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Fracasa
la sublevación
Inicio de la Guerra Civil en Cantabria
Por José Luis Ibánez
Santander era una
de las capitales provinciales que
aparecía asegurada para la victoria de la subleva-
ción en las “Instrucciones Generales” previstas des- de
abril de 1936 por el general Emilio Mola. En las elecciones legislativas de febrero
de ese año, el Fren- te Popular había sido derrotado en la provincia por las
fuerzas derechistas de la Confederación Españo-
la de Derechas Autónomas (CEDA)
y Renovación Española.
Pero los jefes y oficiales
destinados en Cantabria no estaban directamente conectados con los prin- cipales dirigentes de la
conspiración, ni la relación entre las tramas civil y militar era en la región sufi- ciente para los fines perseguidos
por los confabula- dos. La mayor rapidez y la mejor coordinación de movimientos
en julio correspondería finalmente a los
representantes de la solución democrática y an-
tigolpista: a los líderes de las formaciones de izquier- da,
republicanos y socialistas fundamentalmente, sin
olvidar a algunos militares verdaderamente fieles al gobierno
frentepopulista legítimamente avalado por las urnas.
Perteneciente a la
VI Región Militar, la entonces
provincia de Santander tenía las siguientes unida- des en su territorio en
julio de 1936: Regimiento
de Infantería Valencia nº
21, con un batallón en Santoña,
localidad ésta donde también se hallaban una Columna Móvil de Municiones a Lomo
(artille- ría) y una Sección Móvil de Evacuación Veterinaria. A las que cabe añadir las fuerzas de orden público:
tres compañías de la Guardia Civil, una de Guardias de Asalto y cuatro de
Carabineros. El comandante y gobernador
militar de la provincia dese 1935 era el coronel del Regimiento de Infantería,
José Pérez
García-Argüelles, coruñés nacido en 1877 que ha- bía combatido en
el norte de África.
El coronel del Tercio 22 era Indalecio Terán, y la jefatura de la Comandancia de la Guardia Civil la desempeñaba el teniente coronel José Colombo. A ambos les sustituirá en fecha tan inmediata como será
el 11 de agosto el teniente coronel
Román Mo- rales, enviado por el gobierno de Madrid, lo que quizá dé muestra de la dudosa
disposición de aqué- llos durante
los días claves de julio. Por su
parte, el comandante Julio Molera,
jefe de los Carabineros de la
provincia, logró “pasarse” al campo
rebelde, en unión de algunos de sus oficiales, a la primera ocasión de que dispuso, una vez estallada definiti-
vamente la guerra. En lo que respecta
a los Guardias de Asalto, aunque la mayoría eran paradójicamente
opuestos al Frente Popular, su
capitán, César Puig, permaneció fiel a las instituciones constitucionales
republicanas.
La incertidumbre
de los mandos militares del re- gimiento de infantería, junto a la decidida actitud del
jefe del batallón destacado en Santoña, el co-
mandante José García Vayas, y la de los principales dirigentes frentepopulistas de
la capital santanderina y de otras
localidades, hizo que la rebelión fracasara en la provincia cántabra. Frente a
la indecisión y la reticencia que encarnó primordialmente el coman- dante
militar de la provincia, el coronel Pérez Gar-
cía-Argüelles; se produjo la resuelta intervención de quienes se opusieron a la sublevación y movilizaron las
fuerzas de que disponían en una única dirección,
sin ambages, recurriendo a la astucia cuando fue ne- cesario. Durante aquellos días decisivos de julio de 1936 reinaron
en la provincia de Santander, como
en buena parte del resto del país,
tanto el desorden como el
desconcierto, y primaron la indecisión y la
improvisación pero, finalmente, se impusieron la au-
dacia y la determinación.
La
conspiración
El juez que instruyó
la Causa General en Santan-
der desde octubre de 1937 concluyó, en el informe con el cual resumía sus
varios meses de trabajo, que el
comandante militar de la plaza, el coronel José
Pérez García-Argüelles,
habría tenido garantizado el dominio
de la provincia si en los primeros días de la
sublevación se hubiera sumado decididamente a ella. Existieron
una trama civil y otra militar cuyo objeti-
vo común era la sublevación del territorio cántabro. La primera, monárquica y centrada en la capital, es-
taba dirigida por el ex teniente de alcalde durante la dictadura del general Miguel Primo de
Rivera y ex dirigente de Falange, Emilio Pino Patiño, quien se
hallaba conectado con el diputado monárquico
por Santander, Pedro Sáinz Rodríguez, conspirador a nivel nacional. La otra
trama, la militar, radicada principalmente en Santoña, estaba encabezada por oficiales destacados en esa localidad, relacionados con el teniente coronel
destinado en Burgos Marce- lino Gavilán.
Ambas tramas
estarían unidas bajo la dirección de
Pino Patiño, quien creería contar con la partici- pación del coronel Pérez García-Argüelles. El con- tacto
entre Pino Patiño y el coronel sería el capitán de infantería Arturo González Fleitas. Por lo
que respecta a la otra población militarmente importan- te de la provincia,
Santoña, era Vicente Herrería,
miembro de la monárquica Renovación Española, quien enlazaba a los militantes
de agrupaciones de- rechistas dispuestos a secundar el levantamiento con los
capitanes de infantería Carlos Medialdea, San- tiago Mirones, Carlos Guerra López y
Modesto López-Clavo, así
como con el teniente del mismo arma
Churriaque, el de artillería Ignacio Ulibarri y el capitán
de la Guardia Civil Víctor Marchante.
A las fuerzas militares confabuladas les brindaban asistencia las juventudes de las organizaciones de ex- trema derecha
de la provincia. Así, cerca de mil fa- langistas, a los que se unieron 400 provenientes del
resto de Cantabria en los días inmediatos a las jorna- das decisivas de julio, se
encontraban concentrados en diferentes lugares a la espera de órdenes. También
estaban implicados en la preparación de la subleva- ción los monárquicos de la Agrupación Regional Independiente (ARI, reunión de los partidos de- rechistas no
republicanos de la provincia, que había “cobijado”
a los miembros de la Falange montañesa en los comienzos de ésta), conectados por medio del comandante
retirado Rafael Montero Bosch y
del capitán, asimismo retirado, José María Monteoliva
con los militares de la
plaza y con Pedro Sáinz Ro- dríguez.
Otras fuerzas
concentradas eran algunos jóvenes de
Acción
Católica y los requetés de la
provincia. En lo que se refiere a estos últimos, conviene apun- tar que Jesús Hermosilla fue enviado desde Madrid por el jefe nacional de Requetés, José Luis Zama- nillo (ex
diputado derechista por Santander), para levantar a los boinas
rojas al mando del coronel
y co- mandante militar de la capital cántabra. Hermosilla no tuvo éxito en su misión
y resultó arrestado
por las autoridades frentepopulistas. Estos grupos juveniles parafascistas, prestos al
desencadenamiento de la re- belión
militar para secundarla, los hubo también en
Torrelavega, Los Corrales de
Buelna, Comillas, Valle de
Cabuérniga, Renedo y Laredo, entre otros luga-
res. No obstante, cabe añadir
que el jefe provincial de Falange Española y de las JONS en las fechas inmediatamente anteriores al
estallido del conflicto bélico, Martín Ruiz Arenado, no había tenido en ningún
momento trato directo alguno con la máxi- ma
autoridad militar provincial antes de que llega-
ran las primeras noticias del levantamiento militar acaecido en el norte
de África.
Santander: la sublevación que nunca existió. Nueve días de julio
Día 1
A última hora de
la tarde del viernes 17 de ju- lio de 1936,
Santander comenzó a conocer algo de lo
que acababa de suceder en las plazas militares de Ceuta, Melilla y Tetuán. Inmediatamente, el presi- dente de
la Diputación Provincial y de la ugetista Federación Obrera Montañesa (FOM), el socia-
lista Juan Ruiz Olazarán; el diputado a Cortes de
Izquierda Republicana,
Ramón Ruiz
Rebollo; y el delegado gubernamental de Hacienda, Paulino Vega, se dirigieron a la sede del Gobierno Civil. En ese
edificio, el titular de la máxima representación gubernamental en la provincia,
el azañista Enrique Balmaseda Vélez, se encontraba enfermo y a partir de entonces no sería capaz de hacerse cargo de la conflictiva situación. Tan es así que fue sustituido de facto por los dirigentes de las
agrupaciones políticas y sindicales frentepopulistas; esto es, principalmen-
te, por los mencionados Ruiz Rebollo y Ruiz Ola-
zarán, junto al otro diputado izquierdista a Cortes salido de las urnas de febrero de ese mismo año, el
socialista largocaballerista Bruno Alonso, que
no llegará a Santander hasta el día
siguiente. De esa primera reunión en
el Gobierno Civil nació el em- brión
de funcionamiento de los organismos de po- der del Frente Popular, que en aquellos
momentos se aprestaba a montar su propio servicio de
vigilancia al cuartel de infantería y a distribuir las pocas armas con que podía contar.
Para entonces, el coronel Pérez García-Argüelles ya había recibido
la llamada del general Domingo Batet,
quien se hallaba al frente de la región militar con capitanía en Burgos, en el
sentido de que actua- ra
enérgicamente contra el movimiento sedicioso.
Esa comunicación tuvo lugar antes de que los telé- fonos en aquella
noche, al igual que los teletipos de los
periódicos y los telégrafos, dejaran de funcionar durante unas horas. Mientras
tanto, en Santoña, el capitán de
infantería José Bueno, que
venía obser- vando una extraña actitud en el resto de la oficiali- dad, decidía
llamar al comandante José García Vayas
—de permiso en Santander— sin conseguirlo.
Día 2
Ya en el mediodía del sábado 18 de julio, el co- ronel
del Regimiento de Infantería Valencia nº
21 recibió una llamada del Gobierno
Civil. Pérez Gar- cía-Argüelles
contestó que cumpliría con su deber. Más tarde,
conversó en su despacho con Ruiz Rebo- llo, Ruiz Olazarán y Alonso. Les reiteró que tuvieran
tranquilidad en cuanto a su actitud y que no tenía intención de sublevarse. No obstante, los tres diri- gentes de la izquierda
cántabra salieron de esa reu-
nión desconfiando de la
predisposición del coman- dante militar de la provincia a la hora de defender
el orden constitucional.
El paso decisivo
encaminado al control de la si- tuación por parte de los organismos del Frente Po- pular santanderino tuvo lugar ese
mismo día. Se organizaron servicios de defensa en centros obreros, patrullas en camiones de la
fuerza pública comenza- ron a recorrer la ciudad y en el edificio consistorial
capitalino se produjo un pleno frentepopulista en el que se acordó la declaración de la huelga general en el caso de sublevación militar en la
región, así como la creación del
Comité Ejecutivo del Frente Popular en
la ciudad, presidido por el socialista Francisco Noreña. Asimismo, las nuevas autoridades se incau- taron de la
emisora de radio y desarmaron esa mis- ma
noche a la guardia municipal.
Cerca de las 9 de
la noche, el militante socialista José Martín del Castillo recibía de las autoridades republicanas cántabras la
orden de hacerse cargo del servicio del Centro de Telégrafos de Santander. Ya de madrugada, le llegó un telegrama de
Valladolid que hacía constar que “el general Emilio Mola se ha en- cargado del mando de la División” y solicitaba acuse de recibo a las plazas de Palencia,
Bilbao, San Sebas- tián, Santander y Santoña. Cerca de las seis y media se repitió el mismo texto
telegráfico desde Burgos, y, finalmente, una hora después,
desde Valladolid se enviaba
otro despacho que conminaba a los co- mandantes
militares de las plazas antes aludidas a ordenar la urgente incorporación a
cada unidad de los oficiales y
tropas que se encontraran de permiso. Las
autoridades constitucionales cántabras fueron
informadas de inmediato de todos esos mensajes. El coronel Pérez García-Argüelles nunca sabrá que se le había telegrafiado para que se pusiera
bajo la obe- diencia de los
sublevados dirigidos por Mola.
En Santoña, al
mediodía de aquel sábado, el capi- tán
José Bueno, jefe de cuartel aquel día y por tanto al mando del destacamento de
infantería, reunió a todos cuantos se
encontraban en el acantonamien- to para arengarlos sobre la necesidad de permanecer al lado del poder
legítimamente constituido. Unas horas
antes, el monárquico Vicente Herrería salía de
Santoña en un coche, acompañado por dos vecinos
de la localidad: José Domingo Quiroga y Pedro Castañeda.
El alcalde
de la población costera, Epifanio Azo-
fra, se percató del hecho y
llamó al ex diputado radical-socialista por Santander Gregorio Villarías para ponerle al corriente del mismo. Como supu- sieron que Herrería y sus compañeros
se dirigían a Burgos comunicaron con
el gobernador civil de la capital castellana,
quien les llamó a las pocas horas para
decirles que habían sido detenidos tras arribar a la ciudad.
Efectivamente, pero antes de ello los tres conspiradores habían tenido tiempo
de informar en el cuartel
burgalés de San Marcial al teniente coronel Marcelino Gavilán del curso de los acontecimien- tos en Santoña. No serían liberados hasta las 2 de la
madrugada siguiente, cuando el estado de guerra ya había sido proclamado en Burgos.
Asimismo, en la
mañana de aquel sábado 18 en Santoña
algunos concejales, junto a Azofra y Villa- rías,
se reunían al saber que todos los oficiales de la guarnición se encontraban en la sala de banderas del cuartel de infantería. Las
autoridades frentepopulis- tas decidieron entonces avisar al comandante Gar- cía Vayas
y enviaron a un vecino santoñés, Enrique Zabala, en su busca a la capital cántabra. A las 2 de la tarde, el alcalde Azofra ordenó al
vecino santoñés Francisco Caballero la
intervención de todos los teléfonos
y situó convenientemente frente al cuartel a pescadores de confianza para que
observaran a los oficiales reunidos.
Como en Santander, en Santoña se producía
la inmediata puesta en marcha
del meca- nismo más elemental
de lucha contra la sublevación militar, en el que se mezclaba la expectativa
con la movilización de las bases políticas en una dirección diáfana: controlar los movimientos de los posibles
conspiradores para adelantarse a ellos.
Cerca de las 8 de
la tarde de aquel día llegó el comandante García Vayas a Santoña y, aún
de pai- sano, se trasladó al cuartel santoñés, donde arengó a la tropa, a la
que recordó el juramento dado de defender el orden constitucional, la advirtió
de que únicamente se obedeciera a
las autoridades legítimas y la
previno de que sólo acatara el mando si estaba previamente ordenado por un
texto escrito por él mismo.
De un plumazo,
García Vayas ―que había naci- do en
la localidad navarra de Estella en 1889― en
1889desautorizaba a los posibles conspiradores y se hacía con el control
militar de la situación, domi- nando
la transmisión de las órdenes pertinentes. El
jefe del batallón, en el final de su discurso había asi- mismo
reconvenido a todos los oficiales carentes de
servicio al obligarles a pernoctar en sus respectivos domicilios.
Mientras tanto, Epifanio Azofra enviaba al presidente del Pósito de Pescadores
de Santoña, Florentino Argos,
para que indicase a cuantas per- sonas afines al Frente Popular encontrase
salieran a las calles armados. El
alcalde Azofra ordenó además al
capitán de la Guardia Civil local, Víctor Mar-
chante, que no detuviera a ninguno de ellos. A partir
de entonces, se montaron los servicios militares de protección de los edificios
públicos. Era la 1 de la madrugada del ya domingo 19 de julio. Una hora
más tarde, proseguían su interrumpido camino ha- cia Santoña los tres
conspiradores que acababan de ser liberados por los rebeldes
triunfadores en la capi- tal burgalesa.
En la ciudad de
Santander, se producía la paula- tina
consolidación del Frente Popular. Durante
esos días de julio de 1936 se estaba
llevando a cabo en la región cántabra la creación de un “comité-gobierno” similar a los que nacían allí donde la
rebelión no lograba triunfar de
inmediato. “Comité-gobierno”
que en el caso santanderino tendrá su perfil
definido cuando la victoria contra los posibles sublevados sea total, pero que, de una forma
embrionaria, estaba surgiendo ya en esas fechas en los niveles provincial e incluso local. El organismo
que se conformará de- finitivamente
a finales de julio en Santander se atri- buyó
desde pronto el poder legislativo y ejecutivo. No se debe olvidar que el hundimiento de la autori- dad republicana constitucional era
tal que se puede convenir sin discusión que el gobierno
de José Giral (presidente del gabinete “leal” desde el 19 de julio) no
ejercía verdadero poder alguno.
Día 3
El domingo
19 de julio, el Frente
Popular santan- derino acordó
la requisa de los vehículos y armas en poder
de los desafectos. El cerco en torno al cuartel llevado a cabo por los miembros
de las organizacio-
nes políticas y sindicales de
izquierdas se iba estre- chando y era cada vez más visible a ojos de los cons- piradores que trataban de convencer al coronel Pérez
García-Argüelles. Las fuerzas organizadas para de- fender la república interceptaron ese día comunica- ciones
telefónicas que perseguían el mismo objetivo
que los telegramas del día anterior, finalmente vano. Cuando desde Burgos y Oviedo se solicitó comuni- car con
el coronel, Ruiz Olazarán instó a la central telefónica local para que le
desviaran la llamada, y de ese modo los sublevados creyeron haber
mantenido una conversación con el comandante militar en la cual le convencían de sumarse a la rebelión. Pérez García-Argüelles quedaba así
nuevamente desasisti- do de referencias que él considerara válidas para mo- verle
a dar el paso decisivo.
Sáinz Rodríguez
había mandado aquella mañana del 19
de julio consignas explícitas a sus seguidores en Santander por medio del
miembro de la ARI Mi- guel Quijano: dado que la sublevación había triun- fado en
Burgos, sede de la región militar a la que pertenecía
Santander, era preciso secundarla en el territorio cántabro antes de que las masas se adueña-
ran de la calle. Pino Patiño trasladó esa información al cuartel de infantería,
donde no fue recibido por Pérez García-Argüelles,
quien se limitó a comuni- carle que lo tendría en cuenta; y llamó a continua-
ción al capitán Monteoliva y al comandante Rafael Montero Bosch para insistir
en el ofrecimiento que la ARI hacía de los 40 jóvenes que aguardaban en sus locales y de otros 100 que lo
hacían en sus res- pectivos domicilios. Montero Bosch y Monteoliva acudieron de
inmediato al regimiento de infantería y pudieron así comprobar la existencia de
vigilancia apostada en una taberna próxima al cuartel.
El coronel
desoyó los ofrecimientos de los dos mi-
litares retirados arguyendo que sólo obedecería las órdenes directas provenientes de la capitanía gene- ral burgalesa. Ese día 19, Pérez García-Argüelles fue llamado para que se personara en el
Gobierno Civil, pero contestó que no
podía abandonar el cuartel. La dilación del comandante militar de la provincia era cada vez más evidente.
Permanecía acuartelado sin aceptar los ofrecimientos que los conspiradores le
hacían, lo cual, inevitablemente, obligaba a que
éstos fueran presa de los nervios y el abatimiento,
faltos como estaban de armamento y
conscientes de la determinación de
los organismos frentepopulistas que controlaban incluso sus movimientos. De
otro lado, tampoco se mostraba el coronel decidido a co- laborar con quienes manifestaban lealtad al orden constitucional.
Cerca de las cinco
y media de la madrugada del domingo,
Francisco Caballero logró interceptar en Santoña
una conferencia entre el capitán de infante- ría de la guarnición Carlos
Medialdea y un coronel que hablaba desde Burgos. Inmediatamente, Caba- llero se dirigió al cuartel santoñés
para comunicar lo captado: los militares conspiradores debían sublevar a la guarnición y declarar el estado de guerra en la vi- lla
tras publicar el bando de Mola que traía desde la capital burgalesa Vicente Herrería. Este último, por su parte, regresó
a la localidad marítima cántabra
ha- cia las seis y cuarto de la madrugada. De inmedia- to, el vehículo
en el que viajaba fue reconocido por Gregorio
Villarías, lo que acabó de convencer a los frentepopulistas santoñeses del triunfo de la rebelión
en Burgos. Herrería entregó una copia del bando de Mola en el cuartel de artillería (donde, en realidad, había una sección de sanidad
militar y la ya citada columna de municiones a lomo, compuesta por pro- fesionales
del arma de artillería) al capitán jefe de la unidad, Adolfo Espejo-Giménez, y a los tenientes Ignacio Ulibarri y Bernardo Ruiz. A continuación, se dirigió al cuartel de
infantería, donde habló con los
capitanes Medialdea, Guerra y Mirones y acor-
daron todos ellos publicar el bando declaratorio del estado de guerra a las 8 de la mañana.
Al tener el
comandante García Vayas la certeza de la
vinculación que mantenían con la sublevación al-
gunos de los oficiales a sus órdenes, instó al jefe de cuartel, el
capitán Bueno, a que ordenara inmediata- mente que marcharan los capitanes a
sus domicilios en calidad de detenidos. Tras
ello, García Vayas co- municó
a los militantes de las organizaciones frente-
populistas que deberían
estar preparados pues estaba dispuesto a armar al pueblo para
defender el orden constitucional.
Eran ya las 9 de
la mañana cuando Vicente He- rrería regresaba al cuartel de infantería para
averi- guar la causa de que no se hubiera publicado el ban-
do de Mola. Se encontró con que en la
puerta del acantonamiento había varios “policías”
y delante del mismo cerca de
un centenar de destacados frentepo- pulistas de la localidad.
Entonces, se dirigió al cuar- tel de
artillería, donde el teniente Ulibarri le solicitó hombres para atacar a los oficiales afectos al régimen republicano. Herrería volvía con
setenta de ellos cuando se encontró
con 300 mineros formados sin armas
en las inmediaciones de la sede de la columna
de municiones. Enterado
de que era buscado incluso por la Guardia Civil, el
conspirador monárquico se vio
obligado a huir de la localidad y se refugió en la cercana Noja. En esos momentos, sobre las 10 de la mañana, en
el cuartel de infantería santoñés se ar- maba
con fusiles a numerosos civiles.
Día 4
El lunes 20 de julio, el Frente Popular decretó la incautación de los
diarios conservadores santande- rinos, el católico El Diario Montañés y el “regio- nalista” La Voz de Cantabria. Ninguno de los dos aparecerán ese día, por ser lunes,
pero sí lo harán el martes, ya con una inclinación editorial totalmente
distinta. Al igual que los otros dos diarios provincia-
les —El Cantábrico, de tendencia liberal, y el socia-
lista La
Región—, publicarán una nota
oficial fir- mada por el coronel José
Pérez García-Argüelles en el que éste reconocía la lealtad a la República de toda la guarnición
a sus órdenes. Efectivamente, el coro- nel visitó al alcalde Ernesto del Castillo Bordenave en el
Ayuntamiento santanderino aquella mañana.
Y por la tarde,
cerca de las 8, hizo lo propio en el Gobierno
Civil, donde estaban reunidos quienes el día
anterior habían requerido reiteradamente su pre-
sencia. Esta vez, fueron congregados allí tanto Pérez García-Argüelles
como el coronel del Tercio 22 de la Guardia Civil, Indalecio Terán; el jefe de la Coman- dancia del mismo cuerpo, el
teniente coronel José Colombo; el
comandante jefe de los Carabineros, Julio Molera; y el capitán de los Guardias
de Asalto, César Puig. Los mencionados militares redactaron un documento conjunto de carácter público, por medio del cual declaraban su adhesión
incondicio- nal al orden constitucional. No es
difícil relacionar este hecho con la resolución de la rebelión
militar en Barcelona y en Madrid,
muchas horas antes de que
Pérez García-Argüelles pareciera mostrar el fin de su dubitativa
actitud dirigiéndose al Gobierno Civil. Por otra
parte, esa jornada llegaban a Santander ar-
mas procedentes de la guarnición santoñesa, donde la coyuntura, como se verá a continuación, se había
aclarado definitivamente. El número de jóvenes de las organizaciones obreras alertados
se había visto in- crementado aquella mañana, cuando se presentaron en la capital muchos más,
provenientes de distintos pueblos de la provincia, y se situaron
frente al Ayun-
tamiento.
Así las cosas en
la ciudad de Santander, en la guarnición de Santoña se asistía ese lunes 20 de
ju- lio a la definitiva mutilación del intento de levanta- miento mediante el dominio de los estertores de la rebelión militar local, que debían
tener lugar en la columna de
municiones a lomo y en el destacamen- to que guardaba
el penal de El Dueso. Para entonces
ya se había presentado espontáneamente a García
Vayas el brigada de dicha columna
artillera Ángel de la Peña, el cual, ante la desconfianza que le provoca- ba su oficialidad se dirigió a la
comandancia militar para ofrecer su colaboración, así como las del alfé- rez Cecilio Pardo, el brigada Antonio Rivas y
los sargentos Segismundo García Sánchez y Dámaso
Trujillo.
El brigada De la Peña recibió instrucciones con- cretas para cercenar cualquier intento
de levanta- miento de la oficialidad en su unidad. Asimismo, sobre las 7 de la
mañana de ese lunes, le llegó a José García
Vayas una nota confidencial del
soldado Eduardo González, por medio de la cual se le hacía saber que para ese mismo día se proyectaba la suble- vación de la fuerza destacada en el penal de El Due- so. El comandante ordenó bajar del destacamento del penal al alférez Augusto Fuentes, en quien te- nía una gran confianza, para seguidamente ordenar, nuevamente al capitán Bueno, el
relevo de los mili- tares en el penal y el arresto domiciliario del capitán
Modesto López-Clavo, que los mandaba, así como
el ingreso en los calabozos de un sargento, nueve ca- bos y dos soldados. Por la tarde, el teniente Esteban Larios, que había quedado al mando de la guardia de El Dueso y después permanecerá
arrestado en su casa, será sustituido por el alférez
Joaquín Barba.
En lo que respecta
a los conspiradores castrenses del
arma de artillería, que habían recibido el día an- terior el bando de Mola de manos de Vicente He- rrería, no se
atrevieron a publicarlo ante la indirecta amenaza
de la organización civil frentepopulista y el
éxito de la contrasublevación en el cuartel de infan- tería. No obstante,
ese día 20, los oficiales artilleros implicados en la rebelión pretendieron
pasar a la ac- ción. El capitán y
jefe de la columna de municio- nes a lomo,
Adolfo Espejo-Giménez, ordenó
aquella mañana al teniente Ignacio Ulibarri que formara con armamento a la tropa en el dormitorio
de ésta y si- tuara en los servicios más importantes a los soldados de mayor fiabilidad. El teniente
transmitió a su vez la orden al sargento Segismundo García Sánchez. A través del brigada De la Peña, el comandante García Vayas ordenó al entonces oficial
de guardia, el alférez
Cecilio Pardo, hacerse cargo del cuartel de artillería en tanto que supremo jefe. Éste ordenó aquella ma-
ñana al sargento García Sánchez
transmitir a la tropa que sólo se acatara su mando.
Cuando los
soldados se encontraban ya arma- dos y a la vista de quienes
transitaban por la calle, el brigada De la Peña y el sargento García Sánchez les advirtieron de que estaban
obedeciendo a un movimiento sedicioso
dirigido contra el gobierno legalmente constituido. Nuevamente presenciamos a la derrota de la rebelión a
manos de la decisión de militares leales
al régimen republicano. El capi- tán Espejo-Giménez y los tenientes Ulibarri y Ruiz fueron destituidos de sus cargos por
García Vayas y seguidamente quedaron detenidos
en sus domicilios.
Día 5
El martes 21 de julio, el regimiento de infante- ría santanderino
seguía acuartelado y las autoridades frentepopulistas no habían abandonado de forma absoluta su desconfianza hacia el
coronel y jefe del mismo. Y ello es así hasta
el punto de que ese mismo
día era declarada la huelga general prevista
en caso
de sublevación. El paro fue absoluto en la capital cántabra.
De otro lado, al
tener noticias de que los rebeldes de
otras provincias podrían dirigirse a Santander, las autoridades civiles y
militares se reunieron para or-
ganizar una columna armada que se
trasladara a la raya del límite con Burgos. El coronel Pérez García- Argüelles salía así de nuevo de su acuartelamiento
para colaborar con las fuerzas leales, en esta
ocasión en la formación de la columna que, integrada por fuerzas del
Ejército, guardias civiles y de asalto, ca- rabineros y milicianos, regresó a
las dos horas de su partida tras no hallar al enemigo en las cercanías. Pese a su aparente cooperación,
el coronel negó esa misma tarde al Frente Popular las armas que tenía bajo su
custodia, y ello aunque legalmente estaba obligado
a entregarlas según las órdenes del gobier- no de José Giral.
Asimismo, el 21 de
julio de 1936 tuvieron lugar en la
ciudad de Reinosa unos
luctuosos sucesos so- bre los cuales las fuentes consultadas muestran dos tipos de testimonios totalmente opuestos: el ampara- do en la información provista por la Causa General instruida en la provincia, que habla de “emboscada” y posterior “asesinato” de guardias civiles; y la ver- sión
que el socialista Bruno Alonso dejó escrita
en su libro de memorias y según la cual se habría tratado de la “sublevación” de la Guardia Civil de la
ciudad que “mató” al alcalde,
el socialista Isaías Fernández, todo lo cual provocaría que “la masa” se enfurecie- ra y acabara con las vidas de un cabo, 17 números del propio cuerpo y la del
teniente jefe del puesto. Estos fueron los primeros hechos que situaron vio- lentamente a Cantabria en el marco de
lo que iba acercando a todo el país
a una abierta confrontación entre
dos posturas aparentemente irreconciliables, a una auténtica guerra civil. Se puede decir por tanto que las
primeras víctimas del verdadero conflicto en
la Montaña fueron el alcalde y los guardias civiles que murieron en los
tiroteos del día 21 en Reino- sa. La guerra sólo era conocida hasta entonces en Cantabria por la formación de unas
milicias que no habían tenido la
necesidad de combatir contra un enemigo
todavía informe.
Pero no fue la
ciudad industrial del sur provincial la única que registró aquel martes
acciones violentas que mostraron la cruel realidad del comienzo de un violento
conflicto civil entre quienes favorecían la sublevación y aquellos que
defendían los objetivos del Frente Popular. En Potes, capital de la comarca
lebaniega, tuvo lugar ese mismo día 21 el momen-
táneo dominio de un grupo de
falangistas alzados; mientras que, en el extremo litoral oriental de la
provincia, en Castro Urdiales, jóvenes de la misma filiación política
parafascista veían derrotada su es- pera y “huían al monte”.
Poco antes
de las 5 de la tarde, llegaron en varios vehículos a Potes más de 70 hombres
armados, co- mandados por un destacado integrante del Partido Comunista
de la provincia santanderina, Mariano Juez (quien será consejero de Marina y
Ganadería en el segundo Comité de Guerra, formado en septiem-
bre de 1936, y en el Consejo Interprovincial
creado en febrero del año siguiente), que tomaron los pun- tos estratégicos de la villa y detuvieron a
los vecinos sospechosos de participar o
colaborar en la rebelión. Pero
encontraron resistencia en el
interior de la far- macia del falangista Ramón Bustillo, desde donde se hirió a varios de ellos. Otros simpatizantes y afiliados al partido joseantoniano de la zona
lograron cooperar con los resistentes
en la botica tras ese primer
tiroteo, con lo que se produjo la huida del grupo comandado por Juez y el consiguiente dominio
falangista de la lo- calidad. No
obstante, poco durará el control de la si- tuación a cargo de los sublevados en Potes. Esa misma
noche, varios
vecinos derechistas, encabezados por Vi- cente Arenal, mostraron su disconformidad con
que se luchase en el pueblo, dada la escasa
importancia del
mismo para decidir la contienda. La
adopción de ese punto de vista decidió a
los falangistas, y a quienes con ellos se habían movilizado, en
ningún caso más de veinte personas, a abandonar de inmediato la
villa para unirse a las filas rebeldes de la vecina provincia
de Palencia. Al día siguiente, el miércoles 22 de julio, la
situación quedaría definitivamente aclarada
con la llegada a la localidad lebaniega de nuevos grupos ar- mados frentepopulistas.
En lo que respecta
a la aludida Castro Urdiales, desde el día 18 cerca de 40 falangistas se hallaban
“concentrados” en las inmediaciones del cuartel de la Guardia
Civil local, al tiempo que ésta se encontraba
a su vez en una actitud similar. Los guardias estaban conectados
telefónicamente con los conspiradores de
Santander, de quienes recibían órdenes para que se mantuvieran a la espera. También lo estaban con el grupo escondido en una casa próxima, por medio del jefe de milicias
falangistas, Carlos Barés. Cada
día que pasaba era menor el número de
jóvenes ex- tremistas reunidos y dispuestos a la rebelión. Hasta que el martes
21 de julio, la Guardia Civil consideró fracasada la sublevación en la provincia
y aconsejó a los falangistas la huida.
Éstos se dirigieron, en un número no
superior a 15, a los montes próximos de Guriezo
y Sámano. De inmediato, se organizaron batidas formadas por frentepopulistas de
las locali- dades cercanas que al
día siguiente les detuvieron y dieron
muerte a Barés y a otros dos huidos.
En Santoña, ese
martes 21 de julio José García Vayas delegó su cargo de comandante militar
del destacamento santoñés en el
teniente de oficinas Prudencio Fernández al
enterarse de que desde Burgos se
dirigía una columna motorizada a tomar los
puertos de montaña, lo que obligó al comandan- te a formar a su vez otra,
compuesta por fuerzas de infantería y
milicianos de la comarca santoñesa. El capitán
Bueno y el alférez Barba ayudaban a Gar- cía
Vayas al frente de esta expedición,
cuyo destino era el puerto montañoso de Los Tornos, por donde pasaba
la carretera que enlazaba Burgos con la loca-
lidad costera santanderina de Laredo. Aquella tarde- noche del día 21,
el ugetista Juan Ruiz Olazarán, go- bernador
civil de facto, se dirigió por medio de una alocución radiofónica a los
partidarios del Frente Popular, como durante los primeros cuatro
meses de guerra haría con frecuencia. En ella aclaró algo que las autoridades pro republicanas
reiterarían sin ma- yor éxito
durante casi todo su mandato: la exigencia de que las requisas y registros, que
ya eran norma desde el propio día 18, sólo podrían ser desempeña- das por
quienes estuvieran debidamente autorizados
por el Frente Popular.
Día 6
El miércoles 22 de julio, finalizada la huelga ge- neral, se prohibieron las confiscaciones y cacheos no
autorizados y, especialmente, las al
parecer fre- cuentes requisas a los comerciantes. También tuvo lugar el comienzo de la suscripción para atender las necesidades económicas del Frente
Popular, comple- mento de los regulares impuestos
y actividad común a las dos zonas
en guerra. Los encarcelamientos de las personas
consideradas próximas a los rebeldes
ha- bían comenzado el 20 de
julio, cuando la existencia
de los grupos armados empezó a ser
algo habitual. Un temor creciente
atenazaba a los conspiradores, y la larga espera del coronel Pérez García-Argüelles, las noticias del fracaso de la sublevación en las princi- pales
ciudades del país, así como el robustecimien- to que presentaban las fuerzas
frentepopulistas en la provincia incrementaron la sensación
de derrota entre los favorables a la rebelión.
A lo que se
asistía paulatinamente en Cantabria era a la consolidación de la pujanza de los
grupos opuestos a la sublevación involucionista; que, al tiempo, estaban creando un nuevo poder sustitu- torio del
desmoronado a partir del 18 de julio. Un paso
más en ese sentido de afianzamiento lo dará Ruiz Olazarán esa tarde del día 22,
al solicitar des- de las ondas
radiofónicas que se reunieran todos los hombres
armados, con la prohibición asimismo de la
circulación de milicianos con arma larga, el encar- go de los servicios
de vigilancia a la Guardia
Civil y a los Carabineros y, finalmente, la amenaza a quienes saqueaban con la falsa excusa
de hacerlo siguiendo órdenes del Frente Popular.
Las autoridades
consideraron asimismo necesario
contar con las fuerzas militares profesionales a su alcance para controlar la
probable actitud sediciosa del coronel, que permanecía en calidad de semia-
cuartelado en las dependencias regimentales. A tal fin, se hizo llegar a Santander una compañía de ame-
tralladoras del destacamento santoñés, que quedó
apostada en el antiguo cuartel de la Remonta, en el Campogiro. Se decidió a su vez formar
una colum- na que habría de marchar hacia Reinosa para acla- rar la situación producida el día anterior en aquella
ciudad. Para ello fue llamado García
Vayas, que se encontraba en el puerto
de Los Tornos. El coman- dante dejó parte de las fuerzas que
había desplazado al sureste de la
provincia, en el límite con la de Bur- gos, al mando del capitán Bueno, y
finalmente alojó también a su tropa
en el Campogiro. El cuartel del Alta, sede del regimiento de infantería, estaba desde entonces en un estado de “sitio preventivo”.
Día 7
Se llegaba así al
jueves 23 de julio,
cuando la co- lumna cuya formación había sido encomendada por
el Gobierno Civil al coronel Pérez García-Argüelles salió de la ciudad
de Santander al mando del co- mandante
García Vayas. Compuesta exclusivamen-
te por fuerzas militares profesionales del arma de infantería y de los cuerpos de Asalto, Guardia Ci- vil y
Carabineros, el destacamento se hallaba a las órdenes del capitán del
regimiento Francisco de la Brena,
si bien el propio García Vayas fue el
encar- gado de llevarlo hasta Reinosa. La dotación de guar- dias de asalto que, al mando del teniente Alfonso Jambrina, integraba la columna iba a proporcionar efectivos
militarizados leales al sur de la provincia,
mientras que el resto regresó a las pocas horas a la capital cántabra. Y
es que a quienes se enfrentaban a la sublevación les preocupaba más lo
que pudiera ocurrir en el cuartel santanderino que cuanto tuviera lugar en la raya con las provincias rebeldes.
Día 8
El viernes 24 de julio, continuaron en vigor la normas del Frente
Popular relativas al control de la población
que él mismo había armado desordena- damente.
El “comité-gobierno” cántabro nombró al comandante de intendencia José Motta organi- zador de las milicias y, por otro lado, prohibió la circulación de personas armadas por
medio de un documento firmado por la
anarcosindicalista Con- federación Nacional del Trabajo (CNT), la Fede- ración de Agrupaciones Socialistas, la ugetista Fe- deración Obrera Montañesa (FOM) y los grupos republicanos. Empero, pese al
creciente dominio frentepopulista, el rumor de que desde Burgos ve- nía hacia Santander una columna
rebelde estuvo a punto de provocar el desplome de los valedores del régimen republicano. Un par de emisarios de Pedro Sáinz Rodríguez, provenientes de
Burgos, habían entrado al cuartel ese día 24 con una carta del dipu- tado para
el coronel. Este último, estimulado por el contenido
de aquélla, que le aseguraba la inmediata llegada de tropas de la capital
castellana, transmitía a Pino Patiño un mensaje para que le enviara los paisanos que ya le había ofrecido con
anterioridad. Pero, tras varios días
comprobando que las organi- zaciones contrarias a la sublevación poseían la prin- cipal capacidad decisoria y que su
primordial baza, el regimiento de
infantería, permanecía preventiva- mente
acuartelada, la descoordinación y el desánimo
entre los confabulados santanderinos
era ya tal que la reconsideración
que el coronel hacía de su ambi- gua
postura no les permitirá aprovecharse de la
nue- va coyuntura.
De otro lado, cabe
destacar el proceso sus- titutorio
del poder desmoronado a raíz del inicio de la rebelión por un “nuevo poder”, en origen leal a aquél,
pero obligado por aquélla a redefinirse. El 24
de julio empezaba a funcionar en el edificio del
Ayuntamiento santanderino un tribunal cuyo fiscal será el de la Audiencia de Zaragoza, de vacaciones en la
capital cántabra, Juan Garzón Pérez. Lo que da
muestra de que no sólo había sido imprescindible
crear casi de la nada un nuevo poder político en la provincia, desconectada como estaba ésta del gobier- no legítimo radicado en Madrid;
sino que también tenía lugar en esos días la sustitución de la antigua
administración de justicia por lo que ha sido dado
en llamar “justicia de guerra”,
es decir, “el proce- dimiento de urgencia-sumarísimo-radical” que fue “aplicado por los tribunales
especiales que asumie- ron amplias competencias” en ambas zonas en lucha durante
la Guerra Civil española (y aquí citamos a Juan Antonio Alejandre: “La justicia
penal”, p. 84, en Sociedad y guerra,
vol. 14 de La Guerra Civil, Historia 16, 1986-1988).
Día 9
Las autoridades
frentepopulistas decidieron el sábado
25 de
julio solicitar finalmente al coronel Pérez García-Argüelles el cese de
su potestad mili- tar en la provincia, para lo cual simularon una orden telefónica. El jefe del regimiento
contestó que sólo una disposición por escrito le obligaría a renunciar a
su mando. Entonces, Ruiz Olazarán consiguió una comunicación telegráfica en la
cual figuraba la (falsa) orden del
Ministerio de la Guerra resignando el mando del Regimiento de Infantería Valencia nº
21 y de la comandancia militar de la provincia en la persona del
comandante José García Vayas.
El coronel
Pérez García-Argüelles se había pasado
más de una semana esperando una notificación ofi-
cial que le indicara cual debería de ser su actuación. Ignorante de que se habían interceptado las comuni- caciones que los sublevados le enviaron para exigirle
su levantamiento de la provincia, el
coronel finalizó aceptando el telegrama, falso, que le reclamaba la entrega de su mando al jefe militar en suelo cántabro que mayor fidelidad había
mostrado a las autorida- des leales.
El comandante
García Vayas acudió hacia las 4 de la tarde de ese sábado 25 al cuartel
de infantería para hacerse cargo del mando entregado por el pro- pio coronel.
Inmediatamente, y tras la despedida de éste,
el comandante ordenó que se retiraran los sa-
cos terreros, las ametralladoras emplazadas y las otras medidas defensivas.
No obstante, antes de que
García Vayas accediera al interior de
las dependencias del regimiento de in- fantería
para hacerse cargo del más alto mando mi- litar
de la provincia, militares y milicianos rodearon el cuartel, en cuyas
instalaciones penetró el nuevo jefe
militar en suelo cántabro, acompañado del co- mandante y organizador de las
milicias, José Motta, y del capitán
de los Guardias de Asalto, César Puig. El comandante García Vayas permitió en seguida la entrada
de los paisanos armados y, de acuerdo con el
“Comité de Guerra” —todavía inexistente como tal (ya que no se constituiría
oficialmente hasta el 27 de julio, dos días más tarde), aunque es evidente que
ya existía antes, si bien sin esa denominación y formu- lación concreta—, puso
a la mayoría de los oficiales bajo arresto domiciliario.
Finalmente, soldados, milicianos y obreros
frente- populistas
recorrieron la capital santanderina, mos- trando
su júbilo por el triunfo sobre una subleva-
ción que en realidad nunca existió.
Aquel 25 de julio
de 1936, la provincia de San- tander, junto a una reducida parte de las
limítrofes Palencia y Burgos,
pasaba a integrar
una de las zonas en las que
España había quedado literalmente par- tida
por el efecto de un fallido intento de rebelión
militar, transformado ya en una verdadera guerra ci- vil. Trece meses más tarde, tropas del
generalísimo Francisco Franco acabarán con la primera experien- cia de gobierno
autónomo en la región y unirán el territorio
cántabro al nuevo Estado destructor del ordenamiento constitucional
republicano.
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