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Otra visión de lo sucedido aquellos agitados días del golpe de estado en Astorga nos la brinda medio siglo más tarde desde el semanario maragato El Faro José (Pepín) Ortiz de la Fuente, un muchacho de 15 años entonces, recordando de aquella guerra civil (“no sé porque la historia le llama así –dice–, ya que fue más bien militar; y muy militar”) que
“ya se había sublevado el general Franco en África, pero Astorga estaba tranquila1; aún no había comenzado el ‘baile’. Las ‘milicias rojas’ se habían incautado de las escopetas de caza de las armerías y patrullaban las calles pidiendo ‘la documentación’. Cuatro milicianos de unos veinte años se encuentran con un grupo de jóvenes de edades parecidas. Encañonándoles con las escopetas exigen: – Documentación. Alguien dice: –Pero si aquí nos conocemos todos. Responden los otros: –Nos conocíamos. Así, así. Nos conocíamos… Después, estábamos algunos amigos en un merendero llamado Miraflores, camino de San Justo de la Vega, cuando empezaron a pasar unos camiones de la Guardia de Asalto, con ametralladora incorporada y tripulados por guardias y mineros. Aquella misma noche apareció un tren en la estación lleno de asturianos incompletamente armados. Cuando uno dejaba el fusil apoyado en la pared para, por ejemplo, liar un pitillo, si se distraía un poco el fusil desaparecía.
Yo con mis quince años, representando aún menos, o sea, un niño, podía andar libremente entre ellos. Los mineros entraban en los bares, ‘compraban’ vino, comestibles, y se despedían con el famoso grito UHP. Mi amigo Paco (Francisco Abella), dueño del bar y del Hotel Iberia, al ver lo que pasaba, puso las existencias en el mostrador (a su disposición), y cuando se acabaron cerró la puerta. Los milicianos comenzaron a golpearla al grito de ‘enemigo del pueblo’. Paco escondió a su madre y hermanas en el pajar y saltando por las tapias de la parte posterior pasó a mi casa y llamó a la Guardia Civil con la absurda pretensión de que viniera una pareja a protegerlos. Naturalmente, el teniente le dijo que se apañaran como pudieran, pues estaban acuartelados y no podían salir.
Un caso que presencié personalmente, y que probaba que había una especie de disciplina muy especial, pero disciplina al fin y al cabo: Iba un miliciano con dos botellas de vino, fumando y con varios cartuchos de dinamita en el cinto (esto era corriente). Un oficial le preguntó: –¿Has pagado esas botellas? –No, camarada, contestó el miliciano. –Nosotros no somos ladrones, le replicó aquel.
–Tienes razón, camarada. Perdona. Acto seguido arrojó las dos botellas al suelo.
Se dijo por aquellos días que los mandos de este grupo insuficientemente armado intentaron ir al Cuartel de Santocildes a por armas, y que el entonces alcalde socialista consiguió evitarlo, con lo que indudablemente se ahorró un abundante derramamiento de sangre. Se fue el tren por donde vino y al día siguiente regresaron los vagones ametrallados y con algunos mineros heridos, no puedo decir si muchos o pocos…2
Creo que al día siguiente se sublevó la guarnición; y sitió el Ayuntamiento, donde se habían hecho fuertes algunos militantes de la izquierda que después de un corto tiroteo, muy inteligentemente decidieron rendirse. Se fortificaron las entradas de la ciudad con sacos terreros y ametralladoras y se estableció una cadena de prisioneros, maniatados, la mano izquierda de uno con la derecha del otro, (puestos en fila a lo ancho de la carretera) para disuadir a posibles atacantes3.
A partir de ese momento, salvo algunos consejos de guerra y los correspondientes fusilamientos, en Astorga solo se soportó el racionamiento y la muerte de algunos combatientes en frentes lejanos. De guerra nada, a pesar de que los soportales de la Plaza Mayor fueron protegidos por sacos terreros. El racionamiento en nuestras tierras fue un poco de pacotilla, ya que se pusieron multas a algunos hoteles por dar demasiado de comer, y el Plato Único consistía en varios de aquellos en un par de huevos fritos montados a caballo en un hermoso filete rodeado de patatas fritas. Claro que los económicamente débiles, como siempre, se hincharon de patatas”.
La percepción de este testigo de aquel tiempo (de familia pudiente, afiliado después a Falange y voluntario en el frente más tarde), o al menos lo que cuenta, era, como veremos, parcial y excesivamente suave y dulce, y no se corresponde, desde luego, con lo sucedido en Astorga en los años de la guerra, una ciudad que ya a primeros de septiembre de 1936 ha experimentado un cambio brutal, pasando de ser pacífica y tranquila a estar militarizada y fascistizada, con jóvenes de ambos sexos vestidos con camisa azul y saludando con el brazo extendido, y con todos los socialistas y muchos republicanos detenidos, y en la que, además de haber sido fusilados a la mitad de agosto el alcalde Miguel Carro Verdejo y el médico Ildefonso Cortés Rivas, ya se hablaba desde finales de julio de desaparecidos, de muertos abandonados por los campos en Estébanez de la Calzada y en Lucillo de Somoza, y de forzados viajeros sin retorno a la cárcel leonesa de San Marcos (de la que, si disponían de dinero y pagaban, era posible regresar, aunque sin garantía de total seguridad, pues más tarde y seguramente de noche alguno podía aún desaparecer asesinado), lo que hacía que las personas de izquierda vivieran en un terror continuo4. De la posguerra recordará pasados muchos años Martina Juárez Fuertes, nieta de Juan Antonio Fuertes (dueño de una reputada sastrería), nacida precisamente el 18 de julio de aquel año mientras su padre Secundino Juárez, que era taxista, se encontraba en Madrid, atrapado sin poder salir: "A veces escuchaba cosas terribles sobre lo que estaba pasando, de gente que sacaban de casa y ya nunca más volvía. Los niños estaban desnutridos, no había penicilina, faltaban médicos... Aquellos años fueron como una noche muy larga, interminable para todos"5 .
El 21 de julio, el día después de la ocupación militar, Astorga despertó como una jornada normal y toda la gente fue a su trajín habitual y a sus quehaceres diarios, aunque pronto corrieron las graves noticias de la muerte del inocente niño (cuyo entierro se celebraba a las seis y media de la tarde, oficiándose dos funerales a las nueve y las diez de la mañana siguiente) y de los dos hombres que se enfrentaron a los soldados con las armas en la mano. El Pensamiento Astorgano (en cuya portada aparece la mayúscula inscripción ¡Dios salve a España!) publicaba el bando de guerra de la fecha anterior, y los ciudadanos se preguntaban qué habría sido de sus familiares que residían fuera. ¿Qué había pasado en las demás ciudades? En el mismo rotativo aparece una alocución del comandante militar de la Plaza Elías Gallegos a los astorganos, encareciéndoles la cooperación entusiasta con el glorioso movimiento patriótico que tiene por objeto restablecer el orden y la autoridad, la convivencia y el imperio de la justicia; que augura “nada de persecuciones sistemáticas ni medidas arbitrarias, únicamente todo el rigor de la ley para los que atenten a la tranquilidad de la Patria y el prestigio de la República”, y que de nuevo finaliza con tres vivas: a España, a la República, y a Astorga.
Las autoridades militares establecieron servicios de vigilancia, principalmente en los accesos a la ciudad, y dispusieron que varios grupos armados recorrieran los pueblos bercianos (a “limpiarlos” y “pacificarlos”, junto con las tropas venidas de Galicia, se destinaban las del primer batallón de Infantería del Cuartel de Santocildes), controlados en su mayor parte por los alzados a la altura del 25 de julio, aunque no serían totalmente dominados hasta el 11 de octubre (al igual que los de la comarca de Laciana).
El mismo martes 21 se destacaba en la zona de Peñicas –vigilada por fuerzas y patrullas sediciosas desde la tarde anterior, seguramente porque la consideración de los frentepopulistas de solicitar ayuda a los mineros del Bierzo habría trascendido, y se temía que pudieran llegar algunos desde allí– una avanzadilla de control con puestos en la Ermita del Ecce-Homo en la carretera de Valdeviejas, en las ventas, y a un kilómetro de estas, y en la que al lado del guardia civil José Rubí Ramos formaban en el primero Ricardo García Rodríguez (de 20 años, estudiante derechista) y Manuel Álvarez, y en el último los falangistas astorganos Julio Rodríguez Pérez (de 23 años, soltero, soldado de cuota poco después en Santocildes) y Miguel Cuellar Díaz (casado, militar retirado, organizador y Jefe de Falange, “dedicado a ayudar con sus fuerzas al Ejército desde el primer momento”). Según confidencias recibidas (abundaban ya las delaciones y denuncias), sobre las ocho de la tarde se esperaban unos coches y camiones de mineros de la cuenca del Bierzo que desde Ponferrada vendrían sobre Astorga, y daba el teniente Antonio Rivera Alted a quienes allí vigilaban la consigna de retirarse al Cuartel de Santocildes –a 500 metros del control– si aquellos se presentaban, retrocediendo precedidos de la camioneta de que disponían, que iría encendiendo y apagando sus luces como señal acordada de que llegaban los bercianos esperados, los cuales, tras rebasar la camioneta el frente del Cuartel, serían ametrallados por las tropas al mando del sargento Nicolás Calderón de la Barca ya dispuestas y prevenidas para ello.
Dos horas antes los guardias civiles astorganos Vicente Aliste Pinto, Marcelino Macías, y el cabo Alfonso Vidales Morales, comandante del cuartel de Santa Colomba de Somoza (“cuyos efectivos se encuentran concentrados, y parte de ellos en Astorga”, se afirma el 9 de agosto), se dirigían a aquel pueblo en automóvil con la misión de interceptar un coche con matrícula de Oviedo en el que –de acuerdo con informaciones obtenidas- viajaba un individuo herido y detenerlo con los demás ocupantes. Supieron en Castrillo de los Polvazares que de aquí había partido poco antes hacia Pradorrey, donde se encaminaron, siguiéndolo luego a Combarros, en cuya entrada lo divisaron parado, y en tierra a su lado cuatro paisanos que intentaban escapar en el vehículo al echarles el alto, y que se entregaban sin resistencia tras varios disparos de los guardias. Eran así detenidos Julio García Álvarez (nacido en Moreda y vecino de Mieres), Ángel Menéndez Suárez6 , Víctor Fernández Fernández7 (él o Julio eran uno el conductor del auto y otro el herido en un ojo), y Tomás Martínez Asensio (de Destriana). Para ser trasladados a Astorga, en un coche conducido por Aureliano Herrero García, falangista astorgano8 montaron dos de los guardias, el diputado y el herido, y en el segundo automóvil –el de ellos– lo hicieron el cabo Vidales, el chofer asturiano y el vecino de Destriana, que manifestó ser “el práctico que guiaba a sus acompañantes en la ruta para llegar a Villablino” (se dirigían al norte, camino de Asturias –de la que habrían partido el día 19–, y no de Astorga, como les habían confidenciado a sus captores).
Arribados a Peñicas sobre las ocho y media, para ser identificados fueron parados en el puesto principal de vigilancia por el guardia José Rubí y los falangistas de patrulla, que avisaban a los retenes de los otros dos controles para que se les unieran, pues el coche buscado ya había sido detenido. Allí se hallaban los dos automóviles, en cabeza el que conducía Aureliano Herrero, cuando, ya oscurecido, para proseguir hacia Astorga encendieron los faros, manteniéndolos encendidos por desconocer la consigna del juego de luces convenida con las fuerzas del Cuartel, las cuales, con los coches aún inmóviles –según unos– o avanzados menos de diez metros –según otros– abrieron desde sus ventanas y desde los márgenes de la carretera en las que se hallaban apostadas intensísimo fuego de fusilería y ametralladora contra ellos. Abandonaron sus ocupantes los vehículos y se resguardaron todos de los disparos, y cuando cesaron estos al darse cuenta de su error en el Cuartel y de que no eran los mineros esperados, vieron que Aureliano estaba gravemente herido (“en la parte posterior del tronco, región lumbar al nivel de la décima costilla línea escapular”, se desprende de la autopsia que por una bala rebotada), siendo transportado a las ventas cercanas, a las que enviaron de Santocildes en un coche al médico de Santa Colomba Gabriel Represa para curarlo, y de ellas al botiquín del Batallón, donde continuaron atendiéndolo y lo condujeron luego al hospital de la ciudad para ser operado con urgencia, al tiempo que el Juez municipal Cipriano Tagarro Martínez, accidentalmente de Instrucción, iniciaba el correspondiente sumario. Los detenidos, que manifestaron que “a causa del movimiento querían marcharse de Asturias para unirse al Ejército”, eran liberados por el comandante Elías Gallegos, “a pesar de pertenecer a Izquierda Republicana” y tras consultar su caso con el general Carlos Bosch9 .
Trasladado el falangista lesionado al sanatorio de San Juan Bautista (a cargo de los médicos Néstor Alonso García y Fernando Vega Delás), “después de seis días dolorosos, entregaba (el 27 de julio a las cinco de la tarde) Aureliano Herrero García su alma a Dios con la tranquilidad de los buenos”, extendiéndose por Astorga la noticia de su fallecimiento, “víctima de su actuación al servicio de la Patria” (informaba el diario capitalino La Mañana). En la capilla de aquel hospital se exponía su cadáver, “cubierto el féretro con la bandera de Falange y dándole guardia varios individuos de dicha milicia”. Al sepelio (al día siguiente a las seis de la tarde, tras la autopsia) asistirán, se decía, la Corporación municipal, bajo mazas, con el pendón de la ciudad y la banda de música, y nutridas representaciones del Ejército y los Institutos armados, además de las fuerzas de Falange y del Requeté francas de servicio. En el acompañamiento hasta el cementerio participó toda la ciudad, figurando en sitio destacado una centuria de falangistas uniformados, autoridades, cuerpos militares, y grupos de milicianos de Falange que portaban fúnebres coronas. Delante de las puertas del camposanto desfilaron ante el féretro todas las fuerzas armadas y la multitud profundamente emocionada, despidiéndolo con vibrantes vivas a España.
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1 A “la clase de vida provinciana y tranquila, sin grandes sobresaltos, que llevábamos en Astorga” (hasta entonces) se refiere también en sus Memorias-Testimonio el que era joven socialista Miguel Carro Fernández, de 18 años. La tarde del domingo 19 de julio, el mismo joven y otros más tarde represaliados, la dedicaban a bañarse en el río de San Justo de la Vega, mientras paseaban unos por la ciudad o por parajes de sus cercanías, y acudían no pocos a las diversas ventas y merenderos de las inmediaciones, a pesar de los insistentes rumores de golpe militar de los últimos días y de las noticias de haberse desatado que desde el viernes y el sábado corrían.
2 Consecuencia sin duda, de haber sido así, del enfrentamiento producido en Benavente con las fuerzas que la toman en la mañana de aquel 20 de julio (donde según otras fuentes tal enfrentamiento no se dio), o tal vez vagones y heridos procedentes del pequeño convoy que desde León se había dirigido a Palencia y Valladolid el día antes.
3 Se dispuso aquel escudo humano con catorce izquierdistas detenidos y atados con cuerdas porque se creyó que cuatro camiones cargados de republicanos venían sobre Astorga por la carretera de León, disparando las tropas sus fusiles al escaparse uno de los rehenes e hiriendo en el cuello a un vecino que caminaba por el casco urbano. Quizá también se esperaba el ataque del millar de mineros bercianos cuya petición de refuerzo se propuso por los responsables locales del Frente Popular, y que según el instructor del Sumario 427/36 no llegó a realizarse (por lo demás, a aquellas horas se batían los mineros en otra lucha en Ponferrada, aunque parece que llegó a plantearse en Bembibre emplear en Astorga alguna de la dinamita requisada). Ya en octubre de 1934 en Astorga y en La Bañeza habían blandido las derechas el temor “a que bajaran los revolucionarios de Fabero”.
4 García Bañales, Miguel. “Eugenio Curiel, director del Instituto de Astorga (1933-1936), una cabeza brillante que apagó la intolerancia”. AstorgaRedacción. 28-05-2014.
5 Rego, Paco / Olmedo, Ildefonso. “Nacidos el 18 de julio de 1936”. El Mundo. 18-07-2016
6 De Oviedo, contable de la Diputación Provincial asturiana y diputado a Cortes por Izquierda Republicana, al que le ocupaban 800 pesetas que más tarde le devolvieron. Terminaría exiliado en México hasta 1967.
7 De Mieres. Fallecería en combate en Buenavista (Oviedo) el 24 de febrero de 1937, a los 25 años de edad.
8 Empleado en el negocio familiar del Hotel Moderno, tenía 27 años, había sido también encarcelado el 20 de abril, participaba después en la clandestina preparación del alzamiento, y desde su liberación de la Prisión del Partido el día antes, 20 de julio, a las cuatro y media de la tarde por los militares sublevados colaboraba animosamente con ellos.
9 Sumario 358/36. Creemos que Tomás Martínez Asensio, el paisano de Destriana que guiaba a los asturianos hacia Villablino, era el apodado “Barriguinas”, originario de Andalucía y antiguo emigrante en Buenos Aires (tenía dentadura de oro; casado con la señora Paca, construyeron a su regreso de Argentina la casa “El Mirador”, de tres plantas y huerta). Muy cerca de Combarros, en la Cuestona de Brazuelo, sería paseado junto a dos convecinos el 30 de octubre de 1936, tras una semana encarcelados en el que ya era Cuartel-Prisión de Santocildes, él seguramente por haber prestado aquella ayuda a quienes, desplazados con la expedición asturiana y perdidos o disgregados de sus compañeros, trataban de tornar a su tierra. En cuanto a la liberación de los detenidos, parece que aún no administraban los sublevados su represión con el meticuloso celo y la ferocidad que bien pronto alcanzarían.
José Cabañas González es autor de las siguientes obras:
'La Bañeza, 1936. La vorágine de julio' (Volumen 1, publicado en 2010, y Volumen 2 –en 2 Tomos–, publicado en 2013).
'Convulsiones. Diario del soldado republicano Jaume Cusidó Llobet (agosto 1938 – mayo 1939). Prisioneros catalanes en el “gulag' de León (publicado en 2019 en Ediciones del Lobo Sapiens, como los anteriores, y en 2020 una edición en catalán en Ediciones Base).
'Cuando se rompió el mundo. El asalto a la República en la provincia de León' (libro en preparación y próximo a publicarse, también en Lobo Sapiens, y del cual procede este relato).
+ info en www.jiminiegos36.com
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