divendres, 5 de desembre del 2025

Emilio Silva: “Soy nieto de un desaparecido, hijo de un trauma”

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Emilio Silva, presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica. Foto: Álvaro Minguit

Con pulso minucioso, de naturalidad casi poética, Emilio Silva, presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, se estrena como novelista con ‘Nébeda’, que publica Alkibla. Un envolvente relato enmarcado en un pequeño pueblo de la sierra de los Ancares, en el Bierzo profundo, donde los protagonistas, dos ancianos que regresan del exilio, se enfrentan al turbulento pasado de la represión franquista y sus consecuencias, abriendo un hueco en las telarañas del olvido y el silencio. 

Acompañamos a Emilio a la presentación de su novela en Pamplona, donde amenizará la velada El Drogas con unos temas en acústico. “Soy nieto de un desaparecido e hijo de un trauma” sentencia en un momento de la charla, frase que sintetiza bien el leitmotiv existencial del autor. De regreso, atravesando por autovía la provincia de Burgos, Emilio señala un cartel indicador: “Mira, Villamayor de los Montes, allí exhumamos 46 cuerpos”. Unas decenas de kilómetros más allá recuerda: “Y ahí está Milagros, en ese pueblecito exhumamos a 45”.  Hablar con Emilio Silva, de su novela, o de la vida, es sin duda, un ejercicio de Memoria, con M mayúscula.  

“Aquí nació mi silencio, y aquí murió mi silencio”, dijiste hace 15 años ante una fosa común de un pueblo del Bierzo. ¿Podrías ponerle contexto a esa frase, para ti crucial, y de qué manera se hilvana con esta novela?

En octubre del año 2010 estábamos colocando una placa en la cuneta de un pueblo del Bierzo en la que estuvo durante 64 años una fosa común con los restos de 13 republicanos. Habían sido asesinados por un grupo de pistoleros falangistas el 16 de octubre de 1936. En la fosa aparecieron los restos de mi abuelo, Emilio Silva Faba, militante de Izquierda Republicana y defensor de la escuela pública y laica. Su asesinato supuso el comienzo de una vida terrible para su viuda y para sus seis hijos, entre los que se encontraba mi padre, que con diez años recién cumplidos era el mayor. Poco antes de descubrir la placa yo dije esa frase, que allí había nacido y había muerto mi silencio. Tenía que ver con que durante muchos años, cuando yo era adolescente y preguntaba por algo de mi abuelo, mi padre siempre me contaba alguna cosa, pero inmediatamente me asustaba con la posibilidad de que yo lo contase fuera de casa. La primera vez que hablé ante un público que no conocía de la historia de mi abuelo fue en ese mismo lugar, en septiembre del año 2000, para anunciar que la fosa iba a ser exhumada. Y esta novela forma parte de la ruptura de ese silencio, de la necesidad de contar lo que le ocurrió a mi abuelo y reflejar el abandono que han sufrido en la recuperada democracia estas víctimas.

El libro, o la matriz del mismo, lleva escrito unos años, ¿por qué ha sido ahora el momento de sacarlo?

El libro está registrado en el Ministerio de Cultura desde hace 22 años, con el título El recuerdo y la piedra. En este tiempo yo he publicado un libro con la historia de mi abuelo desde un punto de vista periodístico, pero para mí era mucho más difícil publicar esta novela, que muestra muchas cosas acerca de mis emociones y de las consecuencias que tuvo en mi vida ser hijo de un huérfano de un republicano que con diez años recién cumplidos tuvo que dejar el colegio después de que asesinaran a su padre, para ser el cabeza de su familia. El momento de publicarlo ha tenido que ver con que ya era hora, con que hace unos meses murió el último de los hijos de mi abuelo y no porque les fuera a molestar la historia, pero ya no están sus voces, con que esta historia ha evolucionado y ha ido siendo algo más personal, por eso cambió el título. Y quizá también tenga que ver con mi miedo a publicar un libro de ficción, que es algo que me impone mucho y que ha hecho en parte que, año tras año, fuera cambiando de ordenador portátil o de bolsa de ordenador y un canutillo con la novela impresa e inédita fuera saltando de uno a otro. Por cierto, ahora que ya está publicada, he de comentar que la editorial, Alkibla, tiene una distribución humilde, así que aconsejo el enlace para hacerse con un ejemplar.

 En el prólogo cuentas el caso de tu abuelo, de manera que, cuando se entra en la novela, se tiene la sensación de estar leyendo algo “basado en hechos reales”… ¿Qué proporción hay entre la realidad y la ficción en ‘Nébeda’?

La novela es un viaje que parte de la ficción para adentrarse en la realidad. Comienza con la historia de dos ancianos republicanos que vuelven a su pueblo tras un largo exilio en Argentina y en su regreso van siendo atrapados por su memoria, que tiene ancladas sus raíces en hechos muy reales. Debajo de todo el libro está la historia de mi familia y la novela se acaba convirtiendo en el taladro de un agujero en la casa de mis abuelos para poder escuchar qué les ocurrió a partir del golpe de Estado del 18 de julio de 1936.

Dijo Manuel Rivas, en la presentación del libro en Madrid: “El valor simbólico que tiene la nébeda en la novela es profundísimo, tremendo, es esa hierba humilde de las cunetas, que establece una especie de conexión, un acuerdo que crece entre generaciones”. ¿Estás de acuerdo con estas palabras y en qué medida explican tu texto?

Fueron unas palabras muy hermosas hablando de cómo en su memoria el escritor gallego también recordaba haber ido a recoger esta planta. Tras ser asesinado mi abuelo, mi familia tuvo que refugiarse en Pereje, el pequeño pueblo del Bierzo en el que habían nacido mis abuelos. Mi abuelo había emigrado a Argentina y Estados Unidos y tenían un almacén de coloniales en Villafranca del Bierzo. Los falangistas que lo asesinaron se lo quedaron todo y le fueron haciendo pagar dinero bajo amenazas. Así que mi abuela con sus seis hijos tenía un techo y una situación muy dura. En los otoños, su dieta se basaba fundamentalmente en la ingesta de castañas. La nébeda, esa planta que crece en las cunetas, se utiliza en el Bierzo y en Galicia para cocer castañas y cambiarles el sabor. También era una forma de romper la monotonía de esa dieta repetitiva. El título de la novela es una palabra que casi nadie conoce, puede ser familiar para quienes tienen gatos, porque se le llama la menta del gato. En la historia es una puerta del presente hacia el pasado y del pasado hacia el presente. 

Es llamativa la descripción de los habitantes del pueblo, de sus modos, de sus costumbres… ¿Cómo documentarse para extraer algo tan realista?

Todos los pueblos y todas las casas de los pueblos esconden historias. Cuando he ido con mi hija a Pereje y algún vecino como Manuel nos cuenta historias de las familias de allí es impresionante todo lo que se puede contar de lo ocurrido en aquellas 50 casas. Lo que hice fue rescatar algunos nombres de personas que conocí en mi infancia y de historias que me contaban cuando iban los veranos al Bierzo. Como la de El Cuco, que todos los años me contaba la misma historia de su participación en la guerra en la Cuesta de la Reina. Y a partir de ahí me puse a construirlas con documentación de la hemeroteca y tratando siempre de darles una detallada coherencia, para que la parte que es ficción pareciera realidad. Hay personajes de los que he sido consciente y luego hay otros que he construido y que sólo tiempo después me he dado cuenta que estaban representando a personas de mi familia. Escribiendo se tiene una estrategia consciente porque quieres llevar la historia hacia un lugar, pero por debajo están trabajando tus emociones, tus silencios, tus miedos; estructuras a veces inconscientes de tu identidad que quieren su hueco en esa historia. 

El plan que quieren llevar a cabo los protagonistas, que no desvelaremos para no hacer ‘spoiler’, no se llega a desarrollar en la novela. ¿Crees que le cabría una segunda parte al libro llevando a cabo esa fantasía?

Eso me lo han preguntado algunas lectoras. La realidad tiene numerosas ramificaciones y está llena de hilos de los que poder tirar. El plan por el que vuelven representa que sólo pretendían regresar por una buena causa, por algo importante, porque estaban desencantados de cómo había dejado en el abandono a familias como las suyas la democracia recuperada tras la muerte del dictador Francisco Franco. Podría haber una segunda parte en la que la ficción tendría más peso que la realidad para llevarlos hasta el cumplimiento de ese sueño. Nunca es descartable.

En la novela, los silencios –dictadura por medio– no se rompen, pero la memoria no olvida, incluso hasta la venganza… ¿Deseo de justicia poética por parte del autor? 

Un silencio puede ser un acto eminentemente político y, cuando es un silencio causado por el terror y el miedo, está explicando muchas cosas de la sociedad que calla. Los tribunales no han hecho justicia para las víctimas de la dictadura franquista y la impunidad se ha convertido en toda una cultura política en el comportamiento de las élites de este país. A veces el miedo político impide imaginar que la realidad puede ser distinta y es interesante plantear un acto de justicia poética para dar otras posibilidades de pensar en las consecuencias que deberían tener los crímenes del franquismo. En el pueblo de mis abuelos había gente que pensaba que, como habíamos exhumado a mi abuelo y no habíamos tenido problemas, nos tenía que haber protegido una persona muy importante. Así funciona el miedo que a veces impide ver como normal o cotidiano un triste acto de libertad como ese.

En este país, escribir sobre el triunvirato Golpe de Estado/Guerra Civil/Dictadura es habitual, tanto en literatura como en ensayo o en historia. ¿Qué libros recomendarías al respecto?

Este país tiene muchas cosas que conocer acerca de ese pasado y hay muchas que todavía no han sido contadas. Por hacer algunas recomendaciones: una podría ser Las sacas, de Patricio Escobal, un hombre que fue capitán del Real Madrid y se exilió en Estados Unidos por ser militante de Izquierda Republicana. Escribió una novela recordando a toda la gente que estuvo detenida junto a él y un día fue sacada de los centros de detención por pistoleros falangistas para ser asesinadas junto a una fosa común. Podría añadir El vano ayer, de Isaac Rosa. Es una novela que plantea un conflicto con el relato oficial de la represión franquista, escrita por una persona que no vivió el franquismo, pero que ha heredado un discurso de una transición ideal y que en esa novela hace un cuestionamiento. Podría recomendar El fin de la esperanza, de Juan Hermanos; la historia de quienes no pudieron escapar de Madrid al fin de la guerra y vivían cotidianamente con una tremenda angustia ante la posibilidad de sobrevivir o ser señalados por la calle por alguien que gritara en alto que eran rojos. Podría añadir Pequeñas mujeres rojas, de Marta Sanz. Una historia que se adentra en la memoria de las mujeres que fueron especialmente represaliadas y que a la vez han sido en buena parte las transmisoras de la memoria. Los libros arden mal, de Manuel Rivas, y Luna de lobos, de Julio Llamazares, también me parecen fundamentales en la ficción que relata esos hechos. Y algo más reciente: Presentes, de Paco Cerdá, que partiendo del traslado de los restos del cuerpo de José Antonio Primo de Rivera hace una certera radiografía de la España franquista. Y otro libro que me interesó mucho ha sido El círculo imborrable, de Santos Jiménez, una forma de ficcionar la historia de un pueblo para convertirla en un espejo en el que verse reflejado frente a su historia.

Una vez decía Robe Iniesta, a propósito de su novela, que, de no ser “el de Extremoduro”, no hubiera tenido el libro la atención que tuvo… ¿En qué medida le sienta bien a ‘Nébeda’ que tú seas Emilio Silva, el de la Memoria Histórica?

La historia de la escritura de esta novela es la que me hizo chocarme con la memoria histórica. En el año 1999 dejé mi trabajo como periodista para escribir este libro. Para documentarlo, viajaba de vez en cuando al Bierzo y entrevistaba a gente mayor. Me interesaban historias de lo que allí había ocurrido tras el 18 de julio del 36, en ese lugar donde nunca hubo una guerra ni existieron dos trincheras disparándose una frente a otra, sino una limpieza política por parte de los golpistas que se hicieron con el poder violentamente. En uno de esos viajes me encontré con Arsenio Marcos, un amigo de mi padre de la infancia, militante comunista encarcelado en 1962, que me llevó al lugar donde estaba la fosa de mi abuelo. Del modo en que está escrita la historia, que va de la ficción a la realidad, hice ese mismo viaje de querer escribir una historia de ficción y encontrarme con la verdadera historia de mi abuelo. Así que lo que me llevó a la memoria histórica fue la necesidad de contar lo que le pasó a mi familia. Después se complicó todo en el mejor sentido de la palabra: cuando la fosa de mi abuelo fue exhumada, él fue identificado genéticamente y enterrado junto a mi abuela Modesta. 

La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica ha celebrado recientemente su 25º aniversario. ¿Qué valoración haces del camino recorrido? ¿Qué hitos te llevas en el corazón? ¿Qué retos por conseguir?

Creo que la exhumación científica de la fosa donde se encontraban los restos de mi abuelo abrió una bifurcación, rompiendo algo que había sido un límite en nuestra democracia. Entre 1977 y el año 2002 el Parlamento español jamás mencionó a los desaparecidos por la dictadura franquista. Nosotros hemos llevado las primeras denuncias a los juzgados, hemos implicado al Grupo de Trabajo de Naciones Unidas contra la Desaparición Forzada, para que le exija a España el cumplimiento de sus acuerdos internacionales, hemos abierto una querella en Argentina, que es la única en el mundo que investiga penalmente los crímenes del franquismo; hemos ayudado a miles de familiares y permanentemente estamos denunciando vestigios y resquicios donde la dictadura franquista sigue entre nosotros. En 2004, en Rivas-Vaciamadrid, hicimos el mayor acto de homenaje a los hombres y mujeres de la Segunda República que combatieron contra el fascismo. En este tiempo hemos ayudado a miles de personas, hemos contribuido a abrir un debate político y que con cada exhumación de una fosa se fuera muriendo el silencio y la ignorancia que han sido impuestos durante décadas. Y hacemos la búsqueda de esas personas asesinadas y desaparecidas con nuestros propios recursos, sin un céntimo de ninguna institución, porque estamos en contra de que los derechos humanos se arreglen con algunas subvenciones, que es lo que hace el Gobierno, y exigimos que se cree una institución del Estado que atienda, repare y acompañe a todas las familias de todos los desaparecidos por la represión franquista.