4/06/2017 -
VALÈNCIA. A Manuel Simó le mataron por sus ideas. El político valenciano nacido en 1868 en Ontinyent fue asesinado al comienzo de la Guerra Civil. Fundador del Diario de Valencia, jefe regional del carlismo, fue encarcelado en las Torres de Quart al comienzo de la contienda y después se le envió al picadero de Paterna donde le fusilaron. En 1950, en plena dictadura franquista, se le honró con una calle de nueva creación en el barrio de Patraix. La sigue teniendo. Aunque su nombre llegó a estar en algún listado de los que se manejaron para revisar el callejero franquista, que no había sido elaborado por la Universitat, nunca se planteó retirarle los honores.
Otro tanto sucede con Luis Lucia (1888-1943). Fue uno de los destacados prohombres de la derecha valenciana. Periodista, abogado y político, ejemplifica como pocos la evolución del catolicismo político valenciano. De carácter ultraconservador pero leal a la República, fue condenado a muerte por el franquismo. Se le dio Plaza en Campanar en València en 1980, por parte del ayuntamiento entonces socialista. “¿Quién se puede atrever a quitarle la calle?”, se pregunta el profesor de Historia de la Universitat de València Toni Morant, encargado de coordinar el informe sobre el callejero franquista. “Nadie se lo ha planteado pero, si alguien lo intentara, estaría borrando la memoria no sólo de un represaliado de la dictadura, sino de alguien como él, en representación de aquellos republicanos conservadores y católicos que creyeron en la primera democracia española”, añade.
El empresario Vicente Iborra tiene una plaza en El Carme. Empresario agrícola, consejero delegado de Unión Naval de Levante, presidente del Ateneo Mercantil, el Ayuntamiento de València le dio calle en 1964, el mismo año de su muerte. Presidente del Valencia Club de Fútbol entre 1959 y 1961, no ganó ningún título pero era un hombre respetado. Su nombre sigue rotulado y seguirá. Como también sucede con Ramón Gordillo, empresario, presidente de Feria Valencia, con calle en El Pla del Real. Cierto es que cuando reinauguró la Feria el cartel de 1942 incluía la esvástica nazi y la bandera de Japón, entre otras enseñas, pero se trataba de un contexto del que no podía sustraerse. Sus honores, pues, no están bajo el escrutinio.
Dos semanas después de anunciarse el cambio del callejero franquista comienzan a remitir las críticas de parte a algunos de los nombres elegidos, ante la evidencia de los hechos. “Se ha dicho que los nombres de calle se han incluido en el informe porque eran de derechas y/o católicos”, comenta Morant; “eso no sólo no tiene ningún sentido, sino que no aguanta comparación alguna con la realidad. Si ése hubiera sido el criterio, ¿por qué permanecen el resto de calles, que son muchas, dedicadas a personalidades conservadoras o católicas”, se pregunta.
El informe que ha empleado el Ayuntamiento de València para cambiar el callejero lo han realizado cuatro profesores del departamento de Historia de la Universitat. Es de por sí denso. Para poder manejarlo, Morant se ha hecho una fotocopia reducida a doble cara. Y sólo son unos pocos nombres, la punta del iceberg, aquellos a quienes se les homenajeó por su participación en el alzamiento, la represión y el sostén del terror franquista, o se les instrumentalizó para justificar la dictadura.
“Un buen amigo” relata Morant, “me dijo que el criterio debía ser muy sencillo: Si quedaban dudas, si no podíamos ser concluyentes sobre un nombre concreto, mejor no incluirlo en el informe. Y así hemos hecho. De los que han quedado en el informe final, no hay dudas”. Es más, aunque Morant no quiere decir esos otros nombres, hubo muchos más que estuvieron sobre la mesa, personalidades honradas por el franquismo sobre las que existen sospechas pero que fueron descartadas en las primeras reuniones. Jueces, empresarios, artistas beneficiados por la dictadura, como quiera que aún no se sabe toda la verdad de la represión, quiénes fueron los que delataron, quiénes se beneficiaron de esas delaciones, Morant no quiere señalar a nadie porque que en cualquier momento puede aparecer una documentación que dé un giro de 180 grados a su actual consideración.
El caso del doctor Francisco Marco Merenciano es, posiblemente, el que mejor sintetiza la indefinición que rodea a algunos de estos nombres. Actualmente Marco Merenciano tiene una calle paralela a la Avenida Rector Peset Aleixandre; anteriormente daba nombre a la plaza que hoy conocemos como Plaza de Jesús. Con la llegada de la democracia se decidió retirarle el nombre en la plaza pero, como quiera que había sido supuestamente buen amigo de Peset y había consolado a la familia del rector antes y después de que fuera fusilado, se decidió trasladarle a su actual ubicación. Tenía algo simbólico, ya que se le ponía cerca de su amigo. Sin embargo, posteriores estudios descubrieron que Marco Merenciano no había sido la persona que aparentaba ser; no sólo no había ayudado a la liberación del rector, sino que también había sido el delator principal. Públicamente simuló estar con la familia; en la práctica, fue su Judas.
Algunas críticas han venido por parte de personas vinculadas al Derecho por la retirada de los honores a Castán Tobeñas, algo que Morant asegura que esperaba. Pero en su investigación corroboraron tanto su participación en la delación de un compañero, como que su proceso de depuración a principios del franquismo era un procedimiento al que todos los funcionarios eran sometidos tras la guerra para comprobar su fidelidad al nuevo régimen; en su caso, un paripé. Un año después volvía a ocupar su puesto de juez del Tribunal Supremo en unos tiempos en que se seleccionaba a sus miembros por su “especial idoneidad”. Magistrado de la Sala de lo Civil del Tribunal Supremo desde 1934 hasta 1967, Castán Tobeñas fue un “cargo de confianza” en tanto que alta autoridad del Estado franquista. “Sí, ya estaba en el Tribunal Supremo durante la República, pero ese argumento no es válido a estos efectos porque alguien podría objetar que Franco también fue general con la República”, recuerda.
Otro conato de polémica han sido las 28 calles del Grupo Antonio Rueda, ubicado cerca de la Avenida Tres Forques. Entre las personas que bautizaban esas calles se encontraban un matrimonio anónimo y un valencianista ejecutado por sus ideas. Aquí el problema con el que se enfrentaban era que todo el conjunto de calles era en sí un enorme homenaje a la dictadura, con el añadido de que se realizó en 1972, cuando la muerte del dictador era inminente. Quienes fomentaron esos nombres “aún querían defender el abismo entre vencedores y vencidos”, comenta Morant. No son los nombres; es lo que significan. La telefonista Carmen Tronchoni, por ejemplo, que fue fusilada en 1938, era una espía a la que el franquismo rindió honores; su mérito era formar parte del bando vencedor, porque como ella hubo, por desgracia, miles de víctimas en toda España.
Para el profesor de la Universitat, la clave para restar cualquier sectarismo al informe ha sido el método de trabajo, que ha sido estrictamente cronológico. Se iban a analizar las calles franquistas y por lo tanto, salvo contadas excepciones, se iban a centrar en aquellas que fueron bautizadas durante la dictadura. El trabajo de archivo se ha realizado sobre todo en el Arxiu Històric Municipal. Han ido año a año, acudiendo a los índices de acuerdos de los ayuntamientos franquistas, desde abril de 1939 hasta 1979, tras las primeras elecciones municipales democráticas desde la República. Algunas, de hecho, ya habían sido renombradas con la democracia, como la Avenida José Antonio, ahora Antic Regne, o la Plaza del Caudillo, ahora del Ayuntamiento; pero la mayoría no. Una vez identificados los eventuales nombres, buscaron los expedientes de las diferentes calles. Tras ello elaboraron las primeras listas y, al final, investigaron los nombres definitivos y descartaron los dudosos.
En este punto, Morant recuerda que la Universitat i el Aula d’Història i Memòria Democràtica han elaborado el informe de los nombres que se retiran, pero la lista de los nuevos nombres es sólo del Ayuntamiento, y se ha realizado reuniendo las propuestas que explicó la concejal de Cultura, Glòria Tello. “En ningún caso”, insiste Morant, “el Ayuntamiento nos hizo ningún encargo de poner o quitar algún nombre de esa lista”.
Ahora, con el trabajo realizado, Morant espera a que se produzca el cambio de las calles. Durante un año algunas vías tendrán dos nombres, pero en 2019 ya habrá desaparecido cualquier rastro de los delatores, torturadores, represores y, cualquier atisbo de la propaganda de quienes tuvieron a España bajo el yugo durante 40 años, tal y como exige la Ley de Memoria Histórica, norma que el PP, cuando pudo, no quiso derogar. Ya no quedarán vencedores y el callejero de València reflejará una realidad muy diferente: la de que tras una Guerra Civil todos son perdedores.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada