dijous, 25 d’abril del 2019

Una desveladora investigación de los campos de concentración organizados por el generalísimo de los ejércitos.

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El trabajo os hará libres

Por Iñaki Urdanibia

Por Iñaki Urdanibia
Si la frase que da título a este artículo lucía, cruel, en el pórtico de algunos de los campos de concentración y exterminio del nacionalsocialismo, tal modelo del trabajo como rehabilitador, como castigo y como exterminio fue importado por el dictador Francisco Franco Bahamonde siempre tan fiel y admirador a las novedades que llegaban del exterior, siempre que éste fuese fascista. Es así como por orden directa del caudillo se pusieron en macha 300 recintos en el que se llegaron a reunir medio millón de prisioneros al finalizar la llamada guerra civil, vamos la guerra impuesta por los cruzados del fascio hispano.
El periodista Carlos Hernández de Miguel acaba de publicar en Ediciones B, una obra que resulta necesaria para conocer una faceta fundamental de la represión franquista: « Los campos de concentración de Franco. Sometimiento, tortura y muerte tras las alambradas»; ya desde el propio título queda claro el propósito del libro, ahora bien una cosa es el título y el propósito y otra es la realización, que en este caso supera cualquier examen de manera notoria y sobresaliente, por su rigor, por su documentación, y por todo lo demás, ya que el trabajo no deja ningún recoveco del tema sin visitar. Ya anteriormente el autor había dado muestra de su notable quehacer, en su Los últimos españoles de Mauthausen. Ahora detiene su escrutadora mirada en los campos de concentración hispanos; de los alemanes y de los soviéticos, en menor medida, se tiene conocimiento y existen numerosos trabajos al respecto tanto basados en testimonios como en re-elaboraciones de historiadores, sin obviar las visiones realizadas desde el campo de la ficción. De los españoles, alguna obra existe sobre el celebérrimo Valle de los Caídos ( por Dios y por España) y su construcción , mas de la generalidad de los campos, de los batallones de trabajo y afines, se da una ignorancia o desinformación amplia. La diferencia con los campos de otros lares, muy en especial los organizados por los nazis, reside en que así como estos últimos son conocidos por todo el mundo, los levantados por Franco y epígonos han permanecido en la sombra del desconocimiento; directamente no puede hablarse de campos de exterminio como lo eran algunos de los germanos, lo cual no quita para que el asesinato también se diera, aunque obviamente no al por mayor como en los nombrados…en ese universo concentracionario que comenzó a los días del llamado por sus cruzados protagonistas, el alzamiento nacional.
La obra de Carlos Hernández de Miguel resulta apabullante por su volumen, más de quinientas páginas, y en él se ofrecen las pistas de localización de los que funcionaron; así la exhaustiva obra se inicia con un listado de ellos a lo largo y ancho de la geografía peninsular: desde Andalucía hasta los dedicados a los extranjeros en los tiempos de la segunda guerra mundial.
Desde un Preámbulo my personal el autor deja claros los motivos que le impulsaron a investigar y escribir sobre el tema, y algunos desencadenantes que jugaron un papel clave para cumplir con el deber de memoria. Por una parte, un par de personajes que fueron al Parador Nacional de León, Hostal san Marcos: uno, en 1975, que anteriormente había estado en el lugar cuando este se dedicó a encerrar a los prisioneros de guerra; el funcionario de turno nada sabía de las historias que le cuenta el recién llegado, Pere Grañén; el otro, en 2014, Wilfried Struckmann, llegó al lugar con su esposa, y leyó un cartel recordatorio del pasado del lugar…el hombre se sintió estafado ante el silencio que sobre tales hechos se guardaban a la hora de promocionar el hostal. Una visita a un fortín a la Casa de Campo junto al que había jugado de niño, le hace conocer el verdadero papel de la fortificación, a lo que ha sumarse un viaje a Rumanía en onde casualmente él y su compañera coincidieron con un señor que entendía cómo ellos despotricaban de algunas antipáticas señoras, ya que había aprendido su idioma cuando estuvo con las Brigadas Internacionales en tierras hispanas. Por último, la experiencia familiar: su tío Pío que fue liquidado por los fascistas…En su casa silencio absoluto sobre todos los asuntos referidos a la rebelión franquista…son cosas de la guerra, al igual que en los planes de estudio en los que casualmente nunca se cumplía el programa, quedando éste a finales del XIX o a lo más alcanzaba hasta la dictadura de Primo de Rivera. Todo este cúmulo de circunstancias le llevaron a Carlos Hernández a considerarse una víctima de la desmemoria programada por el franquismo y por los postfranquistas, que evitan pringarse en estos delicados asuntos, sobre los que se erige la no tan modélica democracia , y apoyándose en una advertencia del historiador Herbert Southworth en los años ochenta: « si la democracia española, recién establecida, no ayuda a confirmar la verdad histórica de la guerra civil, puede perder su propia legitimidad y, lo que es mucho pero, su alma»…Carlos Hernández reclama memoria, y subraya los vacíos que se han dado sistemáticamente al respecto por temor a los sables y por el talante timorato de quienes, reclamándose de izquierdas, deberían , o deben, airear los crímenes y el formateo histórico, pedagógico, etc., planificado por el franquismo y sus sucesores; confirmando que España es diferente realmente ya que no ha seguido el camino, que con su más y sus menos, se siguieron en Alemania, Italia o en casos más recientes como los de Argentina o Chile en los que se negó la validez de las leyes de punto final que habían impuesto los militares. Y la voz del autor del libro no dispuesto a callar, la alza hasta el grito abriéndonos las puertas a la feroz represión organizada por las tropas victoriosas, haciendo hablar a uno de los terrenos silenciados de su asesina actividad.
No resultó tarea fácil la búsqueda y recogida de datos ya que amén de las trabas administrativas, los archivos fundamentales habían desaparecido o se habían hecho desaparecer. Silencio y ocultación forzados ya que que cantaba sobremanera a partir del final de la segunda guerra mundial cuando los campos nazis fueron desmantelados que en el régimen hermano del caudillo persistiesen tales prácticas; prácticas y funcionamiento sui generis ya que se aplicaban directamente con los detenidos sin previos juicio-farsa, y sin ninguna ley que señalase los delitos cometidos por los prisioneros, cuyo único delito era el haber luchado en defensa del gobierno legal y legítimamente elegido en las urnas. A esto ha de sumarse que tampoco existían unas normas que regulasen el funcionamiento de tales centros muchos de ellos improvisados en diferentes centros e instituciones: conventos, plazas de toros, que no respondían al menos en lo aparente a las imágenes difundidas de los campos con sus alambradas , sus torres de vigilancia, barracones, etc . Igualmente el tamaño de ellos era absolutamente desigual así iban desde los que encerraban a unas centenas de detenidos a varios miles. Complejidad e improvisación que iban en aumento en la medida en que la guerra se alargaba más que lo previsto por los rebeldes, sin obviar que a amplias zonas del territorio hispano no llegó la guerra lo cual no quita para que allí fueran detenidos elementos que habían destacado por mostrar un pensamiento libre, o simpatías hacia organizaciones pro-republicadas: así, maestros, sindicalistas, militantes de partidos, siendo algunos asesinados directamente mientras que otros eran llevados a lo campos de los que hablamos , selección que era tomada siguiendo las informaciones del alcalde, los jefes locales de la falange, de los siempre vigilantes beneméritos, y de los píos curas … Como queda señalado , la ampliación de los reclusos los problemas que acareaba tal masificación provocó algunos fracasados intentos de unificar los reglamentos e inspecciones, chocaron con la resistencia de los altos militares de cada lugar que desean mantener su poder por encima de cualquier norma limitadora.
En el libro, tras haber delimitado algunas cuestiones referidas al ser de los campos a sus diferentes funciones, se hace un seguimiento pormenorizado de la instalación y desarrollo de estos desde 1936 como dispositivos dedicados a sembrar el terror, y a lo largo del recorrido se nos irán facilitando escenas de la infamia: miseria, asesinatos, hambre ( que obligaba a tragar una sopa inmunda plagada de espinas y gusanos, que llevaba a algunos a beber su propia orina…) , masificación, corrupción, esclavismo plasmado en el trabajo de los prisioneros, tortura y asesinatos, y una programación de crear hombres nuevos para laEspaña nueva, entendiendo por ello una empresa de adoctrinamiento tanto en lo político como en lo religioso…el canto del Cara al sol ( entonado obligatoriamente en los campos…con la camisa vieja y sucia) , la asistencia obligatoria a misa …se debía convertir enespañoles a la anti-España…y en la travesía finalizaremos , tras el final de la guerra en el 39, a la conversión de pueblos enteros en campos de concentración. Las condiciones inhumanas padecidas supuso suicidios, que podrían considerarse como una forma más de rebeldía y resistencia ante el poder salvaje de los verdugos. También se nos desvelan diferentes actos de rebeldía y solidaridad, al igual que vemos la humillación que debieron de sufrir los familiares de los detenidos, con el maltrato como norma habitual de relación, llegando el caso hasta la violación de esposas e hijas…la lógica brutal de los cruzados vencedores. Más tarde los campos asumirán otras funciones y recibirán a otros detenidos: indigentes, homosexuales, detenidos sociales, y magrebíes, reclutados entre los independentistas marroquíes, cuyo trabajo en régimen de esclavitud perduró hasta l década de los setenta. Una vida teñida de pánico permanente ante la arbitrariedad convertida en ley que podía suponer la muerte en cualquier momento dependiendo del humor del verdugo de turno o de las visitas de enfurecidos falangistas que querían tomarse la venganza por su mano, de modo y manera que cualquier ruido nocturno provocaba el pánico ante la inseguridad de lo que pudiera llegar…saca y cuneta como horizonte. Una galería de infames guardianes, sacerdotes que no respetaban ni el secreto de confesión, delatando a quienes a ellos de acercaban, todo una red creada para el control y la transformación de los detenidos en hombres de bien… del humillante trato que recibían algunas mujeres que acabaron en los campos, ya que campos específicos para ellas no existían, también se nos da cuenta: el hacerles tomar aceite de ricino para provocarles diarreas, desfiles con el pelo rapado …y otro tipo de vejaciones, y sus bebés robados, ya que ellas no eran buenas madres y en consecuencia no podía hacer de sus hijos más que viles delincuentes.
Un certero y documentado libro que con sus datos, y sus testimonio gráficos, supone un ejercicio de memoria , un acto contra el olvido y una sonora bofetada contra la oleada de revisionistas y negacionistas de la historia, que se ven acompañados con flamantes académicos, como el escritor de tonos chusqueros que responde al nombre de Arturo, que ponen el acento en que todos fueron unos hijos de puta…sin distinguir entre la legalidad y el golpismo, entre víctimas y verdugos, entre el yunque el martillo por decirlo en goetheano. Y la justa reclamación por parte de Carlos Hernández de la creación de alguna Comisión de la Verdad, o similar, que juzgue las tropelías cometidas y que deje que la verdad vea la luz.