Una orden del militar franquista interceptada por el Ejército republicano refleja el desprecio de los rebeldes por la intelectualidad y la cultura.
MADRID
ACTUALIZADO:José Ignacio Mantecón Navasal era un burgués zaragozano que, pese a haber gozado de una infancia y una juventud privilegiadas, militaba en Izquierda Republicana y perseguía un cambio social. Podríamos decir que vivió varias vidas, pero en todas profesó su amor a los libros. Su labor como bibliotecario y archivista sería ampliamente reconocida no solo en España, sino también en México, aunque su erudición también fue objeto de burla por parte del general José Moscardó, defensor del Alcázar de Toledo cuando todavía era coronel.
Nacido en 1902, Mantecón estudió en el colegio del Salvador, donde conoció a Luis Buñuel, una amistad que continuaría en el exilio mexicano. Su madre era de familia acomodada y su padre, ingeniero de caminos, fundó una empresa de construcción e hizo fortuna en su ciudad natal, donde estudió Filosofía y Letras. Luego se doctoró en Derecho por la Universidad Central de Madrid, una estancia en la capital que le permitió estrechar lazos con la generación del 27 antes de trabajar en el Archivo de Indias, en Sevilla.
Miembro del cuerpo de Archivos, Bibliotecas y Museos, llegó a ser presidente del Betis, al que ascendió a Primera División, antes de regresar en 1935 a Zaragoza para echarle una mano a su padre con sus negocios, que se verían afectados por la represión que siguió al golpe de 1936. Casualmente, esos días se encontraba en Madrid haciendo unas gestiones, por lo que se libró de la muerte. "El primer domicilio que fue a registrar la guardia civil en Zaragoza fue el mío, para conseguir que me dedicara a la agricultura en forma de abono orgánico", dijo con ironía.
"Me salvé de casualidad, hasta tal punto que a mi mujer, que jamás ha intervenido en política y que la odiaba porque me separaba un poco de ella, la tuvieron 39 meses en la cárcel, en Pamplona, en el convento de las Oblatas, donde están todas las mujeres públicas que detenían debajo de los puentes, porque las mujeres públicas elegantes están en casas con los ministros y los banqueros", le comentaba con rabia a Ascensión Hernández Triviño, autora del libro España desde México. Vida y testimonio de transterrados (Algaba).
Con su esposa entre rejas y sus dos hijas en arresto domiciliario, ayuda a crear las Milicias Aragonesas y es nombrado comisario de la 72ª Brigada Mixta y del Ejército del Este. Con el objetivo de frenar el avance de las tropas rebeldes hacia Madrid, combate en la batalla de Guadalajara, donde los republicanos interceptan una orden del general Moscardó en la que se mofa de Mantecón: "Idea del enemigo, bastará decir que el enemigo está mandado por un doctor en derecho y miembro del Cuerpo de Archivos, Bibliotecas y Museos".
La historiadora Ana Martínez Rus subraya que el comentario subraya "la escasa sensibilidad y nulo interés de los militares rebeldes, en su mayoría africanistas, por no hablar directamente de desprecio hacia el mundo de la cultura". Un comentario "muy ilustrativo" que engloba en sus "intenciones" respecto a "la cultura y sus artífices", que en 1939 serían plasmadas en el Tribunal Nacional de Responsabilidades Políticas, un "programa represivo" que implicaría la depuración de profesores y bibliotecarios.
"No en vano, uno de los militares sublevados, José Millán-Astray, primer jefe de la Legión, pronunció en la fiesta del 12 de octubre de 1936 en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca unas famosas frases en un rifirrafe con el rector Miguel de Unamuno: ¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!", escribe la profesora de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid en La persecución del libro. Hogueras, infiernos y buenas lecturas (1936–1951), publicado por Ediciones Trea.
Curiosamente, meses antes, cuando durante un mitin en Ejea de los Caballeros dijo "y en la hipótesis de que perdamos las elecciones…", los simpatizantes de Izquierda Republicana contestaron al unísono: "¡Muera la hipótesis!". Aunque el Frente Popular ganaría los terceros y últimos comicios generales de la Segunda República, el Gobierno legítimo terminaría perdiendo la guerra civil, una derrota presagiada de algún modo por el general Moscardó en aquella orden sobre las operaciones efectuadas en la batalla de Guadalajara.
La anécdota la cuenta Ramón Salaberría Lizarazu en un monográfico dedicado al bibliotecario republicano Juan Vicens en la revista Educación y Biblioteca, donde replica el comentario de Moscardó y califica como "insigne bibliógrafo" a Mantecón: "Que los sublevados no tenían ni tuvieron después una elevada idea de las bibliotecas parece claro. Tampoco de los bibliotecarios". Ana Martínez Rus, experta en los frentes editoriales durante la guerra civil, también reprueba las palabras despectivas del general franquista.
"La Segunda República hizo una labor ímproba para llevar libros a las zonas de combate y a la retaguardia", recuerda la autora de Artillería impresa. "Tal era el ritmo de publicación y de distribución que parecía que España no estaba en guerra". Su investigación, recientemente editada por Comares, recoge numerosas imágenes que reflejan la importancia de la lectura. "Sin embargo, por más que me haya dejado las pestañas en diversos fondos y archivos, no he encontrado fotos de soldados leyendo en el frente franquista".
¿Influyó en la derrota republicana la formación heterogénea de algunos mandos ajenos a los cuarteles? ¿Acaso la participación de milicianos menos entrenados frente a soldados sometidos a una férrea disciplina? ¿Podríamos aludir a la superioridad militar del Ejército de Franco y a la falta de unidad del republicano? ¿Fueron insuficientes, pese a su capacidad de resistencia, unas tropas improvisadas? ¿Se trató, simplemente, de una desproporción entre los medios de ambos bandos?
"Hemos creado un Ejército y no hemos sabido darle una constitución interna y vigorosa. Los mandos y los estados mayores de las grandes unidades no son precisamente los más aptos, se han elegido más bien por conveniencias políticas que por actitud profesional", se quejaba en febrero de 1938 el teniente coronel republicano Luis Morales en un informe interno sobre la batalla de Teruel, como recoge Enrique Moradiellos en Historia mínima de la Guerra Civil española (Turner).
Por su parte, el presidente del Gobierno, Manuel Azaña, escribía en el Cuaderno de La Pobleta (1937), que forma parte de sus Memorias políticas y de guerra: "En las grandes unidades [del Ejército republicano] hay por jefes supremos gente improvisada, sin conocimientos: El Campesino, Líster, Modesto, Cipriano Mera... que prestan buenos servicios, pero que no pueden remediar su incompetencia. El único que sabe leer un plano es el llamado Modesto. Los otros, además de no saber, creen no necesitarlo".
Ana Martínez Rus matiza que "las milicias se profesionalizaron con la creación del Ejército Popular de la República", por lo que su derrota se debió a "la desigualdad de medios". Más que un vaticinio, entiende que el comentario de José Moscardó refleja "el antiintelectualismo de los golpistas y su desprecio a la cultura". En el comentario subyace, a juicio de la profesora de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense, "el recelo y la desconfianza hacia los libros, de ahí que los quemen, los destruyan y los prohíban".
"El general Moscardó se burlaba diciendo algo así: Cómo va a ganar estos la guerra si ponen a un bibliotecario al frente de un batallón, mientras reparten libros", razona Ana Martínez Rus. Sin embargo, el pitorreo encierra una desconsideración hacia "el compromiso de los intelectuales en la defensa de la República y de una cultura para todos", deja claro la autora de Edición y compromiso. Rafael Giménez Siles. Un agitador cultural (Renacimiento), donde relata cómo el inventor de la Feria del Libro de Madrid siguió distribuyendo libros durante la guerra en cuarteles, hospitales, colonias escolares, bibliotecas y trincheras.
Xurxo Ayán tiene palabras más duras para el general Moscardó: "Este hombre, crecido desde la gesta del Alcázar de Toledo, tenía una actitud soberbia y minusvaloraba al enemigo", escribe el arqueólogo e historiador en el blog Arqueología de la Guerra Civil Española, donde reproduce la desafortunada frase en la que se burla del doctor en Derecho y miembro del Cuerpo de Archivos, Bibliotecas y Museos. "Cierto: José Ignacio Mantecón era comisario político de una de las unidades que infringieron al fascismo su mayor derrota en España".
El propio Mantecón autorizaría desde el frente la publicación de España en el corazón, de Pablo Neruda. Luego, cuando ejercía como comisario del Ejército de Levante, es arrestado tras el golpe del coronel Segismundo Casado, pero consigue embarcar en el Galatea y, después de pasar por Marsella y Londres, lo nombran secretario general del Servicio de Evacuación de Republicanos Españoles (SERE) en París. Tras pasar un tiempo recluido en el campo de concentración de Argelès-sur-Mer, viaja a Ciudad de México, donde logrará reunir a su esposa y sus dos hijas.
Allí se afiliará al PCE, trabajará en la Biblioteca Nacional, dirigirá el Instituto Bibliográfico Mexicano, creará la Escuela Nacional de Bibliotecarios y Archivistas y dará clases de paleografía y bibliología, antes de fallecer en 1982. Su nieto, Marco Aurelio Torres H. Mantecón, le ha dedicado la biografía José Ignacio Mantecón: vida y obra de un aragonés del destierro (Biblioteca Aragonesa de Cultura). En la revista Trébede, glosaba así su figura: "Hombre sabio, de gran erudición, con enorme sentido del humor, de recio carácter, determinado y, sobre todo, fiel a sus ideales y a sus compromisos".
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada