hoy nos visitó en la excavación de la Casa de la Peña Blanca Benjamín Pampliega. Benjamín fue de los últimos vecinos en habitar Vaciamadrid, o más bien sus ruinas. Cuando el Servicio Nacional de Regiones Devastadas inauguró el actual Rivas Vaciamadrid, su familia se mudó a una de las casas nuevas. Benjamín y los suyos habían vivido entre los edificios arruinados por la guerra desde el año 1944. Su infancia la pasó jugando entre los bosques y las huertas del Soto de las Juntas. Y encontraba monedas de cobre en los campos arados -como las que ahora recogemos nosotros en nuestras prospecciones. 

La de Benjamín era una familia extensa: la formaban sus padres, su abuela, ocho hermanos y dos primos, hijos de una tía que había quedado viuda. Trece personas bajo el mismo techo. Un techo que tuvieron que construir ellos mismos cuando llegaron a Vaciamadrid. El pueblo había quedado arrasado por los combates y pocos edificios se mantenían más o menos en pie. El que mejor se conservaba era el antiguo ayuntamiento, con gruesos muros y dos plantas, pero sin tejado tras los bombardeos.

Oír a Benjamín es como leer a Delibes. Habla un castellano maravilloso, con palabras que muchos ya no conocen. "Encendíamos los fogones con tarugos de taray que recogíamos en el soto", me dice. 

En la carcasa del ayuntamiento vivían sin luz, ni calefacción ni agua corriente. No en la Prehistoria, sino hace sesenta años. Pero su testimonio podría ilustrar la excavación de los restos medievales que también encontramos en la Peña Blanca. Benjamín trabajó en los campos de labor de la zona, como tantos vecinos de Vaciamadrid - el campo de Madrid desde época musulmana, la huerta de la ciudad. No hay asomo de amargura por esa niñez y esa juventud duras, por esa vida entre los escombros. 

Le pregunto si le parece bien que excavemos la casa de su infancia y me dice que le encanta. Y oír eso es mejor que encontrar un tesoro.

Después de la conversación me acerco al sondeo que practicamos en el ayuntamiento. Él recordaba que en la pared de la fachada había una cenefa muy bonita de baldosas. Al llegar al solar me fijo en el suelo y ahí esta, entre las tejas rotas, el mortero y los ladrillos: un azulejo decorado con una greca. La casa de Benjamín.

El olor de la derrota

Anuncio de Gal en la estación de metro de Chamberí.
Los años 20 supusieron una auténtica revolución en el ámbito del diseño. Cartelistas, dibujantes y artistas prestaron sus servicios a casas comerciales que se abrían al mundo del márketing y la publicidad. En la incipiente sociedad de consumo, un perfume o un agua mineral debían entrar por los ojos, no solo por la nariz o la boca. Botellas y frascos fueron un campo de experimentación, desde al art noveau a las vanguardias. La instauración de la IIª República abrió el camino a la liberación de la mujer e intentó aminorar el peso de la moral católica en la vida cotidiana. Las casas de perfumes jugaban entonces la baza de la sensualidad, de la atracción, de lo prohibido. En el Madrid de preguerra una de las firmas más importantes del sector era la Compañía Perfumería Gal, cuya fábrica en estilo neomudéjar se emplazaba junto a la plaza de Moncloa, en el Paseo de San Bernardino. Todavía se conserva un anuncio en azulejo en la estación de Chamberí. Sus productos estrella eran la vaselina y el mítico jabón Heno de Pravia. En los años 30, actrices de éxito como María Guerrero y Margarita Xirgu prestaron su voz en la radio para la promoción de Gal. Al estallar la guerra, en el verano de 1936 la fábrica es colectivizada. Sus trabajadoras corrieron a alistarse para acudir al frente. Como podemos leer en Agente Provocador, la revista Crónica se hizo eco de este hecho:
Obreras de la Casa Gal, de la fábrica de pañuelos y de otros sitios, han acudido en tropel a alistarse en el Batallón que lleva el nombre de Lina Odena, en memoria de aquella que en un frente de Andalucía supo derramar generosamente su sangre joven y ofrendar su vida en defensa del ideal.
Lina Odena era una militante comunista a la que sorprendió el golpe de Estado durante un congreso provincial en Almería. El 14 de septiembre se dio de bruces con una partida de falangistas y se suicidió de un disparo en la sien. La unidad de combate de las milicianas perfumistas no tuvo mucho recorrido. Sobre estos batallones femeninos y su coqueteo con el frente se decía en Mundo Gráfico, el 29 de julio de 1936:
Quieren luchar, quieren ir a la Sierra. Pero sin olvidarse por ello de llevar la boca pintada a lo Joan Crawford y de mirarse a hurtadillas algún rizo rebelde en el espejo que llevan en el bolsillo izquierdo del mono, sobre el corazón.
Otra gran compañía de la competencia, en aquellos años prebélicos, era la casa Parera, de Badalona. Su fundador, Joan Parera i Casanovas en la década de 1910, manejaba el discurso paternalista de la patronal catalanista católica. Cada año, por la fiesta de Santa Isabel, regalaba a cada una de sus trabajadoras un estuche personal de cosméticos variados. Can Parera alcanzó una notable proyección internacional. En mayo de 1933 el dueño invitó a las participantes del certamen de belleza Miss Europa que se iba a celebrar en Madrid. En el top de sus producciones se contaba por entonces con Cocaína en Flor (es en serio), para mujeres, perfume misterioso cuyo nombre responde a efectos desconocidos, y con un clásico para hombre-macho ibérico, Varón Dandyperfume que por razones psicológicas atrae poderosamente a la mujer. Como hacía la competencia, Parera fichó a artistas de la época. En 1933 y 1935 sonaban dos tangos, recitados por Carmelita Aubert, en los que se cantaban las excelencias del superperfume seductor Cocaína en Flor:
Un perfume que persiste/un aroma que no cansa/una sensación que no se olvida/Superperfume Cocaína en flor.
Las necesidades da guerra llevaron a la Generalitat de Catalunya a reconvertir parte del tejido industrial. De diseñar y producir pintalabios y perfumes se pasó a fabricar en cadena granadas de mano y proyectiles. Toda una metáfora de lo que supuso el conflicto bélico.
En varias ocasiones nos encontramos en nuestras excavaciones de la guerra civil con frascos de perfume. Esta vez, el contexto es realmente sorprendente. En el nido de ametralladora del Campillo, excavado en la roca, documentamos un hogar, con salida de humos incluida. Sobre el piso de ladrillo quedó fosilizado un evento, la última comida que hicieron los soldados de la posición antes de la derrota. Unos ladrillos dispuestos de forma vertical flanqueaban una lata que en su día contuvo carne. Entre la ceniza recogemos pequeños clavos de la madera empleada en la combustión, y huesecillos de animal, restos óseos de un humilde guiso. Este verdadero bodegón bélico se completa con dos frascos de vidrio, emplazados in situ, que todavía mantienen su tapón de corcho, impregnados de un líquido que se asemeja al vino tinto. Uno es un tintero y el otro un frasco de perfume. Este último todavía conserva la pegatina promocional de la casa Parera y el sello fiscal de 15 céntimos.
Un comentarista anónimo de nuestro blog nos echaba en cara que somos muy dados a la imaginación, que lo que tenemos que aportar es información. Desconoce este amable lector que la imaginación es la herramienta historiográfica más poderosa. Nos gusta imaginar cómo y por qué llegó este frasco de colonia al frente. ¿Sería el regalo de una amante, esposa, novia? ¿Lo trajo un combatiente procedente de Levante en los primeros compases de la batalla del Jamara? Sí, la imaginación genera relatos sugerentes sobre el pasado. Parafraseando aquella película El perfume: historia de un asesino, basada en la famosa novela de Patrick Süskind, podemos escribir El perfume: historia de un soldado. Lo pudimos comprobar en la visita guiada del sábado a El Campillo, con los niños y niñas probando su olfato para la investigación. Poder acceder a los olores de la guerra. Las trincheras no olían a perfume, sino a mierda, sudor, polvo y barro. Aquí se constata una vez más la ruptura que supuso el conflicto. El hombre ideal (de una sociedad en paz) que cantaba Carmelita en 1933 en una cuña publicitaria de radio de Varón Dandy, estaba en las antípodas del hombre ideal, del hombre-guerrero que debía combatir en las trincheras.
Con la Victoria, Parera y el franquismo hicieron buenas migas y consagraron la imagen del hombre impuesta por el nuevo régimen, un hombre que no tenía ya que seducir, sino imponerse, por la violencia sin hacía falta. Una colonia para los vencedores. En cambio, el olor de la derrota quedó fosilizado en el fondo de las trincheras republicanas. Hasta hoy.

lunes, 10 de septiembre de 2018


Espacio multifuncional



La estructura que estamos excavando en el Campillo de Rivas Vaciamadrid es de lo más interesante. No es que aparezca una gran cantidad de material, pero está bien conservado y los materiales parecen encontrarse in situ. Los datos arqueológicos apuntan a un incendio intencionado de la techumbre para acelerar el colapso de la construcción. Encontramos un montón de carbones, incluidos restos de ramas y vigas de madera carbonizadas, todas al mismo nivel, lo que encaja bien con el derrumbe del techo. 

A lo largo de los años hemos excavado un gran número de refugios de tropa de la Guerra Civil. También de fortines. En este caso parece que se combinaron ambas funciones. Hemos descubierto una aspillera que da a una plataforma de cemento en la que debió de emplazarse una ametralladora Maxim. La plataforma se construyó utilizando traviesas de acero saqueadas seguramente de la vecina vía del tren. Junto a la aspillera aparecen algunos casquillos soviéticos de 7,62 mm disparados por la Maxim (y el fusil Mosin). 



Pero justo detrás de esta estructura tenemos una hornacina excavada en la roca, con suelo de ladrillos macizos. Sobre el hogar de ladrillos encontramos una lata (usada para calentar la comida), un frasco de colonia y un tintero. También aparecen en el refugio muelles de colchón y unos orificios practicados en la pared de roca que podrían haber servido para encajar unos camastros. En estos momentos estamos excavando una segunda estancia, que se une a la primera mediante unas escaleras talladas en la roca. Sobre las escaleras había trozos de una vasija de barro.


Esta estructura es una paradoja de la modernidad. Los arqueólogos hemos podido observar que una de las innovaciones que trajo consigo la era moderna -y que marca muy claramente el final de las sociedades tradicionales- es la aparición de espacios domésticos divididos. Cada función (cocinar, dormir, recibir visitas) tiene su propio lugar, separado por tabiques y muros que impiden la visión y garantizan la intimidad. La separación de espacios está también vinculada al desarrollo de la individualidad: si en la Edad Media (o en las viviendas campesinas de no hace mucho) compartían espacio animales y personas y poseer un dormitorio individual era un lujo de señores, en la Edad Moderna preferimos no convivir en la misma habitación no ya con vacas u ovejas, sino con otros semejantes (excepto con nuestra pareja). 

La vivienda troglodita que excavamos en el Campillo combina casi todas las labores cotidianas en un mismo espacio: cocinar, comer, dormir, escribir cartas. Y las mezcla además con las actividades bélicas (vigilar, disparar, defenderse). 
En un espacio de pocos metros cuadrados una podría, hipotéticamente, vivir, matar y morir. La modernidad en la guerra implica el fin de la modernidad. 

domingo, 9 de septiembre de 2018


La caza

Stand improvisado con los materiales arqueológicos de El Campillo. Visita guiada de ayer.

La pareja de jóvenes guardias civiles, tras una breve inspección visual de las trincheras de El Campillo, se acerca a nosotros y nos solicita el permiso oficial de la intervención. Al dárselo, el cabo exclama, un tanto contrariado: ¡ay va, cuatro páginas! Parece que se acumula el trabajo. Serán cosas del síndrome postvacacional. Llevamos cinco días imaginándonos la vida cotidiana de los soldados que aquí estuvieron en la guerra civil, hemos recogido munición diversa, pero estos dos agentes de la Benemérita son los primeros hombres de carne y hueso que vemos armados por estos parajes. Evidentemente no han sido los únicos en las últimas décadas. La visita guiada de ayer fue una buena ocasión también para poner orden en el registro arqueológico documentado. En esta actividad de socialización enseñamos, pero también aprendemos, claro. Entre los asistentes, un amante de la caza nos señala un detalle interesante. Entre la munición moderna que adscribimos al campo de tiro, este hombre nos indica que los casquillos finos de mediano tamaño son, sin duda, una evidencia material de la actividad de cazadores furtivos. A ellos se unen los restos de cartuchos para escopeta de postas de la casa ORBEA. Fauna humana y salvaje hay bastante por aquí. A cada poco, en la excavación, vemos correr a conejos azorados por la presencia de topos humanos, esto es, arqueólogos.
Cartel promocional de La caza (1966).
La caza es una película estrenada en 1966 y que logró el Oso de Plata en el Festival de Berlín ese mismo año. Dirigida por Carlos Saura y producida por Elías Querejeta, fue grabada en parajes parecidos a estos de Rivas, solo que ubicados en Seseña y Aranjuez. El film recrea una jornada de caza en la que participan tres amigos, ex combatientes de la guerra civil que lucharon juntos en ese mismo espacio treinta años antes. Es curioso cómo gran parte de los escenarios de batallas emblemáticas como Brunete o Jarama se encuentran todavía hoy en propiedades de latifundistas que prohiben el acceso a las parcelas, muchas de ellas convertidas en cotos de caza. Los protagonistas de la peli se entregan a la caza de los conejos. Jaulas y madrigueras son un símbolo de la asfixia de la postguerra. El mundo subterráneo de las trincheras se asemeja a las madrigueras. Los arqueólogos también tenemos las nuestras.
Nuestra compañera Carlota excava una madriguera arqueológica (horno con chimenea excavado en la roca).
Algunos lances son una crítica despiadada al silencio decretado por la dictadura en torno a los vencidos en la guerra. En una escena, uno de los amigos desvela un secreto a otro. Lo introduce en una pequeña gruta (como las que podemos ver hoy en día en estos cantiles del Campillo) y le enseña el cadáver insepulto de un soldado de la guerra civil. ¿Por qué no lo entierras como Dios manda? clama el colega. Cincuenta años después el gobierno de este país sigue pasando de los despojos humanos en trincheras y cunetas. Entre los viejos olivos del valle del Jarama descansan en fosas anónimas los brigadistas internacionales que aquí cayeron.
Fotograma de La Caza: esqueleto de soldado de la guerra civil en una gruta.
La jornada de caza acaba de manera dramática. Los tres amigos se acaban matando a tiros. Uno de ellos ya lo había vaticinado en un diálogo estremecedor al comienzo de la película: La mejor caza es la caza del hombre.
Lo que parecía un refugio en la posición republicana del Campillo se está descubriendo como algo más monumental. Nos encontramos ante un auténtico nido de ametralladora. En el hormigón de la plataforma elevada se conservan las improntas para calzar las ruedas de, probablemente, una Maxim.
Los podomorfos de ametralladora, en el momento de su descubrimiento.
Los dos agujeros recuerdan sobremanera a un tipo de grabados rupestres prehistóricos, denominados podomorfos, porque tienen forma de pie humano. En Galicia, investigaciones recientes datan estos motivos en la Edad del Hierro y los vinculan a rituales célticos de soberanía por parte de las élites locales. Estos podomorfos suelen grabarse en hitos rocosos del paisaje, con una amplia visibilidad sobre el entorno. Si obviamos el pinar y la fábrica actuales, en 1937 el servidor de ametralladora republicano tenía una espléndida vista de gran parte del escenario de la batalla: el valle del Jarama se encontraba a sus pies. Aquellos reyezuelos célticos, como los jefes tribales africanos o los reyes taumaturgos medievales (tan bien estudiados por Marc Bloch en Francia) eran quienes de garantizar la supervivencia de la comunidad, la fertilidad de los campos y la riqueza de sus reinos, a través de su presencia, de sus sentidos. En gran medida, el que maneja una ametralladora en un conflicto contemporáneo, desde una posición privilegiada como esta, actúa de manera parecida. Es dueño del destino de esos hombres, que como conejos, avanzan en campo abierto, a menudo entre fuego cruzado. En su mano está la vida y la muerte. No suele haber piedad con estos hombres-máquina cuando son apresados. Responsables de auténticas carnicerías, son ejecutados en el acto.
Proceso de excavación: la plataforma elevada definida en planta. Todavía queda 1 m hasta el suelo.
Contamos con abundante documentación referida a soldados de los dos ejércitos que se pasan al otro lado en el sector vinculado al espolón de Vaciamadrid y en Coberteras. Las declaraciones tomadas a estos tránsfugas son muy interesantes para conocer (con las debidas cautelas) la realidad que se vivía en las trincheras. Traemos aquí el caso de un joven de Portugalete (Bizkaia), de 19 años de edad, llamado Santiago Revuelta. Cenetista, se alista en la 9ª Bandera del Tercio para intentar librarse de la represión. El 8 de marzo de 1938, a las 21:30 se pasa a las filas republicanas. El agente de Información que lo entrevista recoge las vicisitudes de su huida, en el apartado FORMA DE LA EVASIÓN:

Poniéndose de acuerdo con otro compañero para pasarse a nuestras filas fueron descubiertos, siendo muerto uno de ellos y subiendo el alférez a la chabola donde se encontraba el declarante. Fue sacado en camisa, diciéndole que fuese a hablar con su compañero que estaba atado en la alambrada, siendo agredido con tres bombas "Laffite" y ráfagas de ametralladora, consiguiendo a pesar de estar herido llegar a nuestras líneas, encontrándose hospitalizado.

Detrás de los casquillos, los restos de granadas de mano o de mortero, se encuentra siempre la caza del hombre. Y esto no se cuenta en paneles a pie de fortín, centros de interpretación, maquetas ni unidades didácticas. Se prefiere el eufemismo de guerra entre hermanos. Hermanos que mataban a otros como conejos.
Fotograma de La caza.

Fuente documental: Archivo General Militar de Ávila. II Cuerpo Ejército. 18.ª División. Estado Mayor. Legajo 1086. Carpeta 3.


viernes, 7 de septiembre de 2018


Primera Jornada de Puertas Abiertas

En rojo, la ubicación de la Casa de Peña Blanca. Punto de encuentro a las 10:00.

El ayuntamiento de Rivas Vaciamadrid, en colaboración con nuestro equipo de trabajo, organiza un ciclo de visitas guiadas a las excavaciones arqueológicas a lo largo del mes de septiembre. La entrada es libre y gratuita. Mañana sábado quedamos a las 10:00 con todos vosotros en la Casa de Peña Blanca, en donde hay espacio suficiente para aparcar. La estación de metro de Rivas Vaciamadrid queda muy cerca.

Silos de época romana. Sondeo arqueológico en el interior de la Casa de Peña Blanca.
10:00-11:30. La casa de Peña Blanca constituye uno de los epicentros de la batalla del Jarama en Rivas. Nuestro objetivo aquí es identificar restos de la antigua población Vaciamadrid, evaluar el carácter histórico del edificio de las cuatro torres (al lado derecho de la A-3 en sentido Valencia, a la altura de la salida del km 19) que podría retrotraerse a tiempos de Felipe II y dilucidar la relación que la estructura, hoy abandonada, pueda tener con la guerra civil.

Restos del antiguo ayuntamiento de Rivas, localizados ayer.
Desde ahí iremos al Campillo, en donde a partir de las 12:00 os mostraremos la posición republicana que estamos excavando.

12:00-12:30 Zona de El Campillo. Veremos restos de trincheras, refugios, un nido de ametralladoras y un observatorio de la batalla del Jarama.

AVISO. Quien quiera acudir a ambas zonas, se recomienda usar vehículo propio (bicicleta, moto, automóvil...) por la distancia entre la Casa de Peña Blanca (en la orilla sur de la A-3, salida km. 19) y la zona de El Campillo (orilla norte).

1. Ubicación de la Casa de Peña Blanca. 2. Ubicación de la posición de El Campillo.




El Jarama

El paisaje de cantiles en el que se talló la posición republicana de El Campillo.

El Jarama es considerada una de las mejores novelas españolas del siglo XX. Publicada en 1955 es un buen exponente del realismo social imperante en la literatura de postguerra. Su autor, Rafael Sánchez Ferlosio, siempre ha hecho gala de un encendido sentido del humor, como lo demuestra la nota que incluyó en la sexta edición. La novela comienza con una bella descripción del río Jarama. Cansado de que muchos lectores señalasen ese párrafo como lo mejor de su obra, el autor tuvo que aclarar lo evidente: ese texto no era de él sino una cita literal extraída de una descripción geográfica de la provincia de Madrid publicada por Casiano de Prado en 1864.
El Jarama nos cuenta lo que les ocurre a once excursionistas que deciden pasar una jornada calurosa de domingo estival en una arboleda a orillas del río. Aquel paisaje de la década de 1950 mantenía incólumes las cicatrices de la guerra, algo que se comprueba fácilmente al consultar las fotografías aéreas del vuelo americano. Aunque estamos relativamente lejos del río, el Campillo nos recuerda la novela de Ferlosio. Un pinar con mesas de madera sirve de parada y posta a excursionistas, ciclistas, adolescentes de botellón y arqueólogos. Nos podemos imaginar las típicas comidas campestres de domingo en este tercer milenio. Los mayores somos un rollo, y podemos reconstruir el itinerario de esos niños y niñas, cercanos a la pubertad, que se escapan en la sobremesa. Como nos indica un guardia del Parque del Sureste, a la chavalada le gusta mucho esconderse en los abrigos rocosos y en el observatorio tallado en el yeso. Al recorrer a pie los restos de las trincheras que jalonan el pie del farallón, uno se encuentra con un serpenteante rastro de bolsas de chetos, doritos, fantas y kases, canicas y ornamentos neohippies, que se mezclan con casquillos percutidos o balas deformadas por el impacto directo en la roca.

La novela de Ferlosio forma parte de una tradición literaria en la que los ríos pasan de ser marcos espaciales del relato a convertirse en protagonistas. Estas trincheras no importaron nada a nadie (o casi) durante décadas. Los adolescentes ignoran que aquí hubo una guerra. Una periodista de televisión se acercó ayer a nuestra excavación para cubrir una noticia de hallazgos romanos en Rivas Vaciamadrid. Cuando le decimos que lo que hay aquí son trincheras, nos pregunta, con un fino olfato periodístico: pero trincheras ¿de qué? El Jarama es, también, el Río del Olvido, parafraseando otra novela maravillosa, en este caso del escritor leonés Julio Llamazares. Para recuperar la memoria de estos espacios estamos aquí, gracias a la llamada del ayuntamiento de Rivas Vaciamadrid, empeñado en que el paisaje hable.

Este tipo de abrigos ya fueron ocupados episódicamente durante la Prehistoria.
Casiano de Prado, el prologuista elegido por Ferlosio para su novela, fue un ilustrado gallego, liberal, que tuvo problemas con la Inquisición por leer libros prohibidos. Tras su paso por la cárcel de Santiago de Compostela, acabó de ingeniero de minas y culminó su vida profesional con el mapa geológico de la provincia de Madrid (1864). Él fue nuestro particular Boucher de Perthes y se convirtió en un pionero romántico de la paleontología y la prehistoria en España. Buscó en las graveras del Cuaternario la presencia del hombre fósil y se empeñó en reconstruir el paleoambiente, en ver cómo era ese paisaje en épocas remotas. En gran medida somos herederos de aquel brillante geólogo. Nosotros también nos empeñamos en recuperar el paisaje bélico tal como era en 1937. Entre cantiles, yesos, arcillas, margas y dolomías. Y no es tarea fácil. Desde entonces todo ha cambiado. La extracción de áridos generó una laguna artificial. Las fábricas, los basureros incontrolados, un campo de tiro de la Guardia Civil, el desarrollo al fin y al cabo, modificó de pleno los escenarios de la batalla.

Munición relacionada con el campo de tiro.

Un arduo trabajo de fotointerpretación y de prospección nos sirve para alcanzar ese objetivo. Como en una sucesión de estratos miocénicos, en el Campillo hay diferentes capas de memoria que se entrecruzan. En Rivas Vaciamadrid se grabó un capítulo de El Ministerio del Tiempo, ambientado en la batalla de Teruel. Como sus protagonistas, tenemos una misión: viajar en el tiempo a través del paisaje.

Podría ser una excavación de un yacimiento paleolítico, pero no lo es.