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El ensayo 'Divertirse en dictadura' analiza cómo era el ocio durante el franquismo, una época en la que la población buscaba evadirse de la represión y la pobreza y que sólo empezó a cambiar cuando el desarrollismo y el turismo tuvieron su efecto
"Hemos sido muy felices, nos hemos reído mucho… A pesar de todo, lo pasábamos bien", comentaba María Dolores, hija de un trabajador afiliado a la UGT y camionero del Ejército Popular que fue encarcelado durante cuatro años al finalizar la Guerra Civil. El testimonio, recabado por Claudio Hernández Burgos, se incluye en el texto introductorio de Divertirse en dictadura ( , 2024), volumen colectivo coordinado por el propio Hernández Burgos y Lucía Prieto Borrego, que arroja luz sobre un tema tan interesante como poco tratado por los historiadores.
"Hay estudios, pero sobre otros periodos. Por ejemplo, el surgimiento de la cultura de masas y el ocio moderno con los salones de baile en las décadas de 1920 y 1930. El Franquismo, sin embargo, es un caso muy particular, tal vez porque se tiende a pensar que, en tiempo de guerra y de postguerra, es difícil hablar de ocio. ¿Cómo se iba a divertir la gente en un periodo en el que lo estaba pasando tan mal? Por esa razón, el ocio en el franquismo se suele estudiar analizándolo a partir de la década de 1960. En todo caso, el ocio, como sucede en general con todos los asuntos cotidianos, es un tema que sigue siendo menos estudiado que la alta política o la situación económica", aclara Claudio Hernández Burgos en conversación telefónica.
A pesar de esa falta de atención por parte de la Academia, el ocio es un fenómeno consustancial al ser humano, que lo acompaña a lo largo de su existencia, a pesar de las duras condiciones en las que esta se desarrolle en ocasiones, por ejemplo una Guerra como la acaecida en España entre 1936 y 1939.
"Es importante tener en cuenta que no toda la guerra duró hasta 1939. En 1936 ya había acabado en muchos sitios como, por ejemplo, San Sebastián, Granada o Galicia. En el caso de San Sebastián, que en esa época ya es retaguardia y un lugar en el que el franquismo comienza a construirse muy pronto, se produce un turismo muy parecido al llamado dark tourism actual, en el que la gente va a visitar Chernobyl o la central de Fukushima", comenta Hernández Burgos en referencia al Servicio Nacional del Turismo que, dirigido por Luis Bolín, llegó a organizar para los adinerados veraneantes de la ciudad donostiarra rutas de guerra, cuyo objetivo era visitar el frente y curiosear por aquellos lugares que habían sido destruidos por las bombas.
Ocio dirigido
Además de ser necesario para el desarrollo del ser humano, el ocio es un espacio de libertad que se contrapone a la obligatoriedad del trabajo. Un hecho que, en una dictadura como la franquista, puede ser considerado poco menos que subversivo, desde el momento en que un obrero ocioso puede caer en la molicie o, aún peor, organizarse sindicalmente. Un hecho que, como explica Hernández Burgos, hizo que "ocio y control fueran de la mano en el franquismo durante cuarenta años".
Fiestas populares, romerías, verbenas, tabernas, campamentos juveniles, competiciones deportivas, proyecciones cinematográficas, representaciones teatrales, emisiones radiofónicas y cualquier otra actividad lúdica estaba controlada por el Estado y la jerarquía eclesiástica a la que, todo sea dicho, no le tosía ni el mismísimo Francisco Franco. Ejemplo de ello fue cuando, en 1950, en plena campaña de la Iglesia contra los bailes —diversión que llegaría a ser calificada como "pudridero moral de los jóvenes"—, el obispo de Canarias, Antonio de Pildain y Zapiain, se negó a recibir a Franco durante una visita del dictador a Las Palmas, en protesta por el hecho de que se hubiese organizado un baile en su honor.
Las verbenas de los pueblos, en los que el cura tenía una autoridad semejante o superior a la del alcalde y el jefe de la Guardia Civil, son lugares muy controlados, incluso por los vecinos que se convierten ellos mismos en controladores"
"La dictadura realizará un control, no tanto de la vida privada —aunque también lo hará a través de la radio y la televisión—, como de los espacios. Los bailes, las verbenas de los pueblos, en los que el cura tenía una autoridad semejante o superior a la del alcalde y el jefe de la Guardia Civil, son lugares muy controlados, incluso por los vecinos que se convierten ellos mismos en controladores. De hecho, cuando a finales de los años 60 y principio de los 70 surgen esas “sotanas rebeldes” que en los 50 se han formado en los seminarios con unas ideas diferentes y han absorbido los vientos de cambio del Concilio Vaticano II, comienzan a promover otro tipo de diversiones como, por ejemplo, los teleclubes o los cineclubes de las parroquias. Incluso en los sermones criticarán el ocio controlado por el régimen y pondrán el foco en otro tipo de problemas, como las malas viviendas o la mala situación económica".
A pesar de su innegable poder durante la dictadura, la Iglesia siempre quiso más. Además de contra los bailes, otra de sus grandes batallas fue contra los cines, cuya oscuridad, frecuentada indistintamente por hombres y mujeres, podía ser cómplice y facilitadora del pecado. La preocupación aumentaba cuando se analizaban las estadísticas del sector. En 1947, en España había 3013 salas de exhibición con una media de 525 butacas cada una, convirtiéndose así en el segundo país en tener el mayor número de cines por habitante, solo por detrás de Estados Unidos. Por si esto no fuera suficiente, en el periodo entre 1938 y 1948, se construyeron 38 nuevas salas de cine, mientras que solo se levantaron 24 iglesias.
Para combatirlo, la jerarquía eclesiástica no solo puso en marcha misiones por los pueblos —uno de cuyos objetivos era desincentivar la asistencia a esos espectáculos—, no solo obligó a que se programasen películas de contenido religioso durante la Semana Santa, sino que consiguió también formar parte de la Junta de censura que decidía qué películas podían proyectarse en España, si debían ser mutiladas algunas escenas y la edad mínima de admisión a las salas. "Sin embargo —explica Francisco Bernal García en Divertirse en dictadura— numerosos obispos tendieron a considerar demasiado tolerantes los criterios de la Junta, por lo que procedieron a publicar su propia censura cinematográfica, la cual no era obligatoria para los propietarios de las salas, pero se suponía que, moralmente, sí lo era para los fieles católicos".
Disfrute colectivo
Uno de los rasgos distintivos del ocio durante la dictadura fue su carácter colectivo. Como explica Claudio Hernández Burgos, "no podemos desligar el ocio de las posibilidades del momento. En los años cuarenta, más allá de los ritos de paso como puede ser un bautizo o una boda, el ocio se hacía en familia y con los vecinos". De esta forma, y dado que no todas las familias se podían permitir comprar un receptor, la radio y la televisión se consumían en grupo en casas particulares de algunos afortunados, en el bar o en los teleclubes.
Los programas femeninos se emitían por la noche, cuando la mujer hacía las últimas labores de la casa, como fregar y limpiar la cocina después de la cena y por la mañana, cuando las comenzaba"
"Entre otras cosas, los medios de comunicación eran instrumentos para difundir modelos de masculinidad y feminidad, algo que se ve incluso en la programación. En la radio, por ejemplo, las noticias se programaban a una hora a la que se suponía que el varón podía escucharlas. Los programas femeninos, sin embargo, se emitían por la noche, cuando la mujer hacía las últimas labores de la casa, como fregar y limpiar la cocina después de la cena y por la mañana, cuando las comenzaba. El contenido eran radionovelas o espacios dedicados a la canción española, que permitían a ese 'ángel del hogar' hacer las labores de la casa mientras soñaba con otras vidas, como las que se mostraban en las coplas o en los consultorios sentimentales, pero siempre sin salir de casa", explica Hernández Burgos, que llama la atención sobre la contradicción de la Sección Femenina, uno de los pocos organismos que permitía que las mujeres salieran de su hogar. "Aunque mujeres solteras viajaban con los coros y danzas o participaban en giras educativas por los pueblos, los contenidos de los cursos que impartía la Sección Femenina eran todos sobre cuidado de los hijos, cocina, costura…".
Un espacio especialmente vedado para la mujer en lo que a ocio se refiere era el bar o la taberna. Territorio eminentemente masculino, las mujeres que solían estar allí solo podían desempeñar tres papeles: propietarias, camareras o prostitutas. "La taberna y el bar merecen más estudios de los que tenemos —lamenta Hernández Burgos—. Es un lugar contradictorio porque había venta de alcohol que, a pesar de los problemas que podía ocasionar, también era consumido por la gente del régimen. Además, en esos locales ocurrían cosas que no eran del agrado de la dictadura. No solo a alguien se le podía soltar la lengua y decir algo malo del Caudillo o de la política económica, sino que, como cuenta Tamara López en su artículo, solían ser lugares fundamentales para el ejercicio de la prostitución y para la práctica de abortos".
Un nuevo relato
A medida que pasaban los años, las autoridades franquistas empezaron a ser conscientes de que el ocio era un concepto que permitía redibujar el relato de la dictadura, blanquearla y transmitir una imagen de modernidad que, en realidad, no estaba presente en la sociedad española.
"El ocio se convierte en un elemento más de ese discurso desarrollista que se crea a finales de los 50 y principios de los 60 y que tiene su mayor impulso con la llegada de Manuel Fraga al Ministerio de Información y Turismo. Fraga habla de la 'civilización del ocio' y pretende transmitir la idea de que España, pese a todo lo que ha pasado y pese a la ausencia de libertades —aunque no lo diga expresamente así—, puede tener el mismo nivel de ocio que cualquier país de su entorno que se jactase de ser una democracia. En definitiva, un estado de bienestar en el que los españoles podían acceder al consumo, irse de vacaciones y que transmitía esa idea de “moderno pero español” que cantaba Manolo Escobar y que no era del todo real. Aunque era verdad que España había mejorado, la sociedad iba a dos velocidades, con muchas diferencias entre la ciudad y el entorno rural, hasta el punto de que había gente que todavía vivía en cuevas".
En ese afán por demostrar que el país era otro, el Estado puso en marcha programas de turismo interior como Conozca usted España y empezó a flexibilizar la salida de españoles al extranjero que, lejos de ir a ver monumentos y pinacotecas, aprovecharon para acudir a los cines de Perpiñán a disfrutar de películas prohibidas por la censura española o comprar revistas y productos vetados en nuestro país.
"Los emigrantes que iban a Alemania y regresaban de vacaciones, venían con otra visión del mundo. Contaban que allí se podía opinar, que había libertad y, poco a poco, la gente se fue dando cuenta. A pesar de que el Franquismo siguió intentándolo, llegó un momento en que no pudo controlarlo y los españoles empezaron a divertirse de otra manera que no discurría por los cauces anteriores —recuerda Hernández Burgos—. De hecho, igual que la llegada de turistas extranjeros al país sí que está más estudiada, los viajes que los españoles hacían como turistas al extranjero en esa misma época no lo están tanto".
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