En Valencia hay un municipio llamado Paterna. En su término municipal existe un murete de piedra, antaño muro, que conserva las cicatrices de una de las etapas más ignominiosas de la historia de España. Frente a ese muro, conocido como el paredón de España, fueron asesinadas 2.238 personas tras la guerra civil. En la piedra todavía se pueden observar con total claridad los agujeros que dejaron de las balas de 22 que se utilizaban en los fusilamientos. Las de 9 mm descansan junto a los fallecidos, eran las del tiro de gracia.
A 450 metros del paredón está el cementerio. En su interior 70 fosas comunes albergan los cuerpos de los represaliados. Han tenido que pasar 79 años desde aquellos brutales asesinatos para que las familias de aquellas víctimas del fascismo más brutal puedan comenzar a recuperar los cuerpos de los suyos. 79 años de un silencio impuesto por el miedo que ha borrado las historias de miles de españoles. 43 años de dejadez política que ha llevado a que los hijos de aquellos represaliados que quedan vivos se puedan contar casi con el dedo de una mano.
Ahora son sus nietos quienes encabezan la lucha. Con la dignidad por bandera, su único propósito es que no se olvide la historia del paredón de España y que sus seres queridos puedan descansar dignamente.

Fosa 112

La fosa 112 alberga 100 personas que fueron fusiladas en dos sacas (traslado de presos) diferentes. Entre las personas a las que les llegó ‘la Pepa’ se encontraba Vicente Gómez. Vicente tiene su acta de defunción firmada el día 8 de diciembre de 1940, sin embargo, no murió hasta el 9. Durante 24 horas, él y 49 compañeros esperaron a ser trasladados porque el régimen franquista no fusilaba en días de fiesta y el 8 era la Purísima. Según el régimen franquista no quedaba bien asesinar esos días, tenían que ir a misa. Aunque no dudaron en fusilar a más de 50 seres humanos para celebrar que uno de los mayores genocidas de la historia, Adolf Hitler, había tomado París.
Vicente fue alcalde de su pueblo, era una persona culta que tenía amigos tanto en la izquierda como en la derecha. Jamás ‘paseó’ a nadie ni dio orden de hacerlo. Cuando fue detenido su mujer trató de salvarlo de todas las formas posibles. Acudió a familias influyentes del régimen. Todo fue en balde. Una única respuesta recibió de las mismas familias a quienes su marido había ayudado durante la contienda: "Las personas cultas y con carisma molestan. Déjalo estar, no intentes salvarlo. Tu marido está sentenciado, lo van a matar". Un paredón, dos balas, un calcetín bordado y una fosa terminaron con toda la esperanza de su mujer.
Vicente envió una última carta de despedida a su mujer que rompe el alma leerla. Algunos pasajes son verdaderamente desgarradores:

Voy cara a la muerte poco a poco, sereno, con la conciencia muy tranquila y la cabeza bien levantada pues el único delito que he cometido ha sido el pensar en una sociedad más justa y equitativa que la presente. Moriré mirándoles la cara a mis asesinos con la convicción absoluta de que no tardaran mucho tiempo en reconocer que es un crimen lo que conmigo han cometido.
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No quiero contarte las humillaciones y martirios que he sufrido porque te morirás de pena y ya te digo, quiero que vivas. Te dirán después de mi muerte que, si me pegaron por esto o por lo otro, y yo te lo voy a contar para que lo sepas. La noche que me detuvieron me dieron una paliza, y no me preguntaron más que a qué partido pertenecía, y la segunda paliza fue porque me hicieron un atestado en el cual decía que yo mande matar a todas las personas de derechas, yo no lo quise firmar, y entonces cogieron el bastón y empezaron a trompazos conmigo, pero no lo firme.
Les dices a nuestros hijos que les ruego mucho que se sean buenos, que te obedezcan, que ya saben que no tienen padre que les pueda aconsejar. Y tu Vicente ten presente estas últimas palabras de tu padre, no te mezcles nunca en parte alguna con tumultos ni algarabías, porque de ello no se saca nada bueno, cree a la madre y vive tranquilo y en paz, como este tu padre te desea, de lo contrario si eres desobediente y mal educado, solo te ganaras el desprecio de todos, lo mismo te digo a ti Carmencita. Solo pienso que pierdo la vida sin poderos ver, y quisiera que mis ojos se cerraran mirándoos, pero os llevo en el corazón que es lo mismo.
Entre toda aquella barbarie que se vivió en aquellos años hubo alguien que se jugó el pellejo para, dentro de sus posibilidades ayudar a aquellas familias que desesperadas llegaban a la puerta del cementerio en busca de respuestas. Fue Leoncio Badia, el enterrador. Leoncio era republicano y fue detenido en Barcelona, pero le dejaron libre y acabó en Paterna. Nadie quería contratarle. El único trabajo que consiguió fue el de enterrador, pero no sin antes recibir un recado del régimen: "Tú vas a enterrar a todos los republicanos. Vete a enterrar a los rojos, a los tuyos".
Leoncio no pudo ni quiso mirar hacia otro lado e hizo lo único que podía hacer sin arriesgar su vida y la de su familia. Cada noche que había saca, él recortaba un pedacito de tela de las camisas de los fusilados, o cogía cualquier objeto personal que pudiera identificarlo. Así, cuando las viudas llegaban al cementerio en busca de respuestas él salía a su encuentro y sacaba los pedacitos de tela, unas gafas, un calcetín bordado, una carta o cualquier cosa que pudiera terminar con la incertidumbre de aquellas mujeres que en muchos casos llevaban días buscando alguna noticia de los suyos sin respuesta.
Pero no solo se limitaba a eso. Cuando podía esquivar a la Guardia Civil, Leoncio entraba en la fosa y colocaba los cuerpos en paralelo, con toda la dignidad que era capaz de hacerlo. Trataba de darles un entierro digno. Pero no siempre podía. Cuando estaba vigilado le obligaban a tirarlos y echar la cal viva encima a la espera de la siguiente saca. También se cree que llegó a entregar alguno de los cuerpos a los familiares que estaban en la puerta, algo que le hubiera acarreado serios problemas si lo hubieran descubierto. Leoncio descansa en una tumba situada en uno de los cuadrantes donde están las fosas.
Dentro de las 70 fosas del cementerio de Paterna hay 2.238 historias sin final feliz. Algunas de ellas son verdaderamente espeluznantes como la de un joven cuyo hermano había sido fusilado por los republicanos que, al acabar la guerra fue detenido y condenado a muerte por no haber salvado a su hermano.
O la de un familiar criado creyendo que a su padre lo habían fusilado los ‘rojos’ y que hace unos años, leyendo una revista, descubrió que en realidad murió por ser republicano y que sus restos están en una de las fosas. Aquel día descubrió que el miedo de la familia era tan brutal que le habían mentido durante toda su vida.
Las historias de los que sobrevivieron, sobre todo de las mujeres, son igual de tristes. El padre de Hortensia fue fusilado el 24 de julio de 1940. A su madre la obligaron a limpiar el cuartel de la Guardia Civil gratis hasta que se plantó y exigió un sueldo. Ella tuvo suerte, pero miles de mujeres eran obligadas a limpiar las iglesias en represalia. No era suficiente con asesinar a sus maridos, había que humillarlas a ellas también.
Contar las 2.238 historias aquí es imposible, aunque con la ayuda de las familias y del equipo de arqueólogos de ArqueoAntro que, sin descanso, y gracias a la Ley de Memoria Histórica y al cambio de gobierno que les ha dotado de presupuesto, trabajan cada día por conseguir sacar a la luz todo lo ocurrido allí durante cerca de diez años, se puede empezar a poner negro sobre blanco la historia de aquellos que murieron por haber cometido un solo delito: defender la libertad.
Para terminar, un pedacito de la carta que Rafael Real le escribió a sus padres desde la Modelo de Valencia. Él se sabía inocente y no perdía la esperanza de volver junto a ellos. La carta está fechada el 27 de octubre de 1940. Tres días después era fusilado.
“Me consta que soy inocente. Mi conciencia es el tribunal ante el cual hago comparecer mi conducta y cuando la interrogo esta conciencia permanece tranquila, esto es la verdad, solo siento el sufrimiento de ustedes pues en este momento es cuando más falta les hago y menos les puedo ayudar (…) pero hay que esperar que ya llegará el día en que los hombres reconozcan mi inocencia y entonces me reestablecerán con ustedes”.