divendres, 5 de desembre del 2025

Voces onubenses del franquismo, la generación atrapada en el miedo

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voces onubenses del franquismo


Con motivo del 50 aniversario de la Democracia, HuelvaYa recoge los testimonios de seis personas que vivieron bajo el régimen del franquismo y que comprobaron sus desmanes




La reciente encuesta del CIS ha encendido todas las alarmas: el 21% de los jóvenes españoles considera positiva la dictadura de Franco. Un dato que preocupa a quienes vivieron aquel tiempo marcado por el hambre, el miedo, la represión y la falta de libertades. En la provincia de Huelva, donde la guerra y la posguerra dejaron miles de víctimas y a media generación sin futuro, seis personas mayores han compartido con HuelvaYa sus recuerdos. Sus testimonios, cargados de emoción y verdad que desmontan cualquier relato edulcorado sobre el franquismo.

La España de posguerra fue un país devastado. En los hogares onubenses, el hambre era cotidiano. No se hablaba de “escasez”: se hablaba de sobrevivir. “No podía sobrarnos ni un poquito de pan. La carne no la probé bien hasta que emigré a Brasil», recuerda Charo Luque de 84 años, para muchas familias, la imaginación era la única herramienta para llenar la olla. La pobreza era estructural: ropa remendada, suelos sin baldosas, casas sin agua corriente.

La educación franquista no buscaba formar ciudadanos críticos, sino obedientes. Las asignaturas se reducían a religión, lecturas básicas y la historia oficial del franquismo. “En el colegio no me contaron nada de la guerra. Nada. Solo ‘Arriba España’ y ‘Viva Franco’.” recuerda Esperanza Palomar de 85 años, Minas de Riotinto Entre los hijos de obreros, estudiar era un lujo reservado para unos pocos. La mayoría dejaba la escuela para trabajar en el campo, en talleres o en las minas.

La falta de oportunidades obligó a miles de onubenses a marcharse a Europa o a Latinoamérica. Las diferencias eran abismales: salarios dignos, libertad de prensa, igualdad laboral para las mujeres… “En Bélgica me di cuenta de lo que era vivir. Aquí no éramos libres», recuerda Esperanza Palomar. No se emigraba por aventura, sino por necesidad.

La represión marcó a toda una generación. En Huelva, una de las provincias más castigadas tras la guerra, muchas familias crecieron sin poder hablar de sus muertos, desaparecidos o encarcelados. “Mi padre me decía: ‘Calla, niña, que nos buscas un disgusto’. El miedo estaba siempre», recueda Charo Luque.

Otros recuerdan escenas que hoy parecen imposibles: “Bajaban a una mujer a un pozo boca abajo durante quince días para que dijera dónde estaba su marido así todos los días durante 15 días, hasta que al final murió ahogada», recuerda Fernando Pineda

Las leyes franquistas convertían a la mujer en menor de edad permanente: sin derecho a abrir una cuenta bancaria, trabajar sin permiso del marido o viajar sola. “Las mujeres servíamos para servir. La que se casaba, a su casa”, asegura Esperanza Palomar. La mitad del país vivía sin voz. Y sin opción de reclamarla.

La violencia del franquismo dejó heridas en casi todos los pueblos de la provincia. Ejecutados sin juicio, enterrados sin nombre, familias perseguidas durante décadas. La represión no fue un capítulo aislado: fue un sistema. Los seis testimonios coinciden en una idea: el desconocimiento actual del franquismo no es culpa de los jóvenes, sino de una sociedad que no supo explicarles la verdad.

A lo largo de estas entrevistas aparecen los mismos elementos: hambre, silencio, miedo, emigración, adoctrinamiento y familias rotas. No hay rastro de prosperidad ni de estabilidad; sólo de resistencia y dignidad. Porque la democracia no es un regalo: es una conquista.

Voces onubenses del franquismo

Charo Luque, Aljaraque, 84 años

 

La infancia de Charo Luque estuvo marcada por la escasez. “Fue una temporada, un tiempo de muchísima escasez, de mucho sufrimiento que todavía lo llevamos a cuestas.” Las cartillas, el racionamiento y la pobreza eran el paisaje cotidiano. “Escasez de todo”, añade, evocando aquellas mesas donde “nunca sobraba un poquito de pan” y donde su padre les recordaba a los hijos “cuando se cogían con los dedos las migitas de pan que sobraban en la mesa.”

En su casa, como en tantas, la posguerra y los primeros años del franquismo dejaron marcados a fuego la ausencia y el miedo. Un tío suyo fue fusilado, y Charo relata cómo su padre “salió libre por ciertas cosas que no habían hecho ninguno de los dos”, pero vivió siempre atormentado por la muerte de su hermano, sin saber dónde estaba enterrado. “Mi padre se murió pensando siempre en su tío”, cuenta, y explica que solo décadas después supieron que lo habían enterrado en Dos Hermanas (Sevilla).

De la dictadura recuerda sobre todo el miedo silencioso que dominaba la vida cotidiana. “Siempre había mucho miedo”, afirma. Ya de niña observaba cómo en el pueblo se decía: “Hay que poner la bandera”, un gesto que muchas familias cumplían por obligación. Su madre vivía “asustada, siempre disgustada”, y hasta su propio padre temía que Charo hablase más de la cuenta: “Me asustaba cuando mi padre bebía un poco y hablaba más de la cuenta.”

Charo fue una de tantas personas que excogió la emigración para poder labrarse un futuro, junto con su marido estuvo en Sao Paulo (Brasil) a donde iban «barcos enteros cargados de emigrantes» allí consiguieron estabilidad y prosperidad, hasta que la dictadura también alcanzó a Brasil con el golpe de Estado de Castelo Branco, entonces decidieron volver España.

Esperanza Palomar (Minas de Riotinto, 85 años)

 

Esperanza Palomar describe la escuela en el franquismo como un espacio vacío de historia y repleto de propaganda. “Lo que a mí me contaron en el colegio sobre la historia reciente…, no me contaron nada. Ahí nada más que era Arriba España y Viva Franco”, recuerda. Esa ausencia de verdad marcó a toda una generación que solo podía adquirir conciencia política en casa, a media voz, como ella misma relata al recordar que su padre escuchaba Radio Pirenaica “pegadito a la radio” y siempre “a bajo volumen para que no se enterara el vecino”.

La represión atravesaba incluso los gestos más cotidianos. Esperanza explica que en la adolescencia comprendió que como mujer tenía una vida ya decidida: “Las mujeres nada más que servíamos o para servir, para estar en la casa o para coser, para bordar.” Las hijas de obreros, dice, no tenían más horizonte que el trabajo doméstico y el silencio. Ni siquiera en los empleos de oficina podían aspirar a un futuro si no tenían “padrino”.

También expresa un temor muy presente en quienes vivieron la dictadura: que la historia se repita por desconocimiento. “Me da miedo… estoy viendo que el fascismo está otra vez avanzando”, confiesa. A su generación, recuerda, se le negó la información y ahora teme que ocurra lo mismo con los jóvenes: “Le pido a la juventud que piense y que analice… si no tienen tiempo de esto, se van a acordar luego.”

Su testimonio también retrata la austeridad material del franquismo. “Los obreros no podían tener bombillas más de 40W”, afirma, porque un chivato pasaba con un aparato comprobando el consumo eléctrico. En su casa, recuerda, la luz era mínima, la radio se escuchaba pegada a la oreja y los caprichos eran inexistentes: “Necesidad no, caprichos tampoco. Caprichos poquitos.” Esa precariedad, sumada a la represión y el silencio, conformaba lo que ella llama simplemente: “La vida de la dictadura.”.

Esperanza fue otra de las personas que vivió en el exilió durante cinco años, en Bruselas, la capital de Bélgica «ahí es donde me di cuenta realmente de lo que era la libertad y de como viviamos en la dictadura», más prosperidad, más libertad muchas más oportunidades para la mujer…

José Lagares (Bollullos Par del Condado, 82 años)

 

Para José Lagares, el franquismo se vivió desde la marginalidad social y la falta absoluta de oportunidades. La escuela era un lugar donde, insiste, no se aprendía nada útil. “Los maestros eran todos falangistas, nos obligaban a cantar el Cara al Sol… salía del colegio sin nada. A mí me enseñó la sociedad”, afirma. Sin acceso real a la educación, se formó “hablando con la gente” y asumiendo que, como hijo de familia obrera, solo podía estudiar lo que él llama “la universidad de la calle”.

Su familia había quedado destrozada tras la guerra. “Estábamos señalados porque éramos rojos”, explica. Un tío suyo fue asesinado tras salir de la cárcel con el alcalde republicano del pueblo. José relata que la muerte tuvo incluso un componente de venganza personal: “Mi tío… lo cogieron, lo mataron porque su mujer era muy guapa” porque uno de los falangistas deseaba perjudicarlo. La estampa que deja es desoladora:

También recuerda la vigilancia y el acoso institucional. Por abrir una pequeña granja con amigos, acabó señalado: “Yo estaba en el cuartel de la Guardia Civil… figurate cómo estoy de señalado.” El simple hecho de emprender o moverse socialmente era motivo de sospecha. Él resume así su juventud: “La sociedad no nos daba nada. Al contrario.”

José Lagares fue una figura destacada del final de la dictadura en Huelva y de los comienzos de la transición, fue uno de los cargos que el Partido Comunista de España tuvo en Huelva en la clandestinidad «nos reuniamos a escondidas en una finca de Hinojos, en mitad del campo» recuerda. Luego fue uno de los fundadores de Comisiones Obreras en la provincia, porque anteriormente había pertenecido al sindicato vertical, el único que existía legalmente bajo el amparo del franquismo.

Fernando Herrera (Huelva, 72 años)

 

Fernando Herrera creció en una sociedad que, según él, imponía una homogeneidad asfixiante. Lo describe con crudeza: “Había una España establecida… un monolito cultural, religioso, social… una losa que obligaba al pensamiento único.” Para los jóvenes, vestir de otra manera o tener inquietudes políticas podía convertirlos en objeto de burla, sospecha o persecución.  Cualquier signo que se apartara del molde franquista podía servir para marcar a alguien como enemigo del régimen o persona “no integrada”.

Su diagnóstico sobre aquella España es claro: una sociedad coercitiva donde la diferencia se castigaba con dureza. “Era una sociedad represiva… una uniformidad”, repite, que llegaba a encarcelar a personas por su orientación sexual o sus ideas: “Los que se escapaban, si eran homosexuales acababan en la cárcel de Huelva; si era por cuestiones políticas, las mujeres en Yeserías y los hombres en Carabanchel.”

Fernado no tuvo represaliados en su familia, su padre era militar de derechas, y tuvo las oportunidades que muchos otros no tuvieron en el franquismo por lo que pudo desarrollar una carrera de arquitectura, aún así, sufrió esa España monolítica: «Durante los estudios algunos jóvenes nos sentabamos en las escalinatas del Archivo de Indias, donde nos podíamos charlar. No hacíamos otra cosa, nos duró 15 o 20 días  porque hubo una orden de no sé quién y varios grises (policía del franquismo) se pusieron allí y nos decían que nos fueramos», el franquismo no permitía reuniones que no pudiera controlar.

La escuela de Arquitectura no se libró de la rigidez del régimen franquista, «el director de la escuela era nombrado directamente por el Gobernador Civil, era Aurelio Gómez de Terrero un fascista, porque en los colegios de arquitectos después de la guerra hubo depuración y todos los arquitectos que habían estado en el en el bando republicano, pues fueronexpulsados del colegio, se les quitó el título».

Fernando Pineda (El Campillo, 78 años)

 

La historia de Fernando Pineda está muy vinculada a la Iglesia, pero no por vocación inicial, sino por necesidad. “Terminé en el seminario… era la única forma de estudiar porque no teníamos dinero”, recuerda. A los nueve años, un cura le preguntó si quería ser sacerdote y él aceptó porque implicaba tener acceso a formación. El seminario se convirtió en su única vía para escapar del analfabetismo que imponía la pobreza y el contexto social.

Ya como maestro, sufrió de primera mano la vigilancia del régimen. En uno de sus primeros destinos, en el Castillo de las Guardas (Sevilla), fue denunciado por dos madres al cura y a la Guardia Civil: “Yo estaba explicando cosas que no tenía que explicar”, cuenta. El propio sacerdote le dijo que lo había salvado saber que él había sido seminarista. Aun así, estas situaciones se repitieron: dar clase suponía correr el riesgo de ser acusado de adoctrinar simplemente por explicar la historia reciente.

Hoy, Pineda establece un vínculo directo entre aquella represión educativa y la falta de conciencia histórica actual. “La situación actual… el florecimiento del fascismo… es porque no han sido educados e informados de lo que era aquello”, afirma con contundencia. Para él, el franquismo no solo fue miedo y represión, sino también un apagón deliberado de conocimiento que aún proyecta sombras.

Fernando Pineda ha dedicado gran parte de su vida, ya en democracia a estudiar la represión del franquismo y rescatar historias «de familias rotas por la guerra», porque asegura que si fusilaban a un padre o un hermano, el familiar directamente se hacía del franquismo y lo mostraba públicamente para evitar que lo mataran, aunque en su interior viviera una contradicción ideológica».

Isabel Gonzálvez (Trigueros, 75 años)

 

Isabel Gonzálvez reconoce que su infancia fue relativamente feliz en el franquismo, pero la adolescencia le mostró de lleno la dureza de la dictadura. “Había mucho miedo… mi padre me contaba cosas y yo no podía ir a la calle a contarlas porque era una dictadura lo que teníamos”, recuerda. La educación que recibió no incluía nada sobre la República ni sobre la guerra civil, porque “no se podía enseñar”. Las consecuencias de esa censura siguen activas, dice: “Hoy se puede usted informar de todo… entonces no.”

La violencia política marcó profundamente a su familia. De su tío, recuerda que “lo mataron porque era republicano y era un pez gordo en la República”. Dejó a su mujer embarazada y tuvo que huir cuando fueron a buscarlo “para cargarlo en el camión y matarlo”. Isabel explica que su padre murió sin saber si su hermano había sobrevivido: “Murió sin saber si vivía o no vivía», ya con el tiempo descubrieron que su vida no fue mucho más allá y que finalmente fue traicionado y asesinado.

De su niñez recuerda algunas épocas de escasez, aunque reconoce que «casi nunca faltaba», pero cuando sí faltaba, su padre «ponía trampas para cazar gatos, y cogía los más gorditos» y sí, «el gato estaba buenísimo, recuerda evocando los sabores de su infancia durante el franquismo.