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Las víctimas asturianas de la represión franquista, con Gerardo Iglesias a la cabeza, reclaman que se haga justicia
AZAHARA VILLACORTA
Domingo, 7 noviembre 2021, 08:37
No había «ni un solo día» en el que Faustino Sánchez, 'Fausto', veterano militante antifranquista langreano, no le volviesen a la cabeza las horas en las que una paliza en la comisaría de Oviedo le dejaron con una costilla rota y los oídos sangrando durante tres horas, el tiempo que tardó el médico forense en llegar desde una procesión del Corpus, examinarle y enviarle hasta en cuatro ocasiones al hospital ante el temor de que muriese allí mismo. Y no había vez que le preguntasen que no recordase los nombres de sus torturadores y que no repitiese como una letanía que no quería morirse sin ver a «los pocos que quedan vivos y siguen impunes» sentados delante de un juez.
'Fausto' falleció el año pasado tras ver cómo los tribunales asturianos le negaban el amparo que pedía, un revés que, a pesar de las limitaciones físicas y la edad, no consiguió frenarle, porque rendirse nunca fue una opción. Así que, con los noventa cumplidos, en 2018, llegó hasta el Constitucional, que también le dio la espalda, al igual que a sus compañeros de lucha: los históricos comunistas Vicente Gutiérrez Solís y Gerardo Iglesias.
Pero 'Fausto' sabía que las batallas se dan hasta el final por más que sean otros los que lo alcancen, así que ahora ha sido Iglesias quien ha tomado el testigo y el mes próximo llevará ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos las torturas físicas y psicológicas perpetradas en la misma comisaría. El penúltimo cartucho al que se aferra el de La Cerezal después de acudir también a la Querella Argentina, presentada en 2010 ante un juzgado de Buenos Aires por víctimas, familiares y asociaciones memorialistas basándose en el principio de justicia universal y cansadas de toparse con el rechazo de los tribunales españoles a juzgar en España los delitos de lesa humanidad del franquismo.
«La de Gerardo es una, pero hay alrededor de ochenta querellas esperando a que se haga justicia», explica Jacinto Lara, uno de sus abogados, dispuesto a apelar incluso al Comité de Derechos Humanos de la ONU. Por Iglesias, por 'Fausto', por Vicente y por tantos otros. Cada vez menos.
Choni Álvarez Militante del MCA
«Me hicieron tragarme 'Mundo Obrero'»
Con poco más de veinte años, la avilesina Choni Álvarez estudiaba en Oviedo Geografía e Historia y militaba en el Movimientu Comunista d'Asturies (MCA). «Hasta que una noche, al volver a casa, cuando metí la llave en la puerta, sentí que dentro estaban escribiendo a máquina, pero no le di importancia. Pensé que sería mi padre cuando, al entrar, vi que era un registro». Corría septiembre de 1975. «No se me olvida», aún se estremece esta mujer que se encontró con todas sus cosas patas arriba y la suerte echada.«Vas a tener que acompañarnos. Ycome algo, porque va para largo», le espetaron.
Su destino: la Comisaría de Policía de Avilés, donde las palizas fueron «especialmente brutales contra varias mujeres vinculadas al MCA, a una de las cuales existe constancia de que llegaron a violara con un vergajo», escribe en su último libro el investigador Eduardo Abad. Un escenario de terror en que «también fue torturado, después de la muerte de Franco, el militante socialista Marcelo García, quien trató infructuosamente de denunciar las torturas ante el juez. No fueron los únicos casos. La policía golpeó igualmente a varios militantes de las Juventudes Socialistas y causó una lesión cerebral a un muchacho».
Choni no fue la excepción. «Enseguida uno de ellos se quitó el sello de oro que llevaba en la mano y empezó a darme hostias. Hostias en la cara, en el culo, donde pillaban... Luego entendí que era para no dejarme marcas», relata el inicio de tres días de calvario en los que no faltaron las humillaciones verbales («me llamaron de todo menos guapa») ni las torturas psicológicas:«Me bajaban a los calabozos y, cuando sonaba un timbre, me volvían a subir. Por la mañana, de madrugada... Cada pocas horas. Era su técnica para no dejarte descansar y presionarte para que delatases a los compañeros. Cada vez que sonaba el timbre, me echaba a temblar. Me ponían de rodillas frente a una bandera con la hoz y el martillo y me iban pasando fotos de gente para que cantase, y venga hostias. Ome amenazaban con el trabajo de mi padre, que estaba en Ensidesa». Una saña en la que llegaron a ponerle delante una pistola con un:«Si la quieres utilizar, te puedes pegar un tiro». Y a colocarla en una camilla, donde la obligaron «a tragar a cachos 'Mundo Obrero'. También había uno al que llamaban 'El gallego' que me acariciaba el cuello en plan baboso. Me daba un asco que quería vomitar. Me negué a comer y, a los tres días, me dijeron que pasaba al juzgado, donde me esperaba Antonio Masip». Masip, abogado defensor de muchos detenidos, constató que «el año de la muerte del dictador se contabilizaron hasta 27 casos de torturas en Asturias». Choni, que tuvo que huir a Madrid, se encontró a uno de sus torturadores años más tarde:«Y, si no me frenan, no sé que le hago». Profesora de instituto jubilada, sigue «luchando por una democracia real, que no es la que tenemos».
Vicente Gutiérrez Solís Dirigente del PCE
«Me rompieron un diente a puñetazos»
Vicente Gutiérrez Solís abre la boca y enseña un hueco sin incisivo, testigo mudo de su sufrimiento. «Metiéronme tal puñetazu que me rompieron el diente desde la raíz, por dentro. Sufrí mucho hasta que escapé a la Unión Soviética y me lu arreglaron», hace memoria a sus casi 89 años el histórico dirigente comunista langreano, víctima una durísima represión que incluyó detenciones, palizas, persecuciones y cárcel.
Él, que fue 'fichado' por un régimen que le impidió trabajar durante dieciocho años, es uno de los luchadores antifranquistas que ha denunciado ante la justicia argentina las torturas que padeció a manos de «verdugos» como Claudio Ramos, «un bandido», y su número dos, Pascual Honrado de la Fuente. «Esto es lo que hicieron Honrado y compañía», señala al vacío este hombre que afrontó consejos de guerra, una deportación y ocho detenciones que le dejaban durante días sin comida, entre golpes y amenazas con «el cable», las temidas descargas eléctricas, y el agua helada tirada sobre el suelo del calabozo. «'Pascualón' me tuvo en sus manos cuatro o cinco veces. Hicieron conmigo todo lo que les dio la gana, como con los demás compañeros», acusa Vicente, que, a pesar de los achaques, no olvida. Ni perdona:«Me pegaban con una punta de buey y me metían en una rueda de tres o cuatro. Unos se hacían los buenos, otros los malos, y, a última hora, todos te daben: por delante, por detrás, por tolos sitios». Yjamás ha podido deshacerse tampoco del recuerdo de los calabozos, del escalofrío hasta los huesos:«Te metían en el sótano, que era una gorrinera, ni para los cerdos, y ahí estábamos, con una mantona. Cada vez que me acuerdo de aquella manta muérome del ascu. Ni de la imagen de sus manos, «enormes, como les de un oso». Un discípulo aventajado de Ramos, que, «cuando quería, calentábase también dándote hosties. O bajábente a los calabozos y volvían a subite a las dos o las tres de la mañana. Veníen borrachos y cogíente en un momento difícil porque estabes en comisaría, con los nervios de punta, y llegaben a insultarte, machacate y amenazate con la familia».
Gutiérrez Solís se despertó entre pesadillas y sudores fríos hasta mucho tiempo después de aquello:«Ahora ya no tanto, pero tuve una temporada dura en la que cada poco me venía la policía a la cabeza, pasaba la noche peleándome, saltaba de la cama...». Y, aunque acaba de ver cómo el Constitucional rechaza ampararle tras presentar una querella por un delito de lesa humanidad y otro de torturas, resiste firme:«Aquí no se rinde nadie. Resistir fue lo que hicimos toda la vida y hasta el últimu suspiru estaremos exigiendo la condena del régimen franquista y de todos los torturadores que, como 'Pascualón', todavía andan por ahí. Queden pocos, ye verdad, pero cuidado, porque otros lobos ya están aquí».
Anita Sirgo Militante comunista
«Me arrancaban la carne con la navaja»
Decir Anita Sirgo (Lada, 1930) es hablar de un símbolo de la resistencia, una mujer imprescindible e irreductible sin la que 'La Huelgona' que prendió la mecha de los cambios políticos en la España franquista no hubiese sido lo que fue. En la historia de la lucha obrera han quedado escritos episodios como aquel en el que aquellas mujeres enormes y bravas –que dejaron las cocinas para luchar contra «las condiciones de miseria» de los mineros, organizando piquetes, apostadas al pie de los pozos– lanzaban maíz a los esquiroles «para llamarles gallinas».
Pero tanta osadía desató una violencia ciega y a Anita y su marido, Alfonso Braña, militantes comunistas, les ordenaron presentarse en Sama, donde les esperaba el capitán Antonio Caro. Él fue primero. Ella, poco más tarde, con su amiga y camarada Tina Pérez. «Cuando ya estábamos en el calabozo, yo empecé a dar golpes en la pared con el zapatu porque me dio que allí estaba el mi hombre y él contestó desde el otro lado. Quedamos tranquiles, pero, como a les dos de la mañana, empezamos a oír cerrojos, gritos y palos, así que Tina y yo nos pusimos a dar voces para que el pueblu enteru nos oyese, a llamarlos criminales, asesinos... No paramos hasta que no vinieron por nosotras también».
Fue el preludio siniestro a un interrogatorio que dejó un reguero sangriento a su paso. «Primero vivieron a por Tina, que volvió con el pelo rapado y hecha un Cristo. Luego, vinieron a por mí, que tenía una melena preciosa, y empezaron con la técnica:«Poníen les fotografíes en la mesa y yo les decía: 'No lu conozco'. Yellos:'¿Cómo no lo vas a conocer, hija de puta?', y me daban una hostia, pero no nos doblaron porque no delatamos a ningún compañeru». Puñetazos en la cara que le reventaron el tímpano y que la dejaron sorda de un oído. Patadas en el estómago, los riñones, la espalda. «Se me ocurrió decirles que estaba embarazada y Caro contestó: 'Un comunista menos'». La venganza de los represores fue terrible:«Mientras un cabo me tiraba de los mechones, yo, del dolor, me levantaba de la silla, porque te rapaban con una navaja y te iben arrancando la carne».
Tina moriría poco después y Alfonso, desfigurado, «salió con una cruz de sangre en la cabeza» y estuvo varios meses escupiéndola. Anita se negó a ponerse una pañoleta que le cubriese la cabeza y fue enviada a la cárcel de Oviedo. Hoy, con 91 cumplidos y la energía intacta, esta mujer que también tuvo que vérselas con Claudio Ramos («nos recibió con los pies encima de la mesa, como si fuese un vaquero»)ha acudido a la justicia argentina y continúa buscando a su padre, «tirado en cualquier cuneta», yendo allá donde se lo piden a hacer memoria y batallando por las causas que considera justas:«Hoy más que nunca, la izquierda tiene que estar unida y organizada, porque volvieron los mismos y ye una auténtica vergüenza que estén en el Parlamento. La lucha ye de todos y en casa no hacemos nada».
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