En la sierra de Baza (Granada) se halla la conocida Aldea del Raposo, lugar que fue uno de los asentamientos más destacado de Maquis de toda la comarca
Los Maquis (`emboscados´) fueron, tras finalizar la guerra civil, los huidos de la represión franquista cuyo destino era haber sido ejecutados pero que lograron escapar y esconderse con el fin de no tener tan desagradable y sangriento final, y quienes actuarían posteriormente ejerciendo la justicia por su cuenta vengándose de todo aquel que se cruzara en su camino o que hubiera actuado como ejecutor de la muerte de aquellos que no estaban dispuestos a doblegarse a las ideas del régimen de Franco.
Este grupo de personas no poseía casi armamento y no tenían una conciencia política de cómo estaban actuando, huían para salvar la vida, para no ser fusilados o para que no se les aplicara la Ley de Fugas (ejecución extrajudicial que consiste en simular la fuga de un detenido, especialmente cuando es conducido de un punto a otro, para poder así suprimir la fuerza que lo custodia y encubrir el asesinato del preso tras el precepto legal que permite hacer fuego sobre el fugitivo que no obedece). Para ellos ir al extranjero era un destino inaceptable ya que si intentaban acceder a Portugal el dictador Salazar los entregaría a Franco y en Francia se habrían encontrado con la ocupación nazi obteniendo el mismo final y cavando su propia tumba, así que optaron por ocultarse y vivir durante mucho tiempo al margen de sociedad.
En la sierra de Baza abundaban los cortijos y barrancos habitados por los Maquis y en más de una ocasión se produjeron altercados cuando la guardia civil intentaba capturarlos, como es el caso de lo ocurrido en El Barranco de la Fonfría, donde, tras una persecución con el fin de capturar a un grupo de Maquis, un guardia civil encontró la muerte cayendo por una chimenea de ventilación de una bocamina del barranco. Hoy día se conoce este lugar como La Bocamina del Guarda, en recuerdo a este hecho acontecido en aquella época. Los Maquis hicieron uso de sus mañas y escondites para defender sus ideales y su propia vida así como para demostrar que aún había esperanza en una dramática España que estaba siendo devastada por la actuación de un dictador cuyo propósito era liquidar a todo el que no compartiese sus ideales ni se dejara humillar por un Régimen que atentaba contra los derechos civiles.
Durante los años que existieron los Maquis, los campos y sierra de Baza se convirtieron en una caza de brujas, en lugares donde la muerte era el plato fuerte del día, en parajes donde la guardia civil pasaba las horas acechando cuevas y escondites con el fin de poder disparar y acabar con la vida de cualquiera del grupo que apareciera para luego colgarlo en la Plaza Mayor del pueblo (donde se ubica actualmente el museo) con el objetivo de atemorizar a los ciudadanos y ejemplificar lo que harían con cualquiera que perteneciera a ellos o los ayudase. Muchos vecinos de Baza aun recuerdan los episodios tan salvajes y aberrantes que la guardia civil les obligaba a presenciar en las plazas, mostrándoles los cuerpos asesinados y torturados de los Maquis que habían sido capturados y que habían colgado para que se pudiera presenciar aquella macabra obra digna de seres deleznables. Los guardias esperaban pacientes a que salieran de las cuevas para poder matarlos, y si no salían prendían fuego a estos habitáculos con el fin de que murieran quemados o asfixiados por el humo para después atar los cuerpos a los caballos y arrastrarlos por todo el pueblo en señal de triunfo. Estas acciones dieron lugar a que muchas familias que ayudaban a los Maquis, en silencio y a escondidas, aprovisionándolos de comida y vestimenta dejaran de hacerlo e incluso los delataran a la guardia civil, que los compensaba en ocasiones con remuneraciones económicas el haber roto el conocido `pacto de silencio´. El miedo se hacía eco en muchos de los pueblerinos que habían ayudado a este grupo y, tras varias traiciones, los Maquis decidieron no confiar en nadie, pero nunca optaron por rendirse y siguieron luchando demostrando su valentía, sobreviviendo, dictando sus propias leyes, ayudándose entre ellos y sin tener clemencia ante el fascismo ni ante quienes pudieran descubrirlos.
Mi abuelo, que vivía en el campo, me contó que caminando una noche hacia su casa con mi abuela y mi madre, que tendría unos cuatro años, se topó con un grupo de Maquis quedando aterrorizado ante tal situación sin poder mediar palabra pero creyendo que no iban hacerle daño porque él había ayudado a muchos de sus compañeros anteriormente. Él creía y compartía sus ideales y nunca los había traicionado, él había escondido a muchos de ellos y ni por todo el oro del mundo los hubiera delatado a la guardia civil. En ese momento se acercaron a él y un componente del grupo le dijo que siguiera su camino y que no dijera que había visto a nadie, que no quería hacer daño a personas inocentes pero tampoco quería que su grupo y él fueran perjudicados. Mi abuelo agachó la cabeza diciendo “Yo no he visto a nadie ni he escuchado nada”, le entregó, en señal de respeto y sin que el guerrillero se lo hubiera pedido, una bolsa con pan, leche y fiambre que llevaba, cogió a mi madre en brazos y agarró a mi abuela acelerando el paso y perdiéndose en la oscuridad de la noche hasta llegar a su casa.
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