Un libro del periodista Antonio Fuentes analiza la figura de Horacio Hermoso y la trayectoria del gobierno del Frente Popular en Sevilla hasta el golpe militar de 1936 que desencadenó la guerra.
SEVILLA
La figura del último alcalde de Sevilla en la II República, Horacio Hermoso, y de lo que hizo durante un breve gobierno de cinco meses interrumpido por la sublevación de Queipo de Llano, quien ordenó su ejecución, ha sido rescatada y analizada en un libro. Este se presentó este pasado viernes en la capital andaluza, coincidiendo con el 92º aniversario de la proclamación de aquel sistema de gobierno democrático: La huella borrada, escrito en formato de novela por el periodista Antonio Fuentes (Rota, 1979) y publicado por Plaza&Janés.
Horacio Hermoso era también natural de tierras gaditanas, de Sanlúcar de Barrameda, y tenía solo 36 años cuando el pelotón a las órdenes de Queipo de Llano lo fusiló. Así quedaron huérfanos dos niños, de seis y ocho años de edad, el mayor de los cuales, con su mismo nombre, es el que contó a Antonio Fuentes buena parte de la historia del que fue último alcalde republicano de Sevilla elegido por soberanía popular antes de que volviera la democracia a España tras la muerte del general Francisco Franco en 1975.
Horacio Hermoso hijo, fallecido el año pasado, recuerda en el libro la última vez que vio con vida a su padre: "Estaba despierto, pero me hice el dormido sin saber por qué. Le vi salir de la habitación con su traje de hilo blanco, su sombrero y su silueta a contraluz en la puerta del cuarto. Fue lo último que vi de él".
Horacio Hermoso padre trabajaba como contable de la empresa de perfumería y cosmética Instituto Español, una empresa andaluza que tiene su sede central en Hinojos (Huelva) y que hoy sigue en pie con 160 personas empleadas. Era contable, además de secretario de organización local de Izquierda Republicana, partido que formó parte del Frente Popular junto a Unión Republicana, PSOE y PCE en las elecciones de febrero de 1936. La coalición de izquierdas ganó con holgura las elecciones en Sevilla y sustituyó en el Ayuntamiento de Sevilla al anterior equipo de gobierno municipal de las derechas. Eso supuso también el comienzo del fin de la República dictado por los estamentos militares, económicos y eclesiásticos que decidieron sublevarse y derrocarla, aunque para eso necesitaron tres largos y cruentos años de guerra civil.
"Esta etapa política ha sido menos trabajada por la historiografía, a veces reducida a mero preámbulo de la Guerra Civil. Los apenas cinco meses de gestión del Frente Popular quedaron soterrados bajo el relato de los golpistas. Impusieron una versión que perduró durante el franquismo y aún encuentra ecos. Jamás los golpistas pudieron sospechar tal éxito, pese a la violencia ejercida, ni tanta ignorancia sobre sus actos", dice Antonio Fuentes.
Con los testimonios de Horacio Hermoso hijo y la consulta de montones de documentos bibliográficos y periodísticos de la época, Fuentes ha sacado a la luz lo qué ocurrió realmente en los pocos meses de gobierno municipal del Frente Popular, durante el golpe de Estado, con Queipo de Llano a los mandos en Sevilla, y en las semanas posteriores a la sublevación hasta que el alcalde elegido tras las elecciones democráticas de febrero fue fusilado el 29 de septiembre de 1936.
El autor de La huella borrada sostiene, en declaraciones a Público, que aunque había muchos problemas, unos de tipo económico y social –consecuencia en gran medida de una pobreza y una desigualdad seculares y muy acentuadas en el sur español– y otros políticos –a causa del enfrentamiento entre diferentes corrientes ideológicas–, también había una cierta normalidad en la vida cotidiana la sociedad sevillana.
La mejor prueba de esa normalidad fue, a juicio de Antonio Fuentes, que ese año de 1936 pudieron celebrarse con bastante tranquilidad las dos grandes fiestas de la ciudad: la Semana Santa y la Feria de abril.
El boicot de las élites contra la Semana Santa
Fuentes hace hincapié en lo que ocurrió en la Semana Santa de 1936 en Sevilla, apenas tres meses antes de que Queipo de Llano asaltase el gobierno de la ciudad y empezase a fusilar a cientos de personas acusadas de rojas, ateas y depravadas. Según su investigación, el alcalde Hermoso fue uno de los que más se preocupó de que todo transcurriera con la mayor normalidad posible en unas fechas tan señaladas en la capital hispalense. Pese a los intentos de la jerarquía eclesiástica, la oligarquía agraria y otras élites económicas de boicotear su desarrollo, como ya habían hecho en años anteriores, todas las cofradías, menos una, procesionaron por las calles de la ciudad sin ningún problema.
Según el autor de La huella borrada, Horacio Hermoso se fajó, con la ayuda de otras autoridades republicanas de la ciudad, para conseguir el dinero que sufragase los gastos de las cofradías, después de que las élites de la ciudad hubiesen acordado boicotear su principal fuente de financiación: los palcos de la carrera oficial por la que desfilan las procesiones camino de la catedral, unas ubicaciones de privilegio que ese año decidieron no abonar con el propósito de reventar la fiesta mayor de Sevilla y dar la sensación de que el Frente Popular, y por extensión la República, pretendía acabar con la religión católica y sus manifestaciones más queridas por el pueblo.
"Han sido muy divulgadas la quema de templos e imágenes y la ocultación de las tallas religiosas, pero los investigadores apenas han profundizado en la gestación y resultado de esa celebración en 1936", explica el escritor en la presentación del libro.
La invitación a Lluís Companys para visitar la Feria
Y luego, en la Feria de abril, el alcalde tampoco se amilanó e invitó a que la visitara al presidente de la Generalitat de Catalunya Lluís Companys, que hasta entonces sólo había visto Sevilla de pasada durante su traslado al penal de El Puerto de Santa María para cumplir una condena de 30 años de prisión por haber proclamado el Estado catalán en 1934.
Companys, líder de ERC y ministro en uno de los Gobiernos de la República, había sido amnistiado de su condena en febrero por el nuevo ejecutivo del Frente Popular. Y esa invitación a la gran fiesta popular sevillana tampoco debió de gustar mucho a los enemigos de la República que estaban agitando el árbol cada día con mayor ímpetu, preparando lo que habría de suceder en julio, cuando se desató el golpe militar y, con él, la escabechina de Queipo.
La batalla de Sevilla
El golpe de los militares dio a Sevilla el dudoso honor de ser el escenario de la primera batalla de la Guerra Civil española en suelo peninsular. El lugar elegido fue la Plaza Nueva, donde se ubica el Ayuntamiento de la ciudad donde entonces tenía su despacho Horacio Hermoso. La novela de Antonio Fuentes reconstruye esas horas cruciales en el devenir del alzamiento, la decisión del alcalde de resistir, de no abandonar sus funciones, convocar un pleno para debatir sobre los intereses de la ciudad que él gobernaba por mandato de la soberanía popular, mientras en la calle ya había comenzado el intercambio de disparos entre militares golpistas y leales a la República que ya no habría de cesar hasta tres años después. Hermoso incluso asiste ese día a una reunión con el concejal de Fiestas para preparar la Velá de Santiago y Santa Ana, la otra gran fiesta popular de Sevilla que se celebra cada año a finales del mes de julio en el barrio de Triana.
Finalmente, el alcalde republicano fue detenido y llevado a Capitanía General, ubicada en la cercana Plaza de la Gavidia, desde la que el general Queipo de Llano dirigía las operaciones para tomar toda Sevilla y acabar con cualquier tipo de oposición al golpe militar. La familia de Horacio Hermoso, que se encontraba en aquellos días pasando las vacaciones de verano en Chipiona (Cádiz), regresó rápidamente a la capital para interesarse por su suerte, para intentar verlo. Según Antonio Fuentes, hicieron lo que Queipo decía que había que hacer en estos casos: dirigirse a la Iglesia, porque de ella dependía la vida de un proscrito. Entonces estaba al frente de la archidiócesis sevillana el cardenal Eustaquio Ilundain y a él se dirigieron, pidiéndole varias veces que intercediera por la vida del alcalde. Pero todo fue en vano.
Restos que aún no han sido encontrados
El pulgar de Queipo de Llano apuntó hacia abajo el 29 de septiembre de 1936, día en el que un pelotón fusiló al alcalde de Sevilla. Casi 87 años después, los restos de Hermoso aún no han sido encontrados; ni tan siquiera se sabe con seguridad dónde fueron enterrados, aunque se presupone que en una de las fosas comunes del cementerio de la ciudad a las que se arrojaron los cuerpos de cientos de ajusticiados por la voraz represión golpista.
En enero de 2019, técnicos del Laboratorio Municipal de Sevilla tomaron unas muestras de ADN a Horacio Hermoso hijo, con 91 años de edad, para tratar de identificar los restos de su padre entre los que se han extraído ya de la fosa de Pico Reja y entre los que se saquen de la de Monumento. Antonio Fuentes, de acuerdo con la fecha de su fusilamiento, se decanta por que los restos del alcalde se hallan en la fosa de Monumento, la que se abrió una vez colmatada la de Pico Reja. En esta última, donde ya han terminado los trabajos, se localizaron los cadáveres de más de 1.700 personas ajusticiadas por los golpistas del franquismo.
Horacio Hermoso hijo pudo asistir en abril de 2019 al primer homenaje que el Ayuntamiento de Sevilla hizo a los miembros de la corporación hispalense de 1936 asesinados y represaliados. El equipo de gobierno del que entonces era alcalde Juan Espadas, actual secretario general del PSOE andaluz, emitió un comunicado de reconocimiento a las víctimas de la barbarie del golpe franquista, en el que destacó que aquella corporación democrática había propuesto en su breve recorrido avances importantes en la ciudad, como el sistema sanitario municipal o la introducción de aulas mixtas en el sistema educativo.
Antonio Fuentes dice que su libro pretende reivindicar la figura de Horacio Hermoso y de toda una generación que estaba intentando asentar la democracia, hacer cosas diferentes en España, modernizarla, y fue borrada de un porrazo con un golpe que supuso un "mazazo para toda la legalidad". En la presentación de La huella borrada lo explica así: "Esta novela reivindica el papel de personas que quisieron contribuir a una España distinta a la que venía implantada desde el medievo, basada en la triada monarquía-ejército-iglesia; personas que contribuyeron a una primera experiencia democrática, aunque no fuese perfecta, pero única en la historia como antecedente de la que hoy conocemos".
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