Desde las primeras aproximaciones que Antonio Vallejo-Nájera, el conocido psiquiatra, ideólogo del franquismo y abuelo de cierta cocinera televisiva, hiciera hacia el final de la guerra civil sobre el “psiquismo del fanatismo marxista”, y en concreto en sus “investigaciones psicológicas en marxistas femeninos delincuentes”, ya quedaba claro el cariz que tomaría el régimen posterior en cuanto al trato que dispensaría a las mujeres, de quienes el psiquiatra de cabecera del régimen consideraba que no procedía el “estudio antropológico, necesario para establecer las relaciones entre la figura corporal y el temperamento, que en el sexo femenino carece de finalidad por la impureza de sus contornos”. De esta manera, convirtiendo a la mujer en poco más que un recipiente “impuro” cuya “mentalidad inferior” ya terminaba de quedar patente si además resultaba ser de izquierdas, Vallejo-Nájera desarrolló una teoría psicológica que contribuyó a sentar las bases de la doctrina nacional-católica impuesta posteriormente por la dictadura.
Una doctrina que inspiró la acción de instituciones como Auxilio Social, organización fundada en 1936 en Valladolid para proporcionar ayuda humanitaria, posteriormente integrada en Falange y devenida tras la guerra en órgano represivo y de propaganda camuflado de institución de asistencia social, siendo responsable de la sustracción de miles de hijos e hijas de las mujeres republicanas encarceladas, el acto más inefable de los muchos que cometió esta institución, pero no el único, tal como se desprende de un artículo publicado recientemente por María Teresa Riquelme-Quiñonero y Ramón Castejón-Bolea en la revista História, Ciências, Saúde – Manguinhos, Rio de Janeiro, con el título Maternología, eugenesia y sífilis en España durante el primer franquismo, 1939-1950, sobre la administración sin control clínico de medicamentos con arsénico y bismuto a mujeres embarazadas con el único fin de “evitar la reproducción de degenerados” y producir “una descendencia de niños sanos y robustos” para el Nuevo Estado.
Se administraba arsénico y bismuto a mujeres embarazadas con el único fin de “evitar la reproducción de degenerados” y producir “una descendencia de niños sanos y robustos” para el Nuevo Estado
Los investigadores de las universidades alicantinas han analizado las acciones llevadas a cabo durante la primera década de la dictadura en el seno de Auxilio Social respecto al tratamiento de la sífilis en las mujeres gestantes que pasaban por los centros que tenían repartidos por todo el país, así como las motivaciones, más ideológicas que bioéticas, tras estos abordajes terapéuticos. Según las autoras del informe, tras la guerra civil los vencedores acusaron el déficit demográfico no solo derivado de la guerra sino de varios decenios de baja natalidad, por lo que la intervención del Estado se dirigió a combatir esta situación. No obstante “en el proyecto demográfico franquista se constata un interés tanto por la cantidad como por la calidad”, según indican Riquelme-Quiñonero y Castejón-Bolea en su estudio, unas “preocupaciones eugenésicas” que se “camuflaban” en “el interés por la puericultura y la maternología” mostrado por Falange a través de Auxilio Social.
Eugenesia latina
Así, según recoge el estudio, la Falange, a través de su revista Ser, su órgano de expresión en temas de salud, “apoyó la práctica de una eugenesia en consonancia con la moral católica”, es decir, “prescindiendo de elementos que entraban en contradicción con la norma católica” tales como las prácticas contraceptivas, de manera que el rol de la Iglesia en los países latinos donde tuvo mayor influencia contribuyó a “afianzar mecanismos de coerción menos explícitos y más sutiles que los desarrollados en los países anglosajones”, mediante la adopción de “medidas perfectamente válidas dentro del Estado español: la intervención higiénico-sanitaria y biológica y las medidas de contenido espiritual ”, según se detalla en el ensayo.
De este modo, “el cuerpo era propiedad de la patria y el médico y la medicina social tenían que ponerse al servicio de la nación, pues todos los engranajes del Estado debían colaborar en el objetivo común de la grandeza de España”. Esta concepción de la reproducción humana se basaba en las ideas de raza diseñadas por teóricos fascistas como el psiquiatra Vallejo-Nájera, quien no entendía la raza española en términos biologicistas sino etnicistas y culturales, pues amontonaba en su pretendida identidad española una serie de tópicos e ideas desenterradas de los siglos anteriores con los que conforma su ideal de 'hombre hispano' portador del “espíritu colectivo que los fusiona en Dios, en la Patria y en el Caudillo”.
Antonio Vallejo-Nájera se basaba en las teorías de la evolución de Lamarck para justificar la sustracción de los hijos e hijas de republicanos de su “medio ambiente amoral” para integrarlos en ambientes nacional-católicos
Al respecto, tal como recogieron en un artículo publicado en 2012 en la Revista de Bioética y Derecho por los investigadores Claudio Francisco Capuano y Alberto J. Carli bajo el título Antonio Vallejo-Nájera (1889-1960) y la eugenesia en la España Franquista. Cuando la ciencia fue el argumento para la apropiación de la descendencia, el psiquiatra del franquismo se basaba en las teorías de la evolución de Lamarck para justificar la sustracción de los hijos e hijas de republicanos de su “medio ambiente amoral” para integrarlos en ambientes nacional-católicos, lo cual “propiciaría una mejora en la sociedad y, por consiguiente, una regeneración de la raza”, según señalan los historiadores.
En un sentido similar, el estudio de Riquelme-Quiñonero y Castejón-Bolea incide en que durante el franquismo “la maternidad no era solamente un deber de la mujer ante la religión y la familia, sino también frente a la patria”, ya que para las casadas “la maternidad constituía un deber, a la vez, biológico, moral y social”, al punto que la maternología dentro de Auxilio Social se convirtió en “una herramienta para fomentar la reproducción en 'calidad', evitando que taras como la sífilis pasaran a la descendencia”, recogiendo al respecto las palabras del jefe de Servicio de Maternología de Auxilio Social, José Botella, quien en 1944 definía la maternología como una disciplina con una doble finalidad; “debe conseguir el mayor número de hijos para la Patria y debe al mismo tiempo procurar que éstos sean lo más sanos y robustos posible (…) Nada de extraño tiene, por tanto, que nuestro insigne Caudillo quiera que la natalidad española aumente en 'cantidad' y 'calidad'”.
El jefe de maternología de Auxilio Social dejaba la salud, el bienestar y los derechos de las madres gestantes fuera de la ecuación, su único objetivo al frente de la institución era proporcionar a España niños sanos, fuertes y de derechas, al gusto del Caudillo
Como se puede apreciar, el mismo jefe de maternología de Auxilio Social dejaba la salud, el bienestar y los derechos de las madres gestantes fuera de la ecuación, su único objetivo al frente de la institución era proporcionar a España niños sanos, fuertes y de derechas, al gusto del Caudillo. Es por ello que en sus ponderaciones Botella se preguntaba si “sería exagerado decir que la sífilis de las embarazadas nos causa treinta mil bajas al año”, en referencia a los neonatos fallecidos a causa de la sífilis congénita, “en un lenguaje impregnado de terminología militar”, tal como observan los autores del estudio.
Diagnósticos poco eficientes y tratamiento peligroso
En ese sentido, los investigadores alicantinos destacan que la lucha contra la sífilis debía organizarse llegando al diagnóstico “preciso y precoz de la gestación luética” a través de una estrategia de análisis y detección “basada en la realización sistemática de la reacción de Wasserman” en todas las embarazadas, una prueba que “no era viable”, pues “exige un montaje solo posible de llevar a cabo en las capitales y, aun así, con ciertas dificultades, a causa del escaso rendimiento de los laboratorios”, según se cita en el estudio, una situación que “imposibilitaba un diagnóstico exacto (tanto clínico como de laboratorio) de la sífilis en la embarazada dada la inexistencia de laboratorios con capacidad para realizar las pruebas con fiabilidad”, subrayan.
Así mismo, respecto a los tratamientos disponibles, las investigadoras señalan que la situación “no era mucho más halagüeña”, pues estos consistían en Neoarsenobenzol, un tratamiento basado en arsénico, combinado con preparados de bismuto, cuyos resultados se resumen en que “de 149 gestantes presumiblemente sifilíticas, en ocho casos hubo de suspenderse el tratamiento por intolerancia, con dos casos mortales. En un 16% hubo fracaso del tratamiento con partos prematuros, muertes fetales y fetos sifilíticos”, cifras que les situaban en una tasa de fracasos “bastante similar a las estadísticas europeas y norteamericanas”, destaca el estudio.
De 149 gestantes presumiblemente sifilíticas que el franquismo medicó con arsénico, en ocho casos hubo de suspenderse el tratamiento por intolerancia, con dos casos mortales. En un 16% hubo fracaso del tratamiento con partos prematuros, muertes fetales y fetos sifilíticos
Las investigadoras alicantinas refieren que esta situación “perduró durante toda la década de los 1940 y no había cambiado, a pesar de los avances en el diagnóstico y el tratamiento, para principios de la década de 1950”, y al respecto remiten al informe elaborado por el especialista del servicio de Enfermedades Venéreas de la Organización Mundial de la Salud (OMS), F.W. Reynolds, quien tras visitar España en octubre de 1951 aseguró que la sífilis suponía “un problema de salud pública de gran envergadura en España” por la ausencia tanto de pruebas diagnósticas como de suministro de penicilina, el fármaco milagroso contra las infecciones que empezó a producirse en masa a finales de la década de los cuarenta y que tampoco está exento prácticas cuestionables y debates biotéticos.
En estas circunstancias, el estudio de los investigadores de la UMH y la UA remarca que “el dilema que se presentaba” ante la situación planteada por la sífilis en las embarazadas, “tratar o no tratar ante la sospecha de sífilis, aunque el diagnóstico no fuera posible de manera fiable y por tanto no hubiera seguridad de este, era resuelto con un marcado carácter eugenésico”, pues siempre se resolvía tratando el cuerpo de la madre “para asegurar un 'producto' de calidad aunque ello significara un peligro para la salud de la madre y, en algunos casos, la posibilidad de muerte para ella”, sentencian.
Los investigadores concluyen que el régimen franquista aplicó activamente políticas pronatalistas “receptivas a los planteamientos eugenésicos” acorde a la moral católica que, en el caso de la sífilis en embarazadas y la sífilis congénita, “muestran una voluntad de intervención de la reproducción” focalizada en las mujeres que “naturalizaba la desigualdad” al dejar de dar importancia al tratamiento de los varones para convertirlas “en el centro del control de la sífilis congénita” con el único fin de “mejorar la calidad de los recién nacidos”, según indica el estudio, que en lo relativo a la mejora cuantitativa concluye que “no alcanzó sus objetivos poblacionistas de aumento de la natalidad”, algo que los autores convienen en explicar por “las estrategias de supervivencia socioeconómicas por parte de las familias”. Pese al delirio patriótico, el hambre de posguerra impuso el neomalthusianismo ante las aspiraciones demográficas de los fascistas.
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