Una antigua prisión de la II República fue transformada por el gobierno franquista en un campo de concentración para 15.000 prisioneros republicanos
Un equipo de arqueólogos trata de recuperar la historia de este campo de concentración, el más grande de los 300 que existieron en España
Después de años de investigación y sondeos todavía no se han localizado las fosas comunes de los prisioneros que fueron asesinados en esta instalación desmantelada a finales de 1939
No hay cifras exactas de los presos republicanos que fueron fusilados, murieron de enfermedades o de hambre y sed en el campo de concentración de Albatera (Alicante), uno de los más grandes de los 300 que existieron en España tras el fin de la Guerra Civil.
El testimonio de Antonio Mesa y de otros ancianos del pueblo de San Isidro (Alicante) animaron al arqueólogo Felipe Mejías a iniciar una investigación para dar a conocer lo que ocurrió en ese campo de concentración desmantelado a finales de 1939 y tratar de localizar las fosas comunes donde fueron enterrados centenares de prisioneros republicanos.
"No hay documentación sobre el campo, ni registros de los presos que estuvieron allí. Se hizo desaparecer todo de forma intencionada para dejar en el olvido lo que ocurrió en ese campo de concentración donde se metieron a 15.000 republicanos en condiciones terribles", explica Felipe Mejías.
Capturados por el ejército franquista
Tres días antes del final de la Guerra Civil, el Gobierno republicano anunció una evacuación masiva en barco desde el puerto de Alicante. "Acudieron gobernadores civiles, militares de alto rango, políticos, artistas o abogados", explica Mejías.
Pero solo dos barcos consiguieron zarpar tras el bloqueo del puerto por la armada franquista y los republicanos que trataban de huir fueron capturados y enviados al campo de concentración de Albatera en abril del 39.
Nada más llegar, les requisaron el dinero y las joyas que portaban para sobrevivir en el exilio. Algunas de esas piezas han sido localizadas en las primeras excavaciones realizadas. "Hemos encontrado una medalla de oro y brillantes y el anillo de un niño. Este último lo localizamos en la fosa séptica de los wáteres, alguien se la habría tragado y al ir al baño se quedó allí", señala Mejías.
En los siete meses, entre abril y octubre del 39, en los que los prisioneros republicanos estuvieron hacinados en el recinto sufrieron todo tipo de penurias. "Tan solo recibían una lata de sardinas para dos personas al día, y para beber solo tenían agua salada", cuenta el arqueólogo.
Unas condiciones infrahumanas que desataron epidemias de tifus y otras enfermedades que provocaban muertes diarias.
Fusilamientos indiscriminados
Entre los hallazgos realizados, se encuentran decenas de balas disparadas de fusiles de guerra con las que fueron ajusticiados los prisioneros. "Se han localizado en la zona donde los testimonios apuntan que se pudieron realizar fusilamientos indiscriminados", afirma Mejías.
Personas que fueron enterradas en fosas comunes que tratan de localizar los investigadores. "El campo tiene 14 hectáreas, una superficie inabarcable y es muy complicado encontrarlas", explica Mejías.
Una búsqueda que se centra en una zona donde el actual propietario del terreno asegura que junto a su padre encontró decenas de restos mientras cultivaban las tierras. "El hombre asegura que han sacado capazos de huesos, como cráneos con pelo o brazos", señala.
Tampoco se ha localizado con los sondeos realizados, una fosa que fue hallada por un vecino en 1977 en la que se encontró un cadáver.
Campo de concentración nazi
Aunque no existe documentación sobre el campo, las fotografías realizadas por aviones americanos en 1946 fruto de un contrato que firmó el gobierno franquista con los Estados Unidos para registrar desde el aire todo el territorio nacional, han permitido a Mejías reconstruir la disposición del campo de concentración a través de los escombros a los que quedó reducido entre octubre y diciembre del 39. "Todo fue arrasado, pero quedaron allí los restos y con esas fotografías y unos planos hemos podido reconstruir la distribución", explica el arqueólogo.
En su origen, había sido una prisión gestionada por la II República donde se encarcelaba a golpistas y delincuentes. "En esa época los presos entraban después de un juicio, tenían médicos, comida y se permitían las visitas. Nada que ver con lo que se convirtió tras el final de la guerra", asegura Mejías.
Una instalación que se transformó para convertirse en un fiel reflejo de lo que en el ideario colectivo se corresponde con un campo de concentración nazi. A los barracones, torres de vigilancia, ametralladoras, vallas y alambradas, se sumó el trato al que fueron sometidos los prisioneros.
Las condiciones de vida eran similares e incluso más duras que en los campos nazis, como relatan los testimonios de antiguos prisioneros que consiguieron sobrevivir como Josep Almodévar, un valenciano de Alcásser que hasta su muerte, a los 101 años, trató de que no quedaran en el olvido los crímenes cometidos en el campo de concentración de Albatera. Una misión que continúa el equipo de arqueólogos liderado por Felipe Mejías.
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