Juanarete y Manuel Granell retratan en el cómic 'Plomo y gualda' a los refugiados españoles durante el exilio del presidente de la Segunda República en Francia.
MADRID
Manuel Azaña podría ser simplemente la excusa. Un presidente en el exilio, perseguido por las huestes franquistas, en una Francia atestada de refugiados españoles. Un intelectual que, antes de intuir el final de sus días, atraviesa los Pirineos con la firme convicción de no regresar a España. Un hombre encamado que ya no podrá verse forzado a la extradición, pero tampoco ser un republicano más embarcado en un buque rumbo a Veracruz.
El subtítulo de la novela gráfica alude, sin embargo, a su entierro en Francia. Y el título, a un imborrable recuerdo de juventud, cuando cabalgaba por los montes de Alcalá de Henares junto a su hermano y, oteando el horizonte, proclama: "Plomo y gualda tenían los cielos, con fulgores de maravilla". Una escena que se proyecta una y otra vez en su cabeza, poco antes de su fallecimiento, en una habitación del Hôtel du Midi de Montauban.
"Es el macguffin que hemos empleado para hablar de personajes como Juan Negrín, Lluís Companys o Cipriano Rivas Cherif, hermano de Dolores, la esposa Azaña, así como de otras personalidades muy cualificadas de la Segunda República perseguidas por el Servicio Exterior de Falange", explica el guionista Juan Pérez Fernández, Juanarete, coautor de Plomo y Gualda (GP Ediciones), cuyas ilustraciones corren a cargo de Manuel Granell.
Así, el protagonista del cómic es, en realidad, Luis Rodríguez Taboada, embajador de México en Francia y encargado de organizar, por orden del presidente Lázaro Cárdenas, la evacuación de los refugiados españoles. El ángel de la guarda de Azaña, aunque también se empeñó en auxiliar a figuras como Negrín o Carmen Ibáñez, la mujer de Cipriano, secuestrado por la Gestapo y condenado a muerte, pena conmutada por treinta años de cárcel.
"El punto de partida es la persecución de Falange Exterior a los refugiados republicanos, sobre todo a Azaña, un personaje crucial porque representa a la máxima autoridad española en el exilio francés", añade Juanarete, quien introduce a un siniestro personaje como antagonista de Luis Rodríguez: el agente franquista Pedro Urraca, que acosa al presidente, con la ayuda de la Gestapo, cuando ya es un hombre postrado y vencido.
Esa "inquina rencorosa" es descrita por la prologuista de la novela gráfica sin tapujos. Gracias a las memorias del embajador mexicano, "hoy podemos conocer con detalle la enconada persecución a la que Franco sometió a Azaña hasta su lecho de muerte", la habitación del citado hotel, convertido en una extensión de la legación diplomática del Gobierno de Cárdenas, que protege al presidente de los cazadores de rojos que lo acechan.
"Esta actitud abyecta del funcionario servil personifica la vileza de Franco, que se venga de forma tan cobarde de quien le precedió en el puesto de jefe del Estado", escribe Loreto Urraca, cuyo apellido les resultará familiar. "Me avergüenzo de ser la nieta de un ruin", confiesa la autora de Entre hienas (Funambulista), donde ajusta cuentas con su abuelo, responsable de la detención de Companys, el presidente de la Generalitat que luego sería fusilado.
No escatima adjetivos para calificar a "los ojos de Franco en Francia", desde "chivato" hasta "hiena", si bien Juanarete va más allá de su misión en un régimen de Vichy rendido ante los nazis y lo tilda de ser "abyecto y despreciable", pues, más allá de un "facineroso", fue "un usurpador y un ladrón que robó cómo pudo, cuánto pudo y a quién pudo", incluidos a los judíos que huían del Tercer Reich, por lo que en 1948 la Justicia gala lo juzgó en rebeldía y lo condenó a muerte por colaborar con Hitler.
Pese a que el cómic es historia, tampoco conviene destripar cada detalle, aunque el lector asiste a la impotencia de Azaña dando tumbos por Francia acompañado de su familia: "La guerra ha aniquilado mi utilidad política. Me ha inscrito en el cuerpo de inválidos", afirma quien fue un traidor para Pasionaria. "Estaba en el punto de mira de los franquistas, pero los comunistas y los anarquistas también lo tenían cruzado, por lo que podemos hablar del personaje más odiado y vilipendiado por ambos bandos", asegura Juanarete.
Con Pedro Urraca pisándole los talones, Luis Rodríguez improvisa una legación diplomática en el Hôtel du Midi, donde los falangistas y los nazis vigilan el vestíbulo mientras el capitán Antonio Haro y los simpatizantes del presidente lo protegen "heroicamente". El amparo que le proporciona Lázaro Cárdenas refleja que, además de las motivaciones ideológicas y humanitarias, para su Gobierno la intelectualidad era un valor a preservar y una fuente de riqueza que debía recalar en su país.
"Entre los exiliados se hallaba la flor y la nata política, literaria, económica y profesional, que era bienvenida en Latinoamérica", concluye Juanarete, quien estima la meritoria labor de Cárdenas y sus diplomáticos para salvar a los refugiados españoles. Sin embargo, Azaña nunca pudo partir a Veracruz con su esposa, Dolores, quien se exilió con su hermana Adelaida y su cuñada Carmen, cuyo marido, Cipriano, se reencontraría con ella en 1947 tras salir de prisión.
Por las páginas de Plomo y gualda también desfilan Winston Churchill, Philippe Pétain o el ministro falangista Ramón Serrano Suñer, el Cuñadísimo. No obstante, destaca la labor de Felipe Gómez-Pallete, secretario de Azaña en el exilio y encargado de ponerle una inyección letal en el caso de que corriese peligro de ser capturado y extraditado a España. Pese a la orden que había recibido, su médico personal prefirió suicidarse antes que tomar esa decisión.
"Le había jurado a don Manuel inyectarlo de muerte cuando le viera en peligro de caer en las garras franquistas. Ahora que lo siento de cerca me falta el valor para hacerlo. No queriendo violar este compromiso, me aplico yo mismo la inyección para adelantarme a su viaje", le escribió al embajador mexicano. Unas líneas que forman parte de la historia, como muchas otras, aunque tamizadas por la labor de edición y síntesis de Juanarete, artífice junto a Granell de la recreación de la infructuosa caza de Azaña.
Manuel Granell: "Apenas había fotos de las mujeres"
¿Cuál fue el reto de ilustrar un relato histórico como este?
La documentación es importantísima, porque trabajo con personajes muy conocidos. El reto ha sido reflejar esa época lo mejor posible y que todo, desde un coche hasta un uniforme, sea real y creíble. Y, por supuesto, que no haya gazapos.
¿Cómo refleja la psicología de los personajes, porque algunos son menos conocidos?
Sin duda, lo más difícil ha sido dibujar a las mujeres, porque en aquella época no las fotografiaban. Claro que hay fotos de la mujer de Azaña, pero de grupo, en fiestas o ya de mayor. En cambio, de joven existen pocas. En el caso de Carmen Ibáñez, por ejemplo, solo encontré la foto carné de cuando se exilió en México. No hay nada sobre ellas, por lo que me las tuve que inventar…
Siempre le ha gustado la documentación, aunque debe resultar complicado colorear una vida en blanco y negro.
Junto a ese trabajo, también me interesan los años treinta. No obstante, una de las dificultades es que las fotografías de la época son en blanco y negro. Por eso, si quieres saber de qué color era, por ejemplo, un uniforme, tienes que visitar los museos militares.
En todo caso, no es un color estridente.
El de los originales resulta más vivo, pero en las reproducciones queda un poco apagado porque el papel es más absorbente. Sin embargo, ese efecto ha gustado porque le da un tono más de la época, como gastado.
Y cómo le da vigor a la trama, porque hay mucho movimiento y también acción.
Es un libro dinámico, en el que el lector también asiste a la irrupción de la Segunda Guerra Mundial. La misión del dibujante, como la del cineasta, es saber ver un guion: "¿Tú cómo lo harías?". En mi caso, lo estoy leyendo y ya me lo imagino: lo estoy viendo.
En el fondo, ilustra el exilio, un protagonista más del cómic.
Una parte muy importante, por eso es un cómic muy didáctico. Más allá del dibujo, habla del desplazamiento, del destierro, de vivir en otro lugar… Hay un detalle que quizás haya pasado desapercibido, pero en las viñetas del exilio suele haber un fotógrafo. O sea, siempre hay alguien que lleva una cámara consigo. Es mi homenaje a esos grandes profesionales, porque sin ellos no tendríamos esas imágenes tan valiosas.
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