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Tras el final de la Guerra Civil, republicanos, socialistas, comunistas y anarquistas se enfrentaron a una disyuntiva: seguir su labor desde el exilio o continuar la resistencia clandestina desde el interior
El final de la Guerra Civil supuso el comienzo de una nueva etapa para las fuerzas políticas que se habían mantenido fieles al Gobierno de la República. Republicanos, socialistas, comunistas y anarquistas se enfrentaron a una seria disyuntiva: seguir su labor desde el exilio para tratar de aprovechar la coyuntura internacional y lograr el apoyo de los países democráticos de Europa y, de este modo, proseguir su lucha contra el franquismo o, por el contrario, continuar la actividad clandestina en el interior manteniendo viva la llama de la resistencia.
Pese a que gran parte de los órganos de dirección del PSOE, del PCE y de la CNT partieron hacia el exilio, numerosos militantes de estas organizaciones permanecieron en España. Ellos comenzaron, desde el mismo momento en que finalizó la contienda, a reorganizar las directivas de los partidos y sindicatos desde las mismas prisiones o campos de concentración en los que se encontraban recluidos. Por ese motivo, en las páginas siguientes nos vamos a centrar en el proceso de reconstrucción de las organizaciones de masas de izquierda (socialistas, comunistas y anarquistas) en los primeros años del franquismo, en los albores de la resistencia al nuevo régimen y hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando las circunstancias internacionales cambiaron de manera sustancial.
Albatera en el inicio
El avance de las tropas franquistas hizo que gran número de republicanos se replegaran hacia Levante con la esperanza de poder salir de España por los puertos de Alicante o Cartagena. La imposibilidad de embarcar hizo que la mayoría de ellos cayeran en manos de los franquistas y, tras su paso por el campo de Los Almendros, en las inmediaciones de Alicante, fueran trasladados al campo de Albatera, situado en el mencionado municipio. Se trataba del antiguo campo de trabajo inaugurado por los republicanos en 1937 para albergar a los condenados por los Tribunales Populares por los delitos de rebelión, sedición y desafección al régimen. Sin embargo, a partir de abril de 1939 se convirtió en el lugar de reclusión de miles de republicanos. Desde los primeros momentos los detenidos comenzaron a organizarse por partidos y sindicatos con el objetivo de reconstruir las organizaciones y facilitar la fuga de los más comprometidos, cuya vida corría serio peligro por la represión franquista.
Unos de los primeros en organizarse fueron los anarquistas, quienes en el mismo campo adoptaron la decisión de que aquellos que hubieran tenido cargos de responsabilidad en la organización siguiesen en los mismos hasta que los militantes nombrasen un nuevo comité. Como explica Ángel Herrerín en su estudio sobre la CNT en el franquismo, esto se puede considerar el embrión del primer Comité Nacional en el interior.
La primera tarea que afrontaron los anarquistas fue organizar la fuga de los campos de aquellos militantes cuyas vidas podían correr peligro por sus actividades. Por medio de un infiltrado de las Juventudes Libertarias en la II Bandera de Falange del Puente de Vallecas, apellidado Escobedo, se lograron los documentos falsos con los que consiguió fugarse de Albatera Esteban Pallarols, que sería el máximo responsable del primer Comité Nacional de la CNT creado tras el final de la Guerra Civil. Tras la fuga, los anarquistas crearon la empresa Frutera Levantina, oficialmente dedicada al transporte de fruta desde Valencia a otras partes de España y que sirvió de tapadera para el traslado de anarquistas que se habían evadido. La red de evasión fue desmantelada tras ser detenido Pallarols, que finalmente fue fusilado en julio de 1943 en Barcelona.
Los comunistas fueron también muy activos en lo que a las evasiones se refiere. De Albatera lograron evadirse algunos cuadros medios del partido que no habían sido evacuados al final de la contienda. Mediante una red de evasión se trasladaban a Pamplona, desde donde cruzaban la frontera y llegaban a Francia. Entre los comunistas que lograron salir del campo se encontraban destacados militantes vascos como Jesús Larrañaga, Manuel Asarta o Manuel Cristóbal o el militante asturiano Félix Llanos, entre otros. Los dos primeros fueron fusilados en 1942 como integrantes del llamado «Grupo Lisboa», enviado a España por la dirección del PCE en México con la misión de reconstruir el partido en el interior.
El Manifiesto de Arias Parga
Numerosos socialistas fueron igualmente detenidos en el campo de Albatera. Entre ellos se encontraban varios miembros de la última dirección socialista elegida al final de la guerra. Desde el campo de Albatera se llevó a cabo la comunicación del Manifiesto, un texto de Fernando Arias Parga de cuya difusión se encargaron Carlos Rubiera, miembro de la Comisión Ejecutiva del PSOE elegida en marzo de 1939, y Antonio de Gracia Pons, ambos detenidos en Albatera. El objetivo de este documento, que se hizo circular por prisiones y campos de concentración, era desterrar la resignación y proseguir la lucha. En Albatera estuvo también detenido Tomás Centeno Sierra, responsable de la Séptima Comisión Ejecutiva socialista en el interior, al que haremos referencia más adelante.
Prisión y muerte en la reconstrucción socialista
Los socialistas comenzaron su reconstrucción poco antes del final de la Guerra Civil cuando, tras producirse la sublevación de Casado en Madrid, se creó el Consejo de Defensa, del que formaron parte los socialistas Julián Besteiro y Wenceslao Carrillo, padre del dirigente comunista Santiago Carrillo. El 21 de marzo de 1939, los representantes de las Federaciones Provinciales que aún quedaban en Madrid se reunieron para elegir una nueva ejecutiva socialista que formalizaba la ruptura con Negrín y los comunistas. Esta nueva dirección tenía también la misión de afrontar el complicado panorama al que debía hacer frente el socialismo en el interior de España.
Sobre la dirección socialista, los franquistas ejercieron una intensa represión. La mayor parte de los que quedaron en España fueron fusilados. El primero en morir fue Fernando Piñuela, detenido en Elche cuando trataba de llegar a Murcia. Juzgado en un consejo de guerra en julio de 1939, fue fusilado en noviembre de ese mismo año. Tras Piñuela fue fusilado José López Quero (enero de 1940). El presidente de la ejecutiva socialista, Juan Gómez Osorio, al igual que el secretario de la misma, Ricardo Zabalza Elorga, fueron detenidos en Alicante y fusilados en febrero de 1940. El último en ser ejecutado fue Carlos Rubiera, que fue fusilado en marzo de 1942. De los dirigentes socialistas que quedaron en España tan solo Julián Besteiro, pese a que fue condenado a muerte, vio conmutada su pena, si bien murió en la prisión de Carmona en septiembre de 1940.
El otro lugar desde donde se impulsó la reconstrucción socialista fueron las cárceles, y en concreto la del Puerto de Santa María, donde, bajo la dirección de Ramón Rubial, se integraron más de tres mil presos en la Agrupación Socialista. La organización fue desarticulada en octubre de 1940, al igual que ocurrió en otras prisiones como la de Baza. En otros lugares de reclusión también hubo organización socialista, como fue el caso de Málaga, donde Cristóbal Aguilar Rosales fue secretario del Comité Socialista de la cárcel provincial, creado en 1940. Condenado a muerte en 1944, le fue conmutada la pena y fue puesto en libertad en 1952.
Tras el fusilamiento de Carlos Rubiera, la labor de dirigir la reconstrucción del PSOE recayó en Juan Gómez Egido, secretario de la Comisión Ejecutiva del 21 de marzo y uno de los pocos miembros de esta que seguía con vida. Tras su salida de la cárcel, en abril de 1944, se creó la primera Comisión Ejecutiva formada después de la Guerra Civil, que fue detenida en 1945, lo que dio paso a la creación de una nueva ejecutiva presidida por Eduardo Villegas Vega, que representó al PSOE en la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas desde agosto de 1945 hasta su detención.
La última ejecutiva socialista en el interior estuvo presidida por Tomás Centeno; condenado a muerte en 1942, le conmutaron la pena y fue trasladado en julio de 1943 al Departamento Penal del Monasterio de Cuelgamuros (El Escorial). Tras su puesta en libertad en 1945, se reincorporó a la organización clandestina socialista en Madrid y fue el responsable de la Séptima Comisión Ejecutiva del PSOE en el interior. En febrero de 1953 fue detenido y torturado, tras lo que se suicidó en su celda el día 20 de ese mes. Después de la muerte de Centeno, el PSOE decidió trasladar sus órganos de dirección a Francia, con lo que se cerraba una época en la resistencia al franquismo.
Los huidos
Otra de las formas de resistencia al franquismo estuvo integrada por aquellos que no se resignaron a la derrota y continuaron su actividad armada. El origen de estos se remonta al derrumbamiento del Frente Norte a finales de 1937. En enero de 1939, los combatientes que se quedaron aislados trataron de escapar por el puerto de Tazones, pero las tropas franquistas les esperaban y les causaron más de cincuenta bajas, tras lo cual decidieron separarse por fuerzas políticas. El socialista Marcelino Fernández el Gafas y Marcelino de la Parra (CNT) formaron el primer Comité Directivo de la Federación de Guerrillas de León y Galicia, y tras confluir con los comunistas crearon el Comité de Milicias Antifascistas de Asturias.
En 1946 las guerrillas socialistas, «la Comisión del Monte», reorganizaron el Sindicato Minero de UGT (SOMA) en un acto que contó con la presencia de Eduardo Villegas, responsable del PSOE en el interior tras la caída de la primera ejecutiva. La detención de Villegas dio pie a la desarticulación de numerosos comités locales creados en Asturias, lo que obligó a los huidos a cambiar de táctica. Lo mismo hicieron las autoridades, que variaron su metodología represiva.
En enero de 1948, una columna al mando del general Alonso Vega comenzó la represión sistemática de los guerrilleros. Veintidós de ellos fueron asesinados en el Pozo Funeres, donde eran arrojados los acusados de colaborar con la guerrilla que no delataban el paradero de los huidos. Ante esta situación, la dirección socialista aceleró la evacuación de los guerrilleros, que se completó con su llegada, el 23 de octubre de 1948, al puerto francés de San Juan de Luz, donde fueron recibidos por Indalecio Prieto.
Matilde Landa y la reconstrucción del PCE
Posiblemente el partido más afectado por el final de la Guerra Civil fue el PCE. Víctima de la sublevación de Casado en Madrid y uno de los principales objetivos de la represión por parte de los vencedores, los intentos de reconstrucción del PCE fueron casi inmediatos. En la actualidad, gracias a los estudios de Fernando Hernández Sánchez y Carlos Fernández Rodríguez, nuestro conocimiento sobre el proceso de reorganización del PCE ha experimentado un notable avance.
Pese a que gran parte de su dirección logró salir del país en los últimos momentos de la guerra, no fueron pocos los militantes que quedaron en España y sobre ellos recayó la tarea de la reconstrucción del partido. Uno de esos militantes comunistas fue Matilde Landa Vaz. Nacida en Badajoz en 1904, ingresó en el PCE al comienzo de la Guerra Civil y formó parte del batallón femenino del Quinto Regimiento. Al final de la guerra se trasladó de Barcelona a Madrid para reorganizar el Socorro Rojo Internacional (SRI). La dirección del PCE, poco antes de su evacuación, tomó la decisión de que fuera Matilde Landa la encargada de la reconstrucción del partido, motivo por el cual desde la sublevación de Casado tomó precauciones, pasando prácticamente a la clandestinidad.
Una de las primeras tareas de Matilde Landa fue la de preparar la fuga de los militantes comunistas Domingo Girón García, Eusebio Mesón Gómez y Guillermo Ascanio Moreno, que habían sido detenidos por los «casadistas » e iban a ser entregados a los franquistas. La detención de un comunista, que dio detalles a la policía de cómo iba a llevarse a cabo la fuga, permitió la detención de Joaquín Rodriguez. Las torturas a las que fue sometido pusieron a la policía sobra la pista de Matilde Landa, que fue detenida el 4 de abril de 1939. Según indica Carlos Hernández, en la caída de este grupo tuvo mucha importancia la actuación de un antiguo militante de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), Roberto Conesa Escudero, que con el tiempo obtendría fama y renombre en la Brigada de Investigación Social de la policía franquista. Todos los presos que iban a fugarse fueron finalmente fusilados por los franquistas en Madrid el 3 de julio de 1941.
Acciones armadas
A diferencia de otros presos, Matilde Landa no fue torturada físicamente. Los policías consideraban que, por su formación universitaria (se había licenciado en Ciencias Naturales en 1929), «con ella no valían los palos». Por el contrario, sí que se ejerció una intensa presión psicológica con el fin de que delatara a los integrantes del PCE en la clandestinidad. Ingresada en la prisión de Ventas, fue condenada a muerte, pero le conmutaron la pena. En agosto de 1940 la trasladaron a la cárcel de Palma de Mallorca, donde fue presionada por mujeres de Acción Católica para que se convirtiese al catolicismo a cambio de obtener mejoras en la alimentación de los hijos de las presas. El 26 de septiembre de 1942, el día que estaba previsto su bautismo, Matilde Landa se suicidó arrojándose desde la galería de la prisión.
De manera paralela a las tareas de reconstrucción del partido, grupos de las JSU optaron por llevar a cabo acciones armadas. La más destacada fue el asesinato, el 29 de julio de 1939, del comandante de la Guardia Civil e inspector de la policía militar de la Primera Región Militar Isaac Gabaldón Irurzún. En este acontecimiento también murieron su hija Pilar Gabaldón Velasco y el chófer, José Luis Díaz Madrigal, lo que dio origen a una dura represalia por parte del régimen en la que fueron fusiladas las jóvenes conocidas como las «Trece Rosas».
Tras los primeros momentos, la resistencia de las organizaciones de izquierda se fue transformando. La primera tarea fue la reconstrucción de las organizaciones políticas, que, pese a ser objeto de sucesivas desarticulaciones por la policía franquista, se volvían a reorganizar. Poco a poco la dirección de la resistencia se fue trasladando al exterior para evitar la persecución policial y con el tiempo fue evolucionando para, a pesar de todas las dificultades, mantener viva la resistencia a la dictadura.
* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.
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