La Vorágine acoge este viernes la presentación de un libro del periodista Carlos Hernández sobre los campos de concentración del franquismo
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Hasta diez campos de concentración hubo en Cantabria en la época franquista, lo que convierte a la comunidad a la que más instalaciones de este tipo tuvo, según ha documentado el periodista Carlos Hernández, autor de Los últimos españoles de Mauthausen, en su libro ‘Los campos de concentración de Franco’.
Hernández estará este viernes a las 19.30 horas en La Vorágine para presentar su libro, en una semana en la que se acumulan más citas que tratan de recuperar esa memoria. Previamente, fue entrevistado en EL FARADIO en ARCO FM (103.2)
LOS CAMPOS EN CANTABRIA
Tal y como se describe en el libro, si tenemos en cuenta las dimensiones de su territorio, Cantabria fue una de las regiones que albergó, proporcionalmente, un mayor número de campos de concentración: diez.
Y, a diferencia de lo ocurrido en la mayor parte del territorio nacional, buena parte de los campos cántabros fueron abiertos por las tropas fascistas italianas.
Ese es el caso de dos de los recintos que tuvieron una menor duración, los habilitados en Castro Urdiales y en Laredo.
También hubo otro en el aeródromo de Pontejos, cuyos prisioneros trabajaban para los aviadores nazis de la Legión Cóndor alemana.
Los campos más longevos fueron los instalados en el seminario de Santa Catalina en Corbán, en el Palacio de la Magdalena de Santander (su historia fue recuperada recientemente por una perfomance de La Surada Poética de La Vorágine) y en dos edificios de Santoña: el Cuartel de Infantería y el Instituto Manzanedo.
El resto de campos cántabros se repartieron así: uno en Torrelavega, dos más en Santoña (penal del Dueso y Fuerte de San Martín) y otro más en la capital cántabra que estaba formado por varios edificios emblemáticos como la Plaza de Toros, los Campos de Sport de El Sardinero y el viejo Hipódromo de Bellavista, concebidos como una unidad.
“UN HOLOCAUSTO IDEOLÓGICO”
«En los campos de concentración franquistas no hubo cámaras de gas, pero se practicó el exterminio y se explotó a los cautivos como trabajadores esclavos. En España no hubo un genocidio judío o gitano, pero sí hubo un verdadero holocausto ideológico, una solución final contra quienes pensaban de forma diferente», es una de las conclusiones que aporta Carlos Hernández de Miguel.
El libro consta de dos partes bien diferenciadas. En la primera de ellas se detalla, a través de los documentos oficiales, el proceso de creación y consolidación del sistema concentracionario franquista, definido así por el propio régimen y reflejado en documentación de sus archivos.
Un sistema que, además de los campos de concentración, contó también con centenares de batallones de trabajadores esclavos, y que nació poco después de la sublevación militar, pero que se prolongó durante buena parte de la dictadura.
La otra parte del libro relata el hambre, las torturas, las enfermedades, la muerte… que sufrieron esos cientos de miles de hombres y mujeres que pasaron días, meses o años entre las alambradas franquistas.
Después de tres años dedicados en exclusiva a investigar este capítulo olvidado de nuestra Historia, en los que ha visitado decenas de archivos, el autor ha logrado identificar 296 campos de concentración oficiales, abiertos en otras tantas ciudades y pueblos españoles.
Algunos de ellos fueron, en realidad, grandes complejos concentracionarios formados por varios recintos.
Es el caso de la ciudad de León, en la que se estableció un campo central en el monumental Hostal de San Marcos y otros tres de menor tamaño en Hospicio, el Colegio Ponce y Santa Ana. Algo similar ocurrió en Alicante, Guadalajara, Irún, Cáceres, Cartagena, Pamplona, Murcia y Bilbao
En base a la documentación analizada, el autor estima que pasaron por los campos de concentración franquistas entre 700.000 y un millón de españoles y españolas: las plazas de toros de Pamplona, Madrid, Málaga, Cáceres, Santander, Hellín, Castellón, Alicante, Plasencia, Valencia, Mérida o Ronda, recintos deportivos como el estadio del Viejo Chamartín en el que jugaba el Real Madrid, el campo del Puente de Vallecas también en la capital de España, los Campos de Sports de El Sardinero en Santander o el Stadium Gal del Real Irún, paradores de turismo como el Hostal de San Marcos en León y el Palacio Ducal de Lerma, dos de los campos más letales del franquismo, son actualmente unos lujosos Paradores de Turismo, centros educativos como la Universidad de Deusto en Bilbao, el colegio Miguel de Unamuno en Madrid o el instituto Marqués de Manzanedo de Santoña; y edificios religiosos como el convento de San Agustín en Igualada, el de los Carmelitas en Tarragona, el de las Claras en Murcia o el de San Pascual en Aranjuez.
TRABAJOS FORZADOS Y «REEDUCACIÓN»
Los oficiales del Ejército y los miembros más destacados de las organizaciones republicanas fueron asesinados o sometidos a juicios sumarísimos que les condujeron al paredón para ser fusilados o a prisiones en las que pasaron años encerrados en condiciones infrahumanas. El resto de los cautivos fueron utilizados como obreros esclavos en el propio campo o en batallones de trabajadores que construyeron centenares de infraestructuras.
Los campos de concentración de Franco persiguieron otro objetivo diseñado desde la cúpula militar franquista: amedrentar a los cautivos y lavarles el cerebro para evitar que pudieran representar una amenaza para la dictadura.
Los documentos oficiales y la prensa del Movimiento describían gráficamente cuál era el fin último de este adoctrinamiento forzoso que se llevaba a cabo en los campos: «Ganarlos para la causa de la nueva España, para la fe en Dios, para el amor a la Patria, para la veneración por el Caudillo providencial que nos rige…».
Diariamente eran obligados a cantar los himnos franquistas, realizar el saludo fascista, asistir a charlas “patrióticas” y participar en misas y otros actos religiosos. Todo ello en un entorno de malos tratos, humillaciones, enfermedades y hambre que formaban parte del proceso de deshumanización al que eran sometidos los prisioneros, mientras las mujeres eran encarceladas y los homosexuales hostigados hasta bien entrado el franquismo.
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