dimarts, 9 d’agost del 2022

El barranco de Víznar devuelve los restos de más de una decena de mujeres fusiladas en la Guerra Civil.

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Detalle de un dedal encontrado junto a los restos.

Álvaro López


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El habitual silencio que invade un entorno tan triste como el del barranco de Víznar se rompe con un grito de emoción. Es el de Silvia González, documentalista de la Asociación Granadina para la Recuperación de la Memoria Histórica (AGRMH). “¡Puede ser Eloísa! ¡Puede ser Eloísa!”, repite mientras revisa el listado de víctimas que tiene en su mano. Un botón que se resiste a desaparecer al paso del tiempo, y que se posa sobre lo que algún día fue su pecho, ha servido de pista para fijarse en un cuerpo que es más pequeño de lo común y que parece indicar que perteneció a una joven de menos de 20 años. Su nombre podría ser Eloísa y su historia es la de la injusticia de una muerte prematura por un asesinato en plena Guerra Civil. Ella es una de las doce mujeres que han aparecido en una misma fosa en Víznar y que constatan que la herida por la memoria histórica sigue abierta y lejos de cicatrizar.

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Por segundo año consecutivo, un equipo interdisciplinar coordinado por la Universidad de Granada (UGR) y la Asociación Granadina para la Recuperación de la Memoria Histórica está exhumando cuerpos fusilados del barranco de Víznar. Entre el año pasado y este, se han recuperado ya 40 y se espera que acaben siendo muchos más. Según los documentos recogidos en su día por el periodista granadino Eduardo Molina Fajardo, el número de personas que se encuentran en este lugar puede acercarse a las 300. De momento, los sondeos y las excavaciones no solo le dan la razón, sino que el trabajo de documentación de la AGRMH está dando pasos hacia adelante para saber más sobre sus vidas y recuperar su legado dándoles dignidad. De esta forma ya han contactado con más de 80 familias que buscan a sus seres queridos entre los restos.

La inversión está haciendo posible en esta ocasión que los trabajos vayan más rápido que hace un año. Gracias a un convenio con la Junta de Andalucía que hace uso de fondos del Ministerio de Presidencia, los trabajos cuentan con un presupuesto de 135.000 euros que ha permitido contratar a ocho técnicos que hacen diferentes labores de identificación de campo y laboratorio. Esta segunda campaña comenzó en abril y acabará en septiembre cuando ya se hayan abierto cinco fosas y se hayan podido extraer más de una treintena de personas que llevan más de 86 años enterradas sin dignidad tras haber sido fusiladas por los fascistas en los primeros meses de la Guerra Civil. Imaginar cómo fueron sus últimos momentos sobrecoge. Caminando por un terreno yermo desde un antiguo barracón colegial, situado a un kilómetro, reconvertido a cárcel y llamado La Colonia, muchos de los fusilados acudieron allí sabiendo que sería lo último que vivirían.

Algunas de las víctimas excavaron incluso sus propias fosas y o bien fueron asesinadas al borde de estas en ese momento o tuvieron que regresar a La Colonia conociendo el lugar en el que horas después serían ejecutadas. La inmensa mayoría fueron hombres, por eso llama mucho la atención que entre los fusilados haya al menos una treintena de mujeres. Doce de ellas comparten el día de su muerte y el espacio en el que llevan enterradas desde hace 86 años. En esta segunda campaña han sido el gran hallazgo del equipo que trabaja en el barranco de Víznar y que, sabiendo que estaban en alguna fosa común del entorno, no sabían cuándo las encontrarían. Sin embargo, a falta de hacer los estudios genéticos, las pistas sobre el terreno son las que avanzan que se trata de las doce mujeres fusiladas el 6 de octubre de 1936. La mayoría eran modistas y los dedales encontrados junto a ellas lo demuestran.

“Impresiona bastante”, sostiene Francisco Carrión, profesor del Departamento de Prehistoria y Arqueología de la UGR que lidera las exhumaciones. “Es la primera fosa tan grande con un número tan elevado de mujeres. Con profesiones que se habían recogido en estudios históricos y que nos hablan desde costureras a sirvientas y algunas de ellas muy jóvenes. Estoy especialmente sensibilizado con este hallazgo”. Una sensibilidad que se nota sobre todo en los ojos de Silvia González, la documentalista de la AGRMH. “Esto para las familias es una inyección de esperanza. Querían hacerlos desaparecer a todos, pero estamos consiguiendo encontrarlos”. De hecho, la propia configuración del barranco delata las intenciones de los asesinos. El terreno era yermo y no tenía más que matorrales, pero hoy está repleto de pinos. “Sabemos que hubo militares de la falange que vinieron a plantar los árboles para que el entorno quedase oculto. Llegaron a decirnos en su día que a las víctimas se les había enterrado con cal viva para hacernos perder la esperanza de que quedasen restos”.

Un trabajo meticuloso

Gracias al tesón y a la ilusión de este equipo que lideran Carrión, González y Rafael Gil Bracero, profesor de Historia Contemporánea de la UGR, es posible que el dolor de tantas familias pueda ser reparado. “Desde el punto de vista de la Asociación Granadina para la Recuperación de la Memoria Histórica (AGRMH) nos congratula que las familias puedan tener la esperanza de poder identificar a sus seres queridos. Sabemos que es un empeño difícil, porque de los varios cientos que se calcula que puede haber, no tenemos la certeza de dar con todos los restos. Es un paraje bastante complicado, aunque vamos a hacer todo lo posible para sacar esos restos de unas vidas segadas por el terror”, sostiene Gil Bracero. “El estudio antropológico de los restos nos pone en evidencia de una realidad que ha querido estar oculta durante los años del franquismo y una parte de la transición es la evidencia del terror que vivió Granada durante la guerra”.

Ese terror aún se percibe en las fosas de Víznar. Impresiona ver las posturas en las que aparecen los restos humanos y es sencillo poder visualizar cómo fueron arrojados a la tierra sin el más mínimo reparo. Así, los trabajos para extraer los huesos se hacen más complicados. “Primero hay que hacer la excavación para llegar al depósito de individuos. En una fosa con doce personas podemos tardar un mes perfectamente por la dificultad que entraña sacar los restos completos de los individuos. Como no están ordenados, sino desordenados en la fosa, hay que actuar con mucha precaución. Hay que ser muy precisos en que el pie de un individuo no sea el de otro. Necesitamos saber cuáles hay que sacar primero y cuáles después, para evitar que haya contaminación de los restos entre ellos. Una vez que se han extraído, se llevan al laboratorio y se limpian. Una vez limpios se extienden sobre las mesas para hacer el estudio antropológico completo. Aunque en campo haya una primera apreciación, en el laboratorio se acaban cotejando los restos”, explica Francisco Carrión.

En esa primera fase de los trabajos es en la que emergen las primeras señales de quiénes son y cómo llegaron a ser asesinados en este paraje. En la fosa de las doce mujeres, los técnicos sobre el terreno explican que hay al menos una joven que es probablemente menor de 20 años y que, si las pesquisas de Silvia González son correctas, sería Eloísa, fusilada con apenas 15 años. También hay al menos dos mujeres de avanzada edad que fueron madres porque así lo demuestran sus restos. Sus vestigios configuran el macabro recuerdo de unas vidas injustamente segadas. Hay restos de dedales, de botones, se aprecian las suelas de los zapatos y resulta visible a simple vista que son mujeres por la forma de los huesos y por el menor tamaño de los cuerpos. Si se guarda silencio, casi es posible viajar en el tiempo y empatizar con la angustia y el miedo de quienes están ahí enterradas.

Precisamente silencio es lo que mucho tiempo hubo en casa de María José Suárez. Ella es sobrina nieta de Rosario Fregenal, una de las mujeres más populares de la Granada de principios de siglo. Su cuerpo, como el de otra treintena de mujeres, ha permanecido oculto bajo metros de tierra e indiferencia de las instituciones durante más de ocho décadas. Ahora, esta segunda campaña de exhumaciones le permite recuperar la esperanza de darle dignidad a su tía abuela y poder enterrarla junto a su madre y sus hermanas. Porque dignidad es la palabra que más se repite en la conversación con María José Suárez. La misma que trataron de arrebatarle a su familia y que ella ahora renueva con orgullo.

El asesinato de Rosario Fregenal

Un corsé abrazado a los restos de lo que parece ser una mujer ha acercado más que nunca la ilusión de reencontrarse con alguien a quien jamás conoció en persona, pero cuyo legado ha sido el motor de María José durante toda su vida. Aunque es pronto para asegurar que ese corsé y ese cuerpo sean el de Rosario Fregenal, hay indicios que permiten pensar que podría ser ella. “Silvia González me ha advertido con cariño de que puede que no sea mi tía abuela, pero a mí no me importa. Solo con el hecho de que estén trabajando en buscarlos a todos, ya es un regalo para las familias. Compartimos alegrías cuando se identifican los restos”, confiesa María José Suárez.

La historia de su tía abuela es más que interesante. “Era una mujer conocida. Mi tía pertenecía a una familia republicana de toda la vida”. Rosario era la mayor de siete hermanos y como muchas personas de principios del pasado siglo, no pudo ir a la escuela porque tuvo que dedicarse a ayudar a su padre en la zapatería familiar. De Granada capital, era una persona querida por sus vecinos porque “ayudaba con lo que podía y con lo que no”. Costurera, su sobrina nieta cuenta que “con los trozos de tela que conseguía se hacía ropa para ella que acababa regalando a los que lo necesitaban”. Su madre llegaba a reñirle preguntándole que si salía a la calle a ver cómo pensaba volver si regalaba tanta ropa. “Mamá, yo no la necesito, me hago otra”, decía ella.

Pronto, gracias a la influencia de su padre, se enroló en la política local de la mano de las formaciones republicanas de la época. Aunque no fue a la escuela, era autodidacta y aprendió a leer y a escribir por sí misma. “Siempre estaba leyendo”. Fruto de su cultura, se afilió al Sindicato de la Aguja que defendía cuestiones tan básicas, pero imposibles para la época, como que las costureras pudiesen trabajar sentadas. Entabló una gran amistad con Fernando de los Ríos, políticos socialista y ministro en la Segunda República. De su mano, su posición política quedó siempre definida del lado de las libertades y el progresismo, lo que a la postre significaría su sentencia de muerte.

Pocos meses antes de estallar la Guerra Civil, en las elecciones de febrero de 1936 que ganó el Frente Popular, Rosario Fregenal vivió un episodio que para su familia y para ella misma significó un antes y un después. Acudió a una mesa electoral en la que no estaba de apoderada, pero de visita comprobó que uno de los miembros de las mesas era menor de edad. Le conocía por haber cosido ropa para su novia. Por entonces, corría el rumor de que la derecha pretendía impugnar las elecciones si ganaba la izquierda al alegar que había menores en las mesas electorales que ellos mismos habían colocado. Al percatarse de la situación, Rosario denunció la irregularidad y se enfrentó agriamente con uno de los fascistas allí presentes. Su nombre, Daniel el Cabrero, ha perseguido a la familia de Rosario por el resto de sus días ya que este hombre fue uno de los principales responsables de su muerte.

Con la Guerra Civil ya iniciada, Rosario Fregenal fue detenida dos veces y puesta en libertad en ambas ocasiones. Hasta el 12 de octubre de 1936. Aquel día, tras comer con su madre y sus hermanas, sus captores llamaron a la puerta de su vivienda, aún hoy en pie. La buscaban a ella. Rosario, antes de entregarse, se percató de que uno de los agentes que la iban a detener era el infame Daniel el Cabrero con el que se había enfrentado en aquella mesa electoral. “Voy a subir a por una chaqueta y ahora vuelvo”, dijo. En ese momento, las hermanas y la madre de Rosario hicieron un cordón humano dándose las manos, para evitar que los captores se llevasen a la hija mayor de la familia. Como respuesta, uno de los agentes agredió con la culata de su pistola a la madre de Rosario y esta cayó al suelo. Rosario, al bajar del segundo piso, encontró así a su madre y se lanzó a ayudarla, pero sus captores no le dejaron. Se la llevaron y nunca más supieron de ella, aunque incluso el compositor Manuel de Falla trató de mediar para salvarla.

Solo una de sus hermanas mantuvo algo más el contacto. Durante casi un mes, acudió al Convento de San Gregorio, situado muy próximo a Plaza Nueva, para llevarle comida. Pero el 2 de noviembre todo cambió. “Chiquilla, no traigas más comida que donde está tu hermana ya no necesita comer”. Así, supieron que Rosario había sido fusilada con 45 años. Poco tiempo después conocieron que había muerto en el barranco de Víznar que hoy se abre en canal para reparar aquellas heridas. “Un día después de matar a Rosario intentaron llevarse a uno de sus hermanos, pero alguien intercedió y se libró”. El azar del destino quiso que fuese fusilada junto con otras tres mujeres y no junto con cuatro. La cuarta se libró al filo de la fosa porque uno de los asesinos la reconoció y decidió indultarla.

“Desde entonces en mi familia nunca se ha hablado de aquello. Seguía habiendo miedo”, explica María José Suárez. Ella misma recuerda cómo su abuela, hermana de Rosario, lloraba a menudo en una terraza. “¿Qué te pasa, abuela?”, le preguntaba ella. “Los recuerdos, cariño, los recuerdos”. Recuerdos que marcaron a la sobrina nieta de Rosario que siente que ha recogido el legado de su tía abuela. “Siempre he querido encontrarla y cuando supe hace año y medio que iban a abrir el barranco de Víznar, me invadió una sensación de esperanza”. Su madre, sobrina directa de Rosario, ha seguido viva hasta hace pocos meses y supo que era posible que encontrasen a su tía, pero ni siquiera ella se atrevía a hablar de lo ocurrido. Sin embargo, ya en su lecho de muerte, tuvo un gesto que habló por sí solo. “Cuando a mi madre le quedaban días y estaba moribunda, le pedí el favor de poder tomarle muestras de ADN. Le dije ”Mamá, abre la boca que es para encontrar a la tía Rosario“. Y abrió la boca”, recuerda entre lágrimas.

“Familias como la mía solo queremos que nuestros seres queridos sean enterrados con dignidad. A mi hija le he dicho que, si yo me muero de forma repentina, que por favor no deje de buscar a la tía Rosario”. Unas palabras que resuenan en todo el barranco si se escucha a cualquiera de los descendientes de los fusilados. Porque se trata de dignidad y de reparación, ni siquiera ya de represalia. “Queremos que la gente joven no olvide lo que pasó y que se recuerde a las víctimas”. Una empresa en la que todos los implicados se sienten unidos. Por Eloísa, que con solo 15 años fue asesinada o por Rosario Fregenal, cuyo legado pervive, los trabajos en el barranco de Víznar no se detendrán. La memoria histórica debe existir para no olvidar y desde Granada no faltarán esfuerzos.