dijous, 31 de juliol del 2014

LA antigua prisión de Granada ha sido derribada, pero nos queda el arco de entrada con el escudo de la República, que hoy será señalizado como Lugar de Memoria.


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No sé lo que me sucederá esta noche

FRANCISCO / VIGUERAS | ACTUALIZADO 30.07.2014 - 01:00
LA antigua prisión de Granada ha sido derribada, pero nos queda el arco de entrada con el escudo de la República, que hoy será señalizado como Lugar de Memoria por la Dirección General de Memoria Democrática, familiares de víctimas del franquismo y asociaciones memorialistas. Este lugar fue escenario de uno de los episodios más sórdidos de la represión franquista. Los carceleros del régimen aplicaron con saña la violación sistemática de los derechos humanos y, en apenas tres años, diezmaron a más de 2.000 presos republicanos a quienes rendimos homenaje, como héroes de la resistencia antifranquista. 

Los investigadores Agustín Penón e Ian Gibson dicen que un guardia de la prisión golpeó al periodista Constantino Ruiz Carnero con la culata del fusil en la cabeza, le rompió las gafas y le incrustó los cristales rotos en los ojos, provocándole una hemorragia con traumatismo cráneo encefálico. Más tarde, le negaron la asistencia de un médico, por lo que estuvo toda la noche agonizando. Ya de madrugada, lo subieron a las tapias del cementerio, pero cuando llegó, había fallecido. A pesar de todo, lo ataron a un poste y fusilaron su cadáver. 

Así acabaron con la vida del que fuera director del prestigioso diario El Defensor de Granada, que había defendido en sus páginas los valores de igualdad, justicia social y solidaridad. Los militares golpistas eliminaron a Ruiz Carnero para impedir que fuera testigo del "crimen contra la humanidad" que se disponían a cometer. Sin embargo, otro periodista estaba en Granada para contarlo. Se llamaba Robert Neville, era corresponsal del New Herald Tribune y nos dejó una crónica escalofriante sobre la terrible experiencia que le tocó vivir en nuestra ciudad, aquel verano de 1936: "Hoy, los camiones subieron con aquellos paisanos. En cinco minutos oímos los disparos. A los cinco minutos bajaron los camiones y, esta vez, no había paisanos. Aquellos soldados eran el pelotón y aquellos paisanos iban a ser fusilados". Robert Neville fue testigo de los tristemente célebres "camiones de la muerte" que subían desde la prisión provincial al cementerio, cargados de presos republicanos. 

Sólo en el mes de agosto del 36, sacaron del recinto penitenciario a 572 internos para ejecutarlos en las tapias. No importaba la edad, pues Antonia Molina Pérez, también fue fusilada con apenas 13 años. Algunos, ni siquiera llegaban a las tapias. Tras recibir una paliza, aparecían ahorcados en sus celdas, en un simulacro de suicidio. Llegaron incluso a ejecutar a José Soubiño, con el brutal garrote vil, según ha investigado Gil Bracero. Y de este campo de exterminio escaparon los audaces hermanos Quero para organizar una guerrilla urbana contra la dictadura y ayudar a los familiares de los presos, según Jorge Marco. 

Era tal el clima de terror, que los presos políticos más destacados publicaron una carta en la que apelaban a "la caballerosidad de los militares españoles" en un intento, tan desesperado como inútil, de implorar clemencia. Pero los militares golpistas no eran precisamente caballeros, sino hombres sin honor que deshonraron el uniforme con el que habían jurado lealtad al orden constitucional de la República. Luis Fajardo, que llegó a ser alcalde de Granada, tuvo la entereza de escribir una carta de despedida a su familia, horas antes de ser fusilado: "A mi esposa, mis hijos y mis hermanos. Escribo hoy viernes 7 de agosto de 1936 y no sé lo que me sucederá esta noche".