dimecres, 24 de juliol del 2019

El desconocido –y nada reivindicado– exilio andaluz a África.


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Este año se conmemora el 80 aniversario de la finalización de la guerra de España, quedando la odisea del exilio republicano en un plano muy secundario, reducido en buena medida a la visita que hizo el pasado mes de febrero el presidente Pedro Sánchez a Francia, a las tumbas de Azaña y Antonio Machado y a la playa de Argelés sur Mer, donde se ubicara uno de los grandes campos donde se concentraron en penosas condiciones de vida decenas de miles de refugiados republicanos. Aunque hay que resaltar que los procesos de fuga comienzan a darse desde el mismo momento en que se produce el golpe de 1936. Así ocurre con la huida a tierra de nadie entre las localidades de Encinasola y Barrancos, a ambos lados de la raya portuguesa, donde un millar de republicanos salvan la vida escapando de las persecuciones de los falangistas onubenses y pacenses gracias, además, a la intervención del guardiña y teniente Antonio Augusto de Seixas, homenajeado en los últimos años por los vecinos de varios pueblos de Huelva y Badajoz.
Algo similar ocurre en otros lugares de Andalucía. Desde diferentes puertos del litoral onubense, como Ayamonte, Punta Umbría y Huelva salen barcos pesqueros camino del Marruecos francés, fundamentalmente Casablanca, como muy bien documenta Jesús Copeiro del Villar en su magnífico y documentado libro En tierra extraña. El exilio republicano onubense. Este proceso de exilio andaluz temprano continúa desde puertos gaditanos, en este caso buscando, sobre todo, dos lugares concretos: Gibraltar y Tánger, donde una administración internacional les garantizaba la vida mientras se buscaban otras rutas, ya fuera dirección a ciertos países de Europa, América latina e, incluso, una vez más, al Marruecos bajo dominio francés. Esta vía de escape por Tánger se utiliza hasta la década de 1950 por parte de guerrilleros que huyen de un país donde ya parecía imposible darle la vuelta a la situación. Algunos, como los anarquistas del grupo de Antonio González Tagua, dejaron su vida y sus cuerpos en la playa y en los jardines del Hotel Cristina de Algeciras, «cazados» por la policía y la Guardia Civil cuando intentaban embarcarse hacia Tánger en mayo de 1950. Más especial, quizás, fue el caso de Gibraltar, pues si en un principio los exiliados en la Roca fueron las familias adineradas de las provincias de Cádiz y de Málaga que ocuparon los hoteles, estos fueron sustituidos por los que huían del avance del ejército sublevado de Queipo, que acabaron en un campamento de tiendas de campaña a la espera de un barco que los llevara a Gran Bretaña.
En ese recorrido costero de oeste a este, llegamos a la costa oriental de Málaga, la de Granada y la de Almería, donde desde los importantes puertos de Motril o Adra, los huidos dirigen el timón hacía Argelia, más concretamente hacia Orán, donde se pueden contar por miles los andaluces que durante algunos años inundan los campos de concentración de la colonia francesa, que al igual que los de Francia, son utilizados como mano de obra esclava. Un ejemplo, bastante desconocido, es la historia del ferrocarril transahariano, en cuya construcción participaron muchos republicanos andaluces que dejaron su vida en las arenas por las duras condiciones de vida –entre ellos, el alcalde republicano de Alcolea del Río (Sevilla) Giordano Bruno Ávila Romero.  Por fortuna, algunos testigos sobrevivieron y pudieron contarlo: como el libertario sevillano Manuel Ramírez Castillo, y los almerienses, José Muñoz Congos en su libro Por tierra de moros y Antonio Vargas Rivas en sus memorias Guerra, Revolución y Exilio de un Anarcosindicalista. También, como recurso de enorme valor pedagógico, contamos con un excepcional documental, donde colaboró el grupo RMHSA_CGT.A con el equipo de Línea 900 de RTVE:  Cautivos en la arena.
La realidad del exilio a las plazas norteafricanas, como muchas otras temáticas vinculadas a la recuperación de la memoria histórica, no han contado, hasta el momento, con el interés investigador del ámbito institucional y académico andaluz. En todo caso, hay algunas aportaciones que aparecen en Los andaluces en el exilio del 39 coordinado por Fernando Martínez, aunque con un título desacertado que niega una realidad que comienza en 1936.
Un caso excepcional que queremos resaltar es el libro autobiográfico de Manuel Domínguez Soler Ayamonte, 1936. Diario de un fugitivo, de enorme interés para aproximarse a esta temática. Con un ritmo trepidante, el protagonista nos cuenta su periplo que le lleva desde Ayamonte a ciudades de distintos países como Tavira, Olhâo, Lisboa, Sintra, Casablanca, Bouarfa, Kenadsa, Rabat, Agadir y Safi huyendo de los fascistas. El libro cuenta, además, con un estudio introductorio de los historiadores Manuel Romero Ruiz y Francisco Espinosa Maestre. Estas memorias fueron editadas en 2002 por la Diputación de Huelva y muy pronto se agotaron. Felizmente han sido reeditadas este año por Aconcagua Libros.
Una vez más, Andalucía ha brillado por la ausencia de actos, seminarios, jornadas, homenajes, etc. sobre este episodio tan poco reconocido. Si los actos institucionales de conmemoración al masivo exilio republicano de 1939, una vez finalizada la guerra –que llevó a miles de andaluces a Francia y a América especialmente–, han sido bastantes escasos, el del exilio al norte de África, donde Andalucía adquiere una presencia protagonista, ni ha existido. África, tan cerca, sigue quedando muy lejos.