dijous, 11 d’abril del 2024

Manuel de Falla y el misterioso exilio del compositor tras la Guerra Civil

 https://www.lavanguardia.com/historiayvida/historia-contemporanea/20240410/7855786/exilio-voluntario-manuel-falla.html

El célebre compositor murió en 1946 en Argentina. Mucho se ha especulado sobre las razones que le empujaron a abandonar España al final de la Guerra Civil 




Foto de Manuel de Falla sin datar.

 Dominio público

Tan solo meses después del final de la Guerra
Civil
, en septiembre de 1939, Manuel de Falla decide aceptar la invitación formulada por la Institución Cultural Española en Buenos Aires para dirigir varios conciertos en el teatro Colón con motivo del 25 aniversario de su creación. El músico abandonó España el 2 de octubre de 1939 a bordo del buque Neptunia. En la mañana del 18, el afamado compositor arribaba al puerto de Buenos Aires.

Durante los siete años que pasó en Argentina fueron muchos los intentos del gobierno franquista para facilitarle su regreso, a través de cargos honoríficos o suculentas pensiones. Mientras el barco en el que viajaba a Argentina hacía escala en Río de Janeiro, el músico recibió un telegrama del gobierno español con el mensaje de que se le había concedido de manera vitalicia una pensión anual de 25.000 pesetas “pagaderas a partir de su regreso a la patria”.

Al llegar a la capital argentina, Falla se apresuró a escribir al ministro de Educación, Ibáñez Martín, agradeciéndole la generosa iniciativa, pero pidiendo un aplazamiento hasta el momento en que “por falta de salud pudiera volver a interrumpir el ejercicio eficaz de mi profesión y a faltarme, como fatal consecuencia, los medios de vida que ella me proporciona”.

Esta sería una de las primeras iniciativas en este sentido de un régimen que ansiaba la vuelta del músico a España, como baza política en un momento de profundo aislamiento internacional. El compositor siempre dejó claro su propósito de regresar, pero no lo haría en vida. Este hecho ha dado pie a la construcción de múltiples teorías acerca del exilio político de uno de los grandes nombres de la música española del siglo XX.

Recluido en Granada

Jorge de Persia, musicólogo y director del Archivo Manuel de Falla en Granada, rechaza el uso de etiquetas para abordar el “complejo” distanciamiento del músico de la nueva realidad política surgida en España tras el fin de la contienda civil. Para el autor de Los últimos años de Manuel de Falla, es preciso hablar “de un alejamiento, un exilio si se quiere, un rechazo, fundamentalmente de toda la violencia que manifestaba aquella sociedad. Algo que Falla no podía soportar, ni aun en su más mínima expresión materializada en el ruido de altavoces y micrófonos”.

Federico Sopeña, otro de los biógrafos del músico gaditano, apuntó, por su parte, que la guerra europea que acababa de estallar en 1939 suponía para Falla “una catástrofe casi apocalíptica”. Rechazo profundo de la violencia y la barbarie que el compositor había experimentado en los primeros momentos de la Segunda República, cuando se produjo la quema de conventos e iglesias en diferentes ciudades del país.

Manuel de Falla en la década de 1910

Manuel de Falla en la década de 1910

 Fine Art Images/Heritage Images/Getty Images

El compositor, un hombre profundamente religioso y mesurado, situó aquellos días de mayo de 1931 “entre los más amargos de mi vida”. El 14 de ese convulso mes, junto con otros amigos granadinos, dirigía un telegrama de protesta al presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora. El músico también comunicaría la “impresión de desamparo” que sentía el colectivo religioso a su amigo y ministro republicano Fernando de los Ríos.

Falla, incapaz de asimilar la escalada de tensión que sacudía a la sociedad española y el clima prebélico desatado, se fue aislando poco a poco, buscando refugio en lugares apartados y recogidos. El hispanista Walter Starkie afirmaba que se había convertido “en un monje ascético, cuya vida se desarrollaba entre meditaciones en su celda y ensueños en su jardín”.

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Proclamación de la Segunda República española en la Puerta del Sol de Madrid el 14 de abril de 1931.

El estallido de la contienda civil no hizo más que sumar a sus padecimientos personales la preocupación por la suerte que pudieran correr sus amigos, de uno y otro bando. Los tempranos asesinatos de Federico García Lorca, por quien intentó mediar inútilmente ante las autoridades locales, y de su más íntimo amigo, el abogado y político conservador Leopoldo Matos, obra de milicianos republicanos, sumieron al compositor en una profunda depresión, agravada por el ataque de múltiples enfermedades. Desde entonces, y hasta el final de la guerra, permanecería recluido en su Carmen granadino de la Antequeruela.

Su relación con el nuevo régimen local que iba conformándose, una vez cedió la presión republicana, estuvo caracterizada por un difícil equilibrio. Mientras el músico se alegraba de cualquier acontecimiento que sugiriese un próximo fin de la guerra, mantenía una prudente distancia frente a las tentaciones de posicionarse políticamente.

Lorca en una terraza del madrileño paseo de Recoletos en el verano de 1936, poco antes de su asesinato.

Lorca en una terraza del madrileño paseo de Recoletos en el verano de 1936, poco antes de su asesinato.

 Dominio público

En enero de 1938, Falla fue designado presidente del Instituto de España, una institución que aglutinaba a los miembros de las diferentes Academias Reales, pero el músico (que seguramente no había sido consultado al respecto) se apresuró a manifestar la imposibilidad de desempeñar el cargo y pidió que le eximiesen de esa responsabilidad.

A pesar de los numerosos intentos por atraerle a sus filas, el nuevo régimen no quiso evitar, tal como afirma el catedrático de Historia Manuel Titos Martínez, “someterlo a la humillación de una depuración política, generalizada al terminar la Guerra Civil”, mediante un cuestionario exhaustivo que debía remitir en el plazo de quince días a Madrid.

Falla encaraba la última fase de su vida rumbo a un país que se había declarado neutral en la contienda mundial

A esas alturas del año 1939, el músico se encontraba además en una delicada situación económica, lo que hizo que tanto él como su hermana María del Carmen redujeran al mínimo sus gastos. Es en ese momento cuando le llega la invitación de la Institución Cultural Española de Buenos Aires.

Tanto sus amigos de Granada como los médicos que le trataban le aconsejaron aceptar el ofrecimiento. El estallido de la Segunda Guerra Mundial acabó por disipar las dudas. Falla encaraba la última fase de su vida rumbo a un país que se había declarado neutral en la contienda mundial.

Manuel de Falla en una sesión de grabación en Francia hacia 1930

Manuel de Falla en una sesión de grabación en Francia hacia 1930

 Roger Viollet vía Getty Images

De esta forma explicaba la decisión a sus allegados: “Me voy a la Argentina. Me han propuesto unos contratos muy ventajosos. Mis ingresos están muy mermados con motivo de la Guerra Mundial, y aprovecho esta feliz ocasión para enmendar algo mi situación económica actual”.

El silencio indispensable

“Falla no se sentía con la psicología del exiliado, la prueba es que tuvo muy constantes relaciones con la Embajada de España, especialmente con el conde de Bulnes”, escribió Sopeña. El compositor frecuentó la amistad de los españoles que residían en la capital argentina, como la soprano Conchita Badía o el compositor Julián Bautista, manteniendo, a la vez, los vínculos con los amigos que había dejado en España. En Argentina también se reencontraría con paisanos tan ilustres como Marañón, Gómez de la Serna, Manuel Ángeles Ortiz o el poeta Rafael Alberti.

La aparición de Manuel de Falla en el escenario del teatro Colón de Buenos Aires el 4 de noviembre de 1939 fue todo un acontecimiento. Una larga ovación siguió a los últimos compases de El amor brujo, que el autor dirigió con gesto sencillo. En el tercero de los cuatro conciertos programados, el 18 de noviembre, se produjo el estreno absoluto de la suite Homenajes.

Fachada del Teatro Colón de Buenos Aires, donde Falla dirigió en 1939 su obra 'El amor brujo'.

Fachada del Teatro Colón de Buenos Aires, donde Falla dirigió en 1939 su obra 'El amor brujo'.

 Andrzej Otrębski / CC BY-SA 4.0

El trabajo y la actividad pública hacen que la salud del maestro se resienta y los Falla buscan un lugar más tranquilo y oxigenado. El 4 de diciembre se trasladan a la ciudad de Córdoba. No será el último cambio de domicilio. Buscando la ansiada tranquilidad, al año siguiente, el músico y su hermana se mudan a Villa del Lago. La precaria situación económica obliga al compositor a acudir de nuevo temporalmente a la capital argentina para dirigir unos conciertos en los estudios de Radio Mundo.

La cantata escénica Atlántida (que dejaría inacabada y que finalmente terminaría su colaborador Ernesto Halffter) fue la gran obsesión del músico gaditano durante los últimos veinte años de su vida. Entre 1940 y 1942 trata de avanzar en ella, al tiempo que se sumerge en las “interpretaciones expresivas” de la música de Tomás Luis de Victoria, motivado por un concierto conmemorativo del cuarto centenario del nacimiento del maestro abulense, proyectado en Buenos Aires.

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Buscando de nuevo el “silencio indispensable para sus trabajos de música”, como escribe el compositor a su amigo Francesc Cambó, Falla vuelve a cambiar de domicilio. Gracias, precisamente, a las gestiones del político catalán y de otros amigos, se encuentra el destino idóneo en el que el músico pasará los últimos años de su vida: el chalé “Los Espinillos”, en la localidad de Alta Gracia.

A pesar de su intenso trabajo, la situación económica no mejora. La Segunda Guerra Mundial había impedido que llegaran hasta el músico los ingresos derivados de los derechos internacionales de la ejecución de sus obras. Al conocer lo precario de su día a día, la Sociedad General de Autores de España concede al compositor en 1944 una ayuda económica mensual. Falla ya es una referencia en Argentina. Los jóvenes compositores del país se acercan al gran maestro y en 1945 la Academia Nacional de Bellas Artes le nombra académico.

Estatua dedicada a Manuel de Falla en Granada.

Estatua dedicada a Manuel de Falla en Granada.

 TL4LT / CC BY-SA 4.0

El 14 de noviembre de 1946, con 69 años, Manuel de Falla fallece de repente, mientras duerme, de un paro cardíaco. Una pequeña superstición aleteó siempre sobre la cabeza del gran compositor. Pensaba que su vida estaba marcada por ciclos de siete años: siete años en Madrid, siete años en París, siete años en Granada y, por fin, siete años en Argentina.