dimarts, 25 de novembre del 2014

Entrevista a Eugenio del Río sobre De la indignación de ayer a la de hoy (XXI)


http://www.rebelion.org/noticia.php?id=192398


“Hay odios que nos empequeñecen y degradan. Pero hay conductas odiosas y personas odiosas que merecen ser odiadas.”



Ex dirigente del Movimiento Comunista, fue su secretario general, Eugenio del Río es autor de numerosos libros y artículos sobre la izquierda revolucionaria europea de la segunda mitad del siglo XX y sobre temáticas afines. Nuestras conversaciones se centrarán en el ensayo que da título a estas entrevistas.***
Estamos en el primer apéndice del libro: “La última generación antifranquista”. Creo que fue un texto que presentaste en unas Jornadas celebradas en 2007. ¿Qué fue el antifranquismo? ¿Una cultura política?
Fue un ámbito político y cultural, un espacio en el que nos encontrábamos y nos reconocíamos, y en el que compartíamos un lenguaje y algunas cosas más, sin perder por ello nuestras peculiaridades grupales y nuestras vinculaciones con distintas tradiciones.
Algunas cosas más… ¿qué cosas por ejemplo?
Por ejemplo, la experiencia de la clandestinidad, que tenía algo de forma de vida; una experiencia muy especial, que ponía aprueba las capacidades de cada cual y la solidaridad.
¿Queda algo de todo aquello? ¿Qué? ¿Dónde?
No sé si queda mucho. El antifranquismo, como dinámica, como experiencia, como solidaridad, como actitud moral, como espíritu de lucha, como identidad colectiva, existió mientras duró el franquismo. Después quedamos unos seres humanos que tuvimos que rehacer en cierta medida nuestras identidades, que modificar el sentido de nuestro compromiso político y social.
Quedaron también unos recuerdos. La reforma política, realizada bajo iniciativa de la parte reformadora del franquismo, eludió el necesario ejercicio de constitución de una memoria y de una verdad cívica; los recuerdos sobrevivieron de una forma más privada que pública, como correspondía al pacto implícito de silencio y de impunidad para los franquistas.
¿Y a ti te parece bien, mirado desde ahora, ese pacto implícito de silencio y de impunidad? ¿No había otra? ¿Carrillo, el PCE; tenían razón con su posibilismo, con su realismo no idealista?
Trato de separar dos cuestiones diferentes, cuya combinación no es fácil de gestionar.
Primera cuestión: ¿Hubo o no hubo injusticia en la impunidad y en el no reconocimiento de las víctimas? Mi respuesta es categórica: la hubo. Disimularla es pusilánime, y negarla, una canallada.
Segunda cuestión: ¿Existen algunas vías a través de las cuales se puede justificar esa injusticia manifiesta (por los bienes alcanzados, por los males evitados o por lo que sea)?
Me gustaría conocer esas vías para poder pronunciarme sobre ellas. No conozco razonamientos que aborden el problema partiendo de la evidencia de la injusticia cometida.
Lo cierto es que el vacío de justicia en el tratamiento oficial de este asunto ha dejado un reguero de miseria jurídica y moral.
Te cito algunos ejemplos de antifranquistas: Ferran Mascarell, Andreu Mas-Colell,… Los dos son miembros de un gobierno de derecha neoliberal. ¿Cómo se te queda el cuerpo?
Sé de muchos itinerarios personales en los que el antifranquismo ocupó un pequeño período de las biografías. El franquismo empujaba hacia el compromiso político a muchos jóvenes que al hacerse mayores, y, sobre todo, al cambiar el panorama político, reorientaron sus vidas. Es frecuente que unas mismas personas en distintas circunstancias y con diferentes edades actúen de formas muy distintas.
No tengo simpatías por los políticos de la derecha. Para mi, que algunos de ellos hayan vivido un episodio antifranquista no cambia nada.
Esos transformaciones personales me llevan a reflexionar sobre la consistencia de los compromisos políticos bajo el franquismo. Bastantes de los que conocí entonces eran relativamente superficiales y demasiado dependientes de la existencia misma del franquismo. Nos habíamos sumado a ideologías comunistas, socialistas, anarquistas… pero los cimientos del compromiso político estaban primordialmente en el rechazo del franquismo. En muchos casos, a falta de la dictadura, esos cimientos resultaron frágiles y no se reconvirtieron en algo más resistente.
¿Pero se creyeron entonces lo que decían y sentían, lo que aparentemente pensaban, las finalidades de su combate de aquel período?
  ¿Cómo saberlo?
Por cierto: ¿no erais, no éramos muchos menos de los que suelen contabilizarse?
No he tenido ocasión de conocer esos recuentos, pero es cierto que a veces oigo hablar del movimiento antifranquista como si hubiera tenido mayores dimensiones de las que verdaderamente tuvo.
El franquismo, afirmas, no fue solo un régimen político. ¿Qué fue entonces?
Un régimen político, sobre todo si está muy cargado ideológicamente, y además es duradero, incluye también una cultura, unos vínculos con la tradición, un ambiente, unas relaciones sociales, a veces una presencia de la religión. El franquismo tuvo algo de todo esto.
Hablas de un grupo social dedicado al activismo laboral y económico, un colectivo que “merece nuestro respecto, nuestro reconocimiento y nuestro cariño”. Pero ese grupo al que te refieres, ¿no fue parte de una mayoría más que silenciosa que apenas se opuso al franquismo y que incluso, en ocasiones, no estaba muy alejada de sus coordenadas político-culturales?
No hablo de un grupo exactamente; hablo de la mayoría de la población. A ella pertenecían también los derrotados de la guerra del 36. El antifranquismo activo, establemente organizado, fue cosa de una pequeña minoría. La mayor parte de la gente, independientemente de sus ideas y sentimientos, que no siempre eran franquistas ni neutros o indiferentes, sino que también eran antifranquistas, en mayor o menor grado, dedicó su energía a otras cosas. Trabajó mucho, ahorró, preparó un porvenir mejor para sus hijos. Prepararon, a su manera, silenciosamente, sí, muchas veces a la fuerza, una sociedad mejor.
También hablas de solidaridad y de odio al referirte a los motivos de aquellas gentes que se opusieron activamente al franquismo. ¿Solidaridad con quién? ¿Odio a quién?
Solidaridad, muy claramente, con las víctimas del franquismo, desde la guerra y la posguerra. Siempre he pensado que los jóvenes antifranquistas fuimos una especie de vengadores, de justicieros, que decidimos devolver los golpes a quienes habían causado tantos sufrimientos a quienes nos precedieron.
Nuestro odio encontraba unos blancos muy definidos: los franquistas más visibles y a los menos visibles, los enchufados, los torturadores, los militares fascistas, los obispos, los burócratas arbitrarios y caprichosos que disfrutaban atendiendo mal a la gente y beneficiándose de sus puestos… Me hacen gracia las prédicas contra el odio, así, sin mayores precisiones. Hay odios que nos empequeñecen, que nos degradan. Pero hay conductas odiosas y personas odiosas que merecen ser odiadas.
¡El odio, adecuadamente generado y trabajado, como motor (humano) de la historia! Pero muchos o bastantes de aquellos justicieros no eran hijos de derrotados sino de vencedores.
Seguramente esa circunstancia alimentaba aún más el odio, bajo la presión de un sentimiento de culpa por proceder de ese medio.
Nunca podremos dejar de ser antifranquistas dices. ¿Qué significa ser hoy antifranquista?
Para quien no lo padeció probablemente no signifique mucho, o puede ser una actitud más cerebral que la de quienes lo vivimos y nos comprometimos contra todo aquello. Por eso llevamos tan mal la impunidad de los franquistas y detestamos especialmente a esa derecha condescendiente con el régimen de Franco. Ser antifranquista hoy es reclamar que la condena del franquismo pase a formar parte de la verdad histórica oficial, que, aunque tardíamente, se repare a las víctimas, que desaparezcan los símbolos franquistas de nuestras calles, que la localización de los cadáveres de los fusilados sea una responsabilidad pública.
Pero ¿qué más se puede hacer en este ámbito? Pasan de todo, no hacen ni caso. No existimos. Yo sigo sendo nieto de un delincuente fusilado (a mucha honra, por supuesto). Su delito: oponerse al golpe del 36.
Te lo diría si lo supiera. Pero a la vez entiendo que para la mayor parte de la gente pasen a primer plano los agobiantes problemas del presente.
¿Cuáles fueron las principales cualidades de la última generación antifranquista?
No quiero contribuir a mitificar a aquella parte de la juventud que combatió al franquismo. Pero no hay que olvidar que esa lucha tuvo lugar en condiciones difíciles y bajo una represión que, aunque ya no era similar a la de las posguerra, tampoco se puede decir que fuera especialmente amable. Muchas personas fueron torturadas. Un compañero mío sufrió torturas durante 57 días seguidos. Y las penas de cárcel fueron a menudo muy largas.
El sector de la juventud que se organizó para llevar a cabo una actividad antifranquista demostró mucha generosidad, altruismo, espíritu de sacrificio, sin esperar ningún reconocimiento por su labor. Dio pruebas de energía y de creatividad. Esto último no se suele subrayar debidamente y fue muy destacado: poner en pie una organización clandestina no era cosa fácil; exigía inventiva y sentido práctico en grandes dosis. Pienso que los jóvenes que se organizaron y se movilizaron contra el franquismo fueron los mejores de su generación.

¡57 días has dicho! ¿No exageras? ¿Y quién es ese amigo tuyo? ¿Cuántas calles de nuestras ciudades llevan su nombre?
  No es conocido y te puedo asegurar que ninguna calle lleva su nombre. Falleció hace unos años. Más aún, aguantó lo indecible sin delatar a nadie y su discreción fue tanta que somos pocos quienes tuvimos conocimiento de esta terrible experiencia.

¿Tú fuiste detenido alguna vez? ¿Torturado?
Fui detenido un par de veces por episodios menores y no me torturaron. Cuando fueron a por mi por motivos más serios ya no me pillaron.

¿Y qué es eso de “la tendencia hacia lo excesivo” a la que haces referencia?
Todos hemos observado que las situaciones excesivas producen reacciones excesivas. Y el franquismo fue un puro exceso.
Es algo característico de las resistencias contra las dictaduras. El enemigo es duro y la lucha contra él encuentra dificultades para evitar corresponder a esa dureza.
Un extremismo llama a un extremismo contrario, un extremismo, por decirlo así, reactivo.
¿Necesario, inevitable?
No sé si tanto, pero lo he verificado en muchas ocasiones.

¿En qué se concretó esa tendencia hacia la exageración a la que haces referencia?
No es casual que las organizaciones antifranquistas de la última hornada se sumaran en su mayor parte a corrientes ideológicas internacionales de extrema izquierda y que, aunque lucháramos por traer las libertades a España, fuéramos condescendientes con sistemas políticos y económicos que negaban esas mismas libertades. Tampoco carece de significado el prestigio que adquirieron en la última generación antifranquista las experiencias de lucha armada que se desarrollaban en el mundo, sin prestar mayor atención a los problemas suscitados por unas y otras.
Al franquismo le debemos, afirmas, parte de nuestros defectos. ¿Qué defectos por ejemplo?
  Además de lo que acabo de señalar, hago hincapié en un deficiente conocimiento de las mayorías sociales. El franquismo logró hacerlas enmudecer, las volvió opacas. En esas condiciones nuestro conocimiento de lo que pensaba y deseaba la gente era muy defectuoso.
Políticamente, por tanto, no se tocaba mucha realidad. ¿Ni cuando la lucha antiotánica por ejemplo?
Eso ya fue bastantes años después del franquismo. Y entonces, en nuestra forma de ver las cosas, había una mezcla de realismo y de irrealismo. Realismo respecto al análisis de la situación política, a las actividades prácticas concretas, a la labor cotidiana, a la administración de nuestros propios recursos. Irrealismo sobre las perspectivas más lejanas.
¿En qué sectores se extendió una idea favorable al uso de la violencia para alcanzar fines políticos?
En el libro hablo de un punto de vista favorable al uso de la violencia para alcanzar objetivos políticos. Era algo generalizado en la izquierda radical. Otra cosa es que se pensara que esa violencia debería emplearse para combatir al franquismo. Esto último solo lo pensaba una exigua minoría.
Hablas de penosa pérdida de realidad. ¿En qué se concretó esa pérdida de realidad? ¿Penosa? ¿Había entonces que reconciliarse con aquella realidad?
Estoy refiriéndome al realismo, a la forma realista de ver las cosas. Necesitamos una visión realista. Cuando nos falla estamos perdiendo realidad, por decirlo con estas palabras, caemos, en mayor o menor grado, en la falsa conciencia. No por frecuente deja de ser algo penoso. No tiene nada que ver con el juicio que nos merezca esa realidad. Podemos tener una opinión muy crítica pero eso no nos exime de la necesidad de conocerla con el mayor realismo que sea posible. De lo contrario es probable que reguemos fuera de tiesto.
¿Nos ha faltado realmente espíritu autocrítico? Yo recuerdo reuniones en las que el punto del día era básicamente ese: autocrítica, autocrítica, autocrítica. ¿De verdad que crees que en grupos como el MC no se practicó la autocrítica?
Es verdad que en nuestro caso ha habido una conciencia autocrítica sobre nuestra trayectoria que no encuentro muy extendida en otros grupos. Hallo más a menudo una actitud inmovilista, auto-afirmativa, orgullosa, que elude los propios errores y defectos, porque no se ven como tales o porque se considera que reconocerlos es un signo de debilidad. Mi opinión es que en la gente más comprometida de mi generación ha faltado sentido autocrítico a raudales. En este aspecto no ha envejecido bien. Apenas encuentro escritos en los que se reconsideren las experiencias e ideas anteriores, y, por el contrario, no faltan los textos autocomplacientes.
Pero tú mismo serías un contraejemplo de ello. Pienso en Sacristán y en Francisco Fernández Buey, por ejemplo, y encuentro, sin renunciar a muchas cosas desde luego, dos casos más.
Ya ves, Salvador: no son muchos casos. Yo conozco bastantes más, pero lamento comprobar día a día que el plato de la balanza de los alérgicos a la autocrítica pesa mucho más.
¿Y qué es eso de la mentalidad de minoría? ¿Sigue en nosotros en tu opinión?
  Es uno de los mayores peligros que se ciernen sobre las minorías pretendidamente esclarecidas, conscientes, de vanguardia. Una manifestación muy frecuentes es una actitud altiva, de superioridad y de desconfianza hacia las mayorías sociales, a las que se mira como políticamente atrasadas o desconocedoras de sus auténticos intereses, los cuales sí son percibidos, al parecer, por las minorías lúcidas. Este concepto de los auténticos intereses, inaccesibles por lo que se ve para los sujetos de esos intereses, es fundamental en esta concepción.
No puedo decir que esa mentalidad de minoría haya desaparecido; la encuentro más a menudo de lo que me gustaría.
Pasamos al siguiente apéndice.
Cuando quieras.
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