dimecres, 19 d’abril del 2023

FERNÁNDEZ MARTÍN: "CONDENÉ A MUERTE A GRIMAU... HOY VOLVERÍA A HACERLO"

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Jueves, 21 de Abril de 2022Tiempo de lectura: 17 min


En el 59 aniversario de su asesinato a manos del régimen franquista

Manuel Fernández Martín fue un ponente militar que utilizando la impostura participó en la condena de muerte contra Julián Grimau García. Falsificando su condición de letrado, Fernández Martín no sólo tuvo como víctima a este dirigente comunista, sino que proyectando la impostura durante los "años de plomo" de la posguerra civil española llevó a miles de republicanos españoles al paredón . En este reportaje, nuestro colaborador Máximo Relti rescata la transcripción de una conversación telefónica con el monstruo que lo condenó, prologando con una breve biografia de Grimau el 59 aniversario de su fusilamiento.

   

  POR MÁXIMO RELTI PARA CANARIAS SEMANAL

 

    Para una buena parte de la población española, constituida actualmente por las generaciones nacidas durante la década de los 60 del siglo pasado, el nombre de Julián Grimau García sólo  tendrá alguna significación para aquellos que hayan tenido la curiosidad de acercarse al conocimiento de la historia de la pasada Dictadura  del General Franco.

  

   Justamente por esa distancia en el tiempo y el silencio cómplice concertado durante los años de la llamada "transición política" española entre  sus partidarios y quienes inexplicablemente renunciaron a su propia historia, conviene  ahora rememorar, aunque sea con brevedad, quién fue este hombre cuyo fusilamiento no sólo sacudió  a la España de entonces, despertándola de una forzada modorra, sino que recordó igualmente a Europa  la deuda de solidaridad que tenía contraida con el único país del continente que casi 20 años después de producirse la derrota de las  potencias del Eje, continuaba teniendo el fascismo como doctrina oficial del Estado.

 

BREVE BIOGRAFÍA DE GRIMAU

 

   Julián Grimau García fue un militante comunista, nacido en Madrid en el año 1911, miembro de la Dirección central del PCE, cuyo trabajo político en la década de los 60 del pasado siglo se desarrolló  dentro del territorio español.  Su trabajo  tenía como objetivo  la coordinación de  la actividad de la organización clandestina de los comunistas españoles en distintos puntos del Estado. Ni que decir tiene que las especiales condiciones  en las que Grimau desarrollaba ese trabajo político  comportaban  graves riesgos, como posteriormente pudo constatarse .

 

    La primera militancia política de Grimau, no obstante,  no  se inició  en las filas del Partido Comunista de España.  Antes había  pertenecido un partido político de  corte moderado,  la "Izquierda republicana".

   El interés de Grimau por la política y la cultura vino condicionado por la influencia  que había recibido de su padre, un inspector de policía que compartía su profesión con aficiones literarias de dramaturgo  y, también, por el hecho de que durante su adolescencia Julian había estado trabajando en una librería.

 

   La influencia de estos dos vectores circunstanciales hizo que la curiosidad del joven Julián se abriera muy tempranamente  hacia todos los temas políticos, culturales e históricos que tuvieran alguna relación con  aquella España convulsa, que apenas unos meses atrás había logrado desprenderse de la rémora de una Monarquía borbónica corrupta, abriendo por segunda vez en un siglo, la esperanzadora perspectiva de un futuro político republicano. Como suele suceder en circunstancias históricas similares, el país vibraba ante un nuevo horizonte que parecía romper definitivamente con un pasado obscuro y tenebroso. Julián Grimau no fue una excepción.
 


   Cuando estalló  la Guerra Civil,  Grimau contaba con apenas 25 años.  Las circunstancias del momento le permitieron participar en el asalto popular al madrileño Cuartel de la Montaña, uno de los puntos de arranque castrense  del Golpe de Estado militar  franquista, en julio de 1936. Aquel acontecimiento determinó, al parecer,  que se produjera un giro  radical en la conciencia política de Grimau, empujándole  a ingresar en las filas del Partido Comunista de España, que en aquellos primeros años republicanos no pasaba de ser una organización política  con muy escasa influencia social.

 

   En el curso de la Guerra CivilGrimau, que teniendo como referencia vocacional la profesión paterna, ingresó en el Cuerpo General de la Policía de la República,  desarrolló su actividad profesional en labores policiales en  Cataluña. Al ser derrotada la RepúblicaGrimau  como otros centenares de miles tomó el camino del exilio. Primero en  América Latina, estableciendo posteriormente su residencia en Francia.  

 

   En 1954, durante el Congreso del PCE celebrado en PragaJulián Grimau fue elegido miembro de su Comité Central.  Y a partir de 1959 sustituyó a Simón Sánchez Montero, que acababa de ser detenido, en la dirección del Partido "en el interior", donde  se vio obligado a permanecer en la  clandestinidad a lo largo de varios años, compartiendo sus tareas soliticas con el conocido Francisco Romero Marín, alias "el tanque".  

   No fue una casualidad,pues, que su intensísima actividad  clandestina lo terminara  convirtiendo en  uno de los activistas más buscados por la Brigada político social franquista.  

 

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UNA PEQUE MUESTRA DEL MOVIMIENTO SOLIDARIO MUNDIAL CON J.GRIMAU
LA FARSA DEL PROCESO

 

   Grimau fue detenido el 7 de noviembre de 1962. Su detención se produjo en un autobús en el que tan sólo viajaban él y otros dos pasajeros, que resultaron ser agentes de la Brigada Político-Social, que procederían a su detención.

 

   Según se sabe hoy, Grimau fue delatado por el enlace con el que tenía que establecer contacto.  Conducido a la Dirección General de Seguridad, situada en la madrileña Puerta del Sol, en el edificio conocido como Casa de Correos, que hoy es utilizada para albergar a la inefable presidenta Isabel Díaz Ayuso, fue  sometido  a torturas de tal  envergadura que  intentando borrar las huellas de las mismas, los propios  policías  de la Brigada político social decidieron recurrir al expeditivo método de lanzarlo por el patio interior del inmueble donde  lo estaban interrogando.

 

   Aquella "caída" le provocó varias fracturas en el cráneo, así como múltiples roturas óseas en los antebrazos y las muñecas. El propio Grimau  contó a su abogado defensor que sus interrogadores de la BPS, en un momento dado, manteniéndolo frontalmente esposado, lo agarraron en peso y lo  arrojaron  por la ventana hacia un patio interior.
 

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EN ESTA INSTANTANEA, FRAGA EJERCIENDO DE LO QUE SIEMPRE FUE

 


    Manuel Fraga Iribarne, por entonces  destacado Ministro "estrella" de Información y Turismo de la Dictadura, con su  brutal desparpajo juró y rejuró ante a los medios de comunicación internacionales que, contrariamente a lo que había denunciado el propio Grimau, éste había recibido un "trato exquisito" (sic), y que  lo que lo que habia ocurrido  fue que mientras estaba siendo sometido a un "hábil" interrogatorio  había aprovechado para subirse a una silla, y abriendo una ventana  se arrojó por ella de forma "inexplicable" y por "voluntad propia".

 

  Vale la pena recordar que quien así se expresaba ante la prensa internacional ostentaría  un par de décadas después el patronazgo referencial e ideológico  del conjunto de la reconvertida  y "democrática" derecha española.

 

 

 

 

ESCÁNDALO INTERNACIONAL
 
   El revuelo  provocado tanto por el intento de eliminación  de Grimau por parte de   la Brigada político-social, como por el  conocimiento  público de la petición del ponente de la pena de muerte para el procesado, posibilitó que de forma masiva la prensa internacional  centrara su atención en el "caso Grimau"No quedó capital europea o de América Latina  de importancia en la que no se produjeran manifestaciones multitudinarias ante las embajadas de Franco, reclamando la liberación de Julián Grimau.

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   Con objeto de aliviar la fortísima presión internacional, el Régimen de Franco no  llegó a tener agallas para acusar a Grimau por su actividad política clandestina, sino que creó una suerte de bluff jurídico argumental según el cual se procesaba a Julián Grimau por sus actividades policiales durante la Guerra civil, calificando a estas como un "delito continuado de rebelión militar".

 

 EL "JUICIO" Y EL`PONENTE IMPOSTOR

 

   Grimau  tuvo que comparecer ante un Consejo de Guerra, que estuvo saturado de inconcebibles irregularidades jurídicas.   No deja de resultar llamativo que  ya avanzada la década de los 60 la jurisdicción militar no contara con miembros que dispusieran de una mínima formación jurídica. El ponente de aquel Consejo de Guerra, fue un impostor llamado Manuel Fernández Martín, que a lo largo de toda la posguerra española había estado desempeñando esa misma función de ponente en miles -decimos bien, "miles"- de Consejos de Guerra, que acarrearon otras tantas penas de muerte, Fernandez Martín no poseía siquiera el título de Licenciado en Derecho.

 

   Cuando posteriormente se le preguntó por su título, Férnandez alegó en su defensa que este  "había sido pasto de las llamas durante la Guerra Civil".  Como respuesta a las afirmaciones de este  asesino "togado", todas  las Facultades de Derecho de España manifestaron documentalmente que quien se había atrevido a determinar la suerte de miles de republicanos durante los duros años de plomo de la posguerra española no había pisado jamás por las aulas de las respectivas  Facultades de Derecho.

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LA HISTORIA DE FRAGA BLANQUEADA POR SANTIAGO CARRILLO APENAS 12 AÑOS DESPUÉS DE QUE EL PRIMERO FIRMARA EN UN CONSEJO DE MINISTROS LA SENTENCIA DE MUERTE CONTRA GRIMAU

 

 

    Curiosamente, el defensor de Julián Grimau, el teniente abogado Alejandro Rebollo Álvarez-Amandi, fue la única persona que en aquella siniestra sala tenía formación jurídica. Pero también hay que decir que la brillante defensa que  realizó  de Julián Grimau terminó costándole el puesto.
 
    El Consejo de Guerra tuvo lugar el 18 de abril de 1963. Pese a que el Régimen de Franco intentó paliar los efectos mediáticos  de aquel juicio, su propia torpeza le impidió cumplir con sus propósitos iniciales. La siniestra Sala donde se celebró el Consejo de Guerra  estuvo atestada de corresponsales  de la prensa de todo el mundo durante todas las sesiones. Finalmente, Julián Grimau fue condenado a muerte y fusilado, sin llegar a saber que el ponente que lo había acusado y que habia instado a que se le condenara a muerte  fue un vulgar impostor.

 

    La Redacción de Canarias Semanal ha rescatado ahora la transcripción  integra  de una conversación telefónica que un periodista de la revista "Interviú" sostuvo con Manuel Fernández Martín, el ponente impostor, sobre cuyo alegato incriminatorio contra Julián Grimau recayó el peso de aquel Consejo de guerra.

 

   Reproducimos íntegramente la conversación telefónica que mantuvo el semanario  "Interviú" con el  impostor, sobre cuya conciencia no sólo recayó la muerte por fusilamiento de Julián Grimau García, sino  también la de otros miles de luchadores antifranquistas  de la posguerra, que fueron sentenciados a la misma pena, gracias a las "gestión jurídica" de este malvado personaje.

 

HABLA FERNÁNDEZ MARTÍN(*): "HOY REPETIRÍA AQUELLA SENTENCIA"

 

— ¿Usted es el ponente del caso Grimau?

- Sí, claro., pero... ¿con quién hablo? Sorprendido, vacilante, Manuel Fernández Martin no sabe qué [Img #70742]

FERNANDEZ MARTIN FALLECIO EN 1982
decir, no tiene tiempo material para reaccionar, para eludir la inesperada pregunta.

 

- ¿Pero usted fue el pónente del Consejo de Guerra contra Grimau?


Y repite, todavía casi entrecortadas las palabras:


«¿Con quién hablo? Oiga, por favor, ¿con quién hablo?».

 

Sólo cuando me identifico Manuel Fernández Martín despierta a la realidad

 —Lo lamento, no puedo atenderie, me encuentro en cama desde hace dos meses, tengo un acceso de gangrena diabética, y estoy esperando al médico. No sé si me ingresan hoy o mañana. Mi hermana se ha ido a trabajar, yo estoy aquí solo, con unos dolores tremendos. ¿Qué me pasa?, pues que van a tener que amputarme una pierna, no puedo verle.

 

—Sería sólo un momento.

—No, es que estoy en la cama, y en este estado no puedo recibirle. Qué más quisiera yo, pero me encuentro mal, muy mal, ¿cómo voy a estar, si no, cuando no sé si dentro de una semana, o de diez días, o de doce voy a seguir viviendo?

 

—Pero es que hay una información, unas declaraciones del abogado Antonio Cases, que le afectan y que usted debe conocer.

—¡Ahí, del señor Cases, ¿qué dice el señor Cases?

 

—Muchas cosas que le presentan como un ser monstruoso, despiadado.

—¿Un ser monstruoso? ¡Por Dios! Mire, en conciencia, tengo la seguridad de que no me he portado como un ser monstruoso. Me designaron como ponente auditor en el Consejo de guerra de Grimau, en él intervine cumpliendo con mi deber, y esa ha sido toda mi monstruosidad.

 

—Usted le condena a muerte.

—Bueno, mi voto es uno más, uno más entre todos los, que formábamos parte de aquel tribunal militar. Además, esa ha sido te única sentencia de muerte que yo he firmado en toda mi vida.

 

— Pues dicen que no.

—Ahora dirán lo que quieran, pero es así.

 

—¿Usted no perteneció a los tribunales de la masonería y del comunismo?

—No, yo no he pisado por el Tribunal de la masonería nunca, incluso no sé muy bien dónde estaba exactamente; creo que estaba donde está ahora la secretaría general del Movimiento, mejor dicho, donde estuvo.

 

— Usted fue falangista, claro.

—No, jamás, yo pertenecía a las Juventudes de Acción Popular de la CEDA, de Gil Robles y por cierto yo en Badajoz tenía muy buen ambiente, tanto que, cuando me vi envuelto en todo este lío, Aguiseda, que fue diputado socialista durante la República, muerto en el exilio, me mandó una carta muy cariñosa hacia mi persona. De modo que yo no me considero ningún desequilibrado, ni he tenido ese carácter despiadado y sanguíneo que se me atribuye. Más aún, y no pretendo no parecerle un ser monstruoso, el mismo día de la vista yo mantuve con Grimau una conversación, no diré amistosa, pero sí cordial, una conversación muy significativa, que quizá cuente algún día.

 

—¿Qué tipo de conversación?

—No, no voy a relatarla ahora, porque Grimau no vive, y no puede confírmar mis palabras, pero sí puedo decirle que fue él quien se me acercó a mí y que, en la charla, yo le pregunté que quién pensaba que le había delatado.

 

—¿Le contestó algo?

—Sí, claro. Sólo le contaré una cosa, y saque usted las conclusiones. Grimau no aludió para nada al Partido en los momentos últimos de su muerte y su grito final no fue un ¡viva el comunismo!, sino un ¡viva la República! ¿Que si estaba desilusionado del comunismo? Puede, no sé, la verdad; pero lo cierto es que es un caso extraño, envuelto en el misterio más absoluto desde el principio: el hecho de cómo se produce la detención, todo es muy raro, allí tuvo que haber un soplo desde muy arriba. Esa es la verdad, porque sobre Grimau se ha escrito mucha literatura, como que le tiraron por la ventana, incluso han dado el nombre de quién le empujó, cuando en realidad no fue así. Se tiró él, porque quiso huir, porque sabía, estaba convencido, de que eran muy serios los cargos que pesaban sobre él, y que se le condenaría a muerte.

 


— ¿Que eran muy serios los cargos que pesaban sobre él? Según tengo entendido, los testimonios aportados no son directos sino a través de terceras personas, ¿o no?

—Los testimonios que se producen fuera de la causa, no lo sé; pero lo que ocurre es que Grimau no es condenado por lo que se dice, por eso de la checa en Barcelona, que él mismo reconoce que ha estado en ella, aunque niega que haya torturado a nadie.  Pues bien, lo importante en el caso Grimau es que él confiesa que siempre ha estado en puestos directivos del Partido Comunista y que ha tenido responsabilidad en las acciones que los comunistas, desde que terminó la guerra, llevan a cabo en España; vamos, que él reconoce ser ordenador e instigador de todas aquellas acciones, y de ahí que se le condene a muerte, por su actitud de continuidad delictiva permanente.

 

— Eso no puede ser motivo suficiente para quitar la vida a un hombre.
— Entonces, sí, la sentencia se cumplió en estricta justicia con arreglo a aquella legislación.

 

—Y usted será católico, claro...

—Sí, señor.

— Y estará a favor de la pena de muerte, paradójicamente...

—No, señor; yo estoy en contra de la pena de muerte.


— Eso lo dice usted ahora, después de haber firmado la de Grimau.

—No, no, lo he dicho antes. Claro que siempre hay excepciones, porque hay casos gordísimos que no queda más remedio que aplicarla; pero nunca es, por supuesto, agradable firmar una sentencia de muerte.

—¿Hoy usted no firmaría la sentencia de muerte de Grimau, o sí?

—Si las circunstancias fueran las mismas, las pruebas presentadas, también, tendría en buena lógica que comportarme de manera idéntica. Es decir, en la misma situación hoy también firmaría aquella sentencia.

 

— Vamos, que no está arrepentido.

—¿Por qué voy a estario?

 

—Suponga que se equivocó.

—Con las pruebas aportadas, se actuó como debía de actuarse.

 

— Pues ya sabe que la hija de Grimau tiene en marcha la solicitud de revisión del proceso de su padre.

—Bien, si presenta nuevas pruebas, pruebas que entonces no se presentaron, si hay testimonios contrarios a los anteriores, la sentencia podría rebatirse y ser modificada.

 

— Un poco tarde ya, ¿no le parece?

—Claro, la vida no puede restituirse, desgraciadamente. Pero aquel caso estaba muy claro para mi. Por ejemplo, a los autores del primer atentado que hubo en zona vasca los juzgué yo, y no se les condenó a muerte. No sé si se acordará, fue una operación dirigida por un ingeniero vasco, no recuerdo el nombre, que supuso el levantamiento de las vías de un tren a la salida de un túnel, cerca de Tolosa; en contra de lo previsto, vino un mercancías en dirección contraria evitándose así que hubiera una catástrofe porque estaba planeado para un tren de pasajeros, y aquello sí que hubiera sido una gran desgracia. O sea, que yo no he sido ningún monstruo, y no he actuado por resentimiento o venganza contra nadie, y ese ha sido mi comportamiento en todo momento como miembro del cuerpo jurídico del  ejército.

 

— Del cuerpo jurídico le expulsaron a usted.

—No es exacto eso. Yo pertenecía a la escala honorífica, y ahí podías estar en activo o en baja; a mi me pasaron pasaron a la baja mucho después, en el año sesenta y seis. El Consejo Supremo de Justicia Militar me impone, efectivamente, la pena de un año y medio de prisión menor, por ejercer actos propios de la profesión militar sin causa legítima, tal como dice la sentencia, suspendiéndome de empleo por igual tiempo, mientras que la querella que presenta el señor Cases por vía civil es rechazada por el Supremo quien, como yo entonces soy procurador en Cortes, considera que no ha lugar a proceder alguno. O sea, que todo está muy enmarañado, y a mí oficialmente nadie me comunica mi expulsión del cuerpo jurídico; a lo mejor me envían algún oficio, no sé, acaso se extravió en el correo, pero lo cierto es que eso es así. Más aún: yo, después de haber cumplido la condena, sigo incluso cobrando el sueldo bastante tiempo después.

 Lo que había en la sentencia es que se llamaba la atención por si procedía o no a mi separación del cuerpo jurídico.

 

— ¿Usted sigue ejerciendo como jurídico posteriormente?

—No, no, eso no; yo no he vuelto a sentarme en una mesa de auditoría ninguna vez más. La verdad es que hay un trasfondo de maniobra con toda aquella denuncia de Cases que no está nada claro, y que desde luego es una operación orquestada contra mí por los comunistas.

 

—Pero Cases no es comunista.

—No lo sé, pero sin embargo él aparece firmando algún manifiesto que publica «Mundo Obrero». De cualquier forma, todo eso es lo de menos: iban a por mí y buscaron la primera excusa que encontraron.

 

— Una excusa con peso especifico suficiente.

—¿Por qué?

 

— Pues porque usted venía actuando en los tribunales militares cuando en realidad no tenía el titulo de Derecho.

—De eso habría mucho que hablar. ¿Que yo no tengo el título?

 

— Por eso le juzgan, creo.

—Cuando en la guerra me movilizaron, solicitaron que me incorporara al cuerpo jurídico; yo no pedí ingresar en él, no. Aunque en aquellos momentos no era necesario tener completa la carrera, sólo estar estudiándola. Y si ingresé en la escala honorífica del cuerpo jurídico es porque pidieron a la Facultad de Derecho de Sevilla la correspondiente documentación académica. De eso ya le digo habría mucho que hablar, pero mucho. Quizá, cuando salga del hospital pueda explicarle personalmente más cosas.

 

- ¿Que si puedo al menos recibir a un fotógrafo?

- No, no, ya estuvieron aquí hace tiempo, no sé, tal vez hace menos de un año, un fotógrafo y un redactor de la revista; pero no, fotos no quiero ninguna, ni ahora, ni nunca.

 

Trémula la voz, Manuel Fernández Martin repite una y otra vez: «Eso sí que no, fotos, no».

 

 

   (*) Esta conversación telefónica tuvo lugar en 1979, y Manuel Fernandez Martin falleció en 1982. Las caracteristicas de  biografia de este sujeto sirven para describir a la perfeccion el perfil del propio Régimen al que sirvió. Durante la Guerra Civil se las ingenió  para sin haber pisado nunca una  Facultad de Medicina se transmutara en médico, y durante los años de guerra, además de dirigir algunos campos de concentración destinados al aislamiento de "rojos", desempeñara también el papel de Doctor en medicina en hospitales de campaña.

   En cualquier caso, sus andanzas no concluyeron  en estos imposturas y suplantaciones. Ejerció, igualmente, de "sindicalista" en los sindicatos verticales del franquismo, además de otras aventuras que tendremos la oportunidad de relatar en algún próximo reportaje.