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Irene Abad Buil, historiadora e investigadora sobre las mujeres de los presos políticos del franquismo, relata las violencias a las que se enfrentaron las que esperaban 'En las puertas de la prisión' (Icara, 2012).
Ser madre, hermana, esposa o hija de un “rojo” se convertía durante la Guerra Civil y la dictadura en motivo de castigo. Según la doctora en historia Irene Abad Buil (Huesca, 1977) estas mujeres fueron estigmatizadas socialmente y condenadas al ostracismo por pertenecer al grupo de los vencidos, lo que llama “la disidencia extendida”. Afirma que se les aplicaron mecanismos de represión que trataban de humillarlas sexualmente, que además sufrieron escasez económica y severas dificultades para sacar a sus familias adelante. Las “mujeres de preso” vivieron cuarenta años conviviendo con el miedo pero aún así, atendieron y cuidaron a sus hombres.
En las puertas de la prisión (Icara, 2012) Abad Buil relata la historia poco conocida de ellas. Cómo pasaron de actuar individualmente, de largas esperas en la puerta de las cárceles para obtener información o llevarles comida, a concienciarse sobre la fuerza de la colectividad. Ellas fueron sustento de muchos presos, palomas mensajeras entre la calle y las rejas, abanderadas de la reducción de penas y de las amnistía. Irene Abad Buil lleva muchos años detrás de cada una de estas mujeres, escribiendo y documentando la vida y sus esfuerzos en un sistema fascista terriblemente atroz con la disidencia. También tiene un documental llamado Fuimos mujeres de preso y actualmente está escribiendo una obra de teatro basada en Dona de pres, la novela de Teresa Pàmies. No sería exagerado afirmar que las “mujeres de preso” vivieron privadas de libertad extramuros de las cárceles.
¿Qué hacían las mujeres respecto a sus presos?
Era un sistema de asistencia. Empiezan a ir a las cárceles como una manera de proyectar en ese espacio lo que ya hacían en sus casas: cuidar. Ellas atienden y protegen a su familia, así que ese rol se lleva a las cárceles. Les llevan pastillas de jabón, un producto de lujo en las cárceles. También la comida o el tabaco. Esperanza Martínez me contó que hacía una tortillica, ella se quedaba una parte pequeñita para cenar y la otra parte se la llevaba al marido que estaba dentro. También se ocupaban de la ropa: llevar ropa limpia, lavar la ropa sucia…
Fueron maestras transportadoras de paquetes. Entraban y sacaban de la cárcel de todo, supongo que con un bolso como el de Mary Poppins.
En mi casa tengo colgado un cuadro de Agustín Ibarrola pintado en la cárcel y sacado por una “mujer de preso” (se ríe). Esperanza Martínez fue un hacha sacando y metiendo Mundo Obrero en la cárcel de Zaragoza, pero cantidades industriales de periódicos (se ríe). No la pillaron jamás. Y a Ángeles Blanco le llegaban mensajes del Partido Comunista en Francia y en las conservas que le mandaba al marido, quitando al vapor la etiqueta, ponía una etiqueta falsa con el mensaje clandestino y encima la etiqueta de la conserva. Y ellas se enteraban de lo que pasaba dentro, como las huelgas de hambre, por mensajes encristalados o escondidos en los paquetes. Cuando entraban los niños, los presos les hacían dibujos con carboncillos y debajo de estos estaban los mensajes
La desinformación y el silencio sobre los presos (dónde estaban, cómo estaban, qué les habían hecho) era una forma de castigo.
La información te da poder y la desinformación te resta poder. Si ellas tenían información podían hacer algo, maniobrar y actuar. Sin duda estas mujeres se merecen un reconocimiento emocional porque ir a ver a sus familiares y descubrir que los han trasladado o recibir la caja con sus pertenencias, que eso quería decir que los habían fusilado… es un nivel de desposesión increíble. Las situación de desamparo, desconcierto e inseguridad empieza a ser sanada por el reconocimiento de que la señora que está a tu lado, otra mujer de preso, está viviendo exactamente lo mismo. Así que se inician unas redes de apoyo y solidaridad entre ellas que son casi compensadoras de tragedias. De la represión se pasó a la solidaridad y de ahí a la movilización. Se dieron cuenta que juntas se podía hacer más.
Se organizan y se empoderan.
Empezaron a organizarse, encerrarse en iglesias, escribir cartas y escritos, hacer presión a cargos eclesiásticos o políticos… a actuar y pensar políticamente. Entendieron que como mujeres estaban respondiendo a sus roles culturalmente asignados, atendiendo, defendiendo y cuidando a sus maridos e hijos. Y la defensa de las responsabilidades de género es lo que les abalaba y les abrió las puertas a empezar a definirse como “mujeres de preso”, así, con derecho a defender a nuestros hombres porque es obligación de la mujer. Desde una perspectiva de género responde a un concepto de propiedad, claramente patriarcal, pero hago la lectura de que fueron inteligentes y astutas, porque le dieron la vuelta a lo que el franquismo les imponía: señoras resignadas, abnegadas a los maridos, relegadas al ámbito del hogar. Así que ellas se defendían como esposas o las madres de los hombres presos, tenemos el deber de cuidarles y atenderles. ¿Cómo iban a detenerlas si estaban haciendo lo que el franquismo defendía que eran las obligaciones de las mujeres?
¿Por qué considera que con el encarcelamiento de los maridos, padres e hijos las mujeres también sufrieron una represión económica?
La Ley de Responsabilidades Políticas ejerció una presión sobre ellas muy importante. Si habías tenido responsabilidades políticas durante la época republicana, y como las leyes durante el franquismo tenían carácter retroactivo, la actividad política previa contabilizaba como incumplimiento de la Ley. Surgieron una cantidad de multas que algunas de ellas no pudieron pagarlas los verdaderos expedientados: maridos fusilados, exiliados, desaparecidos o encarcelados. Así que son sus mujeres las que van a tener que hacer frente al pago. Multas que se pagarían con dinero o con expropiación de tierras o confiscación de inmuebles. Imagina, las mujeres que vivían y que se quedan sin sus tierras se quedan sin sustento. También está el hecho de que para muchas familias el benefactor, la fuente de ingresos, era el marido. Así que al corpus represivo se le suman las nefastas condiciones económicas que tuvieron que padecer.
¿Es por eso que fueron empujadas a actividades como el estraperlo?
Sí, como mecanismos de supervivencia. Una mujer en condiciones de desamparo absoluto, que no tiene ningún tipo de posibilidad de sacar a su familia adelante, se agarra a un clavo ardiendo. Y cómo iban a darle trabajo a las rojas, eran mujeres marcadas. Durante el primer franquismo intentaron ocultar su condición de mujeres de preso por miedo a la marginación. Un miedo difícil de borrar. Mi abuela fue mujer de preso, tenía a su padre y a dos tíos en la cárcel. Era ella la que se encargaba de ir andando de Ponzano a la cárcel de Barbastro, saliendo al amanecer y sin decirle a nadie adónde iba. Nunca reconoció que iba a atender a sus familiares presos. Cuando yo empecé la investigación y le pregunté, aquello fue un drama, ella lloraba y no quería hablarme. Era muy doloroso revivirlo. Estando ella en los últimos días de su vida, con un cáncer terminal, me mandó ir a verla. Y me dijo: “Llevo días escuchando llamadas desde el otro lado, y como ya sé que no me puede pasar nada más, te voy a contar todo lo que me pasó yendo a la cárcel a atender a mi padre”. La anécdota me parece esclarecedora sobre el silencio y la necesidad de ocultar esa condición. Eran mujeres que estaban totalmente señaladas y estigmatizas y castigadas de por vida.
¿Qué pasó con el padre de su abuela?
Con 65 años lo mandaron a la otra punta de España, al Puerto de Santa María. Hace poco encontré su expediente en el Tribunal de Libertad Vigilada, estuvo cinco años en la cárcel. Mi abuela en sus últimos días de vida me contó que fue una época muy muy triste e injusta. Me explicó que una vez iban camino a la cárcel y uno que pasó en un camión les dijo que les acercaba. Las dos niñas, mi abuela y la otra vecina, que no quiso decirme quién era, se tiraron del camión en marcha porque intentó abusar de ellas. Recordaba con lamento la situación, que a ella le parecía injusta tanto para ellos como por lo que tuvo que pasar durante años ella misma.
Supuestamente las familias recibían una dotación económica a cuenta de los trabajos de los presos del Patronato Central de la Merced.
Los hombres tenían posibilidad de redención de pena, trabajaban y se redimían y tenían un pequeño salario que se incrementaba si tenías mujer e hijos. Ese dinero se supone que tenía que llegar a las familias. Supuestamente. En cada lugar había una Junta del Patronato de la Merced encargada de repartir el dinero. Qué casualidad que cuando iban a repartirlo las mujeres nunca estaban en casa. También había una serie de criterios: si los hijos no están bautizados esa condición inhabilita a las receptoras. Tampoco las mujeres que no estaban casadas por la iglesia. Las condiciones estuvieron totalmente supeditadas al discurso franquista, así que recibir el dinero no fue un derecho sino una posibilidad. Los archivos del Patronato Central de la Merced se encuentran en el Archivo Nacional de Cataluña, yo revisé todas las fichas y son poquísimas las mujeres que consiguieron recibir algo de dinero.
¿Por qué considera que el franquismo escolarizó e internó a los niños y niñas de las familias de los presos?
Se buscaba controlar y reeducarlos. Hay que revisar las teorías de Vallejo Nájera sobre la patología de la disidencia. Este psiquiatra escribe un corpus teórico, consiguiendo que la disidencia sea una enfermedad que podía ser curada. Esta teoría le viene al pelo para justificar distintos mecanismos represores sobre los hijos de los presos. Primero deconstruir, es decir, borrar la educación republicana, para que luego, desde una tabula rasa, se pueda construir una educación pagada e ideada por el franquismo y defendida por la Iglesia.
¿Qué es la represión sexuada?
Son todos aquellos mecanismos de represión que atacan a la condición de ser mujer. Entrarían las violaciones y las descargas eléctricas en los pezones. También la rapadura de pelo, una manera de marcar a la mujer roja, que también es una forma de quitarles identidad y deshumanizarlas. La represión sexuada también fueron las torturas, que para muchas de ellas fueron castigos físicos en el vientre con la intención de evitar que pudiesen tener descendencia. O la obligación de la ingestión de aceite de ricino, para espectáculo público a costa de la víctima. Por supuesto, las mujeres de preso recibieron distintos tipos de esta represión sexuada.
En 1958 Franco dio una entrevista a Le Figaro en el que aseguró que solo se estaba castigando a las personas que cometían delitos del derecho común: “Solo han tenido que rendir cuentas los que cometieron abusos como robos, pillajes o asesinatos”. Las mujeres pelearon para que se les reconociera como presas por ideología, incluso batallaron por un Estatuto del Preso. Usted dice que el Régimen no reconocía que tenía presos políticos para impedir que el pueblo se solidarizara con la victimas y para que el mundo no se enterara…
Los presos querían que se les reconociera como presos políticos. Las mujeres también lo reclamaban. Ellas defendían que sus maridos no eran ni ladrones ni asesinos, y que no todos los presos eran iguales. A nivel internacional es una de las cosas que más se criticó: el hecho de que en España se siguiese represaliando por condiciones ideológicas. Presos a los que se les estaba privando de libertad porque pensaban diferente.
¿Qué sería bonito hacer para honrar la memoria de estas mujeres?
Las mujeres de preso fueron víctimas de la represión franquista: vivieron en más prisiones que la prisión de las rejas. El hombre, al ser el encarcelado, víctima directa, se convertía en la víctima en mayúscula. Estas mujeres gestaron el Movimiento Democrático de Mujeres y batallaron por la amnistía posterior. La historia ha sido muy injusta y se les ha hecho poco reconocimiento. Sería muy bonito construir un lugar de memoria.
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