Todo comenzó con el hallazgo de un revelador documento administrativo entre los legajos del archivo municipal de Esporles (Mallorca). De entre los innumerables papeles emergió una misiva sellada por el Ayuntamiento. Bajo el epígrafe 'Saludo a Franco. ¡Arriba España!', el Consistorio procedía a ordenar la expulsión de Leo Israel Frischer, fotógrafo afincado en este municipio de 5.200 habitantes ubicado en plena Serra de Tramuntana. El motivo: “Por origen resulta indeseable para la nueva España”. Era junio de 1940, Frischer era alemán de origen hebreo y el franquismo había estrechado fuertemente sus lazos con el nazismo en aras a poner cerco a sus “enemigos” comunes. “En territorio nacional no puede quedar ni un judío, ni un masón, ni un rojo”, podía leerse en los titulares.
Dos años antes, el 31 de agosto de 1938, el Reichsführer de las SS y uno de los principales ideólogos del Holocausto, Heinrich Himmler, había firmado un acuerdo con el ministro de Orden Público de la España franquista, Severiano Martínez Anido, por el cual se establecía la extradición mutua de “delincuentes políticos” que fuesen detenidos en ambos países, así como el intercambio policial de información sobre todos ellos. Mientras se cerraban las sinagogas y la prensa y los libros escolares se henchían de discursos discriminatorios, los fascistas sublevados en 1936 contra el gobierno de la Segunda República comenzaron a jalear, en una suerte de reivindicación del legado antisemita de los Reyes Católicos, la persecución del pueblo judío.
Junto a Frischer, decenas de germanos de origen hebreo radicados en Mallorca y Eivissa recibieron similares instancias de expulsión una vez finalizada la Guerra Civil. Todas ellas estaban fechadas el 6 y el 7 de junio de 1940. “En unos días determinados, José María de la Blanca Finat y Escrivá de Romaní [entonces director general de Seguridad y hombre de máxima confianza de Franco] ordena la expulsión de todos los judíos que están refugiados en Balears”, subraya en declaraciones a elDiario.es el investigador Pere Bueno, guionista, junto a Juan Pérez Bordoy, del documental L'alemany de la botiga de fotos, dirigido a su vez por Luis Pérez Bordoy.
Sin constancia en el resto del Estado
Bueno asegura no tener constancia, sin embargo, de si estas expulsiones dictaminadas en unos días específicos se produjeron únicamente en las islas o si también tuvieron su réplica en el resto del Estado. “Lo que sí sabemos es que fue una acción política y concreta”, asevera tajante.
El documento administrativo que contiene la orden de que abandonase el país fue hallado por el grupo de memoria histórica de Esporles, uno de cuyos integrantes, Guillem Mir, recopiló en 2016, junto a Arnau Alemany y Bartomeu Garau, las biografías de 157 represaliados por el franquismo en el libro Les petjades dels oblidats. La repressió a Esporles. Las indagaciones en torno a Frischer llevaron más adelante a los autores del documental a sumergirse en la vida del fotógrafo para reconstruir su paso por Mallorca cuando el resto de Europa comenzaba a tambalearse. Años antes, el periodista José Miguel López Romero había publicado Los Indeseables, en que daba cuenta de la persecución a la que también fueron sometidos los judíos alemanes que residían en Eivissa.
La historia de Frischer
Frischer había nacido en Breslau, al igual que el violinista polaco Siegfried Goldenkranz, otro de los refugiados que encontró cobijo en la isla mientras el terror se expandía por Europa. Durante los años veinte, Leo regentó junto a su mujer, Elsa, una tienda de fotografía en Hamburgo. Sin embargo, como relata el documental, los días felices del matrimonio no durarían mucho: en septiembre de 1935, el régimen nazi aprobaba las Leyes raciales y antisemitas de Nuremberg, que preconizaban la superioridad de la raza aria y cuyo espíritu no tardó en extenderse en países como Francia, Italia y Suecia, que, siguiendo los pasos de Alemania, crearon sus propias normas segregativas.
La fuerte ola represiva desatada a partir de entonces, apuntalada en noviembre de 1938 por el sangriento pogromo llevado a cabo contra los judíos en la conocida como la 'Noche de los cristales rotos', llevó a los Frischer a tomar una decisión que marcaría el resto de sus vidas: dejar atrás su patria y todo lo que habían construido hasta entonces para huir del horror nazi. Junto a otros dos matrimonios, se embarcaron con lo puesto en una odisea que les llevó a Tánger como destino inicial. Finalizada la Guerra Civil en España, Leo y sus compañeros marchan a Barcelona y, de ahí, a Mallorca, convertida durante los años treinta en refugio de importantes colonias de alemanes que habían huido con el auge del nacionalsocialismo y que estaban integradas, entre otros, por el novelista Franz Blei y el pensador Konrad Liesegang.
La fuerte ola represiva desatada en Alemania llevó a los Frischer y a miles de germanos de origen judío a tomar una decisión que marcaría el resto de sus vidas: dejar atrás su patria y todo lo que habían construido hasta entonces para huir del horror nazi
Sin embargo, Balears no era ajena a los vínculos con el nazismo. Como documentó el historiador Josep Massot i Muntaner, ya desde 1934 y hasta la caída del Tercer Reich en 1945, agentes nazis camparon a sus anchas por la isla, con Palma como centro de operaciones del consulado alemán. El diplomático Harry Kessler llegó a afirmar incluso que en las calles de la capital balear se podía escuchar hablar alemán tanto como en los Campos Elíseos de París. “Los nazis contaban con el visto bueno de Franco”, subraya, por su parte, la filóloga Francisca Roca Arañó, autora de la tesis La imagen de Mallorca en la novela del exilio alemán, en la que explica cómo los secuaces de Adolf Hitler y los falangistas colaboraron estrechamente durante largo tiempo, incluso mucho después de haber finalizado el conflicto bélico.
La isla se convirtió, incluso, en el único lugar de la geografía española en el que se ha documentado la existencia de expedientes de sangre en plena vigencia de las leyes de Núremberg: las mujeres de Mallorca debían obtener un certificado de pureza sanguínea si querían contraer matrimonio con militares italianos y alemanes, una práctica de la que no se ha hallado constancia en el resto del archipiélago como tampoco en otras regiones del país.
Tras pedir asilo como refugiados, Leo y uno de los matrimonios, el conformado por Hans y Lizzi Mayer Claassen -Elsa, que no era judía, había logrado exiliarse en Inglaterra-, se establecen en Esporles. A 22 kilómetros de Palma, la tranquilidad parece estar garantizada, alejados del clima de terror y recelo que, pese al fin de la guerra, continúa respirándose. Como revela L'alemany de la botiga de fotos, Leo Frischer se instala en una vivienda situada en el número 11 de la calle Sant Pere, entonces la más comercial del municipio. Allí, como ya hiciera en Hamburgo, instala una tienda de fotografías. Las imágenes de las familias, las comuniones y las bodas inundan su escaparate. Frischer aprende poco a poco español y comienza a establecer una relación de confianza con sus vecinos.
El discurso de final de año de Franco
Pero en su discurso de final de 1939, Franco no deja lugar a dudas: “Ahora comprenderéis los motivos que han llevado a distintas naciones a combatir y a alejar de sus actividades a aquellas razas en que la codicia y el interés son el estigma que les caracteriza, ya que su predominio en la sociedad es causa de perturbación y de peligro para el logro de su destino histórico. Nosotros, que por la gracia de Dios y la clara visión de los Reyes Católicos, hace siglos nos liberamos de tan pesada carga, no podemos permanecer indiferentes ante esta nueva floración de espíritus codiciosos y egoístas”. La persecución no ha finalizado y la presión se cierne sobre los refugiados afincados en Esporles y en otros tantos puntos de Mallorca y Eivissa.
Como exponen los documentalistas, el 29 abril de 1940 el Gobierno Civil de Balears reclama un informe sobre las actividades de Frischer y otros dos ciudadanos con antecedentes de izquierdas. Y un día recibe el documento en el que se le insta a que “se presente a la mayor brevedad en esta comisaría de investigación y vigilancia” para comunicarle la orden de expulsión del territorio español ordenada por la Dirección General de Seguridad. El mandamiento es de obligado cumplimiento y, junto a las decenas de alemanes de origen judío que reciben la misma instancia, tiene diez días improrrogables para abandonar el país.
En una huida desesperada, Leo consigue un pasaporte falso y huye de Mallorca en barco. No así el matrimonio formado por Ernst e Irene Heinemann, quienes residían en el barrio palmesano de El Terreno, antaño refugio de intelectuales y bohemios: tras leer la carta de expulsión, ambos tomaron la determinación de quitarse la vida. En Eivissa, refugiados como Rodolfo y Didier Eberle, Hermine y Werner Holzinger y Helmut Wallach, quienes también habían huido de Alemania tras el ascenso de los nazis al poder, acabarían expulsados de la isla tras recibir la misma notificación.
Tras leer la carta de expulsión, el matrimonio formado por Ernst y Irene Heinemann, residentes en el barrio palmesano de El Terreno, antaño refugio de intelectuales y bohemios, tomaron la determinación de quitarse la vida
Pese al misterio que hasta hace unos años rodeaba al destino que deparó a Frischer, los documentalistas averiguaron que el fotógrafo partió hacia Barcelona, donde fue detenido cuando se encontraba en su pensión y conducido en tren hasta Irún, en la frontera con Francia. Desde ahí fue trasladado hasta uno de los numerosos campos de concentración impulsados por Franco como método de represión, el de Miranda de Ebro (Burgos), abierto en 1937 bajo el asesoramiento de las SS nazis. La instalación permaneció abierta hasta 1947 y se convirtió en el último campo que se clausuró en España. El fotógrafo alemán estuvo internado en él durante tres años hasta que, finalmente, logró salir del país y llegar a Gales, donde volvió a reunirse con su mujer. Ambos volvieron a regentar una tienda de fotografía.
Mallorca, no tan idílica
Como Frischer, con el auge del nazismo centenares de germanos buscaron en Mallorca y Eivissa la anhelada paz que se escurría de sus manos en Alemania. Sin embargo, con el golpe de estado fascista en España y el estallido de la Guerra Civil, la mayor de las Balears dejó de ser el idílico lugar que, mucho tiempo antes, George Sand había plasmado en su obra o Santiago Rusinyol había dibujado en sus pinturas. Como subraya el historiador Miquel Josep Crespí Cifre, durante el conflicto bélico la isla fue “cruel y terrible”. No en vano, en ella, al igual que en Eivissa, se desataría una dura represión perfectamente ejecutada por falangistas, militares, autoridades civiles, redes clientelares de derechas, capellanes e, incluso, por familiares de las propias víctimas. Fue, además, uno de los primeros lugares del país en los que los presos del franquismo acabarían encerrados en campos de concentración.
Cuando la caída del Tercer Reich era prácticamente un hecho y un nuevo escenario internacional entraba en escena, las autoridades franquistas quisieron borrar todo vestigio de su colaboración con el Tercer Reich construyendo el falso relato, desde el punto de vista humanitario, de que Franco había salvado a miles de judíos del exterminio nazi. Una campaña propagandística que, tras la derrota del Eje en la Segunda Guerra Mundial, el franquismo se ocupó de difundir por motivos diplomáticos e incluso económicos, tratando de evitar las represalias de los vencedores del conflicto y ganarse el favor de la opinión pública internacional.
Sin embargo, lo cierto es que, de acuerdo a las pruebas y testimonios recopilados hasta el momento, Franco tuvo una importante responsabilidad en la deportación y el exterminio de judíos. En una investigación que cristalizó en el libro Los últimos españoles de Mauthausen, el periodista Carlos Hernández alude al asesinato de de hasta 50.000 personas de origen sefardí, así como a la deportación de más de 9.000 españoles que acabaron en los campos de concentración nazi. La mitad de ellos no salieron con vida.
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