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Es difícil conocer a ciencia cierta cuántos maestros y maestras, cuántos profesores de bachillerato y universidad fueron depurados por el régimen franquista. Ni siquiera está claro cuántos fueron asesinados en los primeros años del régimen. No existe un trabajo completo que ofrezca una visión de conjunto. Existen estudios parciales de algunos territorios y datos más o menos generales, pero nadie ha afrontado un estudio sistemático y detallado de la represión a este cuerpo, al que la República confío buena parte de su éxito y que los golpistas eliminaron, primero con una cacería sin piedad y posteriormente con una depuración y un control ideológico asfixiante.
Los casos que voy a relatar en esta crónica son una pequeña parte de la realidad. Iba a utilizar la imagen del Iceberg, pero creo que se queda corta, ya que lo que todavía queda oculto, sumergido, de aquellos años de asesinatos y depuraciones es mucho más del 89% de lo que conocemos. Apenas 27 asesinatos y un par de casos de depuración son sólo unas gotas en la negra laguna de la iniquidad. Desde 2020 están disponibles en internet los datos de 564.269 expedientes de depuración abiertos a profesionales vinculados a la enseñanza que fueron apartados de su cargo de forma fulminante por los golpistas.
Mas de medio millón de expedientes de depuración entre los que no se incluyen las decenas o cientos de asesinatos de maestros y maestras que se produjeron desde julio de 1936 y que fueron salpicando el territorio nacional a medida que los militares coloniales avanzaban. Cabe recordar que la República no depuró ni a un solo maestro de la etapa monárquica y por supuesto no les persiguió como si fueran alimañas.
Cacerías humanas
A finales de julio de 1936 es detenido en Sevilla José Sánchez Rosa. Tenía 72 años y se encontraba encamado y enfermo. Una partida de requetés accedió a su domicilio y se lo llevó atado en una cama. En la madrugada del 1 de agosto fue asesinado y enterrado en una fosa del cementerio de la capital. Sánchez Rosa dirigía una escuela libre basada en el modelo de Ferrer i Guardia y era autor de una serie de publicaciones, como “La aritmética del obrero”, dirigidas a mejorar la formación de los trabajadores y ayudarles en su vida cotidiana. Ni su avanzada edad, ni la enfermedad impidieron su asesinato. No hubo ni concordia ni piedad para él.
Más o menos por las mismas fechas un grupo de falangistas secuestró, torturó y asesinó en Bañuelos de Bureba a Antoni Benaiges, el protagonista de “El maestro que prometió el mar”. Su historia se recuperó gracias a uno de sus alumnos que alertó de que podría ser uno de los enterrados en la fosa de La Pedraja. Se recuperaron 135 esqueletos en aquel enterramiento del norte de Burgos, pero ninguno correspondía al maestro. Como se sugiere en la película, posiblemente fue asesinado y enterrado en lugar aislado, o su cuerpo fue abandonado a las alimañas y no hubo ningún testigo que le diera sepultura y, si lo hubo, no dejó testimonio de los hechos.
El 31 de octubre una joven maestra de la Escuela Normal de Pamplona, cuyo recuerdo se conserva en el memorial en honor de los asesinados en La Tejería de Monreal (Navarra), fue salvajemente asesinada. No he logrado encontrar ningún documento en el que conste su nombre. El relato de sus últimos momentos lo trasmitieron vecinos del pueblo, obligados a presenciar la matanza y a enterrar a las víctimas.
Hace poco más de diez años, en 2012, en un paseo por la sierra de Urbasa, nos encontramos con un haya con los colores republicanos, que abrazaba una chapa de metal en la que, en esa fecha, se leía: “Mauricio Rodríguez, Bernardo Domingo, Miguel Gil, maestros nacionales de los pueblos alaveses de Gordoa, Galarreta y Zalduendo muertos en la noche del día 9 de agosto de 1936 en este luctuoso y triste lugar. En este homenaje incluimos a todos los asesinados por la misma causa. A vosotros el recuerdo presente de quien no os puede olvidar. 26-IX-1982”. Habían pasado 30 años desde que se colocó y el “haya republicana” había comenzado a hacer suya la placa de metal. Diez años después, la placa ya casi no puede leerse. Alguien previsor la ha reproducido y la ha colocado junto a la boca de la sima de Otsportillo, distante un par de kilómetros del lugar del crimen. La sima es un lugar de memoria de Navarra donde yacen una decena de víctimas de la represión.
El 18 de agosto fue asesinado el maestro de Pulianas, Dióscoro Galindo González. Un grupo de falangistas le tiroteó en el camino de Viznar a Alfacar, junto a dos banderilleros -Juan Arcollas Cabezas y Francisco Baladí Melgar- y al poeta universal Federico García Lorca. Dióscoro, natural de Ciguñuela (Valladolid), tenía 58 años. Le abrieron un expediente de depuración en el que lo acusaron de haber negado en sus clases la existencia de Dios. El cura del pueblo fue el peor testigo de cargo. Días después de su asesinato, la familia recibió el expediente que le suspendía de empleo y sueldo, le desalojaba de su casa y le daba 10 días para alegar.
De Francisco Romero Carrasco tuve conocimiento una mañana de sábado mientras escuchaba el podcast de la Cadena Ser “Vidas enterradas”. Me impactó la historia de este catedrático de la Escuela Normal de Guadalajara. Natural de Santa Marta (Badajoz) fue amigo muy querido de Antonio Machado que, con motivo de su casamiento, le regaló el poema “Bodas de Francisco Romero”. Fue un reputado matemático fundador de la Universidad Popular de Segovia y director de las colonias de la Institución Libre de Enseñanza. El 24 de agosto fue asesinado, junto a otros cuatro maestros, en un campo de Cobertelada (Soria). Sus cuerpos fueron abandonados en el monte. Unos vecinos que fueron testigos, los enterraron y señalaron el lugar donde reposaban. Junto al catedrático fueron asesinados Eloy Serrano Forcén, de 22 años, maestro en Cobertelada; Hipólito Olmo Fernández, de 43 años, que ejercía en Ajamil (La Rioja); Elicio Gómez Borque, de 23 años, maestro de La Seca y Victoriano Tarancón Paredes, de 26 años, de Perdiguera. En marzo de 2021, el Supremo cerró la posibilidad de abrir juicio sobre estos asesinatos.
El 31 de octubre una joven maestra de la Escuela Normal de Pamplona, cuyo recuerdo se conserva en el memorial en honor de los asesinados en La Tejería de Monreal (Navarra), fue salvajemente asesinada. No he logrado encontrar ningún documento en el que conste su nombre. El relato de sus últimos momentos lo trasmitieron vecinos del pueblo, obligados a presenciar la matanza y a enterrar a las víctimas. Es demasiado duro para reproducirlo. Se puede conocer en este enlace. Un final parecido tuvieron Carmen Hombre y su marido Juan Máximo, asesinados en enero de 1937 en Jerez de la Frontera. Carmen tenía 33 años, estaba embarazada y era de religión protestante y de militancia socialista, motivos más que suficientes para acabar con sus vidas.
En las fosas de San Rafael, en Málaga, hemos podido ubicar los restos de 11 maestros. Puede que sea un número mayor –no conocemos la profesión de todos los asesinados- y es seguro que hay muchos más maestros en las fosas de otros municipios malagueños.
Arximiro Rico, maestro en Baleira (Lugo), y Bernardo Mato Castro, en el municipio de Teo (Coruña), también tuvieron una muerte horrenda. Ambos eran bastante moderados, Bernardo, incluso, católico declarado. Nada pudo evitar su muerte en septiembre de 1937. Arximiro fue cazado y tratado como una alimaña por una partida de falangistas el 1 de septiembre y Bernardo murió el día 4, después de que no pudiera superar una paliza bestial que le propinaron fascistas de la zona a principios de agosto. Ambos creían firmemente en la educación pública como herramienta para que los humildes pudieran mejorar y esa creencia les costó la vida.
Finalmente, en las fosas de San Rafael, en Málaga, hemos podido ubicar los restos de 11 maestros. Puede que sea un número mayor –no conocemos la profesión de todos los asesinados- y es seguro que hay muchos más maestros en las fosas de otros municipios malagueños. Rindo homenaje a todos ellos, nombrando a los que se han identificado en el cementerio de la capital: Francisco, Arnáez Perez, de 43 años, maestro en Torremolinos asesinado el 15 de febrero; Manuel Campos Morilla, de 34 años, en Coín, el 17 de febrero; Emilio Castro Robledo, de 35 años, en Alhaurín de la Torre, 4 de marzo; Francisco Rodríguez Lucena, en Olías, el 6 de marzo; Juan Meneses, en Alozaina, de 20 años, el 9 de marzo; Antonio Romero López, de 52 años, en Macharavialla, el 16 de marzo; Miguel Jiménez Luna, en Fuengirola, el 17 de junio; José Padilla Buzo, de 31 años, en Álora, el 1 de julio; José Alonso Batlle, de 44 años, en Periana, el 10 de octubre; Juan Fajardo Valladares, en Coín el 26 de marzo de 1938 y Blas Infante López, de 45 años, maestro en Casares, asesinado el 31 de julio de 1941. Este último era primo segundo del padre de la patria andaluza con quien compartía nombre y primer apellido.
La depuración
Después de la primera ola de matanzas, Franco publica en el BOE número 27 de 11 de noviembre de 1936 el decreto 66 que regula la depuración del personal docente y que supondrá el paso a la “caza de brujas”. No se detienen los asesinatos, sino que se abre un nuevo camino a la represión y depuración de los enseñantes a los que se hacía responsables de la «caótica» situación de España. El proceso fue complejo. Todo el personal relacionado con la enseñanza fue suspendido de oficio y se les obligó a pedir su propia depuración. En la solicitud, estaban obligados a explicar sus actividades y afiliación política y sindical, aspectos relativos a su vida privada y una demostración de cual iba a ser su grado de vinculación en la construcción del nuevo Estado.
Esta solicitud se contrastaba con, al menos, cuatro informes diferentes elaborados por el alcalde, el párroco, el jefe de la Guardia Civil y un padre de familia bien considerado. Estos informes fueron la base fundamental sobre la que se asentaron las sanciones: la separación definitiva del cargo, el traslado forzoso del municipio o de la provincia, la suspensión temporal de empleo y sueldo y la inhabilitación para ejercer la enseñanza. El procedimiento general de depuración está bien explicado en la Wikipedia.
Doña Emilia, además de contagiar a mi madre el amor por aprender, ayudó a mi abuela Escolástica a firmar y a superar la vergüenza que le causaba tener que identificarse con una X
Se calcula que entre un cuarto y un tercio de los sometidos a depuración fueron castigados con alguna sanción. Muchos no solicitaron su depuración forzosa, bien porque habían sido asesinados, bien porque se habían exiliado o bien porque no querían ejercer su función al servicio del nuevo Estado. Este es el caso de Miguel Ambrosio Zaragoza, que renunció a ser maestro y se dedicó al dibujo de historietas. Su seudónimo fue Ambrós y fue autor de los dibujos de El Capitán Trueno.
El pasado mes de agosto falleció mi madre, con 91 años. Poco antes de morir le pregunté si se acordaba del nombre de su maestra. Mi madre sólo pudo asistir a la escuela entre los 10 y los 13 años. Con esa edad se tuvo que poner a trabajar. Ochenta años después se acordaba perfectamente de Doña Emilia Erice Condearena, su querida maestra, la que le había enseñado las cuentas y las letras que le habían ayudado a sortear una vida llena de dificultades. Cada vez que hablaba de ella, le brillaban los ojos y la emoción le embargaba. Doña Emilia, además de contagiar a mi madre el amor por aprender, ayudó a mi abuela Escolástica a firmar y a superar la vergüenza que le causaba tener que identificarse con una X.
Doña Emilia fue una invitada especial de la boda de mis padres y su memoria siempre acompañó a mi madre en su vida y en las decisiones que tuvo que tomar cuando muy joven se quedó viuda y con un hijo adolescente a su cargo. En una rápida búsqueda en internet descubrí que había sido maestra en Canfranc durante la República. Militante de UGT y representante del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936. El castigo fue el destierro de su provincia y el traslado a Guipúzcoa, a Beasain, en agosto de 1943. Aquí desarrolló su trabajo con toda la dignidad y vivió con su madre en la casa de los maestros, con un terrible control social por parte de algunos de sus compañeros, muy fieles al régimen y dispuestos a delatar cualquiera conducta inapropiada.
Las cosas que tiene la vida. Este artículo lo he escrito en mi pueblo, en la sala de estudios de la Biblioteca Municipal que se levanta en la antigua casa de maestros, donde doña Emilia Erice, tuvo que vivir su castigo y el consuelo que le daban niños y niñas con tantas ganas de aprender como mi madre. Es posible que algún día esta sala de estudio reivindique la memoria de doña Emilia y de todos sus compañeros que empeñaron sus vidas en lograr una sociedad más justa. ¿Quién sabe? Sería una bonita manera de cerrar el círculo y un acto de justicia
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