* HISTORIADOR, POR BRAULIO HERNÁNDEZ MARTÍNEZ - Viernes, 25 de Octubre de 2013 - Actualizado a las 06:03h
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CUANDO el Gobierno de Zapatero (atendiendo las peticiones de muchos familiares de represaliados por el franquismo) llevó al Parlamento la popularmente llamada Ley de Recuperación de la Memoria Histórica, la reacción de la jerarquía eclesiástica española y de muchos obispos fue acusar al Gobierno de practicar una "memoria selectiva" y de "reabrir heridas"; manifestando el arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal, monseñor Rouco Varela, que "para una auténtica y sana purificación de la memoria lo mejor era el olvido".
Sin embargo, aplicando la secular doble vara de medir, en esas mismas fechas los obispos españoles se afanaban -lo llevaban haciendo ya algún tiempo- en la que sería la beatificación masiva más numerosa de la historia: 498 mártires de la Guerra Civil, que tuvo lugar en Roma el 28 de octubre de 2007. Llama la atención que aquel domingo de la macro beatificación en todas las iglesias se leyera, como evangelio, la parábola del fariseo y el publicano, en la que el profeta Jesús justifica al denostado publicano y no al impecable fariseo. Señales que la jerarquía, que siempre tropieza en la misma piedra, no ve. Y ahí sigue con su ceguera.
Seis años después, y organizada por la Conferencia Episcopal y el arzobispado de Tarragona, el pasado domingo 13 de octubre tuvo lugar en Tarragona otra macro beatificación masiva de 522 mártires de 1936. En esta ocasión la llamaron beatificación del año de la fe y se cuidaron mucho de llamar a los beatificados mártires de la guerra civil por lo que han optado por llamarlos mártires del siglo XX en España, por ser más justo y exacto. ¿Acaso porque barruntan que el Papa Francisco pudiera decir alguna palabra de reconocimiento hacia los otros mártires o hacia los que continúan en las cunetas? También llama la atención que fuese en Tarragona, la ciudad donde estaba como arzobispo Vidal y Barraqué, el único eclesiástico de alta graduación que -junto con el obispo de Vitoria, Mateo Mújica, quien tampoco dio su beneplácito- se negó a firmar la Carta Colectiva de los obispos españoles con motivo de la Guerra Civil española (redactada por el episcopado español el 1 de julio de 1937, a instancias de Franco). La negativa a apoyar el levantamiento militar de Franco llevó al prelado tarraconense -siempre a favor de la paz y la reconciliación- a huir al exilio, donde murió.
El historiador y catedrático de Historia Contemporánea Josep Sánchez Cervelló ha manifestado en una carta (escrita en nombre de la Coordinadora Laicismo y Dignidad) y dirigida al arzobispo tarraconense Jaume Pujol Balcells: "Respetuosamente, quiero decirle que considero este acto de carácter político porque pretende hacer aparecer su institución como víctima de la guerra civil cuando también fue verdugo". Algo que el prestigioso historiador y catedrático de la UNED, Santos Juliá, ya recordó en su día: "La Iglesia fue mártir y verdugo"; y "no solo vencedora, sino vengativa". Una Iglesia que se benefició del franquismo obteniendo escandalosos privilegios que a día de hoy persisten.
Es necesario recordar que el mismo Pío XII, un Papa conservador, se había opuesto a una canonización indiscriminada y masiva. Y que los papas que le sucedieron, los papas del Concilio, Juan XXIII y Pablo VI, mantuvieron y reforzaron aquella postura, llegando Pablo VI a ordenar la paralización de los procesos canónicos que desde el final de la guerra llegaron al Vaticano solicitando la canonización de los mártires de la cruzada.
"La Iglesia española necesita memoria histórica, una confesión nacional y, quizá también (¡todo un símbolo!) una caída de caballo"
El obispo Olaechea repitió: "No es una guerra lo que estamos haciendo. ¡Es una cruzada! Y la Igle
Las cosas cambiaron con Juan Pablo II, de quien se afirma que fue admirador de Franco, según recuerda el sacerdote Jesús López Sáez, autor de un interesante y valiente librito-catequesis: Memoria histórica ¿Cruzada o locura? "La Iglesia española -recuerda el cura Jesús- necesita memoria histórica, una confesión nacional y, quizá también (¡todo un símbolo!), una caída de caballo. ¿Es que no se ha bajado todavía del carro de los vencedores?".
A propósito de la ceremonia de macro beatificación de Tarragona, el historiador Anxo Ferreiro Currás, autor del libro Consejos de Guerra contra el clero vasco, opina que los obispos "quieren seguir condenando la memoria histórica. Recuerdan solo a los de una parte cuando en la otra también hubo mártires. Ahora quieren beatificar a 522 mártires. Hay que decir que algunos sí lo son, pero declaran mártires y beatos a muchos otros que estaban identificados con el golpe de Franco, el mismo obispo auxiliar de Tarragona, Manuel Borras, que también será beatificado, estaba implicadísimo. Ellos beatifican a los mártires de la iglesia de Franco pero no a los asesinados por Franco". Y albergaba un deseo: "Si en la ceremonia de beatificación el Papa habla de los mártires del franquismo terminará con la hipocresía de la Iglesia".
Desconozco si alguno de los obispos que estuvieron Tarragona han leído los Diarios -de gran valor documental- del fraile capuchino Fray Gumersindo de Estella, escritos en 1945 y que no vieron la luz hasta 2003 bajo el título Fusilados en Zaragoza, 1936-1939. Tres años de asistencia espiritual a los reos. Unas memorias estremecedoras, basadas en sus experiencias dramáticas como confesor de los fusilados (por los muy católicos sublevados) en la cárcel zaragozana de Torrero, entre 1936 y 1942. Fray Gumersindo tiene muy claro que aquello que la Iglesia bautizaba con vehemencia como cruzada no era otra cosa que "una empresa pasional de odio y violencia". Hubo eclesiásticos que confundieron la pólvora con el incienso. Lo plasman los versos de Miguel Hernández (que fue otra víctima de la Guerra Civil): "La luna lo veía y se tapaba / por no fijar su mirada / en el libro, en la cruz / y en la Star ya descargada. / Más negro que la noche / menos negro que su alma / cura verdugo de Ocaña".
El navarro Galo Vierge, un trabajador militante de la CNT que estuvo preso en Pamplona y que salvó su vida gracias a la influencia de una comadrona, recoge en su libro de memorias, Los culpables, un suceso estremecedor, acaecido en Pamplona el 23 de agosto del 36. A la misma hora que toda Pamplona había salido a celebrar una fastuosa procesión de desagravio a la Virgen del Rosario (el obispo, Marcelino Olaechea, en una carta pastoral invitó al acto a todos los navarros), salían de la prisión dos autocares con presos (pensaban que iban a ser canjeados) cuyo destino era una gran fosa, abierta el día anterior en las Bardenas. Galo denuncia que "la Junta de Guerra, con hombres que se tenían por muy católicos, sabía lo que ocurría a aquella hora. También el obispo, que había mandado a aquel paraje solitario a varios de sus curas, para asistir espiritualmente a los que iban a ser fusilados".
Uno de los sacerdotes asistentes era el joven Antonio Añoveros (más tarde obispo de Bilbao, y quien provocaría la mayor crisis entre la Iglesia y el franquismo cuando este sometió a Añoveros, ya obispo, a arresto domiciliario y Arias Navarro intentó expulsarlo del país). Aquella tarde, los requetés y los falangistas -tras dejar cincuenta y dos víctimas en la gran fosa- regresaron a tiempo para incorporarse al final de la procesión y poder escuchar de nuevo del obispo Olaechea, que repitió: "No es una guerra lo que estamos haciendo. ¡Es una cruzada! Y la Iglesia, mientras pide a Dios la paz y el ahorro de sangre de todos sus hijos, de los que la aman, y de los que la ultrajan y quieren su ruina, no puede menos que poner cuanto tiene a favor de los cruzados".
Para no pocos creyentes y no creyentes, la postura de los obispos en lugar de ser verdadero vehículo de reconciliación (que es lo que pretendió el cardenal Tarancón) abre más la brecha. El cura Jesús L. Sáez recoge en su librito esta anécdota: "Yo conocí en Roma a un sacerdote venerable, Albert Bonet, a quien pudieron matar en las dos partes: en Cataluña por ser cura y en Navarra por ser catalán. Claro, si le hubieran matado en Cataluña, podría haber sido beatificado en Roma, o en Tarragona. No así si le hubieran matado en Pamplona. ¡Lo que son las cosas!".
No fue una cruzada, fue una ruina.
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