La investigación “Indignas hijas de su patria” destapa la represión del Patronato de protección a la mujer en la Comunitat Valenciana
Por brujas. Por desgraciadas, extraviadas, desviadas. Por vivir según unos patrones de comportamiento que escapan del control masculino y el encierro doméstico. Por ser un escándalo para la moral pública, haber perdido el temor a Dios y a la justicia e incitar a los pobres hombres al pecado fuera del matrimonio. Condenadas a la reclusión, encerradas en centros donde debían expiar sus culpas con el trabajo y la oración. Por brujas.
Así comienza “Indignas hijas de su patria: Crónicas del Patronato de Protección de la Mujer en el País Valencià”, una investigación de las periodistas María Palau y Marta García Carbonell que destapa la maquinaria franquista para enclaustrar, castigar, domesticar y silenciar a todas aquellas mujeres que se salieran de la moral y los valores de la época, encarnados en la esposa del dictador, Carmen Polo.
Se trata de la institución franquista más longeva, ya que se creó al acabar la guerra y no se cerró hasta el año 1985. Es heredera del Real Patronato para la Represión de la Trata de Blancas, una institución republicana nacida para luchar contra la prostitución, pero que el franquismo reconvirtió en una máquina de represión para su particular policía de la moral. Solo en la Comunitat, la institución contaba con decenas de centros por los que pasaban miles de mujeres cada año.
En la presentación del libro celebrada en la Institució Alfons el Magnánim, Palau aseguró que no es posible saber cuántas mujeres pasaron por estas cárceles de represión franquista, pero una memoria del organismo en 1952 habla de que 41.300 niñas y adolescentes fueron internadas solo ese año. Muchas más lo fueron sin figurar en los registros.
Las prostitutas encarnaron en su mayoría esa “degeneración” que el estado republicano había traído a España. Mientras tanto, las mujeres españolas fueron “recluidas entre las cuatro paredes de sus casas (o del patronato)” con el objetivo de convertirlas en “el ángel del hogar” y condenadas a una minoría de edad permanente a nivel jurídico, por la cual no podían hacer casi nada sin el permiso de sus maridos. Como resumen Palau y Carbonell "las mujeres se convertían en madres y esposas ejemplares o se arriesgaban a ser perseguidas. Eran castas, domésticas, sumisas y católicas o representaban el mal hecho mujer. Eran santas o eran putas”.
Iglesia y estado
La Iglesia católica fue la principal institución que colaboró con el franquismo para llenar las habitaciones del patronato, que desarrolló sus funciones gracias a la colaboración de distintos sectores de la sociedad; incluida la población civil, autoridades y cuerpos de seguridad.
A día de hoy, muchas de las órdenes que ejecutaron esta represión siguen recibiendo premios por su labor con los más necesitados. Una de ellas es la institución Villa Teresita (Godella) que recibió el año pasado el premio Celia Amorós por su lucha contra la prostitución, según contó Carbonell en la presentación del libro.
El patronato, aseguran las autoras, se llenó de “un amplio perfil de mujeres, alejándose del objetivo fundacional de la institución (la prostitución). La manifestación de una ideología contraria a los valores de la dictadura, las amistades peligrosas, una relación sentimental con un hombre casado, una orientación sexual diferente a la heterosexualidad, un embarazo extramatrimonial, o ser víctima de abusos sexuales se convirtieron en causas justificables de la reclusión”.
La vida tras las puertas del patronato consistía en “no ocio, soledad y mucho rezo”, explican las autoras, que incluyen en su libro entrevistas con varias mujeres que han pasado por la institución. “Disciplina, lavado de cerebro religioso, trabajo sin cobrar, fregar y rezar”, explica una de las afectadas en el libro. El matrimonio con un hombre era la principal vía de escape de ese particular infierno, pero como desvelan las autoras los suicidios y autolesiones se sucedían, y muchos se justificaron como “intentos de fuga o fallecimientos por causas naturales”.
A esta realidad cabe añadirle muchos casos de bebés robados a las mujeres del Patronato. Según cuentan Palau y Carbonell, se llevaba a las mujeres embarazadas a varios puntos de València y las ingresaban con otros nombres para que no quedara constancia de lo que allí ocurría. Uno de esos puntos era "la casa del Pecado Mortal" hoy reconvertida en una instalación de la Universidad Católica de Valencia (UCV).
Verdad, justicia y reparación en vida
Era sábado. Pilar tenía 19 años y estaba trabajando en su despacho cuando tres policías la esposaron y se la llevaron. Ese día empezó su horrible estancia en el patronato. Allí, entre otras cosas, le hicieron abrirse de piernas delante de un hombre para que le realizaran una "prueba de virginidad". "Fue cruel, humillante y peligroso", recuerda emocionada.
Pilar es una de las supervivientes de aquel patronato por el que pasaron tantas mujeres y una de las que rompe el silencio en el libro de Palau y Carbonell. Explica que a casi todas las deslocalizaban. "A una de Barcelona la podían llevar a Segovia, a una de Cádiz a Donosti... Las puertas estaban abiertas, pero ¿Qué ibas a hacer tan lejos de casa?", recuerda.
Las víctimas como Pilar Dasí piden dos cosas; la primera es que se las reconozca como víctimas de la dictadura en la ley de memoria democrática, y la segunda es "verdad, justicia y reparación", que les pidan perdón y reconozcan su sufrimiento. "En la memoria democrática nos encontramos muchas veces que las personas afectadas están muertas, y son sus hijos y sus nietos los que piden esa reparación. Con el patronato no pasa eso, la mayoría están vivas. Es la oportunidad de dar verdad, justicia y reparación en vida", reivindica Palau.
Consuelo García del Cid es otra de las mujeres que sobrevivió al patronato. Durante la presentación, Dasí reveló que la actual directora de la orden religiosa por la que pasó quería reunirse con ella y pedirle perdón en nombre de toda la hermandad. Pero con una condición: que dejara de hablar del patronato en la prensa. "Dijimos que no. No volveremos a estar en silencio", sentenció Dasí.
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