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“Ataque rebelde a la costa. 250 muertos en Alicante. Los bombardeos hieren también a 1.000 personas durante el ataque al mercado lleno de gente”.
El prestigioso periódico relataba la acción de “seis aviones insurgentes” y aseguraba que
“ha sido el ataque en solitario más destructivo de la Guerra Civil Española”,
comparándolo con el bombardeo de Marzo sobre Barcelona.
El gobierno republicano a través de sus servicios diplomáticos presionó para que la noticia tuviera gran impacto, si bien en Alicante, ciudad de retaguardia, así como en la zona republicana no se quiso informar detalladamente para no hundir más si cabe la moral. Dos días después del bombardeo los embajadores españoles en París y Londres habían entregado a sus respectivos gobiernos una nota de protesta del ministro de estado Julio Álvarez del Vayo. Pronto, como reacción a las quejas, el gobierno británico creó una comisión en la que figuraban el coronel R. Smith y el comandante Lejeune. La conclusión fue rotunda. Se trató de un
“ataque deliberado a una zona civil, resultando 236 muertos y 224 heridos”.
Además los representantes consulares en la ciudad el mismo día del bombardeo, nada menos que de 28 nacionalidades, se presentaron ante el gobernador civil para ofrecer el pésame por los luctuosos hechos de la mañana. También se recibieron comunicaciones de la Sociedad de Naciones y de diversos dirigentes mundiales.
Los responsables del bombardeo quisieron siempre minimizar las consecuencias del mismo. El propio general Franco, preguntado por el Times londinense afirmaba que:
“se bombardean tan sólo objetivos de carácter militar”.
Lo que sucedió en realidad se encuentra entre una horquilla que va desde los 275 fallecidos que figuran en el registro del Cementerio Municipal hasta los 393 que aparecen en la “relación numérica de los muertos habidos a consecuencia de los bombardeos aéreos que sufrió la ciudad” del Archivo Histórico Municipal. Es curioso que el ayuntamiento franquista diera la cifra de 313, más alta que las de la comisión o las autoridades republicanas. Cifras tan altas se explican por la metralla que salió despedida de las bombas así como por otros proyectiles que acabaron impactando en diversos puntos del centro histórico. Testigos presenciales detallan el horror que sus ojos tuvieron la desgracia de presenciar: cuerpos amontonados entre escombros, mutilaciones y decapitaciones, personas con las tripas colgando, otras gritando de dolor y espanto.
Sobre el porqué las sirenas no sonaron o lo hicieron tarde hay todavía interrogantes abiertos aunque parece claro que la aviación fascista cambió el recorrido habitual desde la costa para internarse y entrar en la ciudad desde la península, lo cual pudo facilitar lo sorpresivo del ataque. También se habla de un complot quintacolumnista (poco probable) para no accionar las sirenas a tiempo. Lo cierto es que en el mercado se conserva la alarma antiaérea que estaba en la fachada del recinto, así como un reloj que parece ser que quedó parado a la hora en que se produjo la tragedia. No obstante no hay que desdeñar las malas defensas de la ciudad, con material bélico antiaéreo muy desfasado.
El resultado de aquella jornada de terror fue que miles de alicantinos huyeran de la ciudad en cuanto les fue posible. Este éxodo fue conocido como la “columna del miedo”. Alicante quedó en una situación lamentable, llena de escombros y suciedad por falta de personal de limpieza. Una ciudad que no se recuperaría de la tragedia hasta muchos años después. La enorme cantidad de víctimas hizo necesarias varias fosas comunes para su enterramiento en el Cementerio Municipal.
Autor: Luis Pueyo para revistadehistoria.es
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