Unos 500.000 republicanos españoles exiliados que huían del franquismo cruzaron la frontera francesa, de ellos 100.000 pasarían entre 1939 y 1941 por el campo de concentración de Argelès, donde vivieron en unas condiciones extremas e inhumanas.
"Los primeros cinco días no nos dieron ni comida, ni agua".
La disentería, la neumonía, la tuberculosis y la pulmonía eran las enfermedades más comunes en el campo, las enfermedades que más muertes se cobran, muchas de las cuales ni siquiera se registraban ni contabilizaban.
En la improvisada enfermería, un médico español atendía como podía a los enfermos con aspirinas y caldo de pollo como únicos medicamentos.
El campo se situó en una zona de dos kilómetros de playa abierta y desprotegida en la que la humedad y el viento se hacen insoportables. Quizá uno de los peores escenarios para colocar un campo de concentración.
Aun así, las autoridades francesas no tuvieron inconveniente en situar uno, calificándolo de centro de "internamiento". Tres vallas de alambradas cercaban a los miles de refugiados, mientras el mar Mediterráneo ejercía de cuarta pared para su confinamiento.
Su primer refugio fueron simple agujeros en la arena, después precarias chozas de paja.
Fueron construidos barracones de madera y de lona por los propios reclusos, así como improvisadas cocinas y letrinas excavadas en la arena. La ayuda de organizaciones como Cruz Roja y los suministros humanitarios fueron insuficientes para tal cantidad de gente, y muchos perecieron víctimas del hambre, la humedad, el frío y enfermedades como la disentería y la sarna.
La alimentación era muy escasa; algunos días llegaban camiones con pan y sacos de legumbre que tenían que cocinar con agua salada. Con la llegada del invierno los más débiles fueron los primeros en caer, además de muchos otros que murieron de tifus.
Este álbum fotográfico refleja el infierno que tuvieron que vivir.
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