divendres, 16 de gener del 2015

Memoria histórica.


http://www.elcrisoldeciudadreal.es/2015/01/15/67983/memoria-historica/
 
manuel ortega- ¿Papá? ¿Qué tal estás de la pierna?
– Bien. ¡Ojalá me hubieran operado antes, porque estoy perfectamente!
– ¿Y mamá? ¿Tiene ya fecha para la operación de cataratas?
– Todavía no. Le han hecho las pruebas ya y solo hay que esperar a que le asignen 
fecha. Manuel, te llamo porque nos han avisado de la Asociación para la Memoria Histórica diciéndonos que van a desenterrar los restos de mi tío Antonio cerca de Valdepeñas y como tú vives en Ciudad Real y nosotros tan lejos, hemos pensado que te ocupes tú de hablar con José Medina. El teléfono es 353459278.
El tío abuelo Antonio era un auténtico desconocido para mí antes de que mi padre me llamara por teléfono. Al parecer, fue destinado a un pequeño pueblo de Ciudad Real como maestro rural. Era soltero y había estudiado Magisterio mientras residía en el Seminario de Albacete. Estuvo a punto de tomar los hábitos religiosos pero se arrepintió, provocando una gran decepción en mi bisabuela. Tras dejar el seminario tuvo que trabajar para pagar los estudios en la fundición de su hermano mayor, mi tío abuelo José. 
Sobre los tíos de mi padre, a los que llamábamos simplemente tíos, casi no conocíamos nada. Bueno, sobre casi nadie de la familia. Siempre pensé que ese hermetismo se debía a la famosa mala suerte de la familia por culpa de “la política”.
“La política” era la forma, pronunciada de manera casi despectiva, con la que se terminaban las preguntas sobre la familia de mi padre especialmente, y también de la familia de mi madre. Nos había hecho mucho daño la militancia política de muchos familiares y durante los años del franquismo nos olvidamos de “la política” para lograr la supervivencia.
Supervivencia era lo que definía la vida de mi otro tío abuelo, Miguel. También era maestro y fue separado de su puesto de trabajo al acabar la guerra civil. Todos hablaban de él pronunciando los mismos tópicos: sobre la suerte que había tenido porque no había sido ajusticiado en el 39. Había sido militante del Partido Comunista y participó en la Guerra Civil como Comisario Político en un batallón formado por brigadistas de las más diversas nacionalidades y dirigido por un teniente republicano del que nunca se fió. Solía venir los domingos a nuestra casa en la barriada del Buen Pastor de Albacete. Y nos contaba las noticias de Radio Pirenaica, despotricando de un tal Santiago Carrillo que luego reconocí en los albores de la democracia cuando ya el tío Miguel no vivía. Le molestaba de Carrillo que siempre hablaba de “Reconciliación Nacional” cuando con Franco solo servía acabar con él de la manera más cruel, justo como el dictador actuaba. Mis padres me prevenían sobre las ideas de mi tío Miguel porque lo había perdido todo con el franquismo y no podía olvidar, ni perdonar. Para ganarse la vida, después de ser separado de su puesto de maestro, cobraba recibos del Ocaso, una compañía de seguros dedicada a proporcionar un entierro digno a sus asegurados. El único seguro que los trabajadores contrataban, el único no necesario cuando ya no estemos en este mundo. Pero el que te proporcionaba un entierro digno, después de una vida de sacrificio.
Tampoco tuvo mucha suerte el tío abuelo José. Solo lo vi una vez. Fue cuando salió de la cárcel. Daba vivas a Franco y decía que todo había sido un error y que Franco personalmente le había rescatado después de pasar casi dos años en la cárcel, ¡por un error, por un error! En realidad ingresó en prisión en 1940 y salió de ella en 1965, tres meses antes de morir y ni siquiera rodeado por sus hermanos que no soportaron que siguiera siendo franquista después de soportar 25 años de cárcel franquista en sus húmedos huesos.
José era militante de la CEDA y por tanto muy de derechas. El único hermano de derechas. Pero ayudó al tío abuelo Antonio cuando dejó el Seminario. Nadie se explica por qué fue el más represaliado cuando llegaron los franquistas a Albacete. ¡Pero si era de derechas! Las diversas interpretaciones van desde la de que retiró las campanas de la Catedral de Albacete para utilizarlas en la fundición por orden del Gobierno republicano, hasta la de que era masón o quizás la más creíble, que un falangista lo inculpó para quedarse con su patrimonio.
Mi abuelo tampoco se libró de la posguerra. Pasó dos años en una prisión de Sevilla donde se desplazó la familia para poder visitarlo. Sus hijos dejaron de estudiar, mi padre dejó el bachillerato y empezaron a trabajar desde muy jóvenes en la RENFE donde también trabajaba mi abuelo. Los años de estancia en Sevilla se pagaron con las exiguas pertenencias de mis abuelos malvendidas a los nuevos dueños de la situación, los siempre omnipresentes falangistas, nuevos ricos de los nuevos tiempos.
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- ¿José Medina? Soy Manuel Pérez. Parece ser que van a exhumar el cuerpo de mi tío abuelo que fue asesinado en la Guerra Civil. Sí, su nombre era Antonio Pérez.
– Puedo ir a Madrid. Dígame la calle. ¿Cerca del intercambiador de Avenida de América? Lo conozco. A veces voy a la sede de la UGT. El jueves quedamos a las 10:30. Hasta entonces.
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Han exhumado siete cadáveres, cinco hombres y dos mujeres. Según los estudios realizados no hay duda de que el tío Antonio murió allí en los últimos días de la confrontación. Al parecer fueron oleadas de republicanos los que enfilaron sus últimos pasos, primero hacia Albacete y después hacia Alicante donde se esperaba que pudieran embarcar hacia la libertad.
La fosa común está en la provincia de Albacete, cerca de las lagunas de Ruidera, no en Valdepeñas como decía en principio mi padre. En Valdepeñas es donde residía el tío Antonio encargado de una Escuela cercana a la estación de ferrocarril. Ya no era maestro rural como decía mi padre.
El tío Antonio quizá se dirigía simplemente a Albacete, su tierra, donde esperaba pasar desapercibido entre sus compañeros, familiares y amigos de siempre. O quizá querría emprender una nueva vida en Iberoamérica como tantos otros republicanos. Todo se abortó a pocos días de acabar la guerra. Me han pedido una muestra de tejido que me han extraído de la boca para realizar un análisis de ADN. Para paliar los gastos ocasionados me han pedido que me afilie a la Asociación y así lo he hecho. Me darán los resultados de la investigación en cuanto los tengan.
Por mi parte he decidido indagar un poco en la historia familiar. Mi padre me ha vuelto a repetir lo mismo que ya sabía. Tenía nueve años cuando acabó la guerra y no recuerda nada sobre ese tema. Solo sabe por su padre, mi abuelo, que el tío Antonio era maestro y que militaba en la UGT y en el PSOE, igual que mi abuelo. En el archivo histórico provincial me dicen que si no soy investigador no puedo indagar en estas cosas. Aunque soy investigador, parece ser que la Informática no tiene nada que ver con la Historia. Tras una visita a un compañero de la Facultad de Letras de Ciudad Real, me convierto en investigador de la Guerra Civil española. El funcionario que me negó el acceso el día anterior me lo facilita ahora, pero me dice que no hay ninguna información en este Archivo sino, en uno específico, que además requiere autorización de la fiscalía. Se trata del archivo del Tribunal Central de Responsabilidades Políticas, parte del Archivo General de la Administración y que conservan en Alcalá de Henares.
He dejado un poco mi “investigación” y solo me he puesto de nuevo en el proceso tras una llamada de José Medina, de la Fundación. Después de la exhumación y mediante las pruebas de ADN ya han determinado cuales son los restos del tío abuelo. Me recorre un escalofrío mientras me explica con el rigor de un forense los datos sobre la muerte del tío Antonio. Durante los años y al estar en contacto con el cadáver de una mujer se han fusionado algunos huesos. La mujer es Cristina Ciudad, también maestra, en este caso de Calzada de Calatrava. Sus familiares no quieren hacerse cargo de los restos. José Medina me sugiere que podría tratarse de la novia del tío Antonio. No les ataron las manos en la ejecución y seguramente cayeron abrazados. Quizá los descubrieron y murieron en plena guerra o quizá se trató de un “paseíllo”, pero murieron enlazados.
Al haber pasado tantos años no podemos consultar a los familiares. No vive ningún tío de mi padre. Mi padre ya tiene 75 años y casi no le hablaron del tío Antonio y lo último de lo que me entero es que en el registro nacional lo único que aparece sobre el tío Antonio es que se le imputa un delito de asociación ilícita (militar en el PSOE y la UGT), y se añade la ley de represión contra el comunismo y la masonería. ¿El tío abuelo era masón? Ya empiezo a pensar con el complejo de culpabilidad que nos inculcaron durante el franquismo. Seguramente a todos los presos políticos les ponían los mismos cargos.
Pero después de todos estos datos redundantes, compruebo con incredulidad que el expediente es de Septiembre de 1939. ¡El tío abuelo Antonio no murió en los últimos días de la Guerra! Murió en un proceso al terminar la Guerra Civil.¿A su hermano que participó en la guerra lo expulsaron de su trabajo como maestro y a él, también maestro, lo ejecutaron en una carretera entre los límites de Ciudad Real y Albacete?
Todo son dudas. Antonio era más joven que el tío Miguel. Debió participar en la guerra. Todos fueron alistados, hasta la quinta del biberón a la que perteneció mi tío Pepe, el hermano de mi madre. Y siendo militante del PSOE más a favor de su participación. Pero, en realidad, no podemos saber que pasó.
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En la Asociación para la Memoria Histórica me han enviado el proceso contra el tío Antonio. En tres cuartillas figura el proceso contra siete encausados. La primera cuartilla la ocupan el nombre de los encausados y los excelentísimos miembros del Consejo militar sumario 132/39, perteneciente al Consejo Militar Permanente número 1 de Madrid. El fiscal militar tiene un apellido que recuerda a un conocido golpista del 23F, por el cual estuve durmiendo en Prevención dos meses cuando hacía el servicio militar. El abogado es un capitán médico que en los siete casos argumenta defectos de forma en el proceso, pero que como consecuencia de los graves delitos que se les imputan solicita la clemencia del Tribunal. En la última cuartilla figuran las penas: dos penas de muerte, dos más de 20 años de penas forzadas, dos de 5 años con posible redención de pena por arrepentimiento y buena conducta y 2 años para Antonio Pérez por incitación a la rebelión en grado de tentativa.
No parece muy grave. ¿Cómo terminó muerto en una cuneta? ¿Y cuando? ¿Quizá al terminar su reclusión?
¿Inmediatamente después del proceso?
En la Asociación no pueden datar los asesinatos. Son técnicas demasiado caras y ni siquiera garantizan un resultado con una aproximación de más de 2 años. Me temo que no voy a recuperar nada de la historia del tío Antonio.
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En el Ayuntamiento de Ossa de Montiel y en el de Ruidera no saben ni quieren saber nada. Me han dicho que son cosas que pasaron hace mucho tiempo. Los familiares de la supuesta novia del tío Antonio se han desentendido de sus restos. Puesto que yo sí los voy a recoger le he pedido a la Asociación que me dé los cuerpos de Antonio Pérez y de Cristina Ciudad. Puesto que sus huesos están fusionados, así seguirán. En la Asociación me dan el visto bueno tras recibir la confirmación de la familia de Cristina de que no recibirán sus restos.
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Me han entregado una caja de plástico precintada y casi transparente con los restos de mi tío y de su novia. O de la desconocida que quizá se abrazó a él prematuramente muerta de miedo, antes de morir. No pesa mucho. Dos cuerpos, dos personas que pudieron vivir, pensar, ser felices, tener hijos y esperar la muerte viendo a esos hijos crecer y que ahora reposan en un enorme Tupperware. Entro en una tienda para que me envuelvan el paquete, porque se ve su contenido y ya hay algún niño que señala a sus padres que ese señor lleva un cadáver en una caja. La señora de la tienda se espanta cuando ve los huesos y le tengo que explicar toda la historia. Salgo de la tienda bajando por la calle Atocha a tomar el último AVE de la tarde. Dos policías nacionales a los que ha debido llamar la señora de la tienda me paran antes de llegar al final de la calle y les tengo que contar toda la historia de nuevo. Les enseño los papeles de la Asociación, los del juicio sumarísimo, mi DNI y demás papeles. Obtengo como contestación un “Pues ya son ganas. Bueno circule”. Me da la impresión de que no ha cambiado nada. Lo de la circulación lo he oído algunas veces.
En la Lanzadera me encuentro a un antiguo alumno de los que viajan a diario entre Ciudad Real y Madrid. Me gusta hablar con ellos. He sido un maestro casi desde que nací. Me pregunta por el regalo que llevo, supone que será para mi mujer y sentencia: “Pues seguro que le va a gustar, porque por el tamaño…”.
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En el Cementerio de Ciudad Real no están todavía preparados los nuevos nichos. Hay que comprar un panteón con capacidad para tres personas que se ubica en el suelo. Es un dineral, pero como dice el empleado: se amortiza, porque ahora se pueden poner los restos del tío abuelo pero después se pueden utilizar las otras dos plazas. El tres por dos de la oferta, en otros momentos me produciría risa, pero hoy no estoy para estas alegrías.
Al final los restos estarán en Miguelturra. En una lápida muy sencilla, aparecen los nombres de Antonio Pérez y Cristina Ciudad, que quizá no se conocían entre ellos. En el epitafio, una frase que explica lo único que he podido conocer sobre esta pareja. Quizá lo he puesto más por mí que por ellos. También podría ser mi epitafio:
Antonio Pérez y Cristina Ciudad
Maestros, republicanos y socialistas